Heroína, crack, historias carcelarias y noches de sexo con una supermodelo: todo en un día de trabajo junto al genio arruinado del rock inglés
Con actitud resuelta, Johnny Headlock se acerca a la puerta negra de seguridad y pasa, entrando en el estacionamiento de un complejo habitacional de mal aspecto. Estamos en Hackney, un barrio del este de Londres que está lejos de ser elegante. Durante las últimas diez horas hemos estado buscando a Pete Doherty. Johnny se detiene frente a la puerta de un departamento que tiene una ventana rota. La ventana ha sido cubierta con un pedazo desprolijo de madera, y alguien dejó un mensaje en el borde: "Hola Faye y Lo, aquí vinimos a verlos, los que-remos no de manera obsesiva, buen trabajo besos".
"¡Pete!", grita Johnny. "¡Pete!" Tal vez sería apropiado en este momento decir que son las 3 y media de la mañana. Las únicas luces del lugar vienen del departamento de Doherty. Las ventanas están tapadas con sábanas.
"El sólo tiene tres escondites", murmura Johnny. A Johnny le dicen "Johnny Headlock" porque no es una persona con la que convenga meterse en problemas. En el denso acento esteño de Johnny, "three" [tres] suena como "free" [libre]. El acento, junto al omnipresente e intenso brillo de sus ojos, hacen pensar en el personaje del gángster psicótico que hacía Ben Kingsley en Sexy Beast [Jonathan Glazer, 2000]. Johnny trabajó para Doherty durante varios años, en algún puesto que hay entre un vaquero y un asistente personal.
Finalmente, una de las sábanas es corrida de costado y Doherty asoma la cabeza por una ventana del segundo piso, con los ojos hinchados y confundido. "Johnny", gruñe, "no podés...". Y el resto es ininteligible. Luego desaparece.
En ese momento, la puerta se abre de golpe y una mujer joven pasa corriendo frente a nosotros. Está llorando histéricamente y no lleva abrigo suficiente para esta noche helada. Johnny frunce el ceño, luego me acompaña adentro. "Sacate los zapatos", ordena. Arriba, un largo pasillo cubierto de graffiti conduce hacia una puerta. Alguien pintó con spray: "Baño", en letras enormes, arriba de la entrada del baño. Alguien pintó: "Todos nosotros estamos en la cloaca, pero algunos estamos mirando las estrellas". Alguien pintó: "Te amo Pete con amor Brooke (la rubia)". Una montaña de bolsas de basura se acumula junto a la escalera, y el resto del piso está cubierto de objetos: cables del amplificador, una funda de guitarra vacía, monedas, un envase de talco Johnson para bebés, un ejemplar destrozado de Así habló Zaratustra, de Nietzsche. Música monótona y atonal se cuela por debajo de la puerta principal.
La habitación, incluso más sucia que el pasillo, parece el refugio de un vagabundo. La luz es baja, con un brillo anaranjado, como un campamento encubierto. Un hombre en sobretodo, los dedos ennegrecidos –la tinta indeleble de una pipa de crack–, está tirado en un viejo sofá y nos echa una mirada alerta y animal. El único signo de celebridad está encima de un abarrotado mantel: el trofeo de un show de premios musicales, que ha sido recibido la semana previa. El premio fue en la categoría "El hombre más sexy".
Y allí está él: Pete Doherty, cantante de Babyshambles, ex novio de Kate Moss y el drogadicto más famoso de Gran Bretaña. Está parado en el medio de la habitación, alto y espigado, con el pelo enmarañado, los ojos hundidos, una cruz colgando de una cadena en su cuello. En una mano tiene una computadora portátil y una diminuta cámara digital en la otra. Está utilizando la cámara para filmar algo que está frente a él –aunque no hay nada frente a él– y mira fijo a lo que sea que está filmando para ver cómo se ve en la pantalla de la laptop. Sin mirarnos dice suavemente: "Johnny, éste no es un buen momento". Johnny comienza a hablar, pero Doherty, sin elevar la voz ni quitar los ojos de la pantalla, lo interrumpe: "¿Me estás escuchando, Johnny? Este no es un buen momento".
Johnny me mira y me dice: "Mejor esperá en el pasillo".
Con los babyshambles y su primera banda, The Libertines, Pete Doherty hizo parte de la mejor música que salió de Gran Bretaña en los últimos cinco años. Su mejor trabajo es punk rock inteligente y rudimentario, que tiene tanto la energía como el eclecticismo de Clash –Mick Jones produjo los dos álbumes de Libertines y el debut de Babyshambles, Down in Albion– y la tradición inglesa hiperliteraria de compositores como Ray Davies, Morrissey y Jarvis Cocker. Pero su leyenda –por momentos cómica, por momentos trágica– ha brillado con más potencia en las notas de la prensa amarilla, donde él encarna casi todos los aspectos, los malos y los buenos, de lo que pensamos cuando pensamos en las estrellas de rock: drogas, alcohol, problemas con la ley, drogas, modelos, peleas en el escenario, colapsos en el escenario, problemas con las fans, drogas, prisión, problemas con autos, citas gratuitas de Rimbaud y, ey, ¿ya dijimos "drogas"? Durante el curso de la breve carrera de Doherty, de 27 años, él fue a la cárcel una docena de veces (una vez por dos meses, por robar en el departamento de un compañero de banda). La mayoría de los arrestos han sido resultado directo del permanente abuso de drogas de Doherty; abuso que, con ánimos tanto teatrales como autodestructivos –y tal vez, en señal de protesta–, el cantante nunca ha hecho esfuerzos por ocultar. "Normalmente, alguien que fuma crack lo negaría y diría: «¡No hagan esto, chicos!»", dice el bajista de Babyshambles, Drew McConnell. "Peter nunca le miente a nadie." Tal honestidad ha convertido al cantante en un blanco irresistible para las autoridades británicas. A lo largo de los años, Doherty atravesó varios procesos de rehabilitación, incluyendo un monasterio tailandés conocido por ser la clínica más intensiva del mundo, y de la cual se dice que "una vez que alguien empieza el programa, el único modo de renunciar es muriéndose". Doherty se rajó a Bangkok a los tres días.
Hacia fines de enero, en el transcurso de tres meses, Doherty –su nombre se pronuncia Dockerty– ha sido confrontado por la policía o arrestado al menos diez veces. Los dos últimos arrestos, ambos por posesión, fueron, aunque suene increíble, el mismo día (el día posterior al que yo tenía agendado volar a Londres para la entrevista). Pasaría las seis semanas siguientes tratando de rastrear a Doherty, haciendo listas de sus amigos y compañeros de banda y realizando dos viajes al Reino Unido. "¿Al menos sabe que estoy tratando de entrevistarlo?", le pregunté finalmente a McConnell, tras varios encuentros cercanos. Irlandés, alto y de voz suave, McConnell, que no usa drogas duras, se queda callado por un rato. "Definitivamente se lo advertimos", dijo. "Pero con Pete, uno nunca sabe si retiene."
La noche siguiente, McConnell me manda un mensaje de texto para decirme que vaya a Koko, un oscuro club de rock en Camden. Cuando llego, los Paddingtons, una banda punk de Hull, están en la mitad de un estridente set, con McConnell mirando desde el costado del escenario. Le pregunto dónde está Doherty. McConnell levanta un dedo hacia las vigas que están encima del escenario. Nos trepamos por una escalera caracol que conduce a una pasarela. Doherty, con una camisa rayada debajo de un suéter celeste, está mirando a la banda, tomando whisky de una botella y dando ocasionalmente una pitada de una pipa de crack. Con sus ojos grandes y redondos se parece un poco a Billie Joe Armstrong, de Green Day, sólo que no usa delineador. Dice: "Hola" y me presenta a su amigo, el General, un rastafari de edad mediana al que conoció en la cárcel, y que luego cortó un tema reggae para Down in Albion. El General me da un apretón de manos y dice: "Respeto". Después de un rato de mover la cabeza con excitación, Doherty comienza a trepar más para ver mejor. McConnell corre y lo toma de la cintura.
Abajo en el camarín, Doherty es saludado por amigos, modelos y un chico que solía trabajar con Oasis, quien se le acerca y le dice: "Yo te digo, con mi sonido rockero y tu talento, tu próximo álbum podría ser genial". Le pregunto a Doherty cuándo quiere hablar. El me mira, aparentemente confundido, y dice: "¿De qué querés hablar?". Luego dice: "Esperame acá. Vuelvo en un minuto". Deja el edificio y nunca regresa.
Dos semanas despues, en Manchester, hice otro intento. Es la última fecha de una minigira de los Babyshambles. La banda sigue brindando una actuación notablemente errática en vivo. Matt Bates, el agente de prensa de los Babyshambles, recuerda un show en el que Doherty, tocando el bajo, se quedó dormido en la mitad de la primera canción. ("Simplemente se le caía la cabeza", dice Bates, "y después, la mitad de la banda se bajó del escenario".) Pero esta noche, al menos, aunque Doherty llega casi dos horas tarde –saludando al público mientras balbucea: "No me creerían si les contara"– la banda consigue una actuación impactante, cubriendo casi todo Albion y, con algo de maldad, la canción de los Libertines "What Katie Did", escrita mucho antes de que Doherty conociera a Moss, pero jugando a una extraña adivinanza sobre el pasado reciente del cantante.
"Oh, what you gonna do, Katie?/ You’re a sweet, sweet girl/ But it’s a cruel, cruel world…" [¿qué vas a hacer, Katie?/ Sos una chica dulce, dulce/ Pero éste es un mundo cruel, cruel], cantó Doherty mientras se calzaba el sombrero con una mano, imitando una especie de balada mala. "Since you said goodbye, polka dots filled my eyes… / And I don’t know why" [desde que me dijiste adiós, manchitas de polka llenaron mis ojos…/ Y no sé por qué].
El ánimo en el micro de gira después del show es celebratorio, para decirlo tibiamente. Varias fans jovencitas inhalan cocaína sobre una mesa, y una rubia linda con demasiado maquillaje fuma heroína de un pedazo de papel de aluminio. Suponiendo que es una groupie, le pregunto cómo conoce a la banda. "Oh", exclama entusiasmada. "¡Soy la nueva agente de prensa de Pete!"
Un rato después, Doherty aborda el micro, me mira y me dice: "Siempre te las arreglás para aparecer en los mejores momentos, ¿no?". Su voz es amable, el timbre está vagamente arruinado. Tras un momento, abre el visor de una cámara de filmación –mientras aprieta play, noto que las yemas de sus dedos están quebradas y ennegrecidas por el uso del crack– y comienza a mirar su propia actuación de la noche. En la pantalla, un Doherty en miniatura se sacude y salta por todo el escenario, no tanto como un baile sino como si esquivara piñas invisibles. El Doherty de la vida real, sonriendo deleitado, comienza a cantar junto a su álter ego grabado.
Después del dúo consigo mismo en un par de canciones, se retira, sin decir palabra, a una sección privada del micro para preparar un segundo show, solista, en un local minúsculo de esa calle. "Es un modo de ganar algo más de dinero", aclara crípticamente el baterista de Babyshambles, Adam Ficek.
En la fiesta posterior, a Doherty no se lo ve por ninguna parte, pero allí conozco a Johnny Headlock, un ex dealer que trabaja con el grupo, y un hombre en que Doherty confía como en pocos otros. Agresivo y beligerante –una de las primeras cosas que me dice es: "Yo sé que sos de Nueva York, pero los Strokes son una manga de putos"–, pero extraordinariamente carismático, Johnny no toca el crack ni la heroína. Escucho como, en medio de la fiesta, amenaza al joven promotor del show, que aparentemente no consiguió suficientes tragos para la banda.
"¿Hace cuánto que estás en esto?", pregunta Johnny. El promotor, nervioso, contesta que tres meses. "¿Tres días?", ladra Johnny, mirando fijo al chico. "Bueno, tenés mucho que aprender. Y podés chuparme un huevo si pensás que te voy a creer cuando decís que no ganaste plata con este show." En este momento, Johnny se da vuelta y me sonríe, dejando ver su diente de oro. Dice que cuando volvamos a Londres me va a llevar con Pete.
Al día siguiente, Doherty es arrestado en Birmingham por conducir un vehículo robado.
La prensa britanica se deleita comparando a Doherty con Sid Vicious. Pero aunque ambos se han convertido en figuras romantizadas de la disolución del rock & roll, en realidad tienen poco en común, más allá del amor por la heroína. Vicious, que apenas sabía tocar el bajo, era músico sólo en el sentido más amplio del término. Lo frustrante respecto de la adicción de Doherty es la cantidad de potencial que parece estar desperdiciando. Agudo y coherente cuando no está cabeceando, Doherty se enamoró del lenguaje a una temprana edad. A los 16 años, ganó un prestigioso concurso de poesía y obtuvo un viaje a Rusia, e incluso sus desparejos "diarios carcelarios", publicados por The Guardian, revelan la habilidad para crear una buena frase. Un ejemplo: "Otro día sin emociones y mis dientes duelen como la mierda… Ay, bueno, pequeñas piedades, pequeñas piedades. Primera vez que tuve una tele en mi celda, mirando el asunto del primer ministro. Un montón de aire caliente si lo hubiera... Drogarme qué vida. Escuchen, escuchen... Todavía espero el cling clang del llavero del carcelero... Incluso la vida sin drogas tiene que ser mejor que esta pocilga. Los Babyshambles están listos para volver con todo también. No voy a hacer otra vez honestam... Oh, sí, Doherty, lo vas a hacer y lo sabés".
La gente esperaba que down in Albion fuera un equivalente actualizado de Sid Sings, el infame álbum solista en el que Vicious, por momentos sonando casi catatónico, lanzó canciones como "My Way". Pero aunque mucho de Albion es desprolijo y subproducido, a menudo como un demo, hay momentos fantásticos, desde el single "Fuck Forever" hasta baladas de resaca como la adorable "Albion", una irónica y melancólica oda a la amada Inglaterra de Doherty. Otras canciones le dan puñaladas destartaladas al punk, al reggae, al brit pop.
Doherty creció en un ambiente relativamente estable. Su padre es un oficial de la Armada británica que hace poco prestó servicios en Irak. Cuando era un precioso adolescente, Doherty obtenía buenas notas en la escuela y comenzó un fanzine dedicado a su equipo de fútbol favorito. Pero abandonó la Universidad de Oxford, donde estudiaba Letras, después del primer año y comenzó a juntarse con Carl Barât, un amigo de su hermana que sabía tocar la guitarra. Enseguida la pareja formó The Libertines. El título del debut de la banda, de 2002, Up the Bracket, era un modo en jerga de decir inhalar cocaína, y la música pellizcona sonaba como el género perfecto para merqueros. Fragmentario, verborrágico y siempre al borde del colapso, el espíritu punk del álbum sonaba especialmente fresco en un momento en que bandas tibias como Travis y Coldplay se habían apoderado de los charts británicos.
Pero hacia 2003, los Libertines se vieron forzados a girar sin Doherty, quien por su abuso de drogas se había vuelto intolerable. En Londres, él comenzó a hacer su propia música, al principio presentándose de improviso para juntar dinero para las drogas. También se las arregló para grabar uno de los mejores singles del año, "For Lovers", con un oscuro personaje local –decididamente no era un músico profesional– conocido como Wolfman. La canción llegó al top 10 británico. (Desafortunadamente, Doherty y Wolfman ya habían vendido los derechos de edición en un pub por una suma irrisoria.) Poco después, Doherty formó Babyshambles, también compuesto, inicialmente, por drogones. "Era gente... que se movía en ciertos círculos", dice McConnell guiñándome un ojo.
Hacia 2004, los Libertines se habían separado y Doherty comenzó a salir con Moss, a quien había conocido en la fiesta de su cumpleaños número 31. El brillo único de esta pareja sería ingeniosamente satirizado por el propio Doherty en la canción de los Babyshambles "La Belle et La Bête", en cuyo estribillo se oye el arrullo de Moss, que no parece angloparlante. Su noviazgo flameó en todos los periódicos el año pasado, cuando una granulada grabación con la cámara de un celular –en la que se veía a Moss inhalar línea tras línea de cocaína en una sesión de estudio de los Babyshambles– se filtró en la prensa.
Mientras tanto, los problemas continuaron persiguiendo a Doherty por todas partes. Sufrió una sobredosis antes de un concierto en Aberdeen, que lo dejó inconsciente mientras los enojados fans destrozaban el micro de gira. En la Brixton Academy de Londres, Doherty y el guitarrista Patrick Walden se pelearon en el escenario después de que Doherty empujara a Walden, y luego lo desenchufara en medio de un solo. En Gales, mientras grababan Down in Albion, un arruinado Doherty saltó dentro de su auto –"cada vez que se pone detrás de un volante", dice McConnell, "el único que queda arriba del auto es él"– decidido a atropellar a los guardias de seguridad contratados por el sello. "Yo le dije: «Pete, si te subís a un auto, vas a chocar»", recuerda Ficek. Se salió de la autopista y terminó en una zanja.
"Mucho de lo que hace está bien planeado", insiste Johnny Rhythm, quien arregló algunos de los primeros y legendarios shows de los Libertines, en el club del este de Londres Rhythm Factory. "La noche previa a un show, me dijo: «Mañana voy a hacer algo». Y vaya si lo hizo: en medio del set, se fue del escenario. La banda no sabía qué estaba pasando. Todos decían: «¿¡Abandonó!?». Y de repente volvió corriendo con ese estilo increíble. Yo dije: «¡Sos James Brown, hijo de puta!»."
Cuando me encuentro con Johnny Headlock en Londres, me asegura que los cargos por robo de autos son "cualquiera"; el auto era de un amigo, y había sido denunciado como robado meses antes. Aparentemente, Doherty, tras pasar algunas horas en prisión, está de nuevo en la casa, y planea manejar hasta Norwich para ver a la nueva banda de Barât, Dirty Pretty Things. "Dice que nos pasa a buscar en media hora", dice Johnny. "Por supuesto, su media hora puede durar cuatro días."
Pero luego un amigo de Doherty vuelve a llamar y dice que ha habido un cambio de planes, y que Doherty está grabando algo de música, y que debemos esperar una hora más antes de ir.
A las 3 am, estamos en la habitación de mi hotel tomando shots de Sambuca con un pequeño grupo de amigos de Johnny, incluyendo a Naomi, una profesional bailarina de caño a quien conocimos en un club de strip lésbico en Soho. (Es una larga historia.)
Media hora después, estamos pasando por la puerta de entrada de Doherty en Hackney, y Naomi y yo terminamos sentados en el piso del pasillo cubierto de graffiti, esperando una seña de Johnny. Tras unos diez minutos, la puerta se abre y un hombre destruido, un amigo de Doherty llamado Mick, aparece. "Yo no me quedaría ahí si fuera ustedes", dice, mirándonos. "Estamos así hace cuatro días. Ahí está todo hecho mierda."
La chica que lloraba resultó ser la ex de Doherty. Estuvieron peleando, y Mick fue asignado para acompañarla a su casa. Un rato después de la partida, Johnny abre la puerta y nos hace una seña para que pasemos. Doherty está sentado en un pequeño amplificador, tomando vino tinto de una copa de champán. El suelo del cuarto está plagado de equipos para música y computadoras, libros, diarios y latas de butano vacías. De cerca, Doherty parece muy joven, su cara lampiña y sus ojos enormes parecen tan exagerados como los de un muñeco. Como en casi todas las fotografías, parece como si el menor sonido de una cuerda perdida pudiera hacerlo llorar. Tiene puesto un suéter escote en V, pantalones negros y medias marrones rayadas. Lo mortecino de la luz y la voz casi susurrante de Doherty hacen que la habitación se cubra de una especie de bruma. "Perdón por caer tan tarde", comienzo con torpeza.
Doherty se inclina y dice: "No me molesta hacer una entrevista, pero ¿podrías no anotar nada?". Le digo que está bien. Pero después de unas pocas preguntas, queda claro que no quiere ser entrevistado, y que las preguntas sobre asuntos sensibles, como su relación con Moss, sólo van a retraerlo más y hacer que me echen del lugar.
"¿Podemos hacer como si sólo fueras un amigo de Johnny que pasó a charlar?", pregunta. Poco después de decir eso, Doherty pone un poco de heroína sobre un pedacito de papel de aluminio. Enroscando otro pedacito dentro de un largo tubo, lo perfora un poco, como si fuera un marinero ajustando su catalejo, y luego cocina la heroína con un encendedor y, con el tubo como sorbete, inhala.
Durante las tres horas siguientes, Doherty también fumará crack, se inyectará heroína y se tomará una pastilla de éxtasis. Hace todo esto abiertamente, excepto por la inyección, que realiza en una cocinita cercana, dándonos la espalda. Me ofrece heroína y éxtasis pero no crack. Yo declino. Cuantas más drogas ingiere, más relajado parece. Nunca se pone incoherente, aunque a ratos parece confundido. Mientras hablamos, me mira los pies y dice: "¿Podrías sacarte los zapatos, por favor?". Le digo que ya lo hice.
"Sólo sacate los zapatos, por favor", repite, mirándome enojado.
"Pete", dice Naomi, "ya se los sacó".
Doherty me mira, lanza una leve sonrisa y dice, poco convincente: "Era un chiste".
Pero en otros momentos revela un intelecto asombroso. Por ejemplo, dice que posiblemente lo prueben para actuar en una versión cinematográfica de Crimen y castigo. "¿Raskolnikov?", le pregunto. El se ilumina y dice: "Me encantaría hacer de Raskolnikov, pero no, es otro papel".
Una cosa que Doherty no parece poder lograr es mantener el foco en algo. Se pasea por la habitación, rasguea ausente una guitarra y canta. Dice que una chica francesa está durmiendo en su cuarto. Dice que un día se apareció y le preguntó si lo podía esperar adentro, porque llovía. Dice: "¡Eso fue hace tres meses!". Sacude un aerosol y hace un círculo azul en la pared. Se ofrece a prepararme una taza de té. Dice que todo lo que hizo últimamente es escribir canciones nuevas. Dice que le encantaría girar por los Estados Unidos. Dice: "¿No sería tremendo, Johnny?".
Le pregunto a Doherty si tiene miedo de volver a la cárcel. En el pasado, ha defendido su uso de las drogas como parte de una filosofía de libertad personal, aunque también admitió ser un adicto al decir en la bbc el año pasado: "La historia ha demostrado que hay sólo una conclusión [a tal uso sostenido de drogas] y es el final. El gran vacío. No soy nihilista, y no quiero morir".
Esta noche, de todos modos, Doherty se resiste a esa introspección. Al principio se sacude la pregunta insistiendo que, aunque el test dé positivo, él va a estar bien. "¿De verdad?", le pregunto. Mira hacia abajo y luego dice: "Si pienso honestamente en eso, lo que siento es un terror absoluto". Luego dice: "Por eso es que no hablamos de eso", y comienza a tararear una canción.
Sentado otra vez sobre el amplificador, levanta un libro con canciones de los Smiths que está tirado en el piso y lo abre en "Cemetry Gates", de The Queen Is Dead, y comienza a tocar y a cantar.
Después de terminar la canción, Doherty dice: "La gente piensa que soy rico, pero sólo tengo 20 libras escocesas". Luego, yendo más al punto, pregunta: "Cuando entrevistás a alguien como 50 Cent, ¿le pagás?". Le digo que no.
Unos minutos más tarde dice: "¿Quién quiere ir en una misión?".
La misión es relativamente simple. Doherty acaba de comprar un Jaguar clásico, pero está estacionado en la casa de un amigo. El auto de su amigo está estacionado afuera. Tenemos que mover los autos. Hay un problema: la licencia de conducir de Johnny fue revocada, Naomi no sabe manejar, y yo no sé ni manejar una bicicleta.
Así que aquí estamos, paseando por el este de Londres en un sedán azul económico, con Doherty fumando en cadena y apretando el acelerador al mero atisbo de disminución de la velocidad. En un momento, llegamos a la casa del amigo de Doherty, donde se coloca detrás de un auto estacionado. "¡Mierda!", dice, y enseguida retrocede media cuadra, poniéndolo detrás de una combi.
El Jaguar es bastante ágil. Manejamos en dirección a lo de Johnny. El sol está empezando a salir, y las calles de Londres, aun mayormente desiertas en la lavada luz matinal, parecen pacíficas, en un modo romántico y tenue. La hora pico comenzará en breve. Doherty parece más despierto que el resto de nosotros, y de buen humor. Comienza a señalar varios viejos lugares, destacando uno en especial en el que él y Barât vivieron, en las primeras épocas de los Libertines. "Mierda, debería mostrarte", dice, haciendo un abrupto giro en U. Johnny, que estuvo cabeceando, se despierta sobresaltado. "¿A dónde vamos?", pregunta.
Doherty dice: "A un sitio oculto en Albion".
Doblando sobre el filo de una estrecha esquina, dejamos la avenida principal y, al final de una callecita, emergemos en un pequeño cul-de-sac en el que se alinean una docena de casitas de una planta. De pronto parece como si estuviéramos a cientos de kilómetros de Londres, en algún lugar de la campiña inglesa de una vieja canción de los Kinks. "Es hermoso", dice Naomi. Doherty asiente y estaciona el Jaguar frente a su viejo refugio, ahora aparentemente deshabitado. Hay autos estacionados en el callejón, pero no hay movimiento aparente en ninguna de las casas. Todos parecen estar durmiendo.
Doherty toma el manual del Jaguar y lo abre. Adentro, hay una hoja de papel de aluminio y más heroína, la cual prepara y fuma. El papel hace un ruidito agradable cuando la heroína se cocina. Nos quedamos sentados en silencio por un rato. En un momento, Doherty señala que su Jaguar tiene una función especial que le permite mantener una velocidad constante en la ruta, con sólo presionar un botón. Me doy cuenta de que está hablando del control de velocidad crucero. "No sé mucho de autos", reconoce, mirando pensativo hacia la casita. Habla de los buenos viejos tiempos. Dice que no se acuerda mucho pero que escribía un diario. Dice que en esa época hablaban de muchas drogas psicodélicas. "Ni heroína ni crack", agrega bajito.
Para cuando llegamos a lo de Johnny son las siete. Doherty tiene que encontrarse con su oficial de libertad condicional a las nueve para su test diario de drogas. Antes del encuentro quiere pasar por lo de Naomi: ella dice que tiene un montón de pastillas de éxtasis.
Yo tengo que tomar el avión, por eso, de camino, Doherty para un taxi desde su auto. Yo me bajo, le doy la mano y le deseo suerte con todo. Luego me subo al taxi y le digo al conductor, un hombre fornido de unos 50 años, el nombre de mi hotel. El me mira por el espejo retrovisor durante un rato y finalmente pregunta: "¿Ese tipo no se robó un auto el otro día?".
El futuro de los babyshambles permanece, por expresar algo obvio, del lado de lo incierto. "Lo que está haciendo es exasperante", dice McConnell. "Hay un montón de gente zumbando por ahí que no tiene el mismo interés que nosotros, que es hacer música. Hay momentos en los que no hay nadie más y Adam y yo decimos: «Sabés, Peter, nos estás rompiendo el corazón». Pero él es un libertino. Tiene esa filosofía de la libertad personal. Con su última banda, trataron de forzarlo a rehabilitarse, a que se internara. Y no funcionó."
En 2004, antes de la ruptura oficial de The Libertines, Barât luchaba contra los mismos temas. "Es muy difícil saber qué hacer", me dijo en su momento. "Lo primero que pensás es: «Bueno, tiene la constitución física de un mamut, así que va a estar bien». Después ves que es demasiado grande el problema, entonces él trata de ocultarlo. Y de todo lo que probamos (todo: pactos, promesas, embargos... ¿cómo llamarlo? Sanciones)… nada funcionó."
En esta época de American Idol, Doherty sin duda surge como la última estrella de rock. Y aún es capaz de hacer presentaciones increíbles –artísticas realmente– mezclando confusamente su música con su problemática vida. Un ejemplo reciente: el día de Año Nuevo realizó un show en su departamento para un selecto grupo de fans. Después de tocar, se retiró a su habitación e hizo que los chicos formaran una fila afuera para entrar de a uno y pedirle canciones de manera privada. ¿Qué clase de artista, grande o chico, hace este tipo de cosas? Bueno, sí: un artista que busca dinero fácil para las drogas. Pero hay más en juego que una necesidad de cura.
Por ahora, girar sigue siendo difícil, ya que las visas y los seguros no se conseguirán fácilmente. Cuando le pregunto a Doherty si tiene ofertas de sellos, se ríe. "Nadie quiere tocarme, amigo", dice, sacudiéndose el pelo. "Tienen miedo. Piensan que va a ser un accidente de auto." Se ríe otra vez, esta vez con más fuerza, y sin sonreír. Señalando el destruido paisaje que lo rodea, continúa: "No se dan cuenta de que el auto ya chocó. Y que hubo una explosión nuclear. Y que somos las últimas personas vivas en la Tierra".