Hechizos de ayer, de hoy y de siempre: cinco películas de terror sobre brujas
A lo largo de la historia del cine, el terror encontró en esta figura una inspiración y supo moldearla desde lo gótico a las reminiscencias pop
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El estreno en Netflix de La calle del terror: 1666, cierre de la trilogía inspirada en los relatos de R. L. Stine, permite a agitar el universo de las brujas como epicentro de la maldición que condena a la desgracia al pueblito de Shadyside. En la primera película, ambientada en 1994, las claves eran la Scream de Wes Craven, el humor como gesto paródico para la reinvención del terror, y los aires pop para la actualización de heroísmos y venganzas en el corazón de ese territorio maldito. La segunda historia se alineó con los tópicos del slasher definidos a fines de los 70 por Halloween de John Carpenter y convertidos en moneda corriente para el género en la larga década de los 80, modelada por las sagas de Martes 13, Pesadilla y el reino de los serial killers más extravagantes.
La tercera y cierre de la saga, que Netflix estrenó este viernes, hace su salto temporal más arriesgado. Nos lleva hasta el corazón del siglo XVII en una aislada comarca llamada Union, luego escindida por la tragedia en sus dos caras: el lado virtuoso encarnado por la soleada Sunnyvale, y la sombría Shadyside, definida por las muertes y catástrofes. La historia aquí es la del origen, el germen de esa maldición que persiguió a ese territorio a lo largo de los siglos y que parece tener nombre propio: Sarah Fier. Condenada por bruja, ahorcada en el árbol que en los 90 yace en el centro comercial, espectro furibundo que nunca descansa, Sarah Fier es la pieza clave del misterio, el último eslabón para cerrar el camino que la directora Leigh Janiak emprendió por los hitos del cine de terror, por el atractivo de esas historias en la imaginería adolescente, por el placer de los sustos y los sobresaltos.
Pero las brujas no son tema nuevo para el terror. Desde la histeria originada por los juicios de Salem a fines del 1600, las brujas fueron el signo obligado para definir al pecado y la transgresión en las sociedades con raigambre medieval, blanco de la persecución del puritanismo, sinónimo del coqueteo con el Mal y la invocación del Diablo. El terror dio forma en la bruja a la anomalía de lo femenino, a su resistencia a poderes ortodoxos, a su regreso como forma de lo atávico. Los imaginarios desprendidos de esas exploraciones dieron nuevos contornos al género, ya sea en los tiempos del giallo italiano de los 70, o en las reversiones pop contemporáneas, o en sus regresos al gótico rural, todas excursiones a la brujería como exquisito ritual de toda maldición. Recorrer algunos de sus títulos disponibles en streaming es un ejercicio de reencuentro con ese universo y una forma de enfrentarnos a sus fascinantes hechizos.
La bruja (Robert Eggers, 2015)
La bruja asume en su historia toda la mitología de las brujas: el bosque como su misterioso dominio, el Diablo encarnado en el macho cabrío, el fuego como llamado de su poder. Con una fotografía opaca y neblinosa, heredera de los cuadros de Caspar David Friedrich y el sombrío romanticismo, Robert Eggers despliega un mundo en la tenue frontera entre lo real y lo imaginario, asentado en la vida material de una familia de campesinos de Nueva Inglaterra cuyo calvario adquiere los ribetes más insospechados.
La vocación de la película que deslumbró ese año al festival de Sundance consiste en recuperar a la bruja como fenómeno de resistencia ante el creciente cristianismo que definía la vida de los pioneros en Estados Unidos, y al mismo tiempo pensar al bosque como un espacio fuera de la vista de la razón, territorio de cultos paganos, magia y tradiciones negadas por el inminente racionalismo. El trabajo visual de Eggers honra esa aproximación al género, que consiste en abandonar el imaginario tradicional de la bruja, con su libro de hechizos, su fealdad obscena y su persistente comunión con el Mal, para reencontrarlo con sus raíces históricas, con las texturas provocadoras de la naturaleza, con una sexualidad que gravita en lo silenciado.
La película no solo lanzó la carrera de Eggers como uno de los recientes renovadores del género, sino que agitó nuevos bríos para un universo que todavía exuda esa inquietante fascinación.
Disponible en Flow y DirecTV Go.
Arrástrame al infierno (Sam Raimi, 2009)
Christine (Alison Lohman) quiere ser alguien en este mundo. Y ser alguien en el mundo en el que ella se mueve supone obtener un puesto jerárquico en el banco en el que trabaja, ser aceptada por la altanera familia de su novio, dejar atrás las manchas de su origen, la vida en la granja, el alcoholismo de su madre, las restricciones de su educación. Esa es la forma moderna en la que Sam Raimi piensa la tentación del Diablo, una ambición mundana que encuentra en el egoísmo y la falta de solidaridad los caminos perfectos para la maldición.
Cuando Christine niega el pedido de prórroga de un préstamo a una gitana y la condena al desalojo, su mundo se agrieta en lo sobrenatural y cada nuevo encuentro con los hechizos de la bruja se despliega tanto en persistentes extravagancias escatológicas –vómitos verdes, gusanos y moscas en la podredumbre- como en el constante asedio de su propia culpa.
Raimi nunca olvida la materia popular del género con el que trabaja, los sobresaltos y las apariciones, pero al mismo tiempo empuja a sus personajes al interior de sus propios miedos, a la creciente certeza de que es de allí de donde emergen los monstruos que los persiguen con tanto ahínco.
Disponible en Netflix.
El proyecto Blair Witch (Daniel Myrick, Eduardo Sánchez, 1999)
El terror siempre se definió por la exuberancia de su puesta en escena. Ya desde los tiempos de la Universal y sus monstruos, la clave no era el alto presupuesto sino el ingenio en la concepción del monstruo, el impacto de su aparición en escena, el horror indecible que provocaba esa mirada. Luego, la usina de Val Lewton en la RKO exploró el fuera de campo como territorio del Mal, definido por las sombras y la oscuridad que anunciaban una mujer pantera o un hombre leopardo. Varias décadas de tensar los límites de esa representación llevó a excluir radicalmente todo intento de artificio y a encontrar en los retazos del found footage la clave para la revitalización del género en su versión más económica.
El proyecto Blair Witch contaba la historia de una excursión de estudiantes a la región de Maryland para investigar la leyenda de la bruja Blair, originaria de esa región y responsable de las más oscuras maldiciones. Lo que quedaba de ese viaje eran imágenes borrosas, sonidos espeluznantes, la sugerencia de un horror que no había sido captado por la cámara. La bruja se reducía entonces a una serie de signos dispersos, a una voluta de terror que impregnaba a los protagonistas y espectadores con el mismo vigor.
Disponible en Amazon Prime Video y Movistar Play.
Suspiria (Dario Argento, 1977)
“¿Brujas?”, preguntó Daria Nicolodi algo incrédula mientras Dario Argento le confirmaba que quería dejar el giallo para incursionar en una historia de brujería. El relato que revela el director en Paura, su reciente libro de memorias, es apenas la punta del iceberg para la trama detrás de la creación de aquella mítica película que terminó siendo una de las más exitosas de su carrera.
El título extraído de un libro de Thomas De Quincey, un extraño dibujo de la bruja de Blancanieves, una novela de Frank Wedekind sobre la educación corporal de las niñas en la danza, los viajes por catedrales y bibliotecas con olor a incienso, textos esotéricos, testimonios de brujas, nigromantes y testigos de fenómenos paranormales fueron la base de la fábula que dio origen a la trilogía de ‘Las tres madres’ (integrada por Inferno y La terza madre), apogeo del estilo febril de Argento, con sus colores estridentes y sus tormentas perfectas.
El viaje de una estudiante neoyorkina a una academia de danza en Alemania conduce a una excursión al inframundo que tiene el rostro extraviado de Jessica Harper y las ambiciones del director que llevaría el terror italiano a un nuevo estado de gracia.
Disponible en Amazon Prime Video y Movistar Play.
La máscara del demonio (Mario Bava, 1960)
Mario Bava también decide ir al corazón del siglo XVII y a los relatos de brujas para comenzar su carrera como director. La máscara del demonio, también conocida como Domingo negro y censurada en su momento por sus escenas de violencia, se convirtió en el primer hito para el terror de aquella tierra, el comienzo de la exploración de las tradiciones ancestrales en su versión autóctona, definida por el manierismo de la puesta en escena, la interpretación extraviada de la deslumbrante Barbara Steele, y un gótico blanco y negro que dio al territorio de aquella Moldavia del 1660 su aspecto de fábula encantada.
Todo comienza con la ejecución de la princesa Asa Vajda por brujería para continuar dos siglos después con su despertar de la tumba para cobrar venganza. El uso del bosque, las cruces, los espejos en la capilla donde yace el cuerpo podrido de la bruja conforman la clave estética de Bava, que se afirma en su exquisita fotografía capaz de dar cuerpo a esas maldiciones en la misma textura de su cine.
Uno de los imprescindibles de esa historia del cine italiano que tanto se extraña, que siempre regresa en su legado e influencias, adquiere aquí su mejor forma, la de la bruja renacida de sus cenizas, como la gran protagonista de nuestras pesadillas.
Disponible en Qubit TV.
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