Si te vas a poner a buscar evidencias del montón de hongos alucinógenos que Harry Styles dice que comió durante la grabación de Fine Line, su destacado segundo disco, vas a tener que esperar hasta la anteúltima canción. Cuando llega "Treat People With Kindness", es cierto que es un viaje. Luego de una reflexión acerca de "flotar en un sueño/y caer en las profundidades" sobre una base afiebrada de congas, aplausos y Mellotron, Styles convoca un coro de gospel que lo eleva aún más alto: "Quizás podamos encontrar un lugar donde sentirnos bien", cantan de manera atronadora, al mejor estilo de teatro musical de los setenta. "¡Sentirnos bien!".
Aunque Harry Styles Superstar podría haber sido un disco genial, Fine Line no es la gira mágica y misteriosa que uno podría haber asumido que sería el sucesor de Harry Styles, el debut inspirado en el rock clásico de este galán ex One Direction. Pero tampoco es nada aburrido. A la altura de su brillante uniforme de pantalones relucientes y de tiro alto con camisas psicodélicas desabrochadas –el estilo retro estridente se ve bien fuera de las pasarelas de Gucci–, es una versión modernizada y a todo color del resistente concepto de la estrella de rock & roll. También es lo más divertido que puede haber de alguien con una banda, casi al nivel de Bruno Mars.
Con una letra que parece un cuento acerca de la vida exasperantemente tranquila de un hombre de familia, y un lento desarrollo de seis minutos que estalla en un drama de llantos de guitarras, probablemente "She" sea la canción que más se acerca a un homenaje estilo "Sign of the Times" a Bowie y los Beatles. Pero los significantes de los sesenta y los setenta desperdigados a lo largo del disco –un organito, algo de clavinete, e incluso unos toques estilo George Harrison como cítaras y sarangi– son multiprocesados para crear un licuado bailable, como en el pavoneo de "Adore You" y la emotividad de "Lights Up".
Con ayuda de compositores de géneros fluidos como Kid Harpoon, Jeff Bhasker, Greg Kurstin y Amy Allen, Styles también explora territorio millennial. Densa y playera, "Sunflower Vol. 6" podría sonar junto a un tema de Vampire Weekend en cualquier playlist. El tema del título emerge de una humareda oscura y hermosa estilo Bon Iver, y acaba en un final semi esperanzado, con vientos y baterías marciales; con una pizca de incertidumbre acorde al cierre de esta década caótica, Style promete: "Vamos a estar bien".
Ese "nosotros", como seguramente especulen los harristas, acaso sean Styles y su ex, la modelo francesa Camille Rowe. De hecho, la tradición de discos de rock grandilocuentes en la que se inscribe Fine Line no es la de los largos viajes bizarros sino la de las separaciones totalmente previsibles. Incluso el primer tema "Golden", con sus movimientos oníricos, y en el que Styles compara a la dama con un día de verano que "me tuesta la piel tan bien", lo encuentra anticipando un inevitable ocaso: "No quiero estar solo / Cuando se termine".
Los fans no requerirán ninguna interpretación talmúdica de las letras. Si no te alcanza el "extraño tu acento y tus amigos" de "Cherry", ahí tenés una grabación de Rowe riéndose y hablando en francés. Pero por más apropiado que sea para escuchar mil veces en Spotify y analizar aún más en Twitter (a Styles le va mejor en el streaming que en la radio), lo que verdaderamente lo separa del viejo testamento de los dioses del rock es la manera consciente en que toma distancia. "Soy solo un hijo de puta arrogante que no puede admitir que se arrepintió", confiesa en el lento con síncopa "To Be So Lonely". En la olvidable balada "Falling", invoca a cada mujer que haya sido acosada por un tipo necesitado (o aún peor), y pregunta: "¿Y si yo soy alguien que no quiero que esté cerca?". Si existe una masculinidad no tóxica, quizás Harry Styles la haya encontrado. Y esa es la magia que los hongos no pueden comprar.
Nick Catucci
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