Con su espectáculo en Bebop, el 15 de julio, se lanza como solista; bossa nova, boleros y canción francesa, pero sobre todo jazz
Tiene miedo, cómo no tenerlo. Inés Estevez está a punto de lanzarse al escenario en soledad, ahora que ya no tiene el cobijo de Javier Malosetti , aunque sí la compañía de la banda con la que ambos, cuando aún estaban unidos por una relación sentimental, ofrecieron un espectáculo de rara hermosura. Tiene miedo, pero allí va, puro deseo y coraje, del mismo modo en que hace muchos años se atrevió a comenzar su carrera como actriz hasta llegar a ser una de las mejores de su generación, o como lo hizo más tarde cuando publicó su primera (y hasta ahora única) novela: La gracia. El 15 de julio estará en Bebop; después llegarán un ND Ateneo y varios shows más. Siempre es un placer escucharla: es curiosa, sensible, de ideas firmes. Pero claro, esta vez la excusa es la música porque ése es su inminente desafío, de modo que pronto entramos en el territorio del jazz. La charla sucede en el set del ciclo Conversaciones de la señal LN+, su tono es distendido. Al cabo de esa charla, un intercambio de e-mails completó la entrevista.
-Quiero preguntarte por el primer sonido musical del que tengas recuerdo.
-El primer sonido que me maravilló no era el de una voz, sino el de la orquesta de la música clásica que se escuchaba en casa. Lo reencontré luego en mis clases de danza, a los cuatro años. Pero si hablamos de voces, recuerdo el sentimiento de amor que me embargaba cuando oía una voz tan poco convencional como la de Louis Armstrong y la perfección de la de Nat King Cole. Entre las voces femeninas, iba de Billie Holiday a Bessie Smith. Me mataba Nina Simone, y las mujeres que en la adolescencia me llevaron al cenit fueron Aretha Franklin y Roberta Flack. En ese tiempo lamenté por primera vez ser blanca. Que las cantantes de ese pasado me llamaran tanto la atención se debió en gran medida a que sentía que me enriquecía su diferencia de estilos: la búsqueda de complejidad armónica en Sarah Vaughan frente a la nítida pulcritud de Doris Day. Esos extremos me intrigaban mucho.
-¿Y cuáles son las preferencias entre las cantantes de hoy?
-No sigo ciegamente a ninguna, pero disfruto de varias. Desde Amy Winehouse hasta Diane Reeves y Marisa Monte. Hay una chica mexicana que se llama Ximena Sariñana, que es actriz y cantante, que me interesa mucho. Me seducen las voces de India Arie y Corinne Bailey Ray. No entiendo qué pasó con Lisa Stanfield, una voz tremenda que se fue esfumando del negocio de la música.
-¿Te hubiera gustado tocar algún instrumento musical?
-Me hubiera encantado tocar el piano. Pero mi espíritu responde antes a la batería, al golpe percusivo. Ese pulso rítmico es lo que más me atrae. Eso si hablamos de ejecutar un instrumento. Para escuchar, en cambio, me quedo con las cuerdas. Violines, cellos, violas conforman una combinación irresistible para mí. Y para levantarse con bríos, los vientos: son lo que el sol para la vida humana.
-Javier Malosetti, cuando concluyó la relación que los unía, te dejó su banda. Me pareció ver el gesto amoroso de una buena despedida.
-Sí, también sucedió que cuando hacíamos Estévez & Malosetti él tocaba la guitarra, que no es su instrumento natural. Cuando surgió la necesidad de bifurcar caminos artísticos, Javier volvió al bajo, retomó una formación que estaba en ciernes cuando empezó a surgir lo del dúo. Me sugirió seguir con la banda, pero yo lo desestimé de inmediato porque no estaba segura de poder seguir sola. Pero hubo un conciliábulo con la banda y ellos me dijeron que por supuesto seguíamos. Empecé a armar un repertorio nuevo, que al salir del dúo y de la pareja está corrido del romanticismo y tiene otra sensualidad, tiene un poco más de swing, es un poco más up. Me animo más a otras cosas, no sólo jazz y bossa nova: temas de los 70, boleros, algunos efectos visuales mínimos.
-¿Qué ocurrió interiormente cuando quedaste a solas sobre el escenario?
-Lo que me pasa siempre, que parece ser constitutivo en mi vida, la sensación de un salto al vacío sin saber bien qué hay del otro lado, pero avanzando con la confianza puesta en lo genuino, en todo aquello con lo que me identifico. Fue un salto importante, sobre todo en cuanto al manejo del escenario sin protección. Estaba acostumbrada a delegar ese rol, a resguardarme en el otro, y surgió algo muy fresco, muy natural, que me dio confianza en mí misma.
-¿Esa desnudez es mayor que la de la actuación?
-Absolutamente, es una desnudez tremenda. Apelo a recursos espontáneos de cierta gracia, o de cierta frescura, en función del estímulo que recibo. Pero cantar es mucho más expuesto que actuar. Tiene una bohemia, requiere una disciplina y un rigor que involucran todos los aspectos de tu ser. Cantar es esencialmente sentir. Hay, además, una complicidad con los músicos que no se produce mucho actuando. Sí tête à tête con otro actor, pero no sucede esa comunión colectiva que sí trae la música.
-Creo recordar que cantabas con tu padre cuando eras una niña.
-Sí, cantaba jazz con mi papá como quien se pone a cocinar un guiso. Algunos de los temas que interpreto hoy son temas que cantaba con él. "Learning the Blues", por ejemplo. Hay otros, pero los tengo guardados porque es tal el impacto emocional que me produce cantarlos que requieren de cierto aplomo.
-¿Eran parte de lo que se escuchaba en el Winco en la casa familiar?
-En el Winco y también en la bandeja de uno de mis hermanos, que era DJ. Había mucha música brasileña de la mano de mi hermana; el rock venía de la mano de mis hermanos varones. Y mi madre, que es la más exquisita, amante de la ópera, traía la música menos comprendida en casa. Comencé a entender ese género cuando ella me explicó los argumentos, con ciertas arias de La Bohème, por ejemplo. Y luego de grande, cuando comencé a estudiar canto lírico, no para cantar, sino para tener una apoyatura para hablar sobre un escenario, terminé de enamorarme de ese género tan particular.
-¿Qué trae el nuevo repertorio?
-Es muy similar al que tocábamos con el dúo: jazz y derivados. Bossa en francés, me permito un bolero, más adelante quizás incorpore algún tema de rock nacional. Blues, soul y un par de temas de los años 70. Me armo un pequeño club sobre el escenario: cuando toco con un músico, los otros toman un trago, y cuando ellos tocan sin mí, soy yo quien se relaja. Es un pequeño living donde pueda sentirme cómoda. Todo pasando por el tamiz del jazz: la batería con escobillas, el piano. Quizá más apoyado en el swing, de modo que incorpora un público más vasto. Antes nos apoyábamos en los standards, ahora hay una amplitud de registro que convoca a un público más joven.
-En una entrevista reciente mencionaste que sos una mujer con temores, que en vos el coraje se asienta en la enorme cantidad de miedos que te acosan.
-Yo era muy temerosa de niña, temerosa de cosas inexistentes, de aquello que no se ve. Cierta noche uno de mis hermanos se disfrazó de fantasma y me sorprendió en medio de la oscuridad. Yo, gritando de terror, me lancé sobre él. Eso que hoy recuerdo tan vívidamente me pinta de cuerpo entero. Soy una persona temerosa, pero no aprensiva, si no, no iría hacia eso que me aterra. Soy valiente porque trasciendo mis temores, y además tengo actos de arrojo como éste. La vida me ofrece una posibilidad y la tomo. Claro que hay temores. Pero no soy de aquellas personas que se quedan con la duda de qué hubiera sucedido si no lo intentaban.
-A propósito del temor, en esa entrevista mencionaste lo que entre muchas otras cosas había traído a tu vida Javier, el modo en que ayudó a que recuperases valores de la femineidad y la maternidad.
-No había miedo sobre eso, pero sí había una escisión, un condicionamiento sociocultural judeocristiano. La madre asexuada y la mujer sexuada no pueden unirse. Hay un concepto impreso a fuego en el pensamiento y en las acciones cotidianas más inofensivas. Cuando adoptamos las niñas con Fabián [Vena], yo me convertí en una especie de soldado, sobre todo por las circunstancias de las niñas, que tenían ciertas dificultades madurativas, y eso hizo que terminara de definir esa división brutal entre la mina, la hembra, la mujer que debe habitar en una siempre, y la madre. Después de separarme, en el reencuentro desde la madurez con un amor profundo de enorme entrega (el amor más importante que hemos tenido en nuestras vidas los dos) y desde un lugar adulto y más sabio, pude aliar esos dos aspectos, el maternal y el femenino. Pero hubo una apertura previa cuando Daniel Burman me convocó para hacer cine, después de un par de años de dedicarme a las niñas, ocupándome enteramente de ellas. Tuve una recuperación de mi ser fuera de ese rol. Después de eso me separé, que es un gran quiebre, y después me enamoré, que es un símbolo de apertura. Esa serie de hechos me permitieron lograr algo que no había logrado antes. Me siento muy pletórica como mujer. Son dos aspectos intensos que marcan muy fuertemente la identidad femenina y hoy están fluyendo juntos.
-La película de Burman tenía un título irresistible: El misterio de la felicidad.
-Todo un símbolo. Me permitió reconectarme conmigo misma y entender que la felicidad no existe fuera de uno. Se puede ser feliz atravesando momentos difíciles y aun dramáticos. Si no sos una persona que se sienta completa, apasionada, que encontró sosiego en la estabilidad, lo que sea que tu naturaleza haya pedido, si no respondés a esa naturaleza, no sos feliz.
-¿Qué te trae sosiego, hoy?
-Sosiego no hay. Lo anhelo, pero estoy haciendo dos series, criando dos niñas, lanzándome como solista, pensando en volver a escribir, dando clases. Sosiego, olvidate, no es mi segundo nombre. Tampoco es que hay una intranquilidad, un desasosiego; tampoco habito lo contrario. Quizá me lo dé el acercamiento a la naturaleza a fin de año, volver a enamorarme, alguna vacación... A veces estar con mis hijas en momentos de bajada, cuando vamos a dormir, cuando estamos las tres muy unidas, en ese instante hay algo parecido al sosiego, quizá lo llamaría placidez. Sí hay disfrute: en el canto, un disfrute apasionado, como el de la actuación en los comienzos.
-¿De qué escribirías hoy?
-Hay una idea muy concreta para una novela, muy urbana, que habla de la soledad en las grandes ciudades, surgió de un guión que escribí para la televisión. Estoy en conversaciones para publicar un libro de poesía, porque tengo poesía y prosa poética escritas desde hace muchos años. Tengo que encontrar el tiempo, disciplina, una rutina.
-Esas anotaciones acaso se parecen a las que tu padre hacía en un cuaderno cuando eras muy niña.
-Sí, él escribía muy bien. Muy florido, muy de su época. Escribía sonetos, muy buenos sonetos. Algunos un poco en broma, otros muy emotivos. Lo mío es más moderno y más libre. Hay poemas que son casi haikus y poemas que son más largos, pero hay un puñado que confío en que pueden tener cierto valor literario.
-¿A qué escena con tu padre quisieras volver ahora?
-Tengo mil imágenes: cantando juntos, cocinando. Pero un sueño me persiguió durante años. Cuando mi padre murió, unos cuantos de nosotros tuvimos sueños tan vívidos con él que, al día siguiente, creíamos que efectivamente habíamos estado con mi padre. Cosas muy de realismo mágico, muy macondianas. Mi padre se me presentaba en sueños de una manera muy vívida. Nosotros siempre bailábamos jazz, pero en el sueño bailábamos un vals. Él me decía entonces que sin dejar de bailar podía cambiar de dirección cuantas veces quisiera. "Es la última vez que te visito, ahora podés seguir sola", me advertía. Nunca más volví a soñarlo.
El maestro, su regreso a la televisión
El maestro, la nueva apuesta de ficción producida por Eltrece, Pol-ka y Cablevisión, ya comenzó con sus jornadas de grabación. La miniserie cuenta con un protagónico de Julio Chávez y un elenco encabezado por Inés Estévez.
Con guión de Romina Paula y Gonzalo Demaría, y la dirección del experimentado Daniel Barone, el unitario contará la historia de Prat (Chávez), un bailarín clásico retirado tras sus años como estrella internacional, que en el presente da clases en una escuela de barrio, con la ayuda de su amigo y socio Mario (Juan Leyrado). Cuando Prat espera en el aeropuerto el regreso de su hijo de España, deberá enfrentarse a la noticia de que el joven ha sido detenido al llegar a la Argentina. Por lo tanto, de un momento a otro, "el maestro" tendrá que hacerse cargo de su nieto, con quien nunca tuvo una estrecha relación y quien representará un profundo cambio en su vida.
Varios bailarines del Teatro Colón están, a través de la serie, haciendo tanto su debut televisivo como un arduo trabajo de coaching.
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