El actor le dijo a LA NACION antes del estreno de Indiana Jones y el dial del destino, previsto para el jueves 26, que la palabra “héroe” tiene para él connotaciones incómodas porque prefiere interpretar a personajes de carne y hueso con los que pueda identificarse
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La mayor certeza que tuvimos hasta ahora sobre la despedida de Harrison Ford como Indiana Jones después de 42 años apareció hace algo menos de un mes en el Festival de Cannes. Allí, el actor que se hizo famoso por llevar al cine las peripecias de grandes personajes resueltos a no rendirse jamás confirmó que el arqueólogo aventurero que acompañó su vida en la pantalla desde 1981 llevará su rostro y su voz por última vez en una quinta aventura.
Indiana Jones y el dial del destino, cuyo estreno anuncia Buena Vista en los cines argentinos para el jueves 29, tuvo su estreno mundial justamente en Cannes durante una velada de gala en la que Ford llegó a emocionarse hasta las lágrimas tras la monumental ovación que recibió junto a una inesperada y merecidísima Palma de Oro a la trayectoria. Allí, en la Costa Azul, el actor que el 13 de julio próximo cumplirá 81 años dejó en claro que la quinta es la vencida en este caso para él.
Nadie dijo hasta ahora que Indiana Jones no volverá a la pantalla de otra manera, por ejemplo a través de aventuras juveniles como las que conocimos en una serie bastante popular producida por uno de los creadores del personaje, el mismísimo George Lucas. La última palabra la tendrán Kathleen Kennedy y Frank Marshall, históricos productores de la saga de películas. Especialmente Kennedy, como responsable máxima en la actualidad de Lucasfilm, bajo cuya marca (y la de Disney, propietaria de ese estudio) está en manos el destino del personaje.
Pero en lo que respecta a Ford ya queda claro, según sus propias palabras, que cuelga para siempre el sombrero Fedora y el látigo luego de las exigencias a las que se sometió en este nuevo y último regreso, que por primera vez no tuvo a Steven Spielberg acompañándolo como director. En su lugar ahora aparece James Mangold, apoyado en el sólido antecedente de haber retratado de manera espléndida en Logan, tal vez su mejor película hasta el momento, a otro gran héroe de la pantalla (en este caso Wolverine) en sus momentos crepusculares. Para hacerse cargo del desafío, Mangold sumó al proyecto como guionistas a los hermanos John-Henry y Jez Butterworth, con quienes trabajó en su largometraje previo, Ford vs. Ferrari.
Spielberg quedó en los créditos finales de esta última aventura de Indiana Jones solamente como productor ejecutivo, tras ocuparse de Indiana Jones durante casi toda su vida en el cine. Como evoca Leonardo D’Espósito en su libro sobre el director (Una vida en el cine) publicado por Paidós en 2018, el origen del personaje se asocia al único gran fracaso que experimentó Spielberg en el cine, la comedia satírica 1941.
Después de ese frustrante estreno en 1979, Lucas le propuso a su entrañable colega y amigo llevar al cine las aventuras de un personaje que había creado a principios de esa década junto a Philip Kaufman. Henry Wolton Jones Jr., el personaje que Harrison Ford hizo famoso en la pantalla, es un doctor en arqueología, investigador y docente universitario que en sus ratos libres (“medio tiempo”, dirá en varias ocasiones a lo largo de sus películas) anda por el mundo buscando objetos valiosos ligados a su actividad y vive con ese propósito peligrosas aventuras narradas con el estilo de los viejos seriales de los años 30. Indiana es el apodo que le puso su padre y también arqueólogo Henry Sr., encarnado por Sean Connery en la tercera película de la serie. Según nos enteramos allí, Indiana era el nombre del perro de la familia, que jugaba con Henry Jr. cuando era un chico.
Esas historias siempre se cerraban, antes de la promesa del siguiente capítulo, con una escena que en la jerga del cine de acción se conoce como cliffhanger, término literalmente traducido como “momento de máximo suspenso”, por lo general asociado a una escena en la que nuestro héroe está a punto de morir y sin aparentes muestras de una posible escapatoria, a punto de caer por un precipicio o amarrado sobre las vías mientras un tren se acerca a toda velocidad.
Peripecias de este tipo acompañan a Indy sin pausa por la mayor cantidad de lugares exóticos (imaginarios o reales) que puedan concebirse desde que el personaje llegó al cine por primera vez en la maravillosa Los cazadores del arca perdida (1981). La aventura continuó en términos de una larga secuencia con visos de continuidad a través de otras dos grandes aventuras, Indiana Jones y la última cruzada (1989) e Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008), en un ciclo al que ahora se está por sumar el quinto capítulo: Indiana Jones y el dial del destino. La segunda película, El templo de la perdición (1984) es una especie de episodio libre, sin mayores conexiones con las demás salvo por la presencia estelar de su gran figura.
A lo largo de las restantes aparecen algunas constantes en términos de personajes, obsesiones y referencias junto a la aparición de un entorno familiar alrededor de la figura protagónica: un padre (Connery, en la tercera), un hijo (Shia LaBeouf, en la cuarta) y una mujer (Karen Allen) con la que vivirá un romance también lleno de peripecias a lo largo del tiempo.
En el final de El reino de la calavera de cristal vemos justamente a Marion Ravenwood (así se llama el personaje de Allen) uniéndose en matrimonio con Indiana Jones en pleno 1957. Esta situación que condicionará el comienzo del nuevo episodio, que transcurre una década después, en plena ebullición alrededor del primer viaje tripulado a la Luna, la llegada del flower power y el impacto de la Guerra de Vietnam en la sociedad estadounidense.
En este nuevo contexto, el personaje que acuñó la frase “Nazis, odio a esos tipos” se encontrará con enemigos de otro tiempo junto a otra señal de continuidad, el vínculo que Indy establece con sus camaradas de profesión: arqueólogos, catedráticos, colegas universitarios. Hay una línea directa entre algunos personajes familiares para los seguidores de estas historias conocidos en las aventuras previas de Indy como Marcus Brody (Delholm Elliot) y Harold Oxley (John Hurt) y la presencia como novedad en esta quinta película de Basil Shaw (Toby Jones), cuya aparición también será decisiva para el desembarco del otro personaje clave de esta nueva aventura, encarnado por la creadora de Fleabag y Killing Eve Phoebe Waller-Bridge.
Después del Arca de la Alianza, del Santo Grial y de una calavera hecha de un extraño cristal le tocará a Jones, ahora en compañía de nuevos y antiguos partenaires, interesarse por otro artefacto con aspecto de valiosa reliquia. El nuevo imán que atrae a Indy y a sus adversarios en medio de una búsqueda obsesiva se llama Antikythera. Le tocará a Indy encontrarlo antes que sus rivales (entre los que sobresale el personaje interpretado por el gran actor danés Mads Mikkelsen) para evitar, como en el pasado, males mayores.
A lo largo de cuatro décadas, Indiana Jones supo sobrevivir a las modas y al paso del tiempo sin resistirse a asumir, como corresponde, el natural envejecimiento de su protagonista. Pero en esta quinta aventura nadie pudo resistir a la tentación de mostrar a un Indy joven, con los perfiles de otros tiempos y la inestimable ayuda de los mejores efectos visuales puestos al servicio de la industria de Hollywood.
“Me resistía al principio a aceptar del todo a usar la tecnología que había visto dos años atrás, cuando empezamos a hablar del tema. O, para decirlo mejor, la idea que tenía de ella. Pero creo que hoy la tecnología aplicada al arte resulta distinta y mucho más creíble comparada con todo lo que conocimos antes”, le dice Ford a LA NACION en un breve encuentro vía Zoom desde Los Angeles, al referirse al rejuvenecido rostro que las herramientas digitales de deaging le permiten usar al personaje.
“Llevo 40 años trabajando con la gente de Lucasfilm y cada plano de cada película que hice con ellos logró ser preservado, tanto las tomas que se usaron como las que fueron descartadas. Todo ese material antiguo fue adaptado a la voz, a los labios y a los ojos que tengo en este momento usando las luces adecuadas y aplicando la perspectiva correcta. Eso es lo que ocurre en esta película con resultados extraordinarios. Es algo fantástico, como si hubiese nacido de nuevo. Y es mi verdadera cara, pero 40 años antes, no hay ningún Photoshop detrás”, detalla el actor.
El fervor por las películas de Indiana Jones no es el mismo según pasan los años. Cuando el personaje se dio a conocer a principios de la década del 80, Hollywood lo incluyó dentro de un modelo de aventuras cinematográficas destinadas a un determinado público, medido en términos demográficos, que iba de los 14 a los 24 años. Nunca más allá. Cuatro décadas después, quienes se identifican con sus historias por lo general forman parte de las generaciones que crecieron junto con el personaje y hoy transitan la madurez.
En consecuencia, ahora hay mucha más nostalgia que espíritu de descubrimiento en este vínculo. Por lo que cabe preguntarse a qué tipo de público sale a buscar Indiana Jones en esta quinta aventura. Claramente no es la audiencia adolescente que acude en masa a los cines para no perderse desde el primer día las nuevas andanzas de sus superhéroes favoritos, personajes que curiosamente, en la mayoría de los casos, salieron a la luz mucho antes que el arqueólogo aventurero y lograron aggiornarse de otra manera.
Pero a diferencia de otros personajes valerosos de la pantalla, Indiana Jones es un personaje de la vieja escuela que se mueve en términos de costumbres y de conducta en una perspectiva clásica. Un ser común y corriente sin otros poderes especiales que un arrojo a toda prueba y una intuición infalible para encontrar una salida frente a la amenaza más peligrosa. Tal vez por eso Ford le explica a LA NACION que cada vez que escucha la palabra “héroe” asociada a alguno de los personajes que interpreta en el cine algo suena mal en su cabeza.
“La palabra misma me hace sentir incómodo –explica- porque yo quiero interpretar a personas reales. Alguien común y corriente con el que pueda identificarme y que llegado el caso, cuando es necesario, se comporta de un modo extraordinario para anticiparse a cualquier tipo de problema y proteger al prójimo. Eso es algo que la gente suele identificar con el heroísmo, pero lo puede hacer en determinado momento un arqueólogo, un director de cine o un periodista como usted”.
Mangold aporta un matiz interesante a ese sucinto intercambio cuando dice que es necesario ante todo preguntarse por qué un personaje hace lo que hace, más allá de lo que representa en cuestión de valores. “Es verdad que hay personas cuyas intenciones son claramente inmorales o atroces y otras que siempre actúan con rectitud, honradez e idealismo. Pero resulta que unos y otros se despiertan cada mañana convencidos de que lo que están haciendo es bueno. Salvo en algunas películas, nadie empieza el día pensando cómo va a hacer para arruinarle la vida a la gente o para salvar a la mayor cantidad posible de personas. Lo que hace es llevar adelante su vida de la mejor manera posible con todo lo que tiene a su alcance”, afirma.
En ese momento, dice el director, aparece la pregunta más importante: cómo reaccionar frente a determinadas situaciones. “Ese es el momento en que surge la verdadera situación dramática, lo que más me interesa al contar una historia. No cuando aparece en pantalla la imagen de una persona rodeada por un marco en el que se ve la placa de héroe sobre su pecho”, agrega Mangold.
“No hay manera de interpretar a un héroe –cierra Ford-. Lo que trato de hacer es interpretar a una persona de carne y hueso”. Así quiere despedirse de Indiana Jones en esta nueva aventura que para él y para todos sus entusiastas seguidores tendrá el sabor de una emocionada despedida.
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