Harrison Ford, perdido en una isla y sin guión alguno
"Seis días, siete noches" ("Six Days, Seven Nights", EE.UU., 1998), presentada por Columbia-Buena Vista -Touchstone-, en inglés. Guión: Michael Browning. Fotografía: Michael Chapman. Música: Randy Edelman. Intérpretes: Harrison Ford, Anne Heche, David Schwimmer, Jacqueline Obradors. Dirección: Ivan Reitman. 100 minutos.Nuestra opinión: regular.
A los protagonistas de "Seis días, siete noches" se les cumple el viejo sueño perverso aunque tranquilizador de perderse en una romántica isla desierta y en buena compañía. Ya les había ocurrido -isla más, Africa menos- a los brillantes pero sufridos protagonistas de "La reina africana" (1951), Humphrey Bogart y Katharine Hepburn, y este crítico no puede dejar de pensar en ellos mientras asiste a la aventura de Harrison Ford y Anne Heche. La diferencia es abismal.
Allá estaba, detrás de la cámara, el inabarcable, inimitable, John Huston. Aquí, desolado porque aprendió mucho de producción pero le perdió el timón a la dirección y nunca la tuvo para historias sentimentales, asoma Ivan Reitman. Los actores de "Seis días, siete noches", sin embargo, prometen mucho, cada uno por su lado. Pese a ello, juntos, carecen de ese atributo inventado por Hollywood -o por ahí- que llaman "glamour" y que consiste en la capacidad de proyectar sobre la audiencia el talento sensual de la comunicación por el aura. Si no se nace con ella y no se la recibe hábilmente por contagio, se es víctima. Como en "La reina africana" y aquí también, los héroes son un recio y maduro baqueano de poco roce y una chica de singular energía. Pero, ¡qué química allá y qué témpano aquí!
En esta trama hay un avión remendado como en 1951 había un lanchón agonizante. No hay aquí una novela de Forster ni una adaptación de James Agee. Ni siquiera hay guión, faltan chistes y el mejor, fuera de la anécdota, lo dice, vaya a saber con qué certeza, una aldeana secundaria cuando convoca la única sonrisa a la sala. Lo repetimos por si alguien no se anima contra el tedio de la película: "Después de un funeral, todos tienen relaciones sexuales". Y tan segura.
Vaya a saber por qué se nos ocurrió la espontánea evocación del film de Huston. Está siempre tan a mano en la memoria. Ford y Heche quieren componer una historia romántica, llena de besos y de caricias, con la playa soleada y las estrellas eternas como fondo. Pero el libreto les exige acción y carreras y chapuzones y saltos al abismo y de verdad que lo hacen bien porque es su faena habitual. Sólo desprecian el deseo del espectador en el momento de comprar la entrada: una maraña de lugares comunes pero probados, donde los encuentros y desencuentros desemboquen en la lotería enamorada de los protagonistas. Así de simple. ¿Les costaba mucho lograrlo? En Hollywood tienen todo servido, hasta el formato, porque lo inventaron, lo probaron allí y lo vendieron copiosamente.
Cuando uno ve "Seis días, siete noches" se advierte, además, que Ivan Reitman es antes productor que director, oficio que se le debilitó desde que amasaba "albóndigas" con Bill Murray y amansaba a los "colegios de animales", en tiempos no tan lejanos: aquí hay mucho fondo proyectado y barato y demasiado estudio que simula el rodaje en playas y mares. El ojo de la platea no es ingenuo y descubre que le han birlado el exotismo y la espectacularidad.