Héctor Fernández Rubio: "Me inspiro en los bares"
Un espacio experimental en busca de la entrevista soñada: el invitado se interroga y se fotografía
El actor Héctor Fernández Rubio se sienta a hablar con él mismo en el lugar más significativo para él: un bar. Así, el legendario Efraín (así se llamaba el portero de la serie televisiva Señorita maestra ) recuerda su infancia y sus inicios como actor, y hasta menciona la dolorosa situación de su querido club de fútbol.
-¿Por qué me citó para la entrevista en un bar?
-Me gustan los cafés de Buenos Aires, viví mi infancia en uno de ellos. Mis padres, inmigrantes españoles de los años 30, tenían un almacén, bar y cancha de bochas en Constitución.
-Interesante, pero se me instaló en el pasado, ¿no le molestan los recuerdos?
-Todo lo contrario, ese lugar tenía mucha magia para un niño, y como ellos atendían el negocio solos, no podían ocuparse de nosotros. Nunca nos faltó comida, ropa limpia, los útiles para ir a la escuela pública... Pero ningún mimo: no podían, tenían una larga jornada, ayudados por un lavacopas. Tampoco recuerdo que nos compraran juguetes, pero a nuestra manera, inventando juegos, fuimos felices.
-¿Sus padres apoyaron su deseo de ser artista?
-Mamá siempre me acompañó (fue una cantante frustrada). Pero mi padre, como buen gallego que luchó mucho por formarse, quería que su hijo estudiara una carrera para tener la chapa de bronce: doctor, contador... Algo concreto para poder vivir, lo que él no pudo. Y lo artístico le parecía una pavada. Aunque era fanático del tango y de todo lo español, incluido el teatro.
-¿Cómo hizo ante la negativa?
-Tuve que trabajar para aportar en mi casa y al mismo tiempo dedicarme a mi vocación. No era fácil: todo incluía discusiones y reproches, pero al trabajar tenía un justificativo frente al gallego . Aquí también tienen protagonismo los bares: a la oficina iba de traje y corbata, pero tenía un attaché con la ropa de bohemio, para no desentonar con mis compañeros estudiando o ensayando en los sótanos. ¿Dónde me convertía de oficinista en artista? En esos bares de la calle Corrientes. Que, además de vestuario, eran el lugar de nuestras tertulias, con sueños expresados frente a un café con leche con medialunas, personajes inolvidables, amores...
-Insisto con su fanatismo gastronómico. ¿No le gusta mostrar su casa?
-La preservo. Vivo en un departamento pequeño, sin lujos pero estéticamente agradable. Pero yo me inspiro en los bares, ahí encuentro las vidas y las observo. Y no por chusma, pero muchas veces las escucho, alimento mi archivo humano para la profesión, me relaciono con la gente... Me encanta sociabilizar.
-Sensible, sociable, ¿cómo lo lleva en estos tiempos?
-Este siglo XXI (tan sin mirarnos por culpa de los celulares inteligentes; sin escucharnos por los auriculares en la oreja) no me afecta porque sigo apostando por los valores que recibí de mis viejos. La honestidad, el valor de la palabra empeñada, la solidaridad... Sigo usando el por favor , el muchas gracias y el perdón . Me siento feliz con lo que tengo, y por suerte no me instalo en este consumismo vacío de contenido. ¿Y quién le dice a usted que de pronto nos vamos contagiando y formamos una cadena de buenos modales nuevamente?
-Se puso serio, ¿le pasa algo?
-La moza nos trajo los capuchinos que pedimos, y el mío tiene en su espuma el dibujo de una B . El joven que lo hace es de Racing, y yo de Independiente. Él está contento porque nos fuimos al descenso y ésta es su venganza porque, según él, nosotros los mandamos ahí a ellos en el año 83. Y ahora le pido que me disculpe, pero terminamos el reportaje, tengo un ensayo y no me gusta llegar tarde.
-¿Una última reflexión?
-Con mucho gusto, amigo. Mi padre me enseñó que no es rico el que más tiene sino el que menos necesita. ¡Ahhh! Le pido un favor: al despedirse de alguien no le diga cuidate , porque eso mete miedo. Mejor dígale que estés muy bien .
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