Prototipos: Grandes clásicos, reciclados, creaciones artesanales, autos cuerdos con dueños locos
Una clase de historia
Diego Herrera, colectivero y dueño de un Plymounth 57
“Yo me compré el auto y, automáticamente, me creció el jopo”, rubrica Diego Herrera (28), desde el incómodo asiento elástico del 216, el colectivo de línea con el que cubre, durante 10 horas diarias, el trayecto Morón-San Miguel. Pero Herrera no se irrita. No demasiado: cuelga los dados en el espejo, pone un casete de Richie Valens o Paul Anka, se arremanga la camisa azul sobre su remera blanca y se peina el remolino de la frente… “Y cuando vuelvo del trabajo”, declara, “me siento en mi clásico a escuchar baladas. Es una terapia: me relaja”. Su máquina, matrona de la Convención de Autos que, una vez al año, la productora Crimen Organizado realiza en el Golf Club de Ituzaingó, es un Plymounth 57. “Un clásico americano” que encontró tirado en un campo de Navarro, provincia de Buenos Aires.
Su amor por él, dice, se gestó cuando estaba en la primaria y miraba aturdido la serie Historia del crimen. “Al mismo tiempo, mi vieja me regaló un casete con los grandes éxitos de Elvis y me decidí. Pensé: mi sueño es vivir en el tiempo, estar en los 50 para siempre. Esa es mi locura.” ¿Por qué? “Porque tener un auto así es como dar clases de historia. Para mi, lo mejor son las aletas de mi clásico y una linda fuente de soda. ¿Mis amigos y mi familia…? Dicen que estoy drogado.”
Ojos de V8
Carlos Carvajal, Escultor de carrocerlas
Lo de Carlos Carvajal es una cuestión de herencia. Su padre era escultor y, por eso, él creció (como más tarde su hijo, Daniel) bajo chapas de taller. “A los 9 años hice mi primera soldadura. ¡Una bicicleta triple! Arriba viajábamos diez”, relata. A los 21, soldó su primer auto: una catramina Chevrolet ocre que, como trabajo debut, transmutó en furioso Hot-Rod. “En la jerga mecánica: un auto personalizado que conserva como eje un motor v8, sobre el cual un buen escultor descarga su arte”, explica don Carvajal. El resultado de su primera invención consiguió un lugar en el Museo de Balcarce y, su mano, la felicitación de Fangio. Un hit que lo convirtió en “buscado” dentro del ambiente del fuselaje, por su precisión como precoz escultor y un bonus profesional: su capacidad igualmente diestra para la chapa y la pintura. Una rareza. Así surgió su cotizada marca personal: Carroza Fina. Y, bajo ese nombre, trabajó 15 años diseñando para el tc 2000. Ahora, persiguiendo el viejo slap salvaje del rockabilly (“Porque el rock y los autos van de la mano”, dice) volvió al Hot-Rod. La máquina de la foto es su última Chevy: una “chata” que le costó ocho hojas de chapa, 60 mil dólares, siete viajes a los Estados Unidos para buscar piezas (“Y comprar camisas en la pilchería de Stallone”) y tres años de su vida. Pero él no dice nada. “Yo no dibujo, no uso fibra y tampoco inflo partes”, atestigua. Y termina: “Corto a ojo, agarro un martillo y, si no me gusta como quedó, lo vuelvo a hacer. A ésta la corté 15 veces… ¿Cuánto tardé? ¡Qué importa! Total… el tiempo pasa igual”.
Fugitivo y suburbano
Daniel Carvajal, Mecánico de autos americanos
“El Pontiac es el padre de los autos americanos.” Al menos eso es lo que dice Daniel (35), el hijo único de Carlos Carvajal. Y hay que creerle. “Es lo máximo”, arremete. Y sigue, retrospectivo: “Mi historia con este Trans am empezó cuando tenía 11 años. Llegó 0 km al barrio. Imaginate: en Morón, calle de tierra, esta nave fugitiva… ¡Una locura! Yo la veía pasar y me iba corriendo atrás, para poder observarla de cerca”. Ya en esa época, Carvajal junior sabía que había seguido en el oficio a su padre porque no podía (ni quería) hacer otra cosa. “En el 98 estaba en un encuentro de autos y se me acercó un pibe. Me dice: «Mirá, yo tengo un Trans am igual, que era de mi viejo… ¿te gusta? No lo vendo». Así que le pedí que me lo trocara por un Nissan sx Turbo, recién comprado. Y caí a mi casa con este cachivache que no tenía motor, ni tapizados, ni nada… ¿Qué pasó? ¡Dormí afuera una semana!” Lo restauró a nuevo… ¡él solo! Ahora, Martín Palermo lo persigue para comprarle esos 500 caballos de fuerza. Pero él no quiere escuchar cotizaciones del special de su adorado Burt Reynolds: “¡Es más, hasta le puse la antenita original de la película Bandido!”. Lo esconde en su taller, bajo una frazada. “¿Qué es un special? Y… mi auto, miralo”, ajusta para terminar. “Un fuselaje original con mecánica moderna. Una máquina musculosa, que le dicen.”
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