Desde Marcos Paz, el cantante de El Otro Yo niega las denuncias, describe su vida en el pabellón y se encomienda a Cristo
“Estar en la cárcel es estar en el infierno”, dice Cristian Aldana desde un pabellón de Marcos Paz. El líder de El Otro Yo permanece detenido desde el 22 de diciembre, procesado por abuso sexual gravemente ultrajante y corrupción de menores en siete oportunidades. En una comunicación por correspondencia con ROLLING STONE, Aldana niega los delitos, describe sus días en la prisión bonaerense y asegura que encontró consuelo en Cristo.
Su situación empezó a complicarse en abril del año pasado, con las acusaciones de abuso contra el cantante del grupo indie La Ola Que Quería Ser Chau. Cuando EOY apoyó a sus presuntas víctimas, el propio Aldana se convirtió en blanco de críticas por su comportamiento en el pasado. Un mes después, las denuncias se formalizaron en la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres. RS publicará en febrero los testimonios de tres querellantes, dos denunciantes y una testigo que aseguran que el músico las maltrató y forzó sexualmente entre 2001 y 2006, cuando eran menores de edad.
Aldana respondió el breve cuestionario en un manuscrito que su abogado revisó antes de llevar a un archivo digital y remitir a la Redacción. No hubo instancia de repreguntas.
Las cinco denunciantes que entrevistamos dicen que las contactaste en el chat de la página oficial de EOY, por mail y/o por teléfono, para después tener al menos cuatro encuentros sexuales, individuales y grupales, entre 2001 y 2006. Dicen que tenían entre 14 y 16 años, y relatan situaciones violentas. ¿Cómo recordás esos contactos? Si no existieron, ¿por qué creés que los denuncian?
La estrategia de Carolina Luján [su ex pareja y una de las tres querellantes] es lograr credibilidad por la mera reiteración de otros testimonios, que son el reflejo de sus propios intereses. Tienen un discurso único, prefabricado y encaminado a resaltar el morbo y la pornografía como “gancho” para vender sus mentiras. No existieron tales encuentros, individuales ni grupales. Ni siquiera tengo conocimiento personal con las denunciantes, más allá de que ellas, como seguidoras de EOY, hayan ido a los shows.
Sólo es cierta la relación que mantuve con Carolina, con quien conviví en 2007. Recuerdo esa etapa de puro amor y respeto, que trascendió el ámbito de nuestra intimidad, porque era una relación sana y feliz que compartíamos con nuestros familiares y amigos. Yo pasaba mucho tiempo con ella en la casa de sus padres y en determinado momento decidimos convivir. En esa época Carolina tenía 17 años y era muy independiente, no sólo de su familia, sino también de mí. Tenía sus propios proyectos, su banda de música, tocaba en distintos lugares y se movía a su antojo. En EOY teníamos una rutina agotadora de recitales y giras que provocaron celos y cuestionamientos de su parte, y con el tiempo, la ruptura. Mantuvimos una relación de afecto y amistad hasta el inicio de mi relación con Guillermina –la madre de mi hija–, cuando comenzaron las agresiones. Al principio sólo se trataba de un mero intento de seducción (y hasta acoso) que rechacé, para luego incrementar su ataque hacia mi esposa e inclusive hacia la banda.
¿Qué elementos verdaderos hay en las denuncias?
Aunque resulte terrible y doloroso pasar por esta situación, lo único verdadero fue el amor con Carolina. El resto forma parte de las mentiras que generó su odio. ¿Es posible creer que amigos, ex-parejas, seguidores de la banda y familiares no hubieran podido advertir en mí una personalidad tan grotesca y detestable como pretenden hacer creer las denunciantes? ¿Es creíble que en nuestro lugar de trabajo [las oficinas del sello Besótico], atestado de recepcionistas, músicos, editores, representantes y público, pudieran ocurrir los hechos que se denuncian? ¿Cómo explico, tantos años después, que eso no ocurrió? Esto es un daño muy difícil de reparar. Tengo familia, esposa e hijos. No puedo creer tanta perversidad.
¿De qué te arrepentís?
De no haberle dado la suficiente importancia a los ataques, de no haber recibido asesoramiento oportuno y de haber dejado pasar todo hasta que se precipitaron los acontecimientos. Me detuvieron sin oportunidad de defensa.
¿Qué sensaciones te genera el momento que estás viviendo?
Estar en la cárcel es estar en el infierno. Pasé Navidad y Año Nuevo lejos de mi familia. Siento desazón, soledad y desconcierto. Llegué a tener los pensamientos más negativos. Me acerqué a Cristo por medio de la oración y pude recuperar un poco de paz. Hoy le encuentro un especial sentido a la libertad y me aferro al amor de mi familia, a los amigos y a la música.
¿Cómo son los días en el penal?
Hay una rutina preestablecida, con horarios y actividades que se deben respetar. Comparto un pabellón con el resto de los internos; no tengo ningún tipo de aislamiento. Gracias a Dios, una guitarra me permitió compartir música con las personas que me acompañan. Intento volcar esta difícil circunstancia en nuevas composiciones, y agradezco la aprobación de los que se animan a escucharme.
Pablo Corso
El testimonio de las denunciantes a ROLLING STONE: “Nos pedía que no dijéramos nada”
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