Helena Tritek: las clases con Lee Strasberg, la obra sobre Borges que tiene en mente y cómo es dirigir teatro a los 80
La directora, una mujer clave de la escena nacional, tiene en cartel una obra y se prepara para estrenar otra, en el Teatro Alvear; reflexiones de una maestra incansable
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Pensar en la figura de Helena Tritek y su lugar gravitante en la historia del teatro nacional es desandar un camino donde aparecen recuerdos, anécdotas, un notable sentido de la argentinidad -algo que repetirá insistentemente durante la entrevista- y una fe inquebrantable en su metier. A los 80 años, su llama sigue intacta. “Tengo un profundo amor por lo que hago”, sostiene Helena Tritek ni bien comienza a conversar con LA NACION.
-¿Cómo nació su vocación?
-En mi casa se leía mucho, eso se hereda; aunque mis padres no me llevaban mucho al teatro.
Recuerda que cursó el Conservatorio junto a Antonio Gasalla, “era muy amiga de él, íbamos a todos lados; no teníamos un peso, pero pedíamos en las boleterías si nos dejaban ver las obras”. En aquellas épocas de estudio, se trasladaba de su Bernal natal hasta la casa de estudios ubicada en Recoleta. “Viajábamos con Arturo Maly, gran compañero y buen actor”.
-¿Qué balance hace de su vida?
-Pasó de todo, pero lo considero un pasado hermoso.
-¿Y el presente?
-Trato de vivir el hoy plenamente.
Durante la entrevista, menciona al país una y otra vez. Recuperando recuerdos, valorando el arte que germina en tierra fértil de creatividad. “Estoy contenta de estar en Argentina, no entiendo cómo la gente se va”.
Insoslayable
-Comenzó hace sesenta años y su espíritu sigue alerta, con deseos de generar.
-No solo tengo amor por lo que hago, sino también una gran vocación. Soy feliz cuando hago y veo teatro. Siempre hay preguntas que los grandes maestros te contestan. Hace poco estuve haciendo los sonetos de William Shakespeare, donde el autor te habla del conocimiento, del paso del tiempo, de la profundidad. ¿Cómo no abordarlos?
-Usted, como maestra, seguramente les responderá muchas preguntas a sus alumnos.
-Intento.
-Muchas generaciones pasaron por sus clases.
-Son unos cuantos años de dar clases, de algunos alumnos me hice muy amiga, los vínculos siguen.
-¿Qué le pide a sus alumnos?
-Cultura, profundidad, relajación, amar al prójimo.
-Nada menos.
-Es mucho. Me propongo que lean y que, de a poco, se interesen.
-Se lee muy poco, incluso algo que se percibe en estudiantes de artes.
-Cada vez se lee menos, están todos con los telefonitos. A veces llegan con el material que les propongo leído, pero leído desde el celular, y yo tengo amor por el libro, por subrayar.
-Trabajar el texto con las propias marcaciones.
-Eso es hermoso.
-¿Qué hay en su mesa de luz?
-Libros, muchos libros.
-Por eso le preguntaba. ¿Qué está leyendo?
-Ahora estoy leyendo un estudio sobre Ibsen, donde se refleja su profundo amor por su tierra, el dolor del exilio pensando en su patria hasta que pudo volver y encontró a Noruega unificada, con un solo idioma; él trabajó mucho sobre eso.
-El padre del drama moderno.
-El padre de la estructura. En el [Teatro] San Martín, cada vez que Kive Staiff montó a Ibsen, fue un éxito.
Se le menciona a Los pilares de la sociedad, Hedda Gabler, El pato salvaje y la directora no puede más que concluir con un visceral “Dios mío...”. Su tono de voz es bajo y sumamente dulce, de muy buen decir, acuna al interlocutor y contagia su hermoso amor por la tarea.
-Usted trabajó tanto con actores jóvenes como consagrados y lo hace desde proyectos con producción como desde lo autogestivo. ¿Qué riqueza encuentra en estos ámbitos diferentes?
-Conciliar, amasar. Aprendo tanto de los jóvenes como de los actores profesionales con trayectoria.
-Comenzó a trabajar como actriz a los 20 años, pero recién a los 40 se inició como directora, ¿por qué esperó ese tiempo?
-No me atreví a hacerlo antes, aunque ejercía mucho como asistente de dirección, un gran aprendizaje donde veía cómo trabajaban los actores, sus caprichos.
-¿Volvería a actuar?
-No, creo que hay pocos directores de verdad, en cambio existen grandes actores, es una tierra fértil para eso.
A la hora de entender algunas claves de su rol como directora, considera que es fundamental “saber pedir, como un director de orquesta”.
Trayectoria
Tritek se formó con Hedy Crilla y Lee Strasberg; “te abren la cabeza”, dice. Y obtuvo numerosos premios, entre ellos el Konex, por su impecable camino en la escena que comenzó a transitar como actriz.
Con una trayectoria que se fue hilando con afán y una producción nutrida -tanto en el circuito oficial, como en el comercial y el independiente-, es en vano enumerar todo aquello que llevó su sello, aunque es innegable olvidar su mano directriz en la entrañable pieza Las pequeñas patriotas, con Adriana Aizemberg y Norma Aleandro, con quien se encuentra los lunes a tomar el té en casa de la actriz, “está retirada, pero siempre lúcida”.
También es necesario remarcar el estreno de Venecia, de Jorge Accame, pieza que mantuvo cuatro años en cartel o Nenucha, la envenenadora de Montserrat, en torno al imaginario de la figura de Yiya Murano. Más acá en el tiempo, Filomena Marturano con Claudia Lapacó y Antonio Grimau.
“La vaca atada es un modismo argentino”. Su referencia no es otra cosa que comenzar a pensar en voz alta algunos tópicos de la obra -de su autoría y dirección- que lleva un título de rápida connotación y que se ofrece los domingos por la tarde en la sala El Portón de Sánchez.
La vaca atada es una pieza que nació luego de una exhaustiva investigación en torno a una época del país (comienzos del siglo pasado), su burguesía, una Belle Époque opulenta en sus modismos y figuras que siempre la develaron como la escritora Victoria Ocampo. Hubo un material que se convirtió en guía, La Argentina de los hermanos Bunge, escrito por Eduardo José Cárdenas y Carlos Manuel Payá.
“Los Ocampo viajaban a Europa con los mucamos, el peón, las vacas, los pollos y hasta llevaban la ropa de cama. Serían baúles y baúles. Eran tiempos donde el que viajaba vendía mucho cereal y animales”, grafica -aún con asombro- la directora, quien estrenó su obra el año pasado en el Centro Cultural 25 de Mayo de Villa Urquiza y esta temporada la mudó a la sala de Almagro, “preciosa, con una profundidad magnífica”. El elenco de La vaca atada lo conforman Fito Yannelli, Silvina Quintanilla, Milagros Almeida, Julieta Raponi y Miguel Ale Granado.
“Era una época de grandes proyectos para el país y con Europa que estaba muerta de hambre por la guerra y acechada por el ´peligro rojo´, por eso, a quienes viajaban desde aquí, los llamaban ´los ricos argentinos´, algo que me pareció increíble. En base a todo eso que leí, inventé una historia”, reflexiona Tritek, quien también se nutrió de informaciones de índole artística que exponían el vínculo de nuestro país con Europa: “Me enteré que Carlos Gardel viajaba mucho”.
Encuentro cumbre
Con medio siglo de tarea ininterrumpida, de pasar a un cuarto intermedio, ni noticias. ¿Por qué habría de hacerlo? Su pasión la lleva a seguir generando. Tal su concentración y su amor por la escena que, además de seguir de cerca el camino de La vaca atada, se encuentra ensayando un nuevo espectáculo de próximo estreno y pergeñando un tercero para “más adelante”.
La entrevista tiene lugar en el café del Teatro San Martín. Un hervidero de espectadores que llegan “con tiempo” para hacer tertulia ante de alguna función y un ir y venir de artistas que terminaron con algún ensayo o que se disponen a ingresar a camarines para el compromiso de la noche.
Una figura ilustre irrumpe en la charla y se genera un encuentro de titanes del teatro. Aparece en escena Alfredo Arias para saludar a su colega. “¿A qué sala vas?”, le pregunta. Intercambian figuritas. “¿Estarán microfoneados tus actores?”. Cuestiones del quehacer. Desvelos previos al estreno. La directora le cuenta que ocupará el escenario del Teatro Alvear y su colega le confirma que James Brown usaba ruleros, la obra de Yasmina Reza que realizará este año en el Complejo Teatral de Buenos Aires, se ubicará en la sala Sarmiento.
-¿Qué estrenará en el Alvear?
-Dama Inger de Ostraat, una de las primeras obras de Henrik Ibsen, no estrenada en nuestro país ni en Alemania, un texto muy difícil de cinco actos. Se trata de la ambición y la codicia a través del vínculo entre madre e hijos, un tema que me interesa mucho.
El material, cuya versión local llevará por título Manada de lobos y aún no tiene fecha confirmada de estreno, forma parte de una etapa romántica del autor, cuando el noruego producía muy influenciado por el corpus poético de William Shakespeare. “Hay escenas que homenajean a Shakespeare, como cuando la mujer se toma las manos al estilo de Lady Macbeth”.
Reconoce que no existe un solo camino que enciende la llama de una puesta en escena. En La vaca atada fueron las imágenes que encontró en Argentina, los años dorados de Alberto Dodero e Inés Murat. “Me transportó”. Más allá del recurso visual, también afirma que “cuando se trata de Shakespeare, Ibsen o Chejov, te arrastran”.
-Volviendo a La vaca atada, ¿cómo siente que dialoga y nos interpela en nuestro hoy?
-Me toca mucho, tengo un gran amor por el país. Viví, desde 1973, ocho años afuera, en Alemania, extrañaba todos los días, es una cuestión de identidad, ¿viste? Me emocionan las canciones patrias. Me preocupa que los jóvenes no sepan sobre nuestro pasado. Hay temas que no se ven en las clases de historia.
Bregando por bucear en el ADN de nuestra cultura, para la próxima temporada ya tiene en su cabeza un material en proceso basado en textos de Jorge Luis Borges.
-¿Cómo será esa propuesta?
-Yo que sé, recién lo estoy armando, me gustan mucho sus relatos y su amor por la patria. Tiene un texto sobre el Chacho Peñaloza que escribió a los 20 años y no se puede creer.
-¿Suele ir a todas las funciones de las obras que dirige? ¿Mantiene vivo el proceso de devoluciones a sus actores?
-Trato de estar siempre y, al día siguiente, les hago comentarios por teléfono que ellos, por supuesto, niegan. “Yo no hice eso”, te dicen.
-La directora Helena Tritek es respetuosa de lo que escribió previamente la autora Helena Tritek.
-Se ayudan digamos…
Es hora de cumplir con un nuevo compromiso. Bebe un último sorbo de infusión antes de perderse en los laberintos del teatro rumbo a un nuevo ensayo, su lugar. A los 8′0, con la misma llama encendida que cuando comenzó, a los 20. “Es tan lindo este mundo”, dice. Y parte.
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