Las dos Nélidas, la rubia y la morocha, con las que soñaron los hombres de Buenos Aires durante décadas
“La Roca” y “La Loba” fueron dos artistas únicas que marcaron una época del teatro de revista cuando el género atravesaba su tiempo de esplendor y de renovación
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De manera indiscutible, en la historia de la revista porteña hay dos Nélidas: Nélida Roca y Nélida Lobato. O sea: la morocha de cuerpo espectacular y la rubia que volvió al país luego de cautivar al jet set en el lugar más exquisito de París. O, tal vez, la morocha de cuerpo espectacular que militó por otro lugar de la mujer en el escenario y la rubia llegada de París que nunca paró de perfeccionarse y que se permitió coquetear con fórmulas más renovadoras de la escena. Durante varias décadas estas dos trabajadoras del teatro, estas dos vedettes impactantes causaron una admiración única dejando una marca en los escenarios porteños y en el imaginario colectivo.
“La Roca” y “La Loba”, así las llamaban sus compañeros, se transformaron en figuras míticas del teatro de revista. Ambas causaron furor en las catedrales de la revista porteña de los años 60 y 70, transformándose en piezas claves en la renovación del género mientras en la ciudad iban tomando fuerza otros movimientos innovadores de la escena. Si en el eje de la avenida Corrientes estas dos mujeronas con champán en las venas se transformaron en verdaderas diosas del momento, en el Instituto Di Tella o en diversos sótanos de la ciudad se presentaban espectáculos de café concert en donde empezaron a ampliar su vuelo artístico creadores como Antonio Gasalla, Carlos Perciavalle, Enrique Pinti o Edda Díaz. Algunos de los artistas emergentes que circulaban por esos maravillosos antros minúsculos fueron, con los años, figuras centrales de espectáculos revisteriles y sus múltiples derivas o ecos actuales, como la revisita a estos tiempos que es una de las capas narrativas de la serie Argentina, tierra de amor y venganza, que se emite por eltrece.
Nélida Roca, la que evitaba dos comidas para cuidarse
Nélida Mercedes Musso, su nombre verdadero, nació en 1929. Sus comienzos en la actividad artística se remontan a los años 50. Por ese tiempo cantaba en la confitería Richmond, que estaba frente al teatro Maipo, como vocalista de una orquesta de jazz que dirigía Julio Rivero Roca, su primer marido con quien se había casado a los 16 años. El mundo de las plumas, las pieles y el conchero le era ajeno. Lo suyo era cantar (aunque, dicen, no era la mejor). La Richmond era una especie de extensión de las oficinas de Luis César Amadori, el empresario y artista dueño del teatro Maipo. Con sólo cruzar la calle entraban al bar. Por recomendación del actor Miguel Gómez Bao fue a verla e inmediatamente contrató a esa joven morena, muy alta, de cimbreante cintura, busto mediano, largas y estilizadas piernas que apenas tenía 18 años.
Su primer espectáculo de revista fue junto Jovita Luna y Beba Bidart. En escena, esta impactante figura animaba un cuadro sobre una canción de Bing Crosby enfundada en una malla negra, un sombrero y un pañuelo rojo junto. Ahí, cuenta la leyenda, nació el mito. Su ritual de seducción conmovió a todos.
Muy poco tiempo después de su debut, el retratista Henry Keegan la fotografió con un atrevido y minúsculo vestuario y su figura apareció en diarios y tapas de revista. Para la época, aquella imagen era todo un atrevimiento, un signo disruptivo. En esa construcción del mito fue bautizada por la prensa como la Venus de la Calle Corrientes. Se dice que en cada espectáculo que ella protagonizaba la escalera del número final cada vez tenía más escalones por donde ella descendía con sus stilettos, su bikini, las enormes plumas, unas estructuras saliendo de su espalda y ella siempre con la cabeza erguida mirando al horizonte, al más allá. Ella misma contaba que evitaba dos comidas diarias para mantener esa figura única.
En 2005, el productor Lino Patalano, figura clave del teatro porteño fallecido en septiembre del año pasado y pieza clave en la historia del Maipo, realizó en esa sala una muestra dedica a “La Roca”. Rodolfo Ceretti, uno de los curadores, aclaró otra de las facetas de su lado profesional. “Era muy diva, exigente –recordó en un reportaje de Página 12–: no quería a nadie con el mismo tamaño de cartel, ni admitía a otra morocha en el elenco y reclamaba que su nombre figurara dos veces. Fue la primera figura que logró ir a porcentaje: se llevaba el diez por ciento de la recaudación bruta”. Se cuenta también que fue la precursora de que los nombres de las figuras femeninas aparecieran a cada costado del nombre del actor cómico en las marquesinas de los teatros.
A lo largo de su carrera varias veces compartió el escenario con Dringue Farías y Adolfo Stray, dos capocómicos de fuerte llegada popular. Su despedida del escenario no fue en el Maipo ni en El Nacional sino el Astros, la sala que regenteaba Héctor Ricardo García quien salió fuertemente a disputarle el territorio de la revista a esos dos verdaderos templos del género. Fue con la obra La revista de oro. Sus compañeros fueron Jorge Porcel y Susana Giménez. El espectáculo convocaba a la consagrada, “La Roca”, con la figura emergente que venía de hacer la publicidad del jabón Cadum en donde decía “Haceme shock”. Por semana recaudaban 57 millones de pesos (número casi imposible de entender en los tiempos actuales pero, para comprender un poco el fenómeno, el segundo espectáculo “apenas” recaudaba 17 millones de pesos).
Para Antonio Gasalla, el mejor cuerpo de vedette que haya conocido fue el de “La Roca”. “Era una privilegiada, pensá que esas mujeres no estaban operadas de nada”, confesó algunas vez en el programa de Susana Giménez. “Ella se despidió de la revista cuando yo debuté –aportó en esa charla la actriz y conductora–. Llegaba al teatro tapada hasta el cuello y con un sombrero. Siempre me decía: ‘Yo no quiero mostrar nada de nada. Si quieren verme, que paguen’”. Así defendía lo suyo esta trabajadora de las plumas de faisán, los tapados de piel, boas de visón y el conchero que llegaban a pesar unos 10 kilos.
Discreta en su vida privada, Nélida Roca se casó, en su segundo intento matrimonial, con el cantante Aldo Perricone, más conocido como Ricky Giuliano. La unión duró desde 1963 hasta 1969, y, tras divorciarse, la vedette tuvo otras parejas que siempre ocultó de la persecución periodística porque lo suyo siempre fue, debajo del escenario, el perfil bajo.
Se dice que su sucesora fue otra morocha: Moria Casán. Entre ellas compartían algo de esa voluptuosidad y el carisma. Nunca trabajaron juntas, pero Moria fue al Astros para conocer a esta señora que iluminaba a la avenida Corrientes. “Tuve la oportunidad de verla en lo que fue su última época de actividad laboral y, si bien no la pude apreciar en su esplendor, conservaba ese magnetismo y misterio tan especial. Pude darme cuenta de que se trataba de una verdadera señora con esa presencia única por lo que se la definió como la Venus de la calle Corrientes”, contó en un reportaje sobre esta mujer que en su casa tenía, como se puede observar en un video rescatado del olvido por YouTube, una colección de perfumes que esta ubicado en una especie de altar.
Luego de aquel espectáculo con Susana Giménez y Jorge Porcel comenzó para ella el camino de su definitivo ocaso. Una progresiva artritis reumatoidea la obligó a una inmovilización parcial, a lo que se sumaron problemas renales, por lo que era sometida a tratamientos diarios de diálisis. En sus últimos años de vida, postrada en un sillón de ruedas, evitó todo contacto con la prensa como esas grandes divas de Hollywood que deciden desaparecen de las tapas de las revistas.
La Venus de la avenida Corrientes murió en septiembre de 1999, a los 70 años. Según los registros de la época, pocas personas fueron a su velatorio. “El nombre de Nélida Roca es ya un recuerdo, un primoroso recuerdo de un tiempo en que la revista porteña era, como ella, reina de las noches de Buenos Aires”, afirmó la nota de LA NACION que cuyo título fue: “Adiós a un mito porteño”.
Nélida Lobato, de París a reinar en los teatros porteños
Haydée Nélida Menta nació en Buenos Aires el 19 de junio de 1934. Su apellido artístico se lo debe a su marido y mentor: el bailarín, coreógrafo y director Eber Lobato. Fue él quien la convirtió en una verdadera estrella. Se conocieron en Chile en donde ella había sido contratada para trabajar en la boite Bim Bam Bum. Él venía de integrar la compañía de Santiago Ayala, “El Chúcaro”, famoso bailarín que renovó el folclore; y que luego pasó a formar parte del conjunto de Alfredo Alaria, otro creador clave en el mundo del music hall. Fue él quien le presentó a Nélida Lobato. A los 15 días de conocerse se casaron.
Estando en Chile los descubrió un enviado del programa Dinah Shore Show, de Los Ángeles, que los contrató. Se fueron con un equipo conformado por ocho bailarines, una modista y Adrián, el hijo de la pareja. Iban a actuar 10 días pero se quedaron cinco años. En ese tránsito, Nélida Lobato llegó a presentar el espectáculo del cantante y comediante Sammy Davis Junior. Después de haber pasado varias penurias económicas en Chile lograron comprar una casa con jardín y baño en los dormitorios. La vida les sonreía.
Nélida Lobato fue una bailarina, actriz y modelo que siempre se la pasó tomando cursos para perfeccionar lo suyo. Tanto fue así que llegó a estudiar en la escuela de Marta Graham, figura clave de la danza contemporánea del siglo pasado. Instalados en Los Ángeles volvieron a hacer las valijas: la contrató el Lido de París. En la glamorosa capital francesa esta joven de 1,65 de estatura y con medidas perfectas (90-48-90) fue primera figura de la compañía entre 1964 y 1969. Solía subirse al escenario frente un público copado por las grandes figuras del jet set del momento. En el mismo escenario en donde hacían sus shows Liza Minnelli, Laurel & Hardy, Elton John o Elvis Presley, Haydée Nélida Menta, quien luego fuera conocida como “La Loba”, logró que todos hablaran de ella.
Mientras en Buenos Aires el reinado de Nélida Roca ya había alcanzado su pico, un señor muy astuto del mundo del espectáculo –como había sido Luis César Amadori cuando contrató a “La Roca”– tuvo una idea que terminó marcando el pulso de la revista. El periodista Rómulo Berruti cuenta ese tránsito en su libro El salmón con plumas, en el capítulo destinado al productor, guionista y director Carlos A. Petit, el llamado “zar de la revista porteña” del cual se contó hace algunos días parte de su fascinante vida. “Petit era un empresario astuto y, como buen burrero, apostaba fuerte. Cuando consideró que Nélida Roca, la Venus de la calle Corrientes, había cumplido su ciclo –en cuyo último tramo ganó e hizo fortunas formando rubro con Adolfo Stray–, miró más allá del océano con puntería certera. Trajo a Nélida Lobato, una vedette distinta, fina, gran bailarina y, aunque nacida aquí, estrella del Lido de París. Nélida cambió con su destreza y categoría todo el estilo de la revista porteña. Y para darle marco, Petit importó de Londres a las Bluebells Girls, altísimas y bien formadas, además de brillantes en ese juego delicioso de plumas, música y coreografía. La Lobato y las inglesas hicieron furor, llenando los ojos con un vestuario fastuoso y muy disciplinado dibujo escénico. La revista seguía teniendo como norte el porteñísimo Obelisco, pero chocaba su copa de champagne con la torre Eiffel. Don Carlos encontró un título perfecto para el espectáculo: Corrientes casi esquina Champs Elysées”. Estrenado en 1967 en El Nacional, esta perfeccionista del movimiento, de un carisma único, se desnudaba sutilmente frente al público. Compartía el escenario junto a Alfredo Barbieri, Eber Lobato y Carlos Scazziota, entre otros.
A partir de ese momento vinieron una sucesión de espectáculos que se presentaron en el Maipo en donde actuó junto a Jorge Porcel, Pepe Arias, Juan Carlos Altavista, José Marrone, Norman Briski, Juanita Martínez o Haydée Padilla. En todas las obras se negaba a ser el objeto sexual típico de la revista porteña.
La televisión la convocó tentándola con un contrato más que interesante. Realizó Espectaculares, programa por el cual obtuvo el Martín Fierro 1970 como “mejor desempeño en show”. Le siguieron El mundo de Nélida Lobato y El ángel azul. Hasta se animó a competir con Mirtha Legrand cuando condujo Almorzando con las estrellas. Alberto Migré, el señor de las telenovelas, la convocó para unos capítulos de Rolando Rivas, taxista, aquella historia que paralizaba el país.
En mayo de 1973, el productor Alejandro Romay, fallecido en 2015, contrató a Nélida Lobato y a Zulma Faiad para Escándalos, la nueva revista de El Nacional. Fue un éxito, pero antes de levantar el telón el llamado “zar de la televisión” tuvo que resolver algunos temitas que fueron contados en una nota de LA NACION de hace dos unos. Por lo pronto, tuvo que mandar a construir un segundo camarín principal con baño incluido para que no hubiera diferencias entre ellas. Pero surgió un nuevo problema: el famoso cartel. Rápido de reflejos mandó a diseñar un molino para la marquesina con los nombres de ambas en sus aspas, que giraban permanentemente. Como esa respuesta ingeniosa no se podía trasladar a la gráfica se las presentó como “Zulma Lobato-Nélida Faiad”.
En 1977 volvió a El Nacional para hacer Así como nos ven, con libro de Enrique Pinti y Jorge Schussheim, en el cual actuaba Víctor Laplace (su pareja entre 1972 hasta 1979). En 1978, hizo la primera versión de la comedia musical Chicago, de Fred Ebb, John Kander y Bob Fosse, en la que compartió escena con Ámbar La Fox, Edda Bustamante, Marty Cosens, Jovita Luna y Juan Carlos Thorry, entre otros. Aquello fue otro éxito que convulsionaba a la avenida Corrientes. Su última aparición en un escenario fue junto Tato Bores, en 1982, con La mariposa.
En el encuentro televisivo entre Susana Giménez y Antonio Gasalla, el gran actor rescataba de la Lobato el haber aportado a la revista un movimiento, un baile, un tipo de truco único. “‘La Loba’ se colgaba, había aparatos que salían hasta la décima fila con ella colgada arriba. Era increíble”, apuntó sentado en el living televisivo de otra diva de la revista. Víctor Laplace reconoció que aprendió a ser hombre con esa mujer magnética “Quiero decir que ella no me decía nada y yo pensaba: ‘Me está queriendo decir tal cosa’. Yo era un joven peronista, contestatario. Y un día me dijo que teníamos que ir al Lido de París. Ahí, de pronto, pusieron dos faroles en la mesa que compartíamos y dije: ‘Guau, esta mujer es muy grosa’”, recordó hace unos años.
Mientras hacía La mariposa “La Loba” empezó a tener dolores muy fuertes por lo cuales tenían que aplicarle calmantes antes de las funciones. En 1981, le extrajeron un tumor benigno que obstruía sus vías biliares y le extirparon la vesícula. Pero, ella, volvió al escenario, se aferró a él. En marzo del año siguiente, el cáncer avanzó. Se debieron suspender varias funciones y, en ese tránsito, perdió tres kilos. El 9 de mayo de 1982, a sus 47 años, murió Nélida Lobato en tiempos de la Guerra por las Malvinas. En medio del conflicto bélico, la muerte de la gran diva que supo iluminar los teatros de la avenida Corrientes pasó casi inadvertido.
En honor a la morocha de piernas increíbles y a la bailarina del Lido que renovó a la revista, la araña central del teatro Maipo fue bautizada como Las Nélidas.
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