
Fue un hombre clave del Gobierno de Raúl Alfonsín. Es un hombre clave del Gobierno de Fernando de la Rúa. Enloqueció a Chacho Alvarez y contribuyó a que el vicepresidente abandonó el Gobierno.
Enrique coti nosiglia es fanatico del futbol. Es el marcador central del equipo. Sus asistentes, choferes, guardaespaldas y otros muchachos de su confianza completan habitualmente la formación. El arco lo ocupa un hijo de Hugo Anzorregui, el espía que custodia los mejores secretos del menemismo. La cancha de Nosiglia está en una quinta de seis hectáreas en Villa Rosa, Pilar. Tiene torres de iluminación como las del estadio de Vélez y un sistema de riego subterráneo, y dos veces al año Nosiglia pide que le cambien el césped. Tiene sus razones: la cancha es una de las centrales en las que Enrique Nosiglia urde intrigas y diseña sus operaciones de política y negocios.
Por las duchas de su modesto vestuario han pasado Mauricio Macri, Luis Barrionuevo y José Luis Manzano, entre otras figuras del establishment argentino. Inclusive en el quincho de la quinta Fernando de la Rúa probó algún whisky, en conversaciones políticas de fin de semana. Para muchos de los jóvenes sushi, que crecieron al amparo de su intriga y su leyenda, una invitación a la quinta de Nosiglia podía alcanzar un significado más importante y emotivo que ser recibidos por el Presidente en la residencia de Olivos. Estrechar sus manos con las de Nosiglia y recibir un beso suyo suponía un acto de bautismo con el poder verdadero.1
fernando de la rua tiene un telefono rojo. es un aparato con veinte botones ubicado en su despacho. Cada vez que pulsa uno, aparece la voz de un ministro o la de una persona de su íntima confianza. Uno de esos botones le acerca al Presidente la voz de Nosiglia. El viernes 13 de julio, De la Rúa lo necesitaba. Pulsó la tecla. Lo invitó a cenar a Olivos. Allí estarían los pretores del Presidente –su hijo Antonio, Fernando de Santibañes, Nicolás Gallo–, y también Chrystian Colombo y Domingo Cavallo. Necesitaban de los oficios de Nosiglia en una misión delicada: que intercediera ante Raúl Alfonsín para que "no les tirara el partido encima" cuando lanzaran el ajuste para el déficit cero.
Antes sus operaciones más oscuras las llevaba a cabo con algún pudor, pero, durante la convocatoria presidencial para poner en marcha el plan, Nosiglia se plantó cómodo ante los flashes, mostrándose a la luz pública en misiones de Estado; se reunió con sindicalistas, banqueros y senadores. En torno de él se decía, inclusive, que pretendía blanquearse ante la sociedad. Sin embargo, el mes pasado la penosa derrota de su lista en la interna radical, que en parte arrastró al propio De la Rúa y coronó a Rodolfo Terragno, bajó su nivel de inmediatas aspiraciones. Nosiglia se recluyó en su silencio habitual. Unos días más tarde, cuando los rumores previos al informe impulsado por Elisa Carrió mencionaban su posible sociedad con el gremialista Barrionuevo en una sociedad off-shore radicada en las islas Caimán, Nosiglia disparó un comunicado de desmentida y amenazó con querellas judiciales. Al silencio, le sumó la furia.
nosiglia no participo de la construccion de la Alianza en 1997. Desde el frepaso, su figura estaba asociada a los negociados políticos. Era un obstáculo a la ética de la transparencia; el lastre de una década, de un modelo que la coalición prometía desterrar. A Nosiglia, el diseño de la Alianza no le gustaba porque decía que perdía la identidad radical. Y si bien entendía que con el auxilio del frepaso la ucr podía recuperar votos perdidos, nunca creyó en el poder consensuado. Nosiglia aceptó la Alianza como método para llegar al poder, pero no para compartirlo entre sus socios.
A pesar de que cargaba con casi una década de demonización política, su acercamiento al entorno del candidato aliancista fue creciendo a medida que se acercaban las elecciones. Al principio, de manera informal. Antonio de la Rúa, su vecino en Villa Rosa, empezó a saltar la ligustrina de su quinta. Además de la excusa del fútbol, buscaba asesoramiento2. Antonio sabía que Nosiglia no era bien visto en su casa. Pero tampoco se podía prescindir de él. Más de una vez escuchó decir a su madre, Inés Pertiné, con tono resignado, que "papá necesitaría un Coti bueno a su lado".
Al poco tiempo, en Pilar, Antonio y su selecta cofradía de jóvenes sushis; Fernando De Santibañes, un banquero devenido rico en tiempo récord; más Enrique Nosiglia, conformaron el denominado Grupo Villa Rosa, que los fines de semana hacía zumbar sus análisis e impresiones en el oído del candidato, con mucha más influencia que sus socios Chacho Alvarez o Graciela Fernández Meijide. Convocado para las estrategias y las situaciones límite, Nosiglia salteó las bases de legitimidad política de la Alianza, y se colocó otra vez al lado de un potencial presidente para prestar sus servicios.
De la Rúa prefería que el acercamiento no fuera público, que no se conociera dentro de la coalición, y menos frente a la sociedad. Cuando necesitaba algo de Nosiglia, lo visitaba en su departamento de Rodríguez Peña y Arenales. De la Rúa subía solo. Sus colaboradores y el chofer esperaban abajo. "En su casa, Coti le trazaba un panorama de conspiraciones. Le decía: «Te quieren cagar de acá o de allá», y le proponía ideas para contrarrestar las operaciones", refiere un asistente que estuvo al lado del Presidente en los días de campaña.
Nosiglia solía hacer pronósticos. Siempre fue valorado por su capacidad de reunir información a través de una extendida red de políticos, funcionarios, empresarios, comisarios y servicios de Inteligencia, privados y del Estado, que le responden. Cuando la presión de la re-reelección de Menem preocupaba al candidato, le dijo que había que prepararse para el peor escenario:
–La re-reelección es inevitable. La van a sacar por la Corte Suprema. Me lo acaba de decir Corach. Están decididos.
Pero el pronóstico falló. Para jolgorio de los delarruistas enemigos de Nosiglia –Enrique Mathov y Rafael Pascual, entre otros–, cuatro días después Menem anunció que cesaba sus intentos por el tercer mandato consecutivo.
Por su parte, Nosiglia se quejaba de Fernando de la Rúa. Decía que no le delegaba autoridad ni confianza para las decisiones, como sí lo había hecho Alfonsín durante su gobierno. Sin embargo, en la campaña de la Alianza, Nosiglia logró acuerdos que ningún radical hubiera podido alcanzar: consiguió apoyo de los sindicalistas Luis Barrionuevo y Armando Cavalieri, coordinó la transición de la side, convenció a más de un peronista de criticar con dureza a Duhalde, y puso su propia infraestructura al servicio de la organización de actos y caravanas en el interior del país, a favor de la coalición.
Nuestro tiempo Instalada en el poder, la Alianza enfrentó un desafío interno: la convivencia entre Nosiglia y Alvarez. Aunque la razones del mutuo desprecio serían personales, además de políticas, desde distintos sectores intentaron abuenarlos por la salud del Gobierno. Alberto Flamarique, un operador clave de Alvarez en los últimos cinco años, fue el intermediario de la relación. Pero bastaron pocos meses, y algunas incursiones en Villa Rosa en las que el entonces ministro de Trabajo husmeó el poder verdadero, para que dejara de responder a su jefe: así, Nosiglia le expropió al entonces vicepresidente su cuadro más dilecto. Una continuidad de operaciones de desgaste empezó a golpear el costado político más débil del vicepresidente, el anímico. "En poco tiempo, Alvarez se enloqueció", señala una fuente3.
La relación entre Nosiglia y Flamarique se afianzó cuando, en una reunión de gabinete, De la Rúa encomendó al ministro de Trabajo el inicio de las negociaciones por la Reforma Laboral. Flamarique se asesoró con Nosiglia, que conocía bien el asunto.
"Es cierto. Coti acercó algunos gremialistas, hizo los primeros contactos, pero nada más. La ley no le gustaba. El ha hecho muchas operaciones de riesgo. Si la «operación del Senado» la hubiese hecho Nosiglia, no hubiese sido tan torpe", lo defiende una legisladora que lo conoce desde hace veinticinco años4.
Con el correr de los días, Alvarez empezó responder con más ímpetu a los ataques de De Santibañes. Quería sacarlo de la side. Lo suponía un escudo de Nosiglia, su verdadero enemigo. Y lanzó su batalla final cuando amplificó las sospechas de los sobornos en el Senado. Lo hizo con sus armas de siempre: los medios. "En ese momento, Chacho tenía un ejército y Coti se defendía con un escarbadiente. Pero él es muy paciente. «Ya va a llegar nuestro tiempo», dice siempre. Para él, el mundo se divide entre aliados y adversarios. Y los adversarios no son grandes ni pequeños. Son adversarios. Les gusta esperarlos. Es difícil que alguien resista cuando Coti le tira los caballos encima", informa uno de los suyos.
Nosiglia apareció en público junto a Alfonsín en el Congreso, el 29 de agosto de 2000. Los senadores radicales estaban heridos por los ataques de Alvarez, que ponía en evidencia el listado de ñoquis y criticaba "la corruptela de la corporación política del Senado". Decía que no podía convivir con ellos. Pedía renuncias, "gestos hacia la sociedad". Alfonsín se comprometió a serenar al jefe del frepaso. Había prometido que si se comprobaban los sobornos se retiraría de la política, pero, en la reunión con los senadores radicales, tenía a su lado a Enrique Nosiglia, uno de los sospechados. En esa foto estaba implícito su respaldo.
Por entonces parecía que Alvarez se había cargado al Gobierno con su "cruzada moralizadora". De la Rúa estaba incómodo e intentó algunos movimientos contradictorios. El caso se le había ido de las manos. Después de una larga gira por el exterior, el Presidente recibió en Villa Rosa a un grupo de radicales indignados por la dimensión que había tomado su vice. Había su- shis, delarruistas íntimos, nosiglistas enfurecidos. De Santibañes le reclamó más management. Nosiglia pidió "más política, más gobierno y más acciones para apuntalar al Presidente". Entre todos, le reclamaron al jefe de Estado gestos de autoridad.
A los pocos días, De la Rúa modificó parte del gabinete. Con el ascenso de Flamarique, Alvarez fue empujado a renunciar. Se produjo el divorcio. "Querían echarlo del Gobierno y lo lograron. Chacho se fue porque De la Rúa no iba a ayudarlo en su batalla contra el Senado y contra Nosiglia. Coti es mucho más poderoso de lo que él creía. Chacho se fue por impotencia", interpreta un diputado frepasista, que goza de confianza en la ucr. En el nuevo esquema, Nosiglia multiplicó su influencia en la primera línea de Gobierno.5
En casi tres años, de aquellas tímidas visitas de Antonio de la Rúa a la quinta de Villa Rosa al volumen de poder que hoy administra, la historia dio un vuelco impensado. Nosiglia ganó poder sin necesidad de un solo voto. Retornó su tiempo, otra vez. Alvarez, en tanto, perdió credibilidad ante sus electores y se retiró a meditar su destino. "Terminó siendo la pelea de un elefante contra una hormiga", resume un ex miembro del Poder Ejecutivo.
Quien eres Sus subordinados dicen que, cuando llegó a Buenos Aires, Nosiglia era lampiño y también tímido. Casi no hablaba en público y se sonrojaba cuando una chica lo miraba. Pero se hizo aún más reservado algunos años más tarde, cuando el Ejército secuestró a Magdalena, su hermana mayor, todavía desaparecida.
Nosiglia se crió en una familia rica de Misiones. Su padre, Plácido, médico de prestigio, era propietario de una clínica que todavía lleva su apellido, y también de explotaciones forestales, plantaciones de té y yerba, con negocios extendidos en el Paraguay y el Brasil. Había sido diputado nacional en los años 60. A mediados de esa década, su hijo Enrique terminó su educación secundaria en la Escuela Modelo y, tras un breve intento por seguir la carrera de su padre en la Universidad de La Plata, volvió a Buenos Aires para sumarse a la corriente Franja Morada en la Facultad de Derecho. En la ciudad, Nosiglia administraba negocios familiares desde un departamento de la calle Viamonte. En el mismo edificio tenían su estudio Roque Carranza y Raúl Borrás, dirigentes radicales ligados a Raúl Alfonsín. Borrás habría de ser uno de sus maestros. Nosiglia admiraría su discreción para diseñar operaciones políticas dentro del partido sin revelar su autoría. En 1972, el joven tímido ya estaba a la orden de Alfonsín para dar batalla a Ricardo Balbín por el control de la ucr. Nosiglia hizo un demoledor trabajo casa por casa, en Lanús y Capital Federal; organizó cuadros partidarios, y acompañó al candidato por el interior del país en una avioneta. Aunque Balbín mantuvo el control del partido y la candidatura presidencial, Nosiglia, con 23 años, le demostró a Alfonsín que podía ser el sostén operativo de su incipiente movimiento.
Pero no fue Alfonsín, sino su tío Mario, el primero en mostrarle de cerca "la cara del poder". Mario Nosiglia era titular del Banco Nación durante el gobierno del general Lanusse. Y Enrique fue su secretario privado. Manejaba la agenda del Banco y gozaba los beneficios propios de un funcionario del gobierno militar. Por orden de su tío, viajó a Londres y a París para abrir las sucursales del Banco Nación junto a Guillermo Stanley, hoy vicepresidente del Citibank. Desde entonces son amigos y suelen reunirse en el Mailing, el country donde vive el banquero.
El Banco Nación le permitió a Nosiglia un despliegue de recursos para la acción política. Sus pares juveniles, que luchaban contra la dictadura de Lanusse, y a los que invitaba a almorzar en el restaurante de la entidad oficial, sostenían entonces que Nosiglia era "el límite tolerable del establishment, la frontera entre la militancia y el poder".
Más allá del auto con chofer y su fascinación por ver "el poder desde adentro", a Nosiglia le gustaba relacionarse con "gente pesada". Podía visitar a un preso por doble homicidio en la cárcel de Olmos, en honor a una amistad, o molerse a palos y cadenas con la Juventud Peronista para defender una pintada en el Gran Buenos Aires, e incluso compartir con ellos una grande de muzzarella, luego de la refriega. Desde entonces comenzó a saludar a sus colaboradores imitando los códigos de la mafia que veía en las películas, y se mostraba arrojado y valiente, a la altura de cualquier desafío que requiriera de su destreza física. En el futuro, con base en esos códigos y relaciones, se ufanaría de utilizar a los barras bravas de distintas hinchadas como elementos de acción y presión política contra sus adversarios.
Unos días después de que el peronismo ganara las elecciones del 11 de marzo de 1973, la familia Nosiglia se conmovió. Su hermana María Magdalena, educada en un colegio religioso y con estudios de Filosofía y Letras en Buenos Aires, participó en un secuestro junto a un comando del erp. Lo había organizado quien en ese entonces era su novio, Oscar Ciarlotti, y la víctima fue el tío de éste, el vicealmirante Oscar Aleman, quien fue acusado por el erp de actuar "como profesor de inteligencia en la jefatura del Servicio de Informaciones Navales (sin) y sindicado como uno de los responsables de la masacre de Trelew. En medio de una visita social en su departamento de la Avenida del Libertador –habían veraneado juntos ese año en Mar del Plata–, la pareja hizo subir a un grupo de nueve guerrilleros, que le anunciaron al anfitrión que se trataba de un secuestro.
En aquel tiempo, los hijos de muchas tradicionales familias radicales militaban en el erp. El hijo de Santiago Urteaga, amigo de Alfonsín, era miembro de la conducción. Incluso a Federico Storani, presidente de la fua por la Juventud Radical, le ofrecieron sumarse a la guerrilla en un lugar de relieve. La jr tenía un proyecto "liberador" y un perfil de izquierda, diferenciado del balbinismo, pero no apoyaba la lucha armada para la toma del poder. Sin embargo, a muchas jóvenes, como en el caso de María Magdalena Nosiglia, eso no les impidió peticionar por la libertad del jefe guerrillero Roberto Quieto, detenido en Rosario en enero de 1974, o participar desde las tribunas en el acto de Montoneros de Atlanta, para escuchar a Mario Firmenich y Norma Arrostito, tres meses más tarde.
Entonces, por los ardores de la militancia juvenil, a Nosiglia ya le habían abierto la cabeza con un cadenazo. Un grupo de la jr (Eduardo Saguier, "el joven viejo" Rafael Pascual y Guillermo Cherasny, entre otros) había provocado una escisión: la Juventud Radical Revolucionaria (jrr), paradójicamente balbinista. La disputa por una mesa de propaganda en la Facultad de Medicina los llevó a la pelea. Hábil estratega, Nosiglia solicitó el apoyo de otras agrupaciones para consolidar su formación de ataque. Pero eso no alcanzó para emparejar los bandos. La diferencia numérica era notable. Algunos pudieron escapar y otros, como Nosiglia, terminaron en el Hospital de Clínicas. Sin embargo, Nosiglia ganó la batalla política: fue nombrado interventor de la Juventud y en pocos meses, con base en alianzas y contactos, armó una estructura de poder que lo convirtió en uno de los referentes de la Junta Coordinadora Nacional. Era el capitán de la Capital. Un año después, a los 26, fue nombrado secretario de Relaciones Políticas6. "Tenía personalidad de líder. Construía poder desde la franqueza. Sabía interpretar los problemas de la militancia y sintetizarlos. Sabía discernir entre lo importante y lo accesorio. Escuchaba mucho e intervenía poco. Era muy cálido. Y cuando Coti daba su palabra, la cumplía", recuerda una subordinada.
El 14 de enero de 1977, un grupo de tareas de la Marina secuestró a tres militantes barriales de la agrupación radical El Frontón, de Vicente López, y los guardó en la esma, el territorio de El Tigre Acosta y Eduardo Massera, para que se decidiera su vida o su muerte. En plena dictadura, el grupo era solidario con los trabajadores, pintaba en las paredes menos milicos y mas maestros y tenía la entrada casi prohibida en el Comité Nacional del partido. Un agente infiltrado dio los datos necesarios para el secuestro. En un mismo día, se llevaron a Cristina Guevara, hoy diputada nacional; Manuel Higa, hijo de agricultores de una quinta de Ezeiza, donde se reunían, y la estudiante Lilian Bar Lexon. La ucr se movió. Alfonsín hizo gestiones con el ministro del Interior, el general de brigada Albano Harguindeguy, su ex compañero en el Liceo Militar. Carlos Pere-tte habló con el general Suárez Mason. Nosiglia y los referentes de la Coordinadora se reunieron con su contacto en la Armada, el capitán Segade, allegado a Massera, que facilitó la liberación de los tres militantes. Se efectivizó diez días después, y a cambio de dinero.
Sin embargo, nada pudieron hacer Nosiglia y su familia cuando el Ejército secuestró a María Magdalena. Su marido, Oscar Ciarlotti, había sido detenido en 1975. Ella continuó su militancia en el erp, en Rosario. Luego de un combate con las fuerzas represivas, se refugió en Buenos Aires. Hasta que el 25 de marzo de 1977, el mismo día que se llevaron a Rodolfo Walsh, Magdalena fue secuestrada junto a su hija Mariana, de 3 años, en un departamento cercano a San Martín y General Paz. Plácido Nosiglia recorrió un espinel de relaciones militares, concurrió a citas nocturnas y entregó dinero a coroneles a cambio de información y de promesas de gestiones. A los pocos días, un llamado telefónico le avisó que podían entregarle a su nieta. Pero Magdalena nunca más apareció7.
"Coti sobrellevó su desaparición con dignidad y entereza. Eran muy pocos los que conocían detalles de la historia. El nunca hablaba", refiere una fuente. Durante la dictadura, la jcn hizo reclamos por radicales perseguidos y desaparecidos, y también continuaron los contactos con la Armada y el Ejército, "más que nada para saber dónde estábamos parados". Nosiglia, que entonces vivía en un semipiso de Marcelo T. de Alvear y Pueyrredón junto a su esposa, Nina Ciarlotti, y los hijos de ambos, no abandonaba su pistola para las reuniones de militancia.
Su tío Mario lo devolvió a las esferas de poder hacia fines de la dictadura, cuando, en 1982, fue nombrado como titular del Banco Hipotecario y secretario de Desarrollo y Vivienda de la Nación. Nosiglia lo acompañó, otra vez, como su mano derecha. Ese año, la invasión a las islas Malvinas había despertado en él un profundo "fervor patriótico", al punto que intentó organizar un grupo de voluntarios a fin de sumarse al combate contra los ingleses. Al poco tiempo, sus funciones en el Banco le permitieron acceder a recursos que afianzaron su mando en la jcn y la ucr: dinero para gastos, disponibilidad de autos, créditos para viviendas, e incluso empleos en la entidad para sus cuadros más leales. Fue repartiendo favores, aceitando una red de punteros en todas las parroquias. Tenía caja y la utilizó para acumular poder, a diferencia de otros pares que no podían ofrecer a sus subordinados más que entusiasmo. Además, Adolfo Navajas Artazas, un pariente suyo, era ministro de Acción Social.
Todo ese despliegue de recursos los puso a servicio de la candidatura de Alfonsín en 1983. En esa época ya se había comprado las seis hectáreas de Villa Rosa, en Pilar, por 80 mil dólares.
Una vez ganadas las elecciones, la jcn intentó instalar el diseño estratégico del Gobierno, pero los históricos del Movimiento de Renovación y Cambio de Alfonsín, que la miraban con bastante recelo, terminaron modelando la conformación definitiva de los ministerios. Nosiglia fue derrotado. Aspiraba a ser ministro de Trabajo. Ya había anudado lazos con sindicalistas de izquierda y derecha. "Tenemos que recuperar al movimiento obrero para un proyecto independiente, liberador y progresista", intentó convencer a Alfonsín. Pero no lo logró: "No lo pongas ahí porque, con los contactos que tiene, en dos años vas a gestar un nuevo Perón", habría aconsejado el histórico Germán López al presidente electo; López pudo, de ese modo, colocar a Antonio Mucci, su favorito para esa cartera.
Nosiglia encajó en la Secretaría de Acción Social, al mando del ministro Aldo Neri. A pesar de que éste era amigo de su padre, se llevaban mal. Nosiglia buscó ocupar las segundas líneas del Gobierno. A esas alturas, las diferencias en la jcn eran marcadas –Storani, Cáceres y Laferrière, por un lado, Nosiglia y Stubrin por el otro–, pero, con treinta y pico de años, los jóvenes presuntamente brillantes estaban al borde del poder. Promovían el debate y la participación permanente. Contaban con medio millón de afiliados dispuestos a movilizarse para cualquier convocatoria. Tenían un discurso transformador y eficientista, reivindicaban la utopía, y se decían propietarios de la única revolución posible. somos la vida, somos la paz, pintaban en las paredes. Algunos radicales asustados veían en ellos un movimiento de "jóvenes turcos", que se proponían adueñarse de Alfonsín, del mismo modo en que los Montoneros intentaron adueñarse de Perón. Otros, más críticos, los consideraban apenas unos "idiotas útiles" que le permitían al Presidente aplicar políticas de centroderecha, mientras sus huestes lo acompañaban con consignas de centroizquierda. Sea como fuere, los coordinadores estaban en la cresta de la ola.
–Vivíamos todo el día con la pija parada –rememora un ex jcn, que bordea los 50–. Yo le pedía al chofer que me llevara de acá para allá los calzoncillos. Recorríamos provincias, dábamos discursos, hacíamos operaciones y, cuando pasaba algo, estábamos donde teníamos que estar: éramos los primeros en ponernos al lado de Alfonsín.
Cuando Nosiglia trabajó en la secretaría ejecutiva del Plan Alimentario Nacional (pan), no se ocupó tanto de cambiar fichas de afiliación por cajas de alimentos, sino de capacitar dirigentes. Desde cada lugar que ocupó en la estructura de Gobierno, buscó consolidar cuadros partidarios y fortificar el desarrollo de base. Siempre en silencio, porque no hablaba con la prensa. Alfonsín, asediado por los paros de la cgt y la presión del frente militar que se resistía al Juicio de las Juntas, fue delegando poder en él. Nosiglia intentaba resolverle problemas. Su apuesta era ser el hombre clave ante la necesidad, la consulta imprescindible en el momento de las decisiones. "Tengo la persona que puede solucionarlo. Sé con quién hay que hablar", le decía Nosiglia. Y Alfonsín lo respaldaba: "A Coti hay que dejarle dos teléfonos y te arregla todo". De ese modo, Nosiglia llevó al entonces jcn Carlos Becerra –en la actualidad es el jefe de la side– a la Secretaría de Gobierno, y montó una paciente ocupación estratégica en distintas líneas de la administración radical.
En el partido, Nosiglia fue ascendiendo posiciones hasta que en 1987, por vía indirecta, llegó a la presidencia de la ucr de Capital. No formuló declaraciones altisonantes. Había empezado a construir el mito.
–Todas sus negociaciones en el partido eran "contrato contra contrato". Es decir, conseguir contratos de trabajo en la Dirección de Tránsito, en el Gobierno de la Ciudad, negociar por una futura concejalía o mandar gente a movilizaciones. Tenía aparato para dar vuelta una interna, conseguir fichas, hacer y deshacer dirigentes. Veía la política como un macronegocio –recuerda un puntero radical.
–Si Coti prometía entregar una concejalía a futuro, cumplía, aunque a esa altura el candidato fuese políticamente insostenible –refrenda un leal.
Con su discurso interno revestido de progresismo y la excusa de la "unidad nacional", Nosiglia empezó a sorprender cuando armó listas conjuntas con la burocracia sindical del peronismo –Armando Cavalieri (comercio), Luis Zanola (bancarios)– y también le devolvió a Luis Barrionuevo la obra social de los gastro- nómicos, que estaba intervenida por Rafael Pascual. Desde entonces quedaron amigos. (Según un informe de la Fiscalía Suiza, que recogió Elisa Carrió, Nosiglia y Barrionuevo serían socios en Néspora-Caimán Group Corporation, que tiene un capital operativo de 15 millones de dólares en el Credite Suisse de Ginebra.)
Nosiglia también gestó la inclusión del sindicalista peronista Carlos Alderete en el Ministerio de Trabajo, pero "el sacrificio", en este caso, fue por orden presidencial. "Coti no hacía nada sin consultarlo a Alfonsín y le respondía en muchas operaciones que otros coordinadores no se animaban a hacer. Sus costos políticos los pagó por él y Alfonsín siempre se lo reconoció", cuenta una subordinada.
Tras la súbita muerte de Raúl Borrás, Nosiglia buscó ser el estratega del Gobierno. Tejer alianzas y negociar con todos los estamentos: los empresarios, los sindicalistas, los banqueros, las fuerzas de seguridad. Muy a pesar suyo, aceptó ser ministro del Interior en 1987, a los 38 años. Para entonces, había logrado un poder que pocos alcanzaron en ese cargo. Tenía un ejército propio y en expansión. Podía instruir con sus órdenes a los jefes de la Policía Federal, la Gendarmería y la Prefectura, controlar los movimientos de la Aduana y la side, negociar con los gobernadores, o conseguir créditos blandos para fundaciones en beneficio de dirigentes radicales. El mismo había armado la suya, la fucade, a fin de consolidar la intelligentzia del alfonsinismo, a imagen y semejanza de los socialistas españoles de Felipe González. Además, Nosiglia tenía gente en todos los directorios de los bancos oficiales –Chrystian Colombo, quien por entonces era su cuñado, se desempeñaba como titular del banade–, una notable incidencia en los bancos provinciales y había apoyado la polémica fusión del minúsculo Banco Financiero con el Banco de Crédito Argentino, que permitió a Fernando de Santibañes convertirse de empleado en accionista. Desde entonces, Nosiglia lo consideró "una estrella de las finanzas" y no dejó de consultarlo. En el Palacio Sans Souci, Nosiglia conformó otra de sus múltiples alianzas, esta vez con los "capitanes de la Industria": Franco Macri, Amalia Fortabat, Carlos Bulgheroni, Gilberto Montagna y Zorroaquín, entre otros. "La producción" buscaba intercambiar ideas con el Gobierno, pero quizá la verdadera naturaleza de los encuentros se reveló cuando Franco Macri hizo público su enfado porque su grupo estaba perdiendo un sinfín de licitaciones públicas que le habían prometido desde el Estado.
Pero en 1987, cuando los coordinadores lograron acceder a las primeras líneas del Gobierno, la primavera alfonsinista comenzaba a dar muestras de una desintegración que desembocaría
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