House of the Dragon: por qué “El señor de las mareas” es el mejor episodio y el más triste
Reuniones familiares, disputas y muerte transcurren en un momento clave para los Siete Reinos en House of the Dragon; esta nota tiene SPOILERS
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Fueron apenas unos momentos, pero la familia Targaryen fue feliz. Incómodamente, en una reunión forzada por un padre, un rey con las horas contadas. Pero a la luz del fuego, este clan tuvo su último momento de paz antes de la anunciada guerra. Pero esta escena, por más buena que sea, no es lo único resaltante esta semana en House of the Dragon (La casa del dragón), que ofreció su mejor episodio al explotar eso que la hace especial, y diferente, a Game of Thrones, sino por darle a cada personaje un momento para brillar, pero en especial al rey Viserys.
A continuación, SPOILERS de House of the Dragon 1x08, “The Lord of the Tides” (“El señor de las mareas”):
La trama
Una herida en combate deja a lord Corlys Velaryon gravemente herido, por lo que surge la discusión de quién lo sucederá como señor de Driftmark. El heredero natural es el segundo hijo de Rhaenyra, Lucerys, pero el hermano de Corlys, Vaemond, quiere el castillo. En King’s Landing, un debilitado Viserys defiende lo establecido y enfurece por las acusaciones de Vaemond, quien le dice en su cara que los herederos son bastardos. Vaemond muere pocos segundos después por la espada de un veloz Daemon, tras lo cual la familia entera se reúne para una cena con el rey, quien pide paz y, por un momento, pareciera que así será. Pero horas después, unas palabras al oído de Alicent inclinan la situación al inevitable conflicto.
Herencia
A falta de guerra, la sucesión de Driftmark es el conflicto que reúne a los bandos. Tras seis años desde el último episodio, destaca el crecimiento de los hijos de ambos lados, así como el nacimiento de otros. Entre los Negros están los pequeños Aegon y Viserys, niños que nacieron del matrimonio de Rhaenyra Targaryen (Emma D’Arcy) con su tío Daemon Targaryen (Matt Smith); quienes se suman a los ya crecidos Jacaerys (Harry Collett), Lucerys (Elliot Grihault) y Joffrey. Por los Verdes de Alicent Hightower (Olivia Cooke) en cambio vemos a los adultos Aegon II (Tom Glynn-Carney), que ahora está casado con su hermana Helaena (Phia Saban), así como al tuerto Aemond (Ewan Mitchell), cuya pericia en combate no pasa desapercibida.
Con la familia extendida en un solo sitio, los conflictos están garantizados. Rhaenyra y Alicent, si bien mantienen la compostura, dejan ver que aún hay problemas entre ellas, en especial cuando se trata de la calidad de vida del rey Viserys (Paddy Considine), cuya necrosis no solo le arrebató un brazo, sino un ojo y parte del rostro. Son estas escenas iniciales donde Considine confirma lo que es uno de los mejores actores de la serie, al captar la vulnerabilidad de un hombre que, se supone, es el más poderoso. Una apertura de sentimientos que no parece haber sido repartida por igual entre su descendencia. Al menos no en cómo ellos tratan a los demás.
Podría decirse que Rhaenyra es quien heredó todo lo bueno del rey, mientras que los hijos de Alicent no (volveremos a esto luego). En ese contexto es cuando tenemos una de las mayores escenas de la princesa heredera, quien se acerca a la recámara de su padre y le pide zanjar el asunto de la sucesión. Asimismo, cansada por esta vida de conspiraciones, le consulta a su padre nuevamente por la profecía del Príncipe que fue Prometido, que se mencionó en el primer episodio y que, en apariencia, no era más que un vínculo con la serie original, una curiosidad. Sin la respuesta que espera del padre, Rhaenyra llora, se inclina hacia adelante y hacia atrás como si una madre la estuviese acurrucando. De pronto, es nuevamente una niña que necesita afecto y seguridad.
Los bandos sobre la sucesión están claros. El de los Negros consiguió el apoyo de la princesa Rhaenys (Eve Best), que está dispuesta a casar a sus hijas con los príncipes Jacaerys y Lucerys, garantizando así que su linaje permanezca tanto en el Red Keep como en Driftmark. Los Verdes están con Vaemond (Wil Johnson), cuya experiencia garantiza por un lado que el castillo será buena defensa contra los atacantes de las Ciudades Libres, y por otro también limita el poder que puedan obtener los Negros. La controversia termina cuando Viserys le hace su último favor a Rhaenyra en otra gran escena en la que lo vemos al borde del arrastre cuando quiere llegar sin ayuda al Trono de Hierro. No puede, así que entra Daemon, que muestra con hechos lo mucho que ama a su hermano. Lo acompaña al trono, incluso le vuelve a poner la corona cuando se le cae (un simbolismo evidente, pero efectivo). Matt Smith otra vez desarrolla a su personaje con pocas palabras.
Pero el juicio de Viserys, tan sensato como su febril mente le permite, no satisface al desubicado Vaemond, quien acusa abiertamente a los príncipes Velaryon de ser bastardos y a Rhaenyra de ser una ramera. No dijo mucho más, pues Daemon le corta la cabeza a traición delante de todos. Así, con la injuria resarcida y los derechos de sucesión claros, el camino está libre para un final feliz… momentáneamente.
Familia
Algo que caracteriza a House of the Dragon y que Game of Thrones no tocó en nivel similar, es la complicada relación en una familia extendida, donde todos quieren su tajada. Encima, los conflictos de años pasados no se han olvidado, por más que el rey pida paz. Aegon es un desastre como ser humano, un haragán, bully y violador sexual que necesita tener a alguien bajo la bota para validar su existencia. Aemond, si bien no es tan narcisista, es más conflictivo y no solo de palabra, también de acción. Quien sí se diferencia mucho de ambos es Helaena, hermana y esposa de Aegon.
¿Qué llevó a estos dos hermanos a ser personas tan detestables, más aún si se los compara con los educados hijos de Rhaenyra? No faltarán análisis de personajes en los episodios y temporadas posteriores, cuando haya no solo avanzado la guerra, sino el tiempo de los personajes en pantalla. Por un lado está Alicent, madre obsesionada con el trono para garantizar su sobrevivencia, cuyo esposo físicamente enfermo es más bien una figura en segundo plano; por el otro, la princesa heredera Rhaenyra, viuda que ahora está casada con Daemon, pero en cuyo entorno no han faltado figuras paternas, como el mismo Laenor y también Harwin Strong. La conversación en redes sociales, que se reduce a que Alicent solo es una “mala madre”, no solo es injusta, sino incompleta.
Así, con todos estos problemas Viserys convoca la cena. Los hijos de Alicent provocan a los de Rhaenyra, pero la compostura se mantiene ligeramente. El rey, tal vez presintiendo su próximo final, apela a la unión de la familia y en un acto simbólico de transparencia, se quita la máscara que oculta su deformidad. Ahora solo es un viejo, lisiado y enfermo que pide entendimiento. Y al menos esta noche, lo consigue. Hay baile, risas, una sensación leve de plenitud que dura hasta que él, ya cansado, se va a sus aposentos. Ahí empieza el despelote donde ni siquiera las palabras de comprensión que Alicent y Rhaenyra se dedican mutuamente encubren la mala sangre.
Profecía
Los lectores de “Canción de hielo y fuego” saben, incluso con mayor certeza que los que vieron la serie original, es que las profecías son complicadas. Cada quién las interpreta como quiere, sea como sustento de agenda o justificante de prejuicios. En el universo de George R.R. Martin, la clarividencia no cambia el destino tanto como las intenciones de la gente al conocer su “futuro”.
Por eso el momento en el que Alicent escucha a medias la profecía del Príncipe que fue Prometido no cambia nada. La paz que Viserys quiso no tenía asidero cuando la sangre ya había sido derramada. No interesa si Alicent cree que dicho príncipe es su hijo Aegon, o ella misma (en alto valyrio la palabra príncipe no tiene género). Ahora solo vale que ella tiene una excusa para avanzar su propia agenda. Ni siquiera necesita testigos de tales palabras cuando detrás de sus acciones hay una voluntad clara.
Aquí volvemos al Viserys que solo quería un legado e hizo lo que sea por conseguirlo. Matar a su primera esposa, la violación marital a Alicent o hacerse el ciego cuando era más importante que nunca que abriera los ojos. Su gobierno tuvo paz, pero sembró las semillas para la mayor guerra. No fue un gran hombre, ni siquiera una gran persona. En cambio, sí fue lo suficientemente humano (otra vez, gran trabajo el de Paddy Considine) como para mostrarse en felicidad y sufrimiento y que los demás sientan junto a él un último, agotador, suspiro.
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