I pagliacci, un verdadero teorema
Se ha dicho que I Pagliacci tiene la estructura de un teorema. Expuesta la proposición en el prólogo, los dos actos resultan su demostración. Y no está mal la referencia. Entre otras razones porque por detrás y por debajo de la explosión sentimental que propone Leoncavallo hay una construcción formal de sólido rigor lógico. Esto explica el porqué de su rotundez como obra concluyente y definitiva de un credo estético.
Es posible sospechar que sin Cavalleria rusticana no habría existido I Pagliacci. Al menos, tal como la concibió Leoncavallo tras la sensacional recepción de la ópera prima de Mascagni. Es cierto, se puede oponer a tan temeraria afirmación que I Pagliacci exhibe en varios puntos una superioridad respecto de su modelo. La orquestación es considerablemente más refinada y el lenguaje está más de acuerdo con lo que por entonces podía significar una respuesta al modernismo que llegaba desde el otro lado de los Alpes. El cromatismo de Leoncavallo es acusado y a él recurre con un sentido dramático que lo justifica y trasciende. Pero su estructura -fundamentalmente-, su vocalismo y su sello verista están demasiado comprometidos con los hallazgos de Mascagni como para sospechar que Cavalleria... tuvo para aquél un valor de muestra ejemplar.
Una vez más, los celos se convertían en la clave de la pieza de Leoncavallo, como antes en Carmen de Bizet (1875), en el Otello (1887) verdiano y en la propia Cavalleria (1890). Pero su concepción se parecía demasiado a dos obras teatrales anteriores, sobre todo a La femme du Taberin de Catulle Mendès. Fue este último quien, en conocimiento del libreto del operista napolitano, llevó su indignación hasta el propósito de iniciarle juicio.
Leoncavallo declaró entonces haber desconocido el trabajo de su admirado escritor y que en cambio se inspiró en un hecho real ocurrido en Calabria y juzgado por su padre en el tribunal de Cosenza. Luego se supo que el protagonista (Canio en la ficción) todavía vivía y que, tras haber salido de prisión, se hallaba al servicio de la baronesa Spovieri, en Calabria. Y aún más, que, conocedor de los problemas de Leoncavallo, se habría aprestado para declarar en su favor si hacía falta. De más está decir que Leoncavallo lamentó no haber conocido a este D'Allessandro, tal su nombre verdadero, pues le podría haber relatado su tragedia con toda la crudeza de una experiencia vivida.
Después de I Pagliacci, estrenado con éxito espectacular en el Teatro Dal Verme de Milán el 21 de mayo de 1892 con dirección de Arturo Toscanini, vinieron una decena de nuevas óperas además de operetas. Pero otra vez, como en el caso de Mascagni, I Pagliacci quedó como el "único" título de su autor, pese a esporádicas apariciones de algunas otras obras. Junto con Cavalleria rusticana, sus payasos estaban llamados a integrar un espectáculo completo, quedando así ligadas las dos obras más representativas del estilo de la "Joven escuela". Tal el festín lírico que nos espera en el Colón a partir del martes. El final de la tragedia se desencadena violentamente, para terminar con la clásica expresión final de todas las comedias de máscaras: La commedia e finita! Sólo que aquí, apenas murmurada, oficia a la manera de fúnebre conclusión del prólogo.
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