Hamilton, el gran musical de Broadway, en tiempos de revisionismo
¿Cómo es posible que un bastardo, huérfano, hijo de una prostituta, un inmigrante pobre, nacido en el medio de la nada, en una isla azotada por un huracán, se convierta en héroe y en el fundador de una nación? Esta pregunta atraviesa una obra de arte. Una anáfora que se convierte en tesis. Su metodología, un narrador sin odio. Su conclusión, el gran sueño americano. El resultado, una pieza ganadora del Premio Pulitzer. Hamilton, el musical que recorre la vida de Alexander Hamilton, narra la revolución e independencia de los Estados Unidos y se centra en el ideólogo del sistema federal de una colonia que se erigió como potencia económica. En un contexto de convulsión social ante abusos raciales, expuestos por Black Lives Matter, Disney+ (que acaba de anunciar su desembarco en Argentina) estrenó para una audiencia global, con su elenco original, comandado por Lin-Manuel Miranda, este espectáculo que suma una nueva perspectiva al mito de Hamilton y cuyas canciones se convierten en mantra.
En 2009, la Casa Blanca convocó a una velada de poesía y música. El presidente Barack Obama y su esposa, Michelle, escucharon la presentación de un irreverente e ignoto joven nacido Nueva York, con raíces puertorriqueñas: "Estoy trabajando en un álbum conceptual sobre alguien que encarna la música hip hop: Alexander Hamilton", lanzó, y comenzó a taladrar con su voz esos versos sobre la resiliencia, sobre el poder de la retórica para crear liderazgo y sobre aquellas criaturas que pueden burlar a su destino. El mandatario y la primera dama se pusieron de pie y ovacionaron a Lin-Manuel Miranda. Algunos años después, este rap se iba a convertir en un álbum que escalaría al primer peldaño del ranking de la revista Billboard y un musical ganador de 11 premios Tony.
El libro, la música y las letras de Hamilton son obra de Miranda, quien además interpretó en la versión de Broadway al mismísimo Hamilton. Antes, en 2009, había diseñado y cincelado otro musical, In the Heights (que resultó finalista al Pulitzer y ganó varios Tony, entre ellos, al mejor álbum de teatro musical). Miranda se inspiró en la biografía de Ron Chernow, Alexander Hamilton (2004), para llevar esta biografía a los escenarios. Lejos de todo estatismo, sin incurrir en un teatro panfletario, además de contar esta historia en clave musical, le dio otra vuelta de tuerca: la elección de su elenco. Así, disparando contra los prejuicios o contra las reconstrucciones que buscan ser fiel en apariencia con los hechos del pasado, Miranda seleccionó virtuosos intérpretes de origen latino o afroamericano. Las audiciones fueron color blind [daltónicos], es decir, no consideraron la raza o etnia de los artistas con el propósito de revertir el racismo. Así como Helen Mirren interpretó a Próspero (originalmente, un hombre en la obra de Shakespeare, La Tempestad), Blanca Portillo, a Hamlet, es decir, si no es el género aquello que define a un personaje –así como Daniel Veronese hizo una versión de Tres hermanas con tres actores– o como Luis Brandoni encarnó con su acento porteño al noruego Thomas Stockmann, en El enemigo del pueblo, el pacto entre Miranda y los espectadores continúa esa línea. En el caso del género histórico en el teatro, tan fosilizado, en algunos casos tan estático y didáctico, en otros (o en ambos), tan panfletario, desde el primer acorde la propuesta de Miranda queda clara: "Cuento la historia del siglo XVIII con un lenguaje del siglo XXI; respeto la rima, soy cuidadoso con la retórica, tal como lo era Hamilton, pero mi código es otro", explicó. Claro que hay guiños sobre hechos que ocurrirán luego en la historia del país, algunos elementos del vestuario (como el gorro de lana de Hércules Mulligan), y una relectura feminista que permite que algunos personajes cobren voz. En una obra sobre la revolución, estas decisiones estéticas e ideológicas también lo son.
The New York Times publicó un artículo firmado por Jennifer Schuessler, luego del flamante estreno de la versión de Hamilton por streaming, donde indaga sobre la construcción del prócer que realiza Miranda. La esclavitud y su posición ante ella es el punto más polémico. En el musical, en una riña de gallos hiphoperaque evoca un debate en el Congreso, Hamilton le esputa a Lafayette que si sus campos de Virginia son tan prósperos se debe a su posesión de esclavos. Schuessler señala que si bien el prócer nunca fue abolicionista radical, fundó la New York Manumission Society que denunciaba los abusos a los esclavos negros. Otras contradicciones rodean a Hamilton, pero incluso cuando está obligado a confesar su affaire con otra mujer, por el que lleva años siendo extorsionado, lanza contra sus opositores la mejor defensa: aquella imputación pertenece a su ámbito privado; en lo que respecta a las finanzas y economía del país, jamás ha tomado para su bolsillo un centavo del Tesoro. Los historiadores, hasta el momento, no se oponen a su defensa. Las críticas, tras el estreno del musical en Disney+, cobraron otro relieve: se acusó a varios personajes históricos de haber tenido esclavos. El debate se instaló con fuerza en las redes sociales. Twitter, por ejemplo, informó que hubo cerca de dos millones de tuits relacionados con este estreno en streaming; la gran mayoría fueron negativos.
El furor inicial
En los primeros capítulos de This is US, la serie de Dan Fogelman que en América Latina se emitió por FOX, dos personajes –uno de origen latino– viajan cientos de kilómetros de un estado a otro para ver Hamilton. Otro personaje se refiere al genio que escribió el musical. La producción de TV y la obra de teatro tienen varios puntos en común: la discriminación, la igualdad de oportunidades, la búsqueda de tolerancia y la diversidad que convive dentro del seno de una misma familia. Hamilton se convierte, más que en un musical, en un himno a la integración. Bill Clinton, Beyonce, Julia Roberts, Daniel Radcliffe, Kanye West, Bernie Sanders, Eminem y Oprah Winfrey se declararon admiradores de esta obra de 160 minutos escrita íntegramente en verso. Incluso, el príncipe Henry, de Inglaterra, y su esposa, Meghan Markle, asistieron a la representación en Londres en varias ocasiones.
Hamilton comienza con un número coral, los fantasmas de quienes contribuyeron a la leyenda de uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos: su rival político, Aaron Burr, sus amigos, sus aliados/contricantes, el mismísimo George Washington y sus amantes. La vida pública y privada del prócer, su ardua infancia, su llegada a Nueva York, su rol como soldado de la Revolución, su ambición desmedida, sus convicciones, sus romances extramatrimoniales, el modo en el que asciende al poder, todos estos puntos aparecen en clave musical.
Uno de los personajes más logrados es el del rey George III, antepasado del Príncipe, y quien brinda una cuota de humor con esta criatura que le canta a sus súbditos como si de una pareja se tratase, una edulcorada canción de amor que fuera de aquel contexto, al menos en sus primeras estrofas, puede leerse como la oda al fin de una relación. En tres ocasiones aparece esta melodía con algunas variantes de sus letras que deslizan la locura de este monarca narcisista: "Espero que no se lo tomara personal", dijo Miranda sobre el hijo de Lady Di.
En un hecho inédito de este rito clásico que es el teatro, Disney+ estrenó para un público masivo una representación grabada en 2016 en el Richard Rodgers Theatre, de Broadway, dirigida por el mismo director de la puesta teatral, Thomas Kail, junto con Declan Quinn. Esta versión fílmica fue vista, según la revista Variety, al menos por medio millón de espectadores solo en el fin de semana de su estreno en los Estados Unidos, el 4 de julio, el Día de la Independencia. El espectáculo que se representaba hasta la irrupción del Covid-19, con gran éxito en el West End londinense –con tickets vendidos con varios meses de anticipación– canceló sus funciones hasta 2021. ¿De qué modo puede interpretarse este éxito sobre un musical que presenta la caricatura de un monarca enamorado de sí mismo y donde Inglaterra, reza un verso, "se caga en sus colonias"?
Hamilton tiene ribetes shakesperianos –Macbeth se nombra explícitamente– y recorre esta bildungsroman sobre un hombre cuyo rostro aparece en el billete de diez dólares. "Puso un lápiz en su sien/conectado a su cerebro/Y escribió su primer estribillo/un testimonio de su dolor", se le advierte al espectador antes de asistir a un relato cronológico, desde 1776, sobre al ascenso al poder y las tragedias, pasiones, excesos y alianzas en torno a esta figura fundamental de la historia de los Estados Unidos. My Shot, que podría traducirse como Mi oportunidad, y cuyos acordes invaden otras composiciones de la obra, es la voz interior de Hamilton, la fuerza que lo guía, una voluntad determinada para torcer su destino adverso. Este es, para Miranda (según confesaba en el programa de Graham Norton) el tema más difícil de interpretar. La velocidad de este monólogo anticipa el plan que tiene este "Sócrates", un amo de la palabra, para persuadir a los demás, entre ellos al mismísimo George Washington, de que su modelo de nación llevará a esta sociedad al éxito.
Las versiones de una misma historia
"Antes de tu musical nadie hablaba de Hamilton. La gente pensaba que había sido un presidente, pero nunca lo fue. ¡Hiciste un show sobre el modo en el que se creó el sistema financiero de los Estados Unidos! Y para hacerlo hay que tener unos huevos rancheros", le decía Stephen Colbert a Miranda en su late show poco después del estreno de Hamilton. Valiente revolucionario que luchó en el campo de batalla junto a Washington –hay un episodio donde les roba cañones a los británicos en la batalla de Yorktown– y suspende su carrera de abogacía para colaborar en el frente, logra el respeto de las tropas y de los políticos. Hamilton se convierte en la mano derecha de George Washington y, luego, en el primer secretario del Tesoro, institución que él diseña. Entre ambos surge un vínculo casi de padre e hijo, y el primero le marca el pulso del poder a menudo: "Haber ganado fue fácil, joven. Gobernar es lo difícil", le dice Washington.
Elizabeth Schuyler, la abnegada y dulce esposa de Hamilton, se entera de la infidelidad de Hamilton y canta "Burn", donde quema las cartas que su esposo le escribió durante su noviazgo y durante la guerra, la evidencia de una pasión que se reconstruye a través de hipótesis. "Me estoy borrando a mí misma de esta narración/Dejo a los futuros historiadores adivinar cómo Eliza reaccionó", es uno de los hiatos en esta biografía que reconoce el libro de Miranda, algunas de las tantas incógnitas sobre los sucesos que recubren la vida de Hamilton. De qué modo construir la historia, incluso la propia, es un pilar de esta obra. "Satisfied" es uno de los mejores números del musical, un monólogo interior de Angelica Schuyler, quien recuerda la noche que conoció a Hamilton, la misma velada en la que se enamoró de él y en la que lo perdió para siempre. Esta voz clama la opresión de una mujer de su época, que busca nuevas ideas (en "Mind at Work"), pero es presa de un rol y de un comportamiento que una dama de su condición social debía desempeñar. Nuevamente, el concepto de independencia, desde otra arista, aparece sobre el escenario. "Nadie más estaba allí en la habitación donde ocurrió" es una canción sobre uno de los grandes misterios sobre historia de los Estados Unidos: el modo en el que Hamilton, "un inmigrante", logró el consenso y obtuvo los votos de quienes eran sus contrincantes a la hora de crear un gobierno federal y un sistema financiero. De modo inexplicable o sin comprender hasta el presente qué es aquello que convence a Madison y Jefferson, Hamilton logra su cometido.
Hamilton es una historia también sobre los estragos y el poder dañino del resentimiento. Pero es la glorificación del protagonista y de otros fundadores lo que ha sido un tema de discusión entre fanáticos e historiadores desde su aclamada presentación, y que ahora adquiere mayor fuerza, en el contexto social y político actual, cuando se han tirado abajo estatuas de lo más diversas. El comportamiento problemático o racista de algunos héroes de la historia estadounidense, sus mensajes y representaciones, reciben hoy un escrutinio más severo.
La directora Ava DuVernay, por ejemplo, quien fue la primera cineasta afroamericana nominada a Oscar a la mejor película (por Selma, de 2014), escribió que Alexander Hamilton no era precisamente "el progresista proinmigrante, campeón contra la esclavitud, que muchos fanáticos del musical pueden creer que es. Creía en la manumisión, no en la abolición".
El reproche a la obra más repetido es que omite que Eliza Schuyler, con quien Hamilton se casó, era parte de una familia que tenía esclavos, al igual que James Madison y George Washington, de quienes también omite esa información. El propio Miranda le respondió a la escritora Tracy Clayton, quien se sumó al debate, de una manera positiva: "La obra de teatro y la película nos fueron entregados en dos mundos diferentes, y nuestra voluntad de cuestionar las cosas en ese sentido parece una clara señal de cambio". El director le respondió que no pudo incluir todas las "complejidades" de los personajes en cuestión. "Me tomé seis años para hacerlo e incluí todo lo posible en un musical de dos horas y media. Hice lo que pude. Todo es juego limpio", escribió Miranda, quien encarna al american dream.
Antes de ser un éxito en Broadway, Hamilton se estrenó en el Public Theater, en una sala off Broadway. Disney confió en él para interpretar a Jack, el deshollinador, en El regreso de Mary Poppins (2018). Hamilton, a través del programa educativo respaldado por la Fundación Rockefeller, se incorporó a los programas de las escuelas de los Estados Unidos. Miranda interpretó durante tres semanas el musical en Puerto Rico, a beneficio de las víctimas del huracán que azotó la isla en 2018. Además, para lograr apoyo económico a la isla de parte del estado, acudió a palabras de Alexander Hamilton, quien le había escrito a su padre en 1772 durante su paso por la isla, cuando tenía 17 años y lo tomó por sorpresa un huracán: "Ustedes, quienes disfrutan de la abundancia, vean lo afligida que está la humanidad y concedan sus excedentes para calmarlos". Citando aquella carta, Miranda les escribió a los políticos de su país: "Cuando 3,5 millones de nuestros ciudadanos enfrentan las consecuencias de un colapso financiero, todos debemos actuar. Ya que los puertorriqueños no pueden votar por representantes en el Congreso ni por un presidente, dar a conocer la dura realidad es responsabilidad de quienes tenemos herencia puertorriqueña".
Otras noticias de Teatro musical
Más leídas de Espectáculos
"Tengo una nueva reunión". Massaccesi define su futuro, tras la salida de Lapegüe de TN, y Nelson Castro le pone un punto final a los rumores
"Pacto de sangre". Airbag: la banda que sobrevivió a estafas, sigue “al costado” de las modas y llena estadios
Sigue la polémica. Revelaron la verdad detrás del chat amenazante de Icardi a Wanda Nara: “Confirmado”
Polémica. Un panelista se cruzó con Carlos Ruckauf por Wanda Nara y abandonó el estudio