Humor y nostalgia
calicchio.om.ar, Made in Liniers / Dirección, libro e intérprete: Omar Calicchio / Piano: Juan Ignacio López / Escenografía: Jonathan Salorio / Proyecciones: Gabriel Ascorti / Vestuario: Luis Skupien.producción: Calicchio-Castagnino-Iacoponi / Sala: Molière, Balcarce 682 / Funciones: Viernes, a las 21 / Duración: 100 minutos.
Nuestra opinión: buena.
La nostalgia gusta, siempre gustó. El recurso que parece infalible para cautivar a un interlocutor es el anecdotario, bien contado por un buen cuentista, claro está. "El hecho de ser habitados por una nostalgia incomprensible sería, al fin y al cabo, el indicio de que hay un más allá", dijo Eugène Ionesco en El asesino sin gajes. Quizás ésa sea la razón de esta afición al pasado intangible contenido en los recuerdos. La trascendencia, el fin supremo del arte, es un deseo tan humano e inexplicable como el sentimiento de nostalgia.
En el corazón del barrio de Liniers, creció y vivió Omar Calicchio, uno de los actores más prolíficos del teatro musical argentino con una treintena de obras estrenadas en sus más de cuatro décadas de vida. Con la excusa de homenajear a su barrio, a los suyos y a su carrera, Calicchio recorre también la historia argentina con su unipersonal musical, que sube a escena en el Molière. Un jardín prolijito con el juego de sillas de hierro que toda familia de barrio tiene. Hasta duendes habrá. Allí, en esa preciosa escenografía, Omar recuerda su infancia sin TV, de travesuras, amigos, vecinos legendarios y marcas de jabón que ya no existen. Un tango, un vals criollo, tonada de un viejo amor, la nochera. Los nostálgicos no podrán dejar de cantar y reír con los recuerdos de Omar que son también los de todos nosotros porque Calicchio repasa la historia de nuestra cultura popular.
Acompañado por Juan Ignacio López en el piano, Calicchio invita al público a sumarse activamente sin forzarlo. Todo fluye, incluso algunos comentarios fuera de libreto aludiendo a desperfectos técnicos, que, si bien podrían evitarse porque ensucian la trama y no suman sentido, ponen de manifiesto la comodidad del actor como gran anfitrión de la velada y sus virtudes como monologuista. Sin embargo, aunque su interpretación es efectiva, entretiene y genera mucha empatía, Calicchio se desluce en lo coloquial, con un personaje que carece de la solidez compositiva que este actor demostró sobradamente en su larga trayectoria. Crece y contrasta en los cuadros musicales y en los momentos más dramáticos de la historia -una sutil, pero poderosa referencia a los años de la dictadura resulta conmovedora-, en los que el actor se transforma y produce una poética. Quizá la presencia de una mirada externa desde la dirección hubiera enriquecido la interpretación y pulido el relato, que por momentos se vuelve redundante.
Un final desopilante hace de broche de oro para esta pieza que alcanzará tanto a los memoriosos como a los amantes de la cultura argentina, despertará imágenes dormidas, provocará risas y lágrimas, y, sobre todo, será un emblema para los vecinos porteños, en especial los de Liniers.
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