Con versiones orquestadas de Chemical Brothers y Giorgio Moroder, el DJ y productor argentino inició su miniresidencia de cuatro funciones en el gran escenario porteño
Después de 80 minutos, el clima en el Teatro Colón el jueves por la noche ya era totalmente distinto al comienzo de la función debut de las cuatro anunciadas que tiene Connected, dentro del Festival Únicos. En el concierto sinfónico con el que Hernán Cattáneo se presentó por primera vez en Buenos Aires después de dos años sonaba “Promised Land”, el hit house de finales de los 80 de Joe Smooth, y la formalidad ya había perdido espacio. Mientras Javier Zuker tocaba una línea de bajo y se movía de izquierda a derecha al ritmo de un kick a 128 beats por minuto, las cuerdas de la orquesta de 50 miembros dieron pie a los cuatro cantantes invitados –Richard Coleman, Leandro Fresco, Oriana Favaro y Josefina Silveyra– para interpretar el estribillo. El DJ y productor argentino lanzó una mirada cómplice al director de orquesta Gerardo Gardelín y recién ahí mostró el primer signo de relajación. Había cumplido el mayor desafío en una carrera que conoce de varias conquistas a escala global: es una figura fija en los festivales más importantes, hace sets de 20 horas y tiene una agenda con cerca de 100 fechas por año, pero nunca creyó que iba a poder tocar en el Colón.
El escenario del teatro lucía atípico, con una cabina armada delante de una estructura de luces y una pantalla gigante que bajaba en algunos momentos del show. Cattáneo, frente a unas CDJ, un mixer y una mesa de mezclas, dirigía la versión electrónica del concierto acompañado por los productores Baunder y Oliverio, que estaban armados con cajas de ritmos, sintetizadores analógicos y controladores midi, disparando efectos, acapellas y los interludios con extractos de “Time” de Pink Floyd, “Vanishing Point” de New Order, la banda de sonido de la serie True Detective y la voz de Prince respondiendo preguntas en una entrevista.
Para estar en esta sala emblemática, que este año cumple 110 años, Cattáneo trabajó desde 2016 con sus colaboradores y Gardelín, hombre clave en este proceso, que reconstruyó con una mirada sinfónica el tracklist que tenían en mente. En la convivencia de la orquesta y esa estructura electrónica de trío, los que dominaban las acciones eran los músicos del foso: no sólo por la potencia de la novedad, sino porque había que respetar los límites de decibeles para no afectar la acústica del teatro. Sumar una delicada percusión a “Porcelain” de Moby; apoderarse con las cuerdas de “Tuesday Maybe” del dúo electrónico Way Out West; reformular por completo “The Golden Path” de los Chemical Brothers, en el que se lució Coleman mostrando distintos tonos de voz en su inconfundible estribillo; alejar de la pista “From Here To Eternity” de Giorgio Moroder... La tarea de los 50 músicos en vivo fue impactante: les dieron nuevos colores a algunos clásicos –también sonó “Enjoy the Silence” de Depeche Mode– y llevando a otros niveles las producciones propias de Hernán Cattáneo.
Después de las críticas que surgieron desde distintos sectores al conocerse que un artista de la escena electrónica actuaría en el Colón, la audiencia cumplió el pedido que el DJ y productor había hecho en sus cuentas de redes sociales -”No gritemos ni silbemos. Recordemos a qué vinimos: a escuchar, no a bailar. Disfrutemos la experiencia”-. Ni los que estaban de pie en el Paraíso atinaron a moverse. A la salida, el público, que se cruzaba con las personas que se preparaban para entrar a la segunda función, trataba de no revelar ningún detalle, pero no podía ocultar su satisfacción: habían escuchado su música favorita, muchas veces reducida a un género menor, en una de las salas de ópera más prestigiosas del mundo.
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