Impecable maquinaria escénica
Veladas fantÔmas/ Idea, dramaturgia y traducción: Ricardo Ibarlucía/ Actores: Julián Larquier Tellarini, Horacio Marassi, Marcelo Mariño, Giselle Motta, Jorge Prado, Pablo Sigal, Alberto Suárez y Katia Szechtman/ Composición y dirección musical: Gabriel Chowojnik/ Iluminación: Eduardo Pérez Winter/ Escenografía: Ariel Vaccaro/ Vestuario: María Emilia Tambutti/ Dirección: Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu/ Sala: CETC/ Próximas funciones: hoy, a las 18.30 y el domingo, a las 17 y a las 19.
Nuestra opinión: muy buena
A Fantômas le decían "el genio del mal" o "el emperador del crimen" o "el maestro del espanto". Para Agustín Mendilaharzu, uno de los directores -junto con Walter Jakob- de Veladas Fantômas, era un maestro del disfraz y del escape. Fue el protagonista de un folletín del 1900 que fue llevado al cine y que, tiempo después, devino en un radioteatro en el que estuvieron involucrados el poeta surrealista Robert Desnos, Kurt Weill, Antonin Artaud y Alejo Carpentier.
A 80 años de aquello, Fantômas volvió. Lo hizo (lo hace) en el CETC en una versión adaptada y traducida por Ricardo Ibarlucía, que cuenta con dirección musical de Gabriel Chwojnik y la dirección y puesta en escena de Jakob y Mendilaharzu. En esta "opereta radiofónica", así se presenta, se sintetizaron el relato y la cantidad de personajes para dejar ante la vista del espectador el perfil de este tal Fantômas y sus secuaces.
En manos de Jakob y Mendilaharzu -talentosos directores, cineastas, actores, músicos- la historia de este señor Celofán que se escapa, se duplica y reaparece en toda situación manchada de sangre es de un notable preciosismo.
La dupla propuso tres escenarios. En uno, está habitado por Chwojnik y los cuatro músicos. El escenario opuesto está ocupado por cuatro actores/locutores (Katia Szechtman, Alberto Suárez, Marcelo Mariño y Pablo Sigal) que son los que prestan la voz a cada personaje, a cada situación. En el centro, la acción misma (aunque, en verdad, toda acción viene en triplicado) a cargo de otros cuatro actores (Gisella Mota, Horacio Marassi, Jorge Prado y Julián Larquier) y un único elemento escenográfico (trabajo de Ariel Vaccaro) que, como el mismo Fantômas, adquiere distintas formas que se van desplegando ante la sorpresa y la inevitable risa del espectador.
Salvo en las pocas situaciones en las que los actores cantan (o actúan el canto), los personajes centrales hacen fonomímica sobre las voces de los otros cuatro actores/locutores. El artilugio tiene un grado de preciosismo superlativo. Los personajes hablan, pero sus voces, como el mismo Fantômas y su capacidad de estar en varios lados a la vez, viene de otro lado, el opuesto (y complementario) de aquel desde donde se escucha esa música que anticipa, complementa y remata situaciones.
En Velada Fantômas los personajes son planos, de gestos ampulosos, exagerados, al borde de la sobrectuación. En muchos sentidos, es un cómic o son crónicas policiales sensacionalistas o escenas de cine mudo con número vivo incluido. Todo es posible.
El mecanismo escénico para que todas estas capas entrenen en diálogo es el de un reloj (pero de los suizos). Un fino trabajo de encastre que tiene sus yapas: hay momentos en los que el trabajo gestual de Alberto Suárez y Pablo Sigal, aquellos que sólo prestan sus voces, entra en una extraña sincronía con la de los actores ubicados en la escenario central, como si todo se tratara todo de un gran engranaje de ilusionismo escénico que no esconde sus trucos. De ahí, ese Fantômas naïf.
En todo esto hay una mala noticia: como es costumbre (costumbre cuestionable), el CETC programó pocas funciones de Veladas Fantômas. De hecho, solamente quedan tres por delante.