Horrorland: un recetario del slasher sin demasiada personalidad
La fórmula clásica del género -adolescentes y una fiesta con alcohol y drogas como escenario- convierten al film sueco en una amalgama de clichés sin nada nuevo para contar
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Horrorland (Karusell, Suecia/2023). Dirección: Simon Sandquist. Guion: Mårten Gisby, Filip Hammarström, Henry Stenberg. Fotografía: Andres Rignell. Edición: Simon Sandquist. Elenco: Wilma Lidén, Omar Rudberg, Amanda Lindh, Ludvig Deltin, Embla Ingelman-Sundberg, Emil Algpeus. Calificación: Apta para mayores de 16 años. Distribuidora: BF Paris. Duración: 93 minutos. Nuestra opinión: regular.
Una Halloween a la sueca. Así podría resumirse la premisa y aspiración de la incursión en el horror que propone Simon Sandquist, una amalgama entre el relato de estudiantina, borrachera y bromas pesadas y el slasher mascarado de Halloween, el clásico de John Carpenter. No hay nada nuevo más allá de la relocalización de la fórmula en el espectacular parque de diversiones Liseberg en Gotemburgo (el más grande de la región escandinava), ambientado como un inmenso laberinto de montañas rusas, atracciones acuáticas, túneles plagados de zombis y esqueletos, y todos los escenarios posibles para acorralar desprevenidos visitantes. Lo que juega a su favor, además de la exuberante ambientación, es la estrategia de depuración del relato, sin preámbulos demasiado prolongados para presentar a los personajes y escalonando las razones para reunir a un grupo de adolescentes a merced de un asesino salvaje en breves postales del pasado: una fiesta con alcohol y drogas, dos invitadas inesperadas y una muerte en el bosque entre risas y disfraces.
En el presente, Fiona (Wilma Lidén) trabaja en el parque de diversiones y debe quedarse a cubrir el turno nocturno justo en la víspera de Halloween. Todos sus compañeros ensayan sus actos estelares, disfrazados de zombis o vampiros, maquillados para la fiesta del horror del día siguiente. Cuando todo queda vacío y llega la noche, aparecen unos revoltosos visitantes: un grupo de su antiguo colegio ha recibido una invitación especial para disfrutar del parque horas antes de su apertura oficial. Hacía exactamente un año que no se veían, desde la muerte de Petra en la malograda noche de brujas del año pasado. Sin teléfonos, envueltos en la nocturnidad y en la emergente culpa, el grupo deambulará por el parque perseguido por un asesino enmascarado, blandiendo el hacha como instrumento elegido para venganza.
Sandquist nos propone el más tradicional slasher: chicos gritones que corren por todo el parque escapando de una silueta con overol y careta de porcelana. Entre ellos asoman los amores cruzados, las rivalidades y acusaciones por el pasado, el pavor ante los primeros hachazos. Sin embargo, la simpleza del esqueleto narrativo no conduce a la efectividad de los recursos sino al temprano agotamiento del interés por la historia. Cuando en el terror todo funciona dentro del horizonte de expectativas, lo que queda es la efectiva concreción del miedo y el impacto. Aquí no hay mucho más que el uso repetitivo del encierro, algunos sustos demasiado anunciados, muertes torpes y dispuestas para la cámara, y una revelación final bastante perezosa.
Es bienvenida la depuración de la gimnasia del género, sin vericuetos pretenciosos o distanciamientos autoconscientes, pero Horrorland pierde la carnadura de su relato rápidamente, fracasa en forjar su personalidad más allá de la fórmula, y descansa en un recorrido convencional, sin actuaciones destacables ni escenas memorables. Sandquist tiene a su favor asombrosos escenarios, espacios perfectos para poner en escena lo más efectivo del terror, pero no consigue dar cuerpo a ese recetario, lo ejecuta con apatía y sin esa chispa que tienen las películas que vale la pena recordar.
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