Inquietante tragedia
"Orestea (¿Una comedia orgánica?)", de Italia, de Romeo Castellucci, sobre un texto de Esquilo. Intérpretes: Giovanni Rossetti, Loris Comandini, Fiorella Tommasini, Nicoletta Magalotti, Leone Monteduro, Silvano Voltolina, Franco Pistoni, Carlotta Piras, Giuseppe Furnari, Claudia Castellucci y Leone Monteduro. Dirección: Romeo Castellucci. Duración: 150 minutos. En el San Martín. Nuestra opinión: muy bueno.
Si se puede especular con la idea de quién es el poseedor de la máxima libertad creativa, desprovista de condicionamientos sociales, alejada de las contaminaciones estéticas precedentes y despojada de atávicas pautas morales, ése es Romeo Castellucci en la puesta de "Orestea". Claro que también corre el riesgo de que la lectura que ofrece de la tragedia de Esquilo peque de hermética y por momentos caprichosa en la integración de los elementos visuales. La elaboración de un código muy personal -traducido por el torbellino de sensaciones que provoca-, por inescrutable, dificulta el entendimiento del subtexto, especialmente en aquellos que no conocen la trilogía del dramaturgo griego.
Pero, como bien lo anticipó este director italiano, sus espectáculos apuntan a la emoción y no a la razón. Por este motivo, no extrañó que algunos espectadores se sintieran afectados en su sensibilidad y se retiraran de la sala, y otros, conmovidos por la factura estética, se vieran atrapados por la perturbación de los sentidos visuales y sonoros. No se puede negar que la tragedia griega está implícita, pero la mirada de Castellucci la trae a una realidad presente. Obliga a que el espectador asuma el papel de Alicia (la de Lewis Carroll) y se introduzca en el país de los horrores.
La primera imagen es sonora. Con la sala a oscuras se escucha el paso de aviones de guerra en vuelo rasante sobre la cabeza del público. Ahí llega el primer apunte de la época actual sin desprenderse de los personajes de la tragedia. Muestra de ello es el Corifeo, un conejo-actor que da comienzo a la historia, secundado por coreutas-conejos-muñecos, que terminan siendo decapitados, y por una hilera de tanques en miniatura. Lo terrible está instalado para contar la historia de esta familia atrida que se mezcla en el derrame de su propia sangre. Y aquí viene la historia.
El rey Agamenón, en busca de su cuñada Helena, raptada por los troyanos, sacrifica a su hija Ifigenia para cumplir con los deseos de los dioses. Primer derramamiento.
Clitemnestra, esposa de Agamenón y madre de Ifigenia, quiere venganza y en complot con su amante, Egisto, premeditan la muerte de Agamenón y de Casandra, cautiva troyana y amante del rey. Segundo derramamiento.
Finalmente, Electra, hija dilecta de Agamenón, decide vengar a su padre y para ello utiliza como instrumento mortal a su hermano Orestes, que va a ser el matricida y asesino de Egisto. El último derramamiento.
Esto está en "Agamenón" y "Las coéforas", las dos primeras tragedias de la trilogía esquiliana. Castellucci le saca el texto literario y lo reemplaza con imágenes, pero no al estilo griego donde se trataba de eliminar las escenas sangrientas de la vista del público.
Todo lo contrario, el director exacerba la presencia del fluido vital, ya sea encerrado en una caja transparente donde se ve la muerte de Casandra inundada de sangre, o liberado entre los ropajes blancos. De cualquier forma su presencia es muy fuerte.
En un baño de sangre
En la destrucción de esta familia, en la que sobreviven los hermanos, Castellucci está dando su propia versión de las luchas parricidas y fratricidas que afectan al mundo contemporáneo. Claro que, en esta mirada, disculpa al rey -iniciador de esta cadena de crímenes- de la inmolación de su hija y lo pinta como una víctima inocente de la fatal intriga. Para ello, recurre a un actor con síndrome de Down para el papel de Agamenón, que se presenta por sus propias características como máximo exponente de la bonhomía e ingenuidad.
El mismo concepto de inocencia lo vuelve a reproducir en la escena de la exhumación del rey, que se ve bajo la forma de un macho cabrío, paradigma de la ofrenda de sacrificio.
Otra lectura muy especial está en la utilización de actores con características físicas muy notables. Los hombres son esqueléticos (desnudos) y anodinos, sin emociones; las mujeres, como contrapartida, son actrices hiperobesas (también desnudas), por extensión devoradoras; hay actores sin brazos, que en la confrontación conforman imágenes casi esperpénticas.
Por el contrario, es muy clara su posición frente a la justicia al presentar al jurado, en la escena del juicio de Orestes, en la piel de monitos vivos (también expone dos caballos y un asno). Así se podría seguir describiendo cada una de las escenas, que se ven veladas por un telón de frente, tipo tul manchado con pintura negra. Pero no pasaría de ser una simple enumeración.
Hay más: el sonido. Climas sonoros, como el que provoca la secuencia de los aviones, o uno donde se ve involucrada la voz. Utiliza el recurso del empaste y la reverberación que impide entender el texto, intención que busca molestar el entendimiento del espectador. Y lo consigue.
Pero no se puede dudar de que tiene un alto vuelo imaginativo y creativo para la concepción plástica, para el manejo de los planos visuales (muy cinematográfico), para la utilización de la profundidad, para la concepción de climas.
Esto no quiere decir que no se reconozca lo hermético de su escritura escénica y lo inquietante de la traducción estética, pero también queda en claro la intención de incomodar a algunos y perturbar a otros. De cualquier forma, decantando lo visto, se percibe la existencia del texto original bajo una mirada apocalíptica.
"Orestea" generó rechazos y adhesiones y está muy bien que así sea. Eso sucedió con los grandes artistas del mundo toda vez que trataron de cambiar los preceptos estéticos y los cánones tradicionales.
En este fin de milenio, no se puede decir que Castellucci sea el epígono de los transgresores poéticos, simplemente es un artista que trata de ofrecer su propia visión, aunque a veces se vea empañada por un regodeo visual que no lleva a ningún lado. Pero también es cierto que ésta puede ser la finalidad del director, que en última instancia trata de demostrar que ese destino le espera a la humanidad.
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