Proyectos urbanísticos megalómanos, contacto callejero y una vieja fantasía presidencial. Cuál es la estrategia del jefe de gobierno para dejar en la ciudad de Buenos Aires una huella más grande que la de Macri
¿Qué se necesita para incomodar a Horacio Rodríguez Larreta? ¿Qué se requiere para detonar en su cara una coreografía de muecas nerviosas que parecen escapar de su control, al punto de desencajar sus ojos y correrle la boca de lugar, y convertirlo en un Picasso viviente al mando de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires? Se necesita realmente muy poca cosa. Un tachero de Barracas lo acaba de conseguir con mínimo esfuerzo y sin habérselo propuesto. Cuando lo nombraron, el taxista Gabriel levantó los rulos de la silla plegable marrón. El legislador macrista Juan Pablo Arenaza, usual moderador de estos eventos, fue quien lo mencionó. Y Gabriel, que una hora antes se había anotado en una lista de interesados en hablar con el alcalde, levantó la mano para que Rodríguez Larreta y todo su equipo lo identificaran. Al segundo, uno de los asistentes de Larreta, lookeado como casi todos con una chomba blanca y el logo de Participación Ciudadana, le arrimó un micrófono. Con un ligero carraspeo, Gabriel acomodó los mil clavos de su garganta, para darle las “gracias a Horacio por visitar nuestro querido barrio y a nuestro querido club”. Su tono tanguero, cocobasileano, invadió la canchita de fútbol 5 de cemento: retumbó en el techo de chapa del Juventud Unida de Barracas y logró, casi por primera vez en la hora larga que iba de reunión, ya cerca de las 8 de la noche de este jueves de septiembre, que los presentes hicieran silencio. Hasta los pibitos que peloteaban a un costado se sintieron obligados a bajar la intensidad. HRL correspondió el gesto de Gabriel con un cabeceo mecánico. Y ahí, cuando el tachero lo tuvo con la guardia semibaja, le pasó factura: “El estado del Argerich es una vergüenza, Horacio. Usted, que es peronista, tiene que hacer como hacía el General: ir a los lugares sin previo aviso. Si no se lo arreglan un rato antes para que parezca todo hermoso”.
El alcalde, cuyo legado e imagen pública están aún en construcción, quedó descolocado. Más que el reproche por la situación del hospital, un tipo de escena a la que está acostumbrado, lo shockeó la atribución de una supuesta identidad peronista. Si bien desde que reemplazó a Macri en el Gobierno se somete tres veces por semana a encuentros de este tipo, realizados en clubes, bares, sociedades de fomento, CGPs, escuelas y cuarteles de bomberos, esa línea del tachero sí que no se la vio venir.
Tras la intervención de Gabriel, en la cara de Rodríguez Larreta se vivieron momentos de dramatismo, un terremoto interior que trepó alto en la escala Richter. La sonrisa se le onduló hasta casi exceder los límites de su cráneo anguloso. Su cuerpo entero vibró, incluso en las partes que no lo suelen hacer: HRL padece un desorden conocido como temblor esencial, el más común de los temblores involuntarios, según reveló hace algunas semanas en el programa Animales sueltos. Fue un reportaje pautado para que hablara por primera vez en público sobre lo que ya era un secreto a voces entre políticos, periodistas, amigos, adversarios y todo aquel que lo mirara de cerca tomar un vaso de agua: las manos del alcalde se sacuden en contra de su voluntad. “Tengo mal pulso desde chico”, le explicó a Alejandro Fantino, en un intento por despejar dudas acerca de su condición y, sobre todo, negando que se tratara de algo grave y degenerativo como el Parkinson. Con temblor esencial puede tranquilamente seguir adelante con su carrera política, sin descartar la hipótesis de volver a suceder a Macri, dentro de tres o siete años, pero esta vez en la silla más poderosa, la presidencial.
Horacio Rodríguez Larreta fantasea con ocupar ese cargo desde que estaba en jardín de infantes. El mismo cuenta esa anécdota. Lo dice en una forma no buscada (o quizás sí: él hace terapia desde hace años y cree en el poder del inconsciente) de diferenciarse de Macri y a la vez definir un perfil ganchero. Al actual presidente la vocación por ser un representante público se le presentó recién a los 40 años, en huida psicológica del mandato paterno de Franco, quien pretendía que fuera su heredero en la empresa. Para Rodríguez Larreta, en cambio, la presidencia de la Nación es el sueño del pibe. Literalmente.
Rodríguez Larreta calcula que hay un 40% de la ciudad que no está consolidada. "La decisión de que crezca la población será de la gente", dice.
A esta altura, ya superadas las 100 juntadas, más las que el alcalde organizaba cuando era jefe de gabinete de Macri y estaba en campaña (Gabriela Michetti denunciaba entonces que Rodríguez Larreta aprovechaba recursos del Estado a su favor), casi no surgen planteos inesperados para él y su troupe. Los temas tienden a repetirse, a pesar de los matices entre barrios y las evidentes diferencias sociales entre el sur y el norte de la ciudad. El censo a ojo les da que la inseguridad lidera el ranking de las preocupaciones; y de ahí se pasa directamente a los problemas entre locales y localísimos: veredas rotas, baches, ausencia de semáforos y tachos de basura, vecinos ruidosos y humedad en las medianeras. La famosa grieta entre kirchneristas y macristas, sobrerrepresentada desde los medios y las minorías politizadas, pasa de largo en este tipo de charlas. El reclamo por el estado del Argerich que hizo el taxista Gabriel, y por el de los hospitales públicos en general, fue prácticamente una rareza: en una ciudad con tres millones de habitantes, sólo 600.000 personas se atienden en los hospitales municipales, y la mayoría ni siquiera vive en la Capital. “Por eso les ganamos a los progres: hablan de cosas que a los porteños no los afectan”, se jacta uno de los generales políticos de Rodríguez Larreta.
A la obsesiva maquinaria larretiana, una especie de mini-Estado itinerante de gira por los barrios, no se le escapa casi ningún detalle. Lo que tampoco significa que no existan conflictos ni desbordes en los mano a mano. Unos días antes de la reunión de Barracas, una realizada en el CGP de Parque Chacabuco se puso picante: Rodríguez Larreta blanqueó el proyecto de poner un bar dentro de ese enorme parque, habilitando un bochinche de acusaciones sobre la supuesta agenda privatizadora del PRO (según el cálculo del Observatorio del Derecho a la Ciudad, desde 2007 a la fecha el PRO vendió o concesionó 200 manzanas públicas por ley o decreto).
El día y lugar de las performances no se anticipan ni difunden a la prensa, para evitar que sean copadas por militantes de la oposición. Sólo se anuncian por teléfono fijo y en voz del propio alcalde, quien convoca así: “Hola, soy Horacio Rodríguez Larreta y te invito a tomar un café”. Si uno acepta la oferta, tiene que llamar al número que indica Rodríguez Larreta y dejar su nombre y DNI: recién así podrá acceder a la cita con el gobernador capitalino. A ese aviso se le suma el run run barrial, más la movida de comuneros y los (escasos) punteros PRO. Con tales medidas de seguridad, se vuelven excepcionales los momentos incómodos para Rodríguez Larreta. Además, el cara a cara disuelve el matonerismo anónimo que es ley en las redes sociales.
Los malentendidos, sin embargo, siempre se abren paso. El taxista Gabriel acaba de poner al líder en jaque, con la mera adjudicación (elogiosa, en su boca) de una trayectoria e identidad peronistas. ¿Rodríguez Larreta es o fue alguna vez simpatizante del PJ? Mientras Gabriel citaba al viejo general, Rodríguez Larreta hacía muecas desconcertantes, pero sin llegar a desmentirlo. Y cuando el taxista cedió el micrófono, tampoco lo negó. En ningún momento consolidó un gesto de rechazo que fuera inequívoco para Gabriel y para las otras 200 personas. No pudo o no quiso decir “disculpen, pero yo no soy peronista”, con la misma naturalidad con la que lo puede hacer (y efectivamente lo hace) Mauricio Macri.
En los medios de comunicación, Rodríguez Larreta quedó a la sombra del presidente y de la gobernadora María Eugenia Vidal. Su triunfo del año pasado, una vez que Macri volcó la interna contra Michetti en su favor (Rodríguez Larreta arrancó la campaña 10 puntos abajo de la actual vicepresidenta), no fue una sorpresa para nadie, aunque sí lo fue que Martín Lousteau estuviera cerca de birlarle el triunfo en el balotaje. La Capital es el núcleo electoral donde pivotea el PRO. Desde ese lugar invisible que le tocó, Rodríguez Larreta sigue en la búsqueda del ideal de sí mismo. Y lo hace con la ayuda de un gabinete de saldo compuesto por figuras desconocidas (las primeras líneas se fueron a Nación y provincia de Buenos Aires), a diferencia del que tuvo Macri en sus ocho años de gobierno porteño: Rodríguez Larreta, Gabriela Michetti, María Eugenia Vidal, Diego Santilli y Esteban Bullrich fueron ministros de la Capital con un perfil más alto que el de los actuales. Así, Larreta persigue un poco a tientas su propia marca, tanto la personal como la de su gestión, siempre en función de cumplir con la premonición que arrastra desde los cinco años: ser presidente. Mientras tanto, no descarta ninguna caracterización que suene amigable. Y mucho menos en Barracas, donde hace añares nació la melodía de la Marcha Peronista.
A diferencia de los timbreos prefabricados de Macri, el loop de reuniones vecinales le permite al alcalde no perder conexión y control sobre la realidad por abajo. “Me da la sensación y el pulso de lo que piensa la gente”, dice Rodríguez Larreta a Rolling Stone. “Me ayuda mucho para captar la diversidad de la ciudad, por más que ya conozca los temas. Siempre algo aprendo.”
Pero el Rodríguez Larreta punteril tiene una contracara monumentalista. Tiene en carpeta una decena de megaobras. También piensa vender algunos espacios públicos y modificar el Código de Planeamiento Urbano (la ley que establece qué se puede construir en cada sector de la ciudad). De cumplir con la mitad de lo planeado, su huella en la Capital será mucho más profunda que la de Macri, y estará a la altura de la de Carlos Grosso y Osvaldo Cacciatore.
El Gobierno calcula que hay un 40% de la ciudad que no está consolidada. Sobre esa porción, que a su vez podría subir la cantidad de habitantes porteños de tres a cinco millones, pusieron sus ojos de rayo láser las desarrolladoras inmobiliarias. “La decisión de que crezca la población no es nuestra, será de la gente”, dice Rodríguez Larreta. “Hay mucho lugar para crecer, aunque no depende sólo de los gobernantes. Lo que sí podemos hacer es generar condiciones para un crecimiento ordenado: desalentando el uso del auto, sin autopistas que crucen la ciudad, con más espacios verdes, zonas peatonales y ciclovías.” Si bien elude las definiciones que lo aten a un modelo de ciudad exclusivo (aunque alguna vez mencionó Amsterdam y Copenhage), el alcalde acepta dar algunas pistas: “Lo ideal sería que cada barrio tenga un mix de usos, para que ahí la gente pueda vivir, trabajar y recrearse. Es una locura que alguien tenga que viajar una hora de Devoto al centro para ir a una oficina”.
En marzo de 2017, el larretismo presentará el proyecto de ley para concretar el cambio. Mientras tanto, ya creó un Foro de Desarrollo Urbano, cuya función es asesorar al Gobierno y discutir el futuro de la ciudad. Entre los invitados figuran los actores más poderosos del real state en la Argentina: Eduardo Costantini, Eduardo Elsztain (principal accionista y presidente de IRSA), Milagros Brito (titular de Vizora), Rudi Boggiano (presidente de Constructora Sudamericana), Toribio Pablo de Achával, Justo Solsona y Federico Weil (CEO de TGLT).
La administración de Rodríguez Larreta tiene al menos diez proyectos en agenda que cambiarían una buena parte de la fisonomía de la ciudad. Entre otros: la construcción de una autopista que unirá la Illia con la que va a La Plata, y evitará el tráfico pesado en la zona del Bajo, Retiro y el puerto; la implementación de una megacentral subterránea en el Obelisco, para que vincule la red ferroviaria con el norte (Retiro) y el sur (Constitución); la mudanza de predio del Cenard de Núñez a Villa Soldati; la fundación de un llamado Distrito Joven sobre la Costanera Norte, donde irían a parar un conjunto de bares y boliches; la urbanización de la Villa 31; la reutilización de 13 de las 16 hectáreas del predio del club Tiro Federal, frente a la cancha de River (ya aprobada por la Legislatura), para armar un Parque de la Innovación (sobre el sector que da a la Avenida Libertador se construirían torres); la venta del Mercado de Liniers, con posible destino inmobiliario; y la construcción de un shopping inmenso en Caballito (sería el más grande de la Argentina). Tras cuatro intentos fallidos, en parte por la resistencia de los vecinos, el Gobierno presentó en septiembre un proyecto para que la desarrolladora IRSA pudiera finalmente levantar otro shopping. “Es un terreno privado, y la empresa se comprometió a abrir una calle”, se ataja HRL, tratando de despegarse de la poderosa IRSA, cuyo gerente de Relaciones Institucionales fue durante años Augusto Rodríguez Larreta, su hermano.
Semanas atrás, el Gobierno a su vez mandó a la Legislatura el presupuesto para 2017: sus ejes son la inversión en obra pública, políticas sociales y el friccionado traspaso de parte de la Policía Federal a la Capital (muchos federales lo perciben como una degradación). El Gobierno también prevé compensar parcialmente la mayor promesa incumplida que dejó Macri en la ciudad: la de construir 10 kilómetros nuevos de subte por año. Ahora Rodríguez Larreta quiere poner $3.500 millones para mejorar las frecuencias de las líneas A, B, C y D, y extender la E y la H.
Rodríguez Larreta diseñó su presupuesto con un ojo y tres cuartos puestos en la legislativa del año próximo. Si bien convive con una oposición minoritaria y dividida (con 29 legisladores propios, el PRO consigue fácilmente la mayoría de los 31 votos), el alcalde mira hacia Estados Unidos con cierta preocupación electoral. Ahí, en Washington duerme y trabaja el único adversario al que considera amenazante: desde su aire progre no peronista (requisito clave en Capital), el embajador Martín Lousteau alimenta el mito de su posible vuelta para competir en 2017.
De aprobarse, el presupuesto de Rodríguez Larreta aumentará casi en un 50% la inversión en obra pública y un 161% la plata para construir viviendas. En este último punto concentró sus fichas para intentar una carambola triple: inclinar en su favor el balance de la historia sobre la calidad de su gestión; emanciparse definitivamente de Macri; y que no lo vengan a correr por izquierda, mucho menos Lousteau desde el imperio yanqui. Rodríguez Larreta quiere ser recordado como el alcalde que urbanizó las villas porteñas, empezando por la inmensa 31 de Retiro, donde viven más de 40.000 personas.
Con la ayuda del endeudamiento externo, el objetivo de Rodríguez Larreta es pavimentar las calles, arreglar las fachadas, corregir las estructuras de las construcciones, iluminar, generar espacios verdes y proveer servicios públicos. La autopista Illia, hoy un tajo de asfalto que atraviesa la villa, se redireccionará hacia los terrenos ferroviarios. Y donde hoy está su traza habrá una especie de parque elevado. Para lograrlo, el Gobierno acumula horas de negociación con los vecinos de la villa: unas 1.200 casas, muchas de las cuales están debajo de la Illia, deberían ser relocalizadas. “Yo prefiero decir integrar, porque urbanizar suena a ladrillo nomás”, promete el alcalde.
Antes de ganarse la confianza de Macri y consolidarse como su CEO por ocho años, antes de poner a un pinche suyo en cada dependencia municipal y alcanzar el 51,64% en el balotaje contra Lousteau, Rodríguez Larreta fue funcionario de Carlos Menem y Fernando de la Rúa. Ahora Larreta esconde el dato de su CV y explica que sus aportes fueron estrictamente técnicos, en un intento por disimular la bambalina de rosca implícita en los dos nombramientos. Pero lo cierto es que ambos ascensos en el Estado estuvieron atados a una serie de negociaciones políticas, en las que Rodríguez Larreta estaba parado (y así era visto por todos) como un soldado de la causa peronista. Incluso en el gobierno de la Alianza, su designación como uno de los tres interventores del PAMI surgió desde un gesto de De la Rúa hacia el peronismo opositor de Eduardo Duhalde. Los otros dos puestos en la dirección del PAMI fueron para Cecilia Felgueras (por la UCR) y Daniel Tonietto (por el extinto Frepaso). En la obra social de jubilados, y en otras áreas del gobierno aliancista, De la Rúa repartió así el poder en busca de gobernabilidad.
La biografía de Larreta contiene multitudes, muchas veces contradictorias entre sí. Va desde el abolengo de su doble apellido hasta los baños populares que se da en nombre de la derecha moderna PRO, con escalas en el desarrollismo, el PJ, el fanatismo racinguero y una de las primeras ONG orientadas a la política.
El primer Rodríguez Larreta famoso fue su tío abuelo, quien como procurador general de la Nación blanqueó el golpe de Estado de Uriburu de 1930. El papá del actual alcalde, Horacio Rodríguez Larreta Leloir, participó del Movimiento de Integración y Desarrollo (el MID). Fue muy cercano a Arturo Frondizi y a Rogelio Frigerio, al punto de que en su casa se hacían algunas reuniones del MID. Desde que Macri definió la doctrina de su partido como desarrollista (una forma simpática de no ser peronista ni radical), HRL empalma aquel pasado con la ideología PRO. “Yo, con siete años, me paraba al costadito y escuchaba. Tengo sangre desarrollista”, afirma a sus 50 años.
Rodríguez Larreta se hizo varoncito durante la dictadura y estudió Economía en la UBA con el alfonsinismo. Se recibió en 1988 y empezó a trabajar en Esso, como analista de operaciones financieras, hasta que dos años después se fue a Harvard para hacer una maestría en Administración de Empresas. En ese lapso su discurso desarrollista giró al liberalismo que se imponía dentro y fuera de las aulas. Se sirvió, sin embargo, de sus contactos con dirigentes del MID, que a su vez formaban parte del elenco menemista. Apenas llegado de Estados Unidos, entró en la Gerencia de Inversiones Extranjeras del Ministerio de Economía, entonces a cargo de Domingo Cavallo.
En 1995 dio su primer gran salto, al ocupar una Gerencia en la ANSES. Y en 1998 dio el segundo, cuando Menem designó al cantante y ex gobernador tucumano Ramón “Palito” Ortega en la Secretaría de Desarrollo Social. Su objetivo era foguearlo como su sucesor presidencial. Esa secretaría tenía rango de ministerio y había sido creada en 1994, cuando la pobreza ya se revelaba como un problema autónomo, estructural y en franco crecimiento. Por debajo de un Palito bastante descomprometido con su cargo, Menem puso a tres subsecretarios para que se ocuparan del día a día. Los elegidos fueron: Santiago de Estrada (actual secretario de Culto de Macri) en el rol de primus inter pares con experiencia en el Estado; el hoy kirchnerista Jorge “Coqui” Capitanich para ocuparse de la relación con intendentes y gobernadores; y Rodríguez Larreta en su habitual papel de técnico obsesivo.
Su siguiente ascenso llegó en 2000, cuando la Alianza prometió transformar en una “cajita de cristal” el PAMI, símbolo de la corrupción menemista. En una ofrenda de paz al duhaldismo, De la Rúa designó a Rodríguez Larreta como interventor. Y de la mano del hoy alcalde, su por entonces mano derecha también ligó un cargo y una oficina con vista abierta: a los 27 años, María Eugenia Vidal fue nombrada subgerenta de Recursos Humanos, con un sueldo envidiable de 2.500 pesos y despacho en el quinto piso de Perú 169.
Pese a su fama de asceta, Rodríguez Larreta siempre tuvo un olfato pragmático. A mediados de los 90 fundó el precursor Grupo Sophia. Desde ese think tank reclutó estudiantes avanzados de ciencias sociales, políticas y económicas, y formó equipos capaces de hacer diagnósticos políticos y redactar planes de gobierno (muchas veces inaplicables). Sophia funcionaba como una agencia de colocación estatal para sus ambiciosos integrantes, empezando por Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal. Mientras se cocinaba la bomba de tiempo de 2001 y crecía el desprestigio de los partidos, él diversificaba sus fichas: un poco en la política y mucho en el Grupo Sophia. Una vez que el gobierno de De la Rúa se derrumbó, su GPS mental lo acercó al dúo empresario de Macri y Francisco de Narváez. Aprovechó la billetera generosa de De Narváez, y les vendió programas de gobierno a sobre cerrado: Sophia se volvió la columna central del PRO. La creación más original de Rodríguez Larreta terminó absorbida por Macri y por el Estado.
En el escenario del microestadio de Tecnópolis, Rodríguez Larreta se transforma en un predicador. Camina por el escenario y discursea sin leer sobre la ciudad de sus sueños. Lo escuchan unos 2.000 intendentes de todo el país, convocados por el presidente Macri para dar una señal de unidad. El alcalde porteño ya superó largamente los diez minutos que duró el brevísimo speech de apertura de Macri. Arrancó con un dato inquietante sobre la vuelta de la población a las ciudades: si hoy un 55% del mundo vive en las urbes, en 2050 ese porcentaje saltaría el 80%. Después enumeró sus prioridades para la Capital: urbanizar la Villa 31 de Retiro y que sus habitantes tengan acceso a servicios básicos, como luz, gas, agua, cloacas y hasta espacios verdes; darles prioridad a los peatones y las bicicletas en detrimento de los autos; apostar al transporte público; y mejorar la convivencia entre porteños, desde un punto de vista casi existencial.
De fondo, dos pantallas muestran la Villa 31 del futuro. “El barrio 31”, se corrige Larreta. Los renders prometen una familia idílica paseando por un parque elevado lleno de árboles, en lo que hoy es la autopista Illia. Con el micrófono inalámbrico, Rodríguez Larreta puede gesticular sin que se le perciba el temblor de las manos. Se lo nota suelto, como nunca se lo vio durante la campaña. “Se sacó dos pesos de encima después de la elección: ganar y a Mauricio”, comenta un funcionario nacional con oficina en Casa Rosada. Rodríguez Larreta va de una punta a la otra del escenario. Trata de mirar e involucrar a todos los intendentes que lo miran desde abajo. Para disimular la enorme diferencia de escalas y presupuestos que existen entre la Capital y los municipios acá representados, se jacta de su austeridad: “Hago un culto de cuidar el mango, de la misma forma que deben hacer ustedes. Como jefe de gabinete aprendí por qué a Mauricio le decían el cartonero”.
Rodriguez Larreta espera sobre el punto del penal. Está sentado en un taburete de metal, justo a esa altura de la canchita, con el arco del fondo a sus espaldas. Al lado tiene una mesita redonda alta, sobre la que apoya el codo derecho, cubierto por su camisa celeste clásica y un cardigan de lana azul. Sobre la mesa hay: un micrófono inalámbrico, un cuaderno escolar, una lapicera amarilla, dos botellas de agua Villa del Sur sin gas y tres vasos de telgopor. A lo largo de la reunión, él utiliza todos los elementos, excepto los vasos. Toma directamente de la botella, agarrándose el antebrazo derecho con la mano izquierda. Eso le da cierta firmeza y vuelve un poco más discreto el tembleque frente a la tropa de habitantes de la zona sur (más mujeres que hombres, la mayoría veteranas), ansiosa por hacerse escuchar. En el Juventud Unida de Barracas, ante la mirada atenta de 200 personas, todas acomodadas en sillas provistas por el Estado porteño, tomando cafés y comiendo medialunas también por cortesía municipal, Rodríguez Larreta se las rebusca bastante bien. Para anotar en el cuaderno, Larreta repite el recurso de fijarse la derecha con la izquierda: lo hace cada vez que algún tema le llama la atención o quiere responder a un reclamo o pedido específico, una vez que termine la ronda de anotados para hablar. Y aun cuando HRL se haya interesado y haya escrito sobre un determinado caso, la asistente del alcalde registra todos los vaivenes de la cita. Celeste, así se llama esta joven morocha, toma nota desde una esquina; y después se arrima y solicita los datos de cada vecino. Otra funcionaria de mayor rango supervisa y también anota sus impresiones sobre el trazo grueso del encuentro.
Sin el carisma de Vidal ni la pertenencia clasista de Macri, Rodríguez Larreta apuesta a que los porteos le reconozcan tenacidad y cercanía.
Rodríguez Larreta tiene asumido que no le vino de fábrica el don del carisma. Y en el último tiempo asumió algo aún más decepcionante: que tampoco lo podrá desarrollar plenamente, por mucho que se esfuerce, participe de sesiones de coacheo o practique los tips que le da su esposa, la wedding planner Bárbara Diez, organizadora de eventos preferida de ricos y famosos (Marcelo Tinelli, Luisana Lopilato y Michael Bublé, Mauricio Macri, Martín Palermo y Florencia de la V contrataron sus servicios). Tampoco representa, como lo hace Macri, el desembarco de las carabelas empresarias en el nuevo mundo de la política. No expresa ese nivel de ruptura, ni se mueve entre dueños, accionistas, CEOs y ejecutivos con la misma familiaridad que Macri. En el lenguaje juguetón del PRO, Horacio no es igual a Mauricio.
Sin la buena estrella de Vidal, ni la pertenencia clasista de Macri, Rodríguez Larreta decidió que al menos los porteños le podrían reconocer el mérito de la perseverancia y la cercanía. Y en eso anda, a caballo de este ciclo de invitaciones a tomar un café por los barrios. Sus asesores están entusiasmados porque en los focus groups ya empieza a surgir ese atributo entre los entrevistados. Poner la cara y rodearse de gente no son sinónimos de ser peronista, pero algún punto popular en común se supone que tienen, y entonces HRL no desestima ninguna aproximación. De ahí su resistencia a desperonizarse frente al tachero y sus vecinos.
Una ventaja de su apuesta es que desarrollar el valor de la cercanía tampoco lo obliga a vivir en estado de sonrisa colocada y falsa amabilidad. Al contrario, dejar fluir libremente su ser antidemagógico. Una vez superada la crisis sobre el peronismo –diciendo ni sí, ni no, ni blanco, ni negro–, HRL se fastidió con los grititos ultrasónicos que emitía un nene de cuatro años desde el fondo del club. “Por favor, que alguien haga algo con ese chico, ¡así no se puede!”, exigió, mientras se señalaba las dos orejas con ambos índices. Al legislador Arenaza, conductor del acto, el pedido le resultó un tanto excesivo. Se acercó a Larreta y le susurró al oído: “Aflojá que parecés Donald Trump”. La ironía de su presentador hizo debutar la sonrisa guasonesca del alcalde en la tarde-noche de Barracas.
Andrés Fidanza
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