Hollywood y el Tercer Reich, ¿una relación incómoda?
Según un historiador norteamericano, la industria del cine de su país ayudó al régimen nazi censurando sus films y produciendo propaganda
NUEVA YORK (The New York Times).- Es larga la lista de instituciones y compañías que han sido acusadas de encubrir sus lazos con el Tercer Reich. Incluye varios gobiernos, el Vaticano, bancos suizos y corporaciones norteamericanas como IBM, General Motors y DuPont. Ahora, un joven historiador quiere agregar un nombre más glamoroso a esa nómina: Hollywood.
En La colaboración: el pacto de Hollywood con Hitler, Ben Urwand se vale de una gran cantidad de documentos históricos para sostener que los estudios norteamericanos, en un esfuerzo por proteger el mercado alemán para sus películas, no sólo accedieron a la censura nazi sino que también cooperaron activamente en el esfuerzo de propaganda global del Tercer Reich.
En los años 30, "Hollywood no sólo colaboró con la Alemania nazi -asegura Urwand por teléfono desde Cambridge, donde trabaja en Harvard-. También colaboró con Adolf Hitler". Aunque el libro de Urwand recién será publicado en octubre por Harvard University Press, ya ha sido leído por unos pocos eruditos. Pero su investigación, sintetizada este mes en la revista online Tablet, levantó un verdadero revuelo.
"La palabra colaboración en este contexto es una calumnia", afirmó Thomas M. Doherty, autor del libro Hollywood y Hitler: 1933-1939 , que analiza el mismo tema. "Utilizamos esa palabra para describir el gobierno de Vichy. Louis B. Mayer fue ambicioso, pero no es el equivalente moral de Vikdun Quisling."
Que el gobierno alemán se entrometió en la industria cinematográfica durante la llamada era dorada de Hollywood es un hecho conocido desde hace mucho por los historiadores del cine. Tal actividad fue registrada por la prensa norteamericana de la época (un titular de Newsweek de 1937 rezaba "El largo brazo de Hitler se extiende hasta los estudios de Hollywood"). Pero Urwand, de 35 años, ofrece, por lejos, la versión más punzante de la relación, utilizando material tanto de los archivos alemanes como de los norteamericanos para sostener que la relación entre Hollywood y el Tercer Reich fue mucho más allá y duró mucho más tiempo que lo que otros estudiosos han sugerido hasta ahora. En su libro muestra a los jefes de las llamadas majors -muchos de ellos, inmigrantes judíos- censurando películas para conformar a oficiales nazis y produciendo material que podía ser reutilizado en films de propaganda y hasta ayudando a financiar la manufactura de armamento alemán.
Hasta Jack Warner, alabado por Groucho Marx por dirigir "el único estudio con algo de agallas" al dar luz verde a la filmación de Confesiones de un espía nazi , de Anatole Litvak (1939), se hace acreedor de algunos golpes. Escribe Urwand que fue Warner quien personalmente ordenó quitar la palabra "judío" de los diálogos de La vida de Emilio Zola , de William Dieterle (1937), y que su estudio fue el primero en invitar a oficiales del régimen a Los Angeles para que vieran sus films y sugirieran los cortes que creyeran necesarios. "Existe todo un mito sobre Warner Bros. por el cual eran cruzados contra el fascismo -afirmó-, pero fueron los primeros en intentar apaciguar a los nazis en 1933."
Urwand, nacido en Australia, cuyos abuelos maternos eran judíos húngaros que pasaron los años de la guerra escondidos, dijo que el proyecto comenzó en 2004, cuando era estudiante en Berkeley y encontró una entrevista con el guionista Budd Schulberg en la que mencionaba que Louis B. Mayer acostumbraba encontrarse con un cónsul alemán en Los Angeles para discutir los cortes a las películas de su estudio. Intuyendo que había un tópico interesante, comenzó a profundizarlo.
En los archivos estatales alemanes de Berlín, Urwand encontró una carta de enero de 1938 de la filial alemana de la 20th. Century Fox en la que preguntaban si Hitler compartiría sus opiniones acerca de las películas norteamericanas. Firmaban "Heil Hitler!". Aparecieron otros rastros, incluso notas de ayudantes de Hitler en que se registraban sus reacciones ante las películas (le encantaba Laurel y Hardy, pero odiaba a Tarzán). También da conocer registros detallados de visitas al estudio de oficiales alemanes incluyendo a Georg Gyssling, cónsul especial asignado a Hollywood, que miraban las películas, determinaban qué censurar y, por el camino, se metían en extraños debates (¿Era King Kong "un ataque a los nervios del pueblo alemán?").
A veces se cancelaban películas enteras. Otros historiadores han escrito sobre Mad Dog of Europe, película antinazi de 1933 nunca filmada a la que algunos grupos judíos se opusieron por suponer que avivaba el antisemitismo. Pero Urwand, que descubrió el único guión que se conoce del film, sostiene que los estudios sólo estaban preocupados por proteger sus negocios con Alemania. "Obtenemos grandes ganancias en Alemania, y si fuera por mí, esta película nunca se filmará", afirma Louis B. Mayer según es citado en un documento legal.
El colaboracionismo de Hollywood, sostiene Urwand, comenzó en 1930, cuando Carl Laemmle Jr., de los estudios Universal, acordó realizar importantes cortes a Sin novedad en el frente , de Lewis Milestone, luego de disturbios a cargo del partido nazi, que entonces estaba en ascenso en su país (Laemmle, reconoce Urwand, luego ayudaría a que cientos de refugiados judíos pudieran entrar a EE.UU). Esta situación duró, según su relato, más allá de noviembre de 1938, cuando la Noche de los Cristales apareció en las primeras páginas de los diarios de todo el mundo.
En junio de 1939, Metro Goldwyn Mayer agasajó a los editores de un diario nazi con una visita a su estudio. Urwand también encontró un informe de diciembre de 1938 realizado por un agregado comercial norteamericano que sugiere que MGM financiaba la producción de armamento alemán como parte de un acuerdo para eludir las restricciones existentes para repatriar las ganancias de sus películas.
Urwand dijo que encontró cerca de 20 films destinados al público norteamericano que los oficiales alemanes alteraron significativamente. Quizá lo más importante, agregó, es que los personajes judíos fueron eliminados de las películas de Hollywood. Algunas de las historias que no llegaron a filmarse "podrían haber sido muy importantes, podrían haber movilizado a la opinión pública", afirmó. Algunos estudiosos, como Doherty, señalan que muchas películas de la época contenían velados golpes antinazis que cualquier espectador hubiera reconocido. Y en privado los jefes del estudio iban mucho más lejos.
Steven J. Ross, profesor de historia de la universidad de Southern California, está trabajando en un libro que detallará la historia poco conocida de una extensa red de espionaje antinazi que operó en Los Angeles en 1934, financiada por los mismos jefes del estudio. "Los magnates, que fueron castigados por anteponer los negocios a la identidad y lealtad judías, trabajaban tras bambalinas para ayudar a los judíos", dijo Ross.
Pero Urwand defiende la noción de colaboracionismo destacando que la palabra (y su equivalente alemán, Zusammenarbeit ) aparece repetidamente en documentos de ambas partes. Y se enojó ante la sugerencia de que Hollywood actuó contra el nazismo a diferencia de otras industrias, por no hablar del Departamento de Estado, que bloqueó los esfuerzos por extender visas a los refugiados judíos. "La actuación del Departamento de Estado fue atroz, pero el Departamento de Estado no financió la producción de armamento nazi. No distribuyó noticias pronazis ni se encontró con oficiales nazis. Colaboracionismo es lo que los estudios hicieron y cómo lo presentaron".
Sobre el gueto de Varsovia
Todos los sábados del mes, a las 17, en Proa (Pedro de Mendoza 1929), se proyecta A Film Unfinished, documental de Yael Hersonski que, a partir del hallazgo de filmaciones inéditas, documentos escritos y el testimonio de sobrevivientes, revela la verdadera historia detrás de uno de los pocos registros fílmicos que existen sobre el Gueto de Varsovia. Este sábado, tras la proyección, a las 18.30, el film tendrá comentarios de Alan Pauls. El 31 lo hará Daniel Rafecas, autor del libro Historia de la solución final.
Traducción de María Elena Rey
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