Gustavo Yankelevich, sobre Romina Yan: "Estoy fuerte porque ella está conmigo"
El productor habló con Personajes.tv sobre la pérdida de su hija, cómo hizo para reponerse y cómo cambiaron sus prioridades
1000x1000. Es la cuenta que para él resume la cantidad de veces que pensó en morirse. Y sin embargo, sonríe. Sentado en la terraza del bar de Casapueblo, Gustavo Yankelevich mira el paisaje soberbio que inspiró a Carlos Páez Vilaró a construir una de las casas más bellas del mundo, y se siente dichoso. Llegó a Punta del Este para pasar las fiestas junto a su mujer, Rosella della Giovampaola, y sus nietos, Valentín, Azul y Franco, los tres niños de Romina Yan, su hija que murió a los 36 años, en 2010. Todos los veranos se instala en la zona de Solanas, con una vista privilegiada del atardecer. Allí, entre el olor a pino y el oleaje suave de La Mansa, rodeado de sus amores, y chequeando sus mails cada tanto, se siente pleno. Piensa en Romina, pero ya no llora.
-¿Perdiste a alguien importante?, pregunta él, y me sorprende...
-Sí.
-¿Alguna vez lo sentiste cerca?
-Muchas…
-Es porque está. Y es maravilloso.
Un mes después de la muerte de su hija, Gustavo decidió invitar a su mujer a comer afuera. Hasta ese día sólo había salido de su casa para ver a Mary, su psicóloga -la misma que trataba a Romina- para ir a la oficina o hacer algún trámite indispensable. Iba manejando su auto y comenzó a llorar. Intentaba hablar pero solo se ahogaba en llanto. Afuera garuaba. Rosella, a su lado, le sugirió volver a casa. "Nadie nos espera, por qué tenemos que ir, volvamos". "No. Yo tengo necesidad de salir, vamos", respondió él. Paró en un semáforo y apagó el limpiaparabrisas. Miró el vidrio mojado durante unos segundos. "De todas las gotitas que había se formó una y bajó", dice, y con el dedo dibuja en el aire el recorrido por el parabrisas. "Vi esa gota y sentí una cosa muy especial. Sentí una felicidad enorme, que Romina estaba, que era ella. Lloraba y me reía y le dije a Rosella, ‘debés pensar que estoy loco’. Vi esa gotita que bajó y la sentí a ella", recuerda. Hace un gesto con la mano para señalar que la historia no termina ahí. Para que espere antes de prejuzgar su relato como mágico, o supersticioso, o como un desesperado deseo de encontrar consuelo ante semejante ausencia. "Al día siguiente, fui a terapia y le conté el episodio a mi psicóloga. Mary se dio vuelta, ella tiene un mueble detrás suyo lleno de libros y carpetas. Me dio una carpeta y me mostró unos dibujos de Romina. Eran diez gotas de agua. En mi vida supe que ella dibujaba gotas de agua. No la lluvia sobre un paraguas o algo por el estilo. Gotas. Distintas gotas. Cuando me lo dijo casi me muero. Yo la sentí".
Claro que los ojos se le encienden cuando habla de Romina. También respira ante cada frase, las pausas ayudan a sostener el relato. Pero su entereza es de otro orden. Del orden de la fe. Una fe inmensa, envidiable. Los sueños con Romina comenzaron a los cuatro días de su muerte. Gustavo se debatía entre el desgarrador deseo de correr tras ella y el amor de su familia, que lo necesitaba. Antes de morir, su hija le había dicho que quería contarle algo y nunca pudo hacerlo. Cuánta impotencia, cuánto dolor. En el primer sueño, ella le presentó a unas personas con nombre y apellido. Gustavo no los conocía. Le contó a Mary, y ahí tuvo la primera revelación: "Ella te quería contar que con esas personas haría una obra de teatro".
"Si tengo angustia no me reprimo, pero estoy bien"
-¿Fue entonces que empezaste a salir adelante?
-A partir del primer sueño que tuve me di cuenta que no la había perdido, que Romina estaba en otro plano, en otra dimensión, que la vida es eterna y que nos vamos a encontrar cuando llegue el momento. Así que eso me dio mucha paz, mucha tranquilidad. Salir me llevó un año, tenía dos días buenos, tres malos, pero yo sabía que ella estaba, lo que me pasaba era que la extrañaba mucho. En un primer momento dije: "La perdí, me quiero ir con ella..."
-Y ahora, ¿tenés momentos de crisis, de llanto?
-Si tengo angustia no me reprimo, pero estoy bien, estoy fuerte, porque ella está conmigo.
-¿Qué fue lo que más te ayudó?
-Me ayudó mucho mi terapia porque yo compartí durante muchos años la misma terapeuta que Romina. Yo en mi terapia tengo la historia de Romina, sueño algo, lo hablo y lo podemos relacionar a ella. El sueño fue lo primero, después encontré una ayuda espiritual.
-¿Una religión?
-No de la religión, no es sólo de la religión creer que la vida es eterna y el alma es inmortal. Es una cuestión de fe. Hay gente que la fe la maneja a partir de la religión y hay otros que tienen fe. Fe en que la vida es eterna, que acá es una etapa y que de acá volvemos de donde vinimos.
-¿Seguís soñando?
-Soñé mucho a Ro. Ultimamente no. Nos estamos dando un tiempo [risas].
-¿Qué cosas cambiaron en tu vida?
- Desde que falleció Romina estoy más dedicado a lo que me gusta y tratando, en la medida de lo que puedo, ayudar a la gente que pasó o pasa por lo mismo que yo.
-¿Te han pedido consejo?
-Me han contactado, no mucho, pero a esos llamados les doy prioridad. Cuando a mí me llaman por estos tema, levanto lo que tengo en mi agenda y voy porque sé lo que están sufriendo.
-¿Cómo los ayudás?
-Les cuento mi experiencia, cómo salí adelante y parece que tengo cierta convicción porque con la gente que hablé se sintió mejor y a mí eso me hace muy bien. Es un boomerang, la energía que yo doy, me vuelve. Después de contar lo de mi primer sueño, mucha gente me escribió, primero para agradecerme por abrirme, por hablar y, segundo, a mucha gente le pasa lo mismo que a mí. Entonces me di cuenta de que ahí sí tengo que poner el foco y ayudar. Llena gran parte de mi día, mi vida y mi alma el poder ayudar.
-¿Qué les dirías ahora?
- La fe ayuda. El que no tiene fe es más difícil. Trato de ayudar a canalizar la fe, que abran la mente y sus cabezas, estar atentos con la cabeza a las señales. Hay mensajes, hay señales, hay que verlos y sentirlos. Cuando te aparece algo de eso tenés una felicidad que no hay nada en el mundo que lo pueda pagar.
-Cris Morena creó Aliados también para salir adelante, ¿tenés pensado algún proyecto similar?
-Los dos estamos en la misma búsqueda, creemos en lo mismo. Ella tiene su camino y yo tengo el mío para encontrarlo. A mí me dijeron en más de una oportunidad que tenía que escribir un libro de mi trayectoria, de lo que viví, y fundamentalmente de mis diez años de Telefé. Nunca lo tomé en serio. Para hacer un libro tenés que decir todo realmente como es y hay un montón de cosas que no hubiera dicho y así no tenía sentido el libro. Ahora sí creo que puedo ayudar con un libro. Seriamente lo estoy pensando para ayudar a la gente que sufre.
-Es decir, encarado de esta manera sí te resulta atractivo escribir un libro...
-Me resulta atractivo llegar al que lo necesita. Es un desafío poder ayudar. Antes ayudaba de otra manera, con trabajo, con un consejo, sugerencia, una palabra, hechos concretos, pero en temas profesionales. De la vida, un poco menos. Y ahora, para mí, es prioridad ayudar a los que la pasaron mal y los que sufren.
-¿Cómo hablás de esto con tus nietos?
- Mis nietos saben lo que pienso, se los cuento. Ellos me dicen que piensan y sienten lo mismo. Está bueno que por su edad desde ahora tengan esa fe. Cuando sos más grande es más difícil y la fe no se compra.
-¿Qué disfrutás hacer con ellos?
-En Buenos Aires los voy a buscar al colegio para almorzar, no siempre tenemos mucho tiempo. Los fines de semana ellos tienen sus cosas. Acá es ideal porque estamos juntos desde que se levantan. Valentín está aprendiendo surf, lo voy a ver y veo cómo va avanzando. Trato de acompañarlos a los chicos.
-¿Qué cosas hacés para relajarte en vacaciones?
-Antes me gustaba jugar al tenis, le fui perdiendo un poco la mano, algún dolorcito que empieza a aparecer. A la mañana acá salgo a correr, siempre hago algo. Un poco de natación, sol. Hay trabajo también, estoy conectado con el teléfono y la computadora... Es parte de mi disfrute poder estar informado, enterado, poder dar una sugerencia, me ayuda y me divierte más estar conectado.
-¿Sos un workaholic?
-Fui workaholic. Encontré hace años un poco más de calidad de vida. Digo un poco más porque cuando me fui de Telefé, me fui justamente para hacer un cambio de vida y para encontrar mejor calidad de vida. Cuando estaba en Telefé estaba las 24 horas. Me daba tiempo para acompañar a Tomás a rugby, a Romina al teatro, pero el resto era trabajo. Y después me di cuenta que necesitaba más a los afectos que al trabajo. Ahí empecé el cambio de ritmo de vida, de estar dedicado exclusivamente al trabajo, le dediqué más tiempo a los afectos.
-¿Extrañás Telefé?
-No, no lo extraño. Me gusta y amo la televisión. La veo, pero no con el detenimiento y profundidad que antes. Ahora hace cuatro años que Tomás [Yankelevich, su hijo] está al frente del canal y eso también me compromete más a ver qué hace, a seguirlo, ver qué decisiones toma, en fin, lo sigo. Pongo el foco en Telefé y en Tomás.
-¿Lo soltaste o estás todo el tiempo en contacto con él?
-Hablaba más con él antes de que entrara a Telefé que ahora [risas]. A mí me gustaría transmitirle a Tomás muchas cosas. Creo que él las sabe, que yo no se las haya dicho no significa que no las sepa. Creo que él las sabe y de hecho lo está haciendo fantásticamente bien.
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