Bocanada Respira un Nuevo Aire y Expulsa Viejos Demonios.
Buenos Aires, jueves 13 de mayo.
Se acaba el otoño y los árboles de avenida Figueroa Alcorta exhiben su degradé anual del verde al amarillo. A ambos lados de la cinta de asfalto, los aerobistas pasan en sentido inverso del tráfico, a intervalos regulares, como peregrinos hacia una imaginaria Meca de salud. Dentro del remise hay olor a remise: el penetrante perfume de un reciente cero kilómetro, mitad baquelita, mitad lustraalfombras.
Gustavo Cerati está en algún lugar de Vicente López, con un álbum nuevo a medio cocinar. El auto cruza las vías del Mitre hacia una geografía hecha de petit cafés, cupés invadiendo ochavas sin temor al cepo y cercas que preludian jardines de corte prolijo. Gustavo está en la casa pero es Barakus, su asistente, el que franquea la entrada. Más allá del garaje hay un camino que bordea el jardín, la pileta semivacía –unos pocos charquitos y una colonia de hojas, como toda pileta en junio– y, por fin, la escalera que conduce al búnker convertido en sancta sanctorum de Cerati: el flamante estudio Submarino, donde toma forma Bocanada, segundo álbum solista del ex cantante, guitarrista y compositor de Soda Stereo.
Al entrar resisto la tentación de arrellanarme en un almohadón puff que tiene todas las trazas de ser un favorito de mi anfitrión, y opto por una modesta silla. Hay dos tragaluces que dejan entrar el resplandor del día, aunque, extrañamente, producen un efecto de luz de neón. Frente a mí, un gigantesco modular alberga los másters de Amor amarillo (el primer disco solista de Gustavo, de 1993), una máquina de fax y las cintas del "trabajo en curso". A mi izquierda, más pistas: un pizarrón con tablas y cruces delata nombres de temas y el estado en que se encuentran: a uno le falta la voz, a otro una guitarra acústica. "Tabú", "Paseo inmoral", "Verbo carne" sugieren la identidad firme de títulos que quedarán, mientras que otros como "Reggae", "Funky", "Bossa", esperan el bautismo defi- nitivo de su creador.
Cerati llega tan discretamente como le resulta posible. La sonrisa que acompaña al saludo es afectuosa y cauta al mismo tiempo. Pienso que no va a ser fácil lograr un clima íntimo con la involuntaria audiencia de asistentes, músicos y personal de grabadora presentes, pero no me atrevo a ser políticamente incorrecto y pedirle que nos vayamos a otra parte. Mientras Gustavo se acomoda en el puff, opto por el obvio peón-cuatro-rey: el identikit de la nueva obra.
"Cerca del final de Soda Stereo yo venía componiendo bastante: temas con guitarra y cosas más electrónicas, con computadoras. Algunos bosquejos quedaron, pero la mayoría de los temas nuevos salieron en enero o febrero de este año, cuando me propuse seriamente hacer un álbum de canciones. Después vino el natural proceso de selección y la conformación del staff: Flavio Etcheto, con quien encaré también el proyecto de Ocio, es mi coequipier permanente. Leo García participó mucho espiritualmente y en el trabajo de las voces. Además están Fernando Nalé en bajo, Martín Carrizo en batería y Alejandro Terán, que escribió los arreglos para la orquesta que vamos a grabar en Inglaterra."
La fase inicial de Bocanada llevó entre tres y cuatro meses. Si bien Cerati tiene en su haber varias aventuras individuales en los 90 –como el disco Colores santos, que compartió con Daniel Melero; o sus experimentos electrónicos con Plan V y el muy reciente con Ocio– Bocanada será su segundo disco solista propiamente dicho, y el primero que graba sin la red de seguridad –"sin el amparo", prefiere decir Gustavo– de Soda Stereo.
"Siento eso, es verdad. Pero no llegamos a la separación por capricho. Se dio una situación viciosa, rutinaria, que empezó a molestarnos a todos. Por eso hice un corte, incluso en las relaciones. Esta nueva etapa me produce mucha excitación. No me da miedo ni me siento solo. En Amor amarillo se daba la situación ambigua de ser a la vez parte de Soda. Aunque participa Zeta, Amor... fue muy solitario en su construcción: fue un disco que concebí solo y donde toco casi todos los instrumentos; no hubo mucho intercambio. Bocanada, por el contrario, es mucho más social, por cómo se involucraron los músicos y también por mi actitud."
–"Amor amarillo" tenía un tono instrospectivo.
–Coincidió con la época de la concepción de mi hijo. Durante el embarazo de mi esposa Cecilia, necesitaba estar en un lugar tranquilo, romper con la velocidad de las giras y todo eso. Paré la pelota porque quería observar la situación y disfrutar de ese amor con proyección de futuro. Pero no me pude contener; sentí muchas ganas de expresar lo que sentía. El disco está muy ligado a la panza. A pesar de que no hable específicamente del embarazo o de que haya otros temas además del amor, la conciencia de esa intimidad estaba presente. Me acuerdo de que mientras Cecilia trataba de dormir, yo estaba en el living de un departamentito en Santiago, Chile, armando los temas. Después, cuando llegué a Buenos Aires, tuve una de esas ideas desorbitadas –muy propias de Soda– de hacer todo a lo grande. Pero ese rumbo no me gustó nada y volví a lo chiquito. Pensé: demos. Y Amor amarillo fue eso, nomás: los demos. Bien cantados y tocados, pero demos al fin. Por eso mantuvo el clima íntimo hasta el final.
estamos en el preludio del viaje de cerati a Londres para mezclar los temas que se convertirán en Bocanada. Gustavo está ansioso por ver cómo funcionará la orquesta de casi cincuenta músicos ingleses que pondrá su sello al tema "Verbo carne" en los míticos estudios Abbey Road, pero a la vez se lo ve contento de haber grabado la mayor parte del álbum en la comodidad de Submarino. Allí, más de una vez cedió a la tentación de ser su propio ingeniero: se quedaba hasta tarde, solo en la sala, para calzarse los auriculares y poner una voz o agregar una guitarra o un sample. Se lleva bien con la tecnología de la computadora, pero deja entrever que no le gusta la perfección ni lo muy previsible. A pesar de la sofisticación del equipamiento, Gustavo es devoto de las primeras tomas y tiene un lugar reservado para el error o la sorpresa de lo inesperado. "El primer approach que tenés a la canción, a la letra, a la música, a la instrumentación, al solo, a lo que sea... si no es el mejor, es al pedo después gastar energía tratando de mejorarlo, porque ese primer intento tiene un impulso muy inherente a la composición."
–Describí el modus operandi del nuevo álbum.
–En Bocanada hay un 60 por ciento de composición sobre instrumentos como el ampc, que es una especie de centro de producción musical donde sampleo mis guitarras, mis voces, y donde también armo los temas. Ahí se produce el primer ordenamiento y después a eso generalmente le acoplo las guitarras. Gran parte del disco lo pasé, además, por el Mutator, un aparato que produce efectos maravillosos: allí las cosas renacen o, más bien, mutan y se transforman. Estos instrumentos, como el ampc y el Mutator, son para mí tan importantes como la guitarra. Algo parecido sucede con la consola de grabación. Según la vieja escuela, uno accedía a la consola recién al final, cuando en verdad debería funcionar desde el vamos, porque las ecualizaciones son como instrumentos. Al menos yo las utilizo de esa manera. Fue habitual componer y grabar al mismo tiempo. En este disco cualquier cosa ha sido válida, y aprovechar todas las posibilidades me dio una gran sensación de libertad.
"Veo a Bocanada como una película. No porque haya un argumento –el disco no habla de una sola cosa; es más bien ecléctico– sino porque manejamos los moods –los climas– de una manera fílmica. Por ahí pasa el hilo conductor, por cómo se entrelazan las canciones con los momentos instrumentales.
uno imagina que, así como un glotón insomne se escabulle en puntas de pie hasta la heladera para armarse un sándwich a las 3 de la mañana, Gustavo Cerati habrá corrido más de una madrugada, preso de un rapto de inspiración, a prender las máquinas y dar las primeras pinceladas de alguna obra de Bocanada...
"Sí, eso es lo bueno. Y también es un peligro, para la familia y para la salud. Conciliar trabajo y familia, cuesta. Yo establecí horarios para ordenarme y no poder, y viceversa, pero el nivel de obsesión a que te lleva un disco es muy grande."
Caramba, el lado oscuro del estudio casero es el choque con los horarios familiares.
"No es que haya chocado", dice Gustavo, pero un leve enarcar de cejas delata que tocamos un nervio sensible. "Lo que pasa es si hacés un disco afuera, bueno, estás todo el tiempo grabando y pensando en eso. Podrás salir a divertirte un rato, pero, básicamente, estás centrado en la grabación hasta terminar. De todos modos, yo salgo de este estudio y el clic que hago es: Benito, Lisa, mi mujer, ¿entendés? Tengo que hacer un clic y desenchufarme, pero a veces se hace difícil. Entonces llega un punto en que me miran como diciendo: «¡Basta, hablemos de otra cosa!». Pero sigo creyendo que el estudio casero tiene más ventajas que contras."
Gustavo Adrián Cerati vino al mundo hace algo menos de cuatro décadas y creció en una típica familia de clase media del barrio de Colegiales. De sus primeros recuerdos extrae el haber mantenido un idilio incondicional con el sol. "De chico tenía una adoración casi maya por el sol y también por un árbol: un pino con el que hablaba y era como mi amigo solitario. Vivía en una casa-departamento en planta baja. Nosotros teníamos la parte del fondo, con un patio y una entradita de tierra de donde salía ese pino gigantesco como única vegetación. Allí tuve también mi primer contacto con la música, viendo por tevé unos Beatles fraguados, en Sábados circulares de Pipo Mancera, o algún otro programa ómnibus de la época. Cantaban «Twist and Shout» y se tiraban por el piso. Fue tan fuerte para mí, que al otro día fui al colegio –debe haber sido en primer grado– y con mis compañeros dibujamos en el pizarrón la escena que yo había visto."
El dibujo fue la primera gran pasión de Gustavo. Sus dibujos estaban llenos de sonrisas y de soles omnipresentes. Otra temprana fascinación fue la selva: "Con un amigo habíamos inventado un cómic, con un Tarzán que generaba sus propias lianas y Supercerebro, un tipo con poderes especiales. Pasábamos tardes enteras jugando."
–¿Cuando te metiste de lleno en la música?
–A partir de los 9 años. Mis viejos me llevaron a un barrio desconocido y salieron de una casa con una guitarra. Hasta ese momento cantaba con mis hermanos y con mis primos los éxitos del momento, como "En la esquina", de Creedence Clearwater Revival, pero a partir del regalo de la guitarra empecé a prestarle más atención a la música. En un disco de artistas varios –Modart en la noche– descubrí a Jimi Hendrix. A los Beatles ya los conocía, pero me impactaron más tarde. Los que me pegaron en ese momento fueron Hendrix con "Purple Haze" y The Who con "Pictures of Lily". Durante semanas los escuché sin parar. Ahí se me despertó el deseo de tocar, de armar un grupo.
gustavo hizo parte de la primaria y toda la secundaria en el Colegio San Roque, de Villa Urquiza. Era un alumno normal, sociable y no demasiado revoltoso… hasta tercer año. "Tercer año fue el pico del quilombo. Si no me echaron fue porque era un colegio chico y yo ya era casi parte de la familia. Tenía un amigo que estaba adelantado en todo sentido: tenía muchos discos, fumaba marihuana... Entonces empecé a separarme del resto de mis compañeros. Empecé a escuchar música progresiva porque este pibe tenía de todo: King Crimson, Frank Zappa, Deep Purple, Led Zeppelin, Yes, Soft Machine, Roxy Music... Mi viejo viajaba al exterior por cuestiones de trabajo y me empezó a traer discos. En 1973, tener importados no era fácil. En la Argentina los discos salían mucho después… cuando salían.
"Mi papá me trajo también mi primera guitarra importada, una Gibson. Lo fui a recibir al aeropuerto y fue inolvidable. Imagináte: ese estuche de fibra de vidrio, una cosa preciosa. No sé cómo se la dejaron pasar. Les debe haber dicho: «Miren, ése que está ahí pegado al vidrio esperándola es mi hijo...»."
–¿Entonces vos no tuviste ese conflicto generacional tan de la época, estilo: "Hijo, la guitarra está bien como diversión, pero nunca te vas a ganar la vida con ella"?
–No. Mi familia me vio tan enloquecido con la música, que pensaron que algo de éxito iba a tener. Cuando terminé el colegio, obviamente quería seguir tocando, pero también me dije: "Voy a buscarme algo que me dé guita", y me puse a estudiar publicidad; típica carrera de quienes no saben qué cuerno hacer pero tienen cierta inclinación artística. En mi curso conocí a Carlos Alfonsín [famoso dj], a Zeta Bosio, a Carlos Salotti [hombre de radio y ejecutivo discográfico]: toda gente más ligada a la música que a la publicidad. Más tarde intenté trabajar en publicidad, pero pronto comprendí que eso no me iba a dar satisfacciones. Por suerte, ya existía Soda. El grupo empezó a llevar más gente a los lugares donde tocábamos y ya pude bancarme con la música.
Solucionado el tema de la vocación, Gustavo Cerati tuvo que dejar sus proyectos musicales en el limbo durante doce meses, cuando, como a casi todo joven argentino de 18 años de entonces, le tocó la colimba. Como le sucede a la mayoría de los que pasamos por ese trance: una vez que un ex conscripto se mete a hablar del tema, cuesta pararlo.
"Me tocó hacerla en la Escuela Técnica de Cabildo y Dorrego, en 1978, en la época en que casi vamos a la guerra con Chile por la cuestión del Beagle. Me bancaba un poco más las guardias gracias al Tren fantasma, donde Daniel Morano y su troupe ponían una música increíble, que me despertaba las neuronas y el alma; fue el primer programa que pasó música punk, new wave, reggae...
"Al principio la pasé como el culo. Llegué tarde al campo de entrenamiento y justo se había muerto el peluquero, así que, por tener el pelo largo, me forrearon como al peor. Pero me salvó la música, porque gracias a que tocaba la guitarra conseguí ubicarme como asistente del jefe de compañía. A la mañana le ordenaba la oficina, limpiaba, y después le tocaba algo tipo «Concierto de Aranjuez» o las canciones suaves de Genesis, y al tipo le encantaba."
–El capitán desayunaba con música en vivo.
–Claro, con los clásicos populares... Paralelamente, a alguien se le ocurrió organizar un concurso de folklore donde participaban todas las reparticiones militares del país. No sé qué celebraban, pero agarré a un sargento de esos hiperpatriotas y le dije: "Yo escribí una letra". Junté a tres amigos del cuartel, dos guitarras y dos bombos, y nos pasamos casi tres meses ensayando muy duro, porque gracias a eso podíamos huir de la situación de la colimba. Y hasta hoy no lo puedo creer: ¡lo ganamos! El premio era un viaje a Bariloche, pero no fuimos, porque había que dormir en los cuarteles y cosas así.
"La colimba tuvo sus anécdotas divertidas. Por ejemplo, que el cantinero fuera el que trajera el porro. ¡Típico! Y era curioso, también, eso de encontrarte con gente de tu misma edad que tenía caminos tan diferentes en la vida. Igual, a mí me generó una serie de odios. La última vez que me peleé a piñas fue en el cuartel. Había dormido muy poco después de una guardia; eran las 6 de la mañana y entró un pibe que siempre llegaba cantando y gritando, pero no de felicidad, sino por joder. Recuerdo que ese día salté como un gato por encima de tres camas y lo aplasté contra el armario de la ropa. Estaba dispuesto a matarlo, de tan enloquecido y nervioso que me puse. Te llevaban a esa situación. Por eso, a pesar de las anécdotas graciosas, me brotaron un montón de sentimientos que no tenía por qué encontrar. Me los pusieron ahí. Ellos [los militares] eran los reyes que manejaban todo, y por lo tanto los civiles eran unos idiotas. Lo mejor que hizo el gobierno de Menem es haber abolido esa situación.
el período de gestación de soda stereo coincidió con un cambio profundo en la estética y los contenidos del rock nacional. A la sombra de la derrota de Malvinas, con la conciencia cada vez más creciente de los alcances que tuvieron la tortura, el asesinato y el terror de Estado durante los años de plomo, creció otra generación que ya no pretendía cándidamente cambiar el mundo ni predicar las bondades del amor y la paz. Los más radicales abrazaban los postulados nihilistas de la revolución punk de Londres y Nueva York: el no future de los Sex Pistols. Pero la gran mayoría no adhería a ninguna ideología concreta. La liturgia de los 80 estaba hecha de hedonismo, con un toque de melancolía; el sexo y las drogas ya no eran el tabú de una década antes. Buenos Aires desbordaba de nuevos antros como el Einstein, el Zero Bar, el Stud Free Pub, Caras Mas Caras y el Parakultural, cuyos trasfondos conocieron felaciones casuales y saques furtivos de cocaína y donde, cualquier noche de la semana, se podía acceder a una obra teatral, una performance multimedia con tonos de varieté y, especialmente, a la cada vez más nutrida oferta de nuevo rock. Virus fue pionero en abrir el rock nacional a los terrenos hasta entonces desconocidos del baile, la ambigüedad sexual y la parodia de lo pomposo y lo formal. A partir de 1982-83, cada vez más grupos se sumaron a esa nueva escena; entre ellos, Sumo, Los Violadores, Los Twist y Soda Stereo.
Cerati era consciente de que estaba protagonizando algo nuevo. "La energía se palpaba en el aire, se notaba que había algo surgiendo. Nosotros tocamos en Einstein, pero nuestro reducto era Zero Bar, en la calle República de la India; allí actuábamos los sábados y éramos, en cierto modo, las estrellas. Sumo también tocaba en Zero y se producían situaciones especiales, como que Luca subiera a cantar con nosotros. Fue lindo, aunque tal vez hoy se vea más excitante de lo que realmente era."
El disco debut de Soda Stereo, de fines de 1984, envejeció con gracia. Quizá porque retrata con humor y percepción los valores de la naciente posmodernidad criolla: la obsesión por la silueta y el hedonismo ("Dietético", "Mi novia tiene bíceps", "Afrodisíacos"), la omnipresencia de la televisión, ahora a todo color ("Sobredosis de tv", "¿Por qué no puedo ser del jet-set?", y las tensiones de los últimos años de Guerra Fría ("Un misil en mi placard"). Apropiadamente para un álbum en el que la idea de consumo es tan central, Soda Stereo se presentó a la prensa en el subsuelo de un local de hamburguesas de Buenos Aires.
"Yo había escrito varias canciones folklóricas", recuerda Gustavo, "lo cual me vino bien porque desarrollé una fluida relación con la guitarra española, que tiene una muy buena simbiosis con la voz, además de que no necesitás enchufar nada. Pero esto era algo diferente, porque tenía que escribir todo un disco. Entonces me hice un librito al que llamé El Diccionario Artístico Gustavo. Agarré un Larousse y rastreé (hoy diría «escaneé») todas las palabras modernas que me interesaban. Y hasta hoy lo sigo usando."
–¿Cómo era tu relación con el estudio en aquellos primeros tiempos de Soda?
–Siempre me interesaron las cuestiones técnicas y el estudio. Soda Stereo estaba permanentemente abierto a nuevas posibilidades, tal vez por nuestras limitaciones como trío. Ninguno de los tres era excesivamente virtuoso, pero de a poco fuimos aprendiendo; suplíamos las carencias con secuencias, o con algún cuarto integrante, como Daniel Melero.
–En "Nada personal", de 1985, y "Signos", del 86, se nota un salto musical considerable con respecto al debut.
–Es que el primer disco de Soda había sido grabado por cinco técnicos distintos. El que llegaba ignoraba lo que había hecho el anterior, así que era un delirio. "¿En qué tema estamos? ¿Qué grupo es éste?" En Nada personal nos pusimos las pilas e hicimos algo tremendo: queríamos conseguir un sonido grosso, como el de Big Country y otros grupos británicos de la época. Entonces llevamos un equipo de sonido para tocar en vivo y lo instalamos en el estudio Moebio. Eso contribuyó al salto de sonido, igual que la aparición de las cajas rítmicas, la programación, ese tipo de cosas. De ahí en más siempre agregamos algo: teclados, baterías electrónicas, sequencers, hasta que apareció la computadora, que recién tuvo un papel importante en Sueño stéreo.
–¿Cómo vivieron la experiencia de ser el grupo que exportó el rock argentino en gran escala a toda América latina?
–Nuestra primera gira fue a Chile; en parte había sido idea de nosotros, en parte de Alberto Ohanian, nuestro mánager de entonces. Ibamos en ascenso; el primer disco había vendido 30 o 40 mil copias –nada mal para un grupo nuevo– y tocábamos todo el tiempo. Pero Nada personal fue una explosión en la Argentina y fue entonces cuando viajamos a Chile a ver qué pasaba. Fuimos a todas las radios, hicimos notas con diarios y revistas, hablábamos, hablábamos, hablábamos. Estaban alucinados con nuestros peinados, nuestro maquillaje. Hoy Santiago ha crecido de una manera enloquecedora, pero en ese momento era como un pueblo y todavía Pinochet estaba en el poder. Los pibes querían una música distinta; era una necesidad latente. Estaban surgiendo ya algunos grupos, como Los Prisioneros, que nos miraban con simpatía, y lo nuestro desencadenó todo. No sé cómo sucedió, pero cuando volvimos a Chile fue una cosa increíble: se había producido realmente una Sodamanía. Era una locura: mil personas día y noche en la puerta del hotel, actuaciones para 30 mil personas en pueblos desconocidos del Sur… En fin, una cosa que nos superaba por completo. Después tocamos en el Festival de Viña del Mar, básicamente porque The Police lo había hecho algunos años antes. Pensamos: "Bueno, no está tan mal, tiene cierto prestigio". Ese show de televisión lo vio todo el mundo. Es como si te dijera acá… no sé, ni Tinelli... Lo vieron todo Chile y buena parte de América latina. Eso nos llevó a un lugar de popularidad increíble. Lo mismo pasó en Perú. Luego visitamos Venezuela, donde tocamos en algunos lugares muy chiquitos, y más tarde fuimos a México en tren de promoción. Cuando volvimos más tarde, pasó igual que en Chile: explotó. Creo que transmitimos una sensación grupal muy fuerte en todos los países que visitamos. Uno abría los diarios y allí estábamos. Más allá de la campaña de prensa, el impacto fue enorme.
Fue entonces cuando Soda comenzó su marcha triunfal e inició un lustro de hegemonía en el rock argentino y latinoamericano, con álbumes clásicos como Signos, Doble vida, Canción animal y Dynamo. Lo demás, como suele decirse, ya es historia.
londres, sabado 22, domingo 23 y martes 25 de mayo.
Por el cielo de Fulham, al sudoeste de Londres, los aviones pasan a intervalos regulares en su aproximación final para aterrizar en el aeropuerto de Heathrow. Desde la calle veo las tribunas vacías del estadio del Chelsea Football Club y recuerdo el graffiti de una pared suburbana (el chelsea es magia pura, y abajo: si, mira como desaparece de primera division). Sigo las instrucciones y doblo a la derecha en Wansdown Place. maison rouge, dice el cartel que está al final del callejón y –al mejor estilo de una serie inglesa de espías de los 60– no se trata de un sofisticado restaurante francés, sino del estudio Matrix, donde Gustavo Cerati –junto a Flavio Etcheto y al técnico Clive Goddard– está mezclando Bocanada.
El día anterior, en Abbey Road, cuarenta y ocho músicos ingleses grabaron la sección orquestal del tema "Verbo carne", siguiendo los meticulosos arreglos de Alejandro Terán. Mientras espero el ok para subir a la sala, echo un rápido vistazo a mi alrededor. Paredes de rojo bermellón –a las que no les vendría mal una manita de pintura– sostienen imitaciones de cuadros prerrafaelistas. La recepción da a un bar de mesas con sillas de mimbre donde técnicos, plomos y músicos matan el tiempo entre sesión y sesión mirando por tevé una final de tenis.
"Verbo carne" suena imponente. Reconozco ese toque altivo y potente del brass que les sale naturalmente a las orquestas inglesas y que tanto me impactó la primera vez que escuché la suite Atom Heart Mother, de Pink Floyd. Gustavo está visiblemente impresionado: "La experiencia de la orquesta fue un pico muy alto. Una cosa es cantar con arreglos de cuerdas mezclados con el rock, pero esto de tener una orquesta como motor fundamental de una canción, y a partir de eso cantar, fue un placer indescriptible".
Bocanada empieza a cobrar forma. Se notan las pinceladas sutiles de Goddard en la súbita alteración de un plano sonoro, o en cómo la voz de Gustavo se corta sola después de un crescendo instrumental. Ya hay una sensación de acabado final en los temas, respecto de los rough mixes que escuché en Buenos Aires.
Cuando terminamos la audición pasan de las 10 de la noche, pero el cielo de Londres conserva todavía un toque de luminosidad veraniega. Entre músicos, gente de la grabadora y periodistas surge el clamor general por comida que suele seguir a un arduo día de trabajo. Un restaurante vietnamita recibe a la comitiva, un poco a regañadientes, dada la hora, pero el tono del maître oriental cambia al ver la voracidad con que se vacían platos y botellas. Más tarde, viajando en un típico taxi negro rumbo a la zona hot de Camden Town en pos de algún recital trasnochado, le pregunto a Gustavo acerca de su relación con Londres.
"Amo esta ciudad. De día me encanta caminar y recorrerla y la vida nocturna tiene un clima especial. No sé si es linda o fea, no podría definirla. Hay un montón de gente atorranteada, alcoholizada al máximo, pero están en la calle. Viven mucho en la calle, comen en la calle. La calle es un espacio que se usa quizá más que en cualquier otra ciudad."
El día siguiente tiene la típica languidez universal del domingo. Estamos en la zona de Portobello Road, famosa por su feria que vende un poco de todo: ropa, antigüedades, pósters viejos y souvenirs de toda época y calidad. Llegamos a media tarde, cuando los puestos están cerrando, pero Gustavo tiene que hacer una nota para tevé en exteriores, de modo que hay tiempo para un capuccino y para revisar cds en una de las tantas disquerías de la zona. Gustavo es un ávido comprador de música, pero aún no ha tenido tiempo de salir de cacería. En el taxi que nos devuelve al estudio le pregunto por sus preferencias actuales.
"No estoy muy interesado en lo inglés. Me gusta más lo que está pasando en términos de música electrónica en Alemania, incluso en Francia. De lo alemán me gusta mucho el grupo Wunder, de Colonia: rescata la dulzura y lo ambiental, pero es también musical, no puro drone electrónico. Los británicos, por su parte, han perdido esa hegemonía que siempre tuvieron en experimentación pop; todavía están enroscados en la cosa del brit–pop. Vos prendés la televisión y ves cientos de grupos reiterando lo que ya se hizo hace tres o cuatro años. Por otro lado está el drum & bass, que ya es como un hip-hop inglés, más integracionista, con menos segregación que el hip-hop nortemericano, pero también muy cansador en cuanto a repetición de fórmulas y propuestas. Me gusta el drum & bass más duro, el más mínimo y poderoso, no el que está ligado con el jazz."
–Desde que se popularizaron los djs, muchos músicos sacan el álbum "oficial" y luego el disco de remixes. ¿Te gustaría hacer algo así?
–Por supuesto. Me parece que Bocanada se presta para otra mirada además de la que le estamos dando ahora. Quizá probemos con un dj de drum & bass que está muy en boga en este momento, dj Marky: es de origen brasileño pero vive en Londres y va a aportar a un par de temas de Bocanada. Tengo ganas de dejarle material a él y a nuestro ingeniero, Clive Goddard –quien también tiene amplia experiencia en la cuestión remixes–, para ver qué consiguen. Lamento que en la Argentina no sea viable hacer singles como en Inglaterra, donde podés sacar a mitad de año el álbum y después varios singles, remixes y demás... Yo mismo tengo ganas de hacer remixes, porque ya desde el principio las canciones de Bocanada tuvieron diferentes aproximaciones…
Posdata londinense. Dos días más tarde toca Gus Gus, la banda tecno islandesa. Como sé que Gustavo piensa asistir, lo espero a la salida del teatro pero nos desencontramos. Entre el público que camina por Charing Cross Road se escucha una voz en castellano: "¡Híjole, pero si es Gustavo Cerati, el de Soda Stereo!" y la joven pareja mexicana se lanza escaleras abajo por la estación Tottenham Court Road en pos de su ídolo. A lo lejos veo a Gustavo firmándoles un autógrafo. Nos saludamos. Telón.
buenos aires, martes 15 de junio.
El nuevo encuentro con Cerati es en una tarde porteña helada y gris. Por la ventana del tren veo el fanzine mural que acompaña los terraplenes de Núñez y Rivadavia. El rostro del Che Guevara, en la famosa foto con la boina, antecede a un escudo de Defensores de Belgrano. Sonrío pensando que la pared conserva el mismo orden de cualquier diario: política, luego deportes. Unas cuadras más adelante, un editorial pulveriza mi ironía: la vida sin utopias es solo una preparacion para la muerte.
Estamos a diez días de la aparición de Bocanada y las primeras copias que entraron en la grabadora son resguardadas con el celo propio de un secreto de Estado. Me siento un privilegiado por, al menos, haber conseguido el casete que en este momento suena en mi walkman.
Hoy me recibe el propio Cerati y tengo la visión fugaz de una menuda y descalza Lisa que es conminada, con paternal amor, a ponerse las pantuflas. Atravesamos el living y bajamos al jardín, rumbo al santuario de Submarino. Esta tarde estamos solos en el estudio. De fondo suena el nuevo disco, que Gustavo está copiando de un cdr a casetes para calmar la ansiedad de quienes tomaron parte en su realización.
Bocanada destila una ambigüedad hecha de simpleza y sofisticación. Melodías que pronto se hacen familiares encierran letras simples que pintan situaciones complejas. Percibo el clima de continuidad conceptual del que hablaba Cerati a despecho de la estructura diferente de las canciones, que van desde el cuasibolero que le da título al disco (coescrito con el periodista Pablo Schanton) al exótico aire selvático de "Tabú", el folklore tecno de "Raíz" y el optimismo de "Puente", el corte más obvio para la radio.
La música también tiene más de una lectura: los sonidos suelen alterar su tono en forma repentina y entrar en otra dimensión hecha de estímulos sutiles: campanitas, viento, hojas que crujen, percusiones hipnóticas. Los temas parecen desembocar uno en el otro. Pienso en esa zona de nadie entre el sueño y el despertar: la vigilia. Le pregunto a Gustavo cuánto del mundo onírico se filtra en su obra.
"No tengo mucha memoria de los sueños, pero me doy cuenta que hay algunas imágenes, voces, instantes, que son recurrentes; a veces agradables, a veces de terror. Sensaciones que tal vez vienen de la niñez y que se acercan a ese momento de transición entre la vigilia y el sueño, donde las ideas del inconsciente fluyen más rápidamente. Hay gente que puede programarse para hacer cosas en ese estado; yo no puedo pasar de programarme para despertar a cierta hora. Sin embargo, he conseguido estados parecidos gracias al yoga. No te diré que lo practico a menudo, pero me ha servido. Soy una persona ansiosa y obsesiva, pero estoy en un punto de cambio en mi vida."
Tal vez donde mejor se aprecia ese nuevo relax alcanzado por Cerati sea en su propia voz. Uno de los hallazgos de Bocanada es la forma en que el cantante maneja los diferentes matices: el tono hiperdramático de "Verbo carne" o el misterio de "Tabú", donde su registro sube hasta alcanzar un exquisito falsete. Le pregunto si alguna vez estudió canto.
"Hace años tomé clases de respiración con la fonoaudióloga Ana Inchausti, a la que también iban Mercedes Sosa y Andrés Calamaro. Al principio tenía muchos problemas para cantar en vivo. En estudio me daba maña para convencerte de que podía cantar bien, pero en las giras, al segundo show estaba destruido. Gracias a las clases de esta mujer mi disfonía fue desapareciendo."
La culminación natural del proyecto Bocanada será una serie de presentaciones programadas para la primavera en el teatro Gran Rex, escenario de tantas noches triunfales de Soda, y el elenco promete ser similar al del disco. Gustavo se ve distendido y contento.
"Confieso que disfruté haciendo Bocanada. El proceso de este disco fue tremendamente feliz. No siempre ha sido así. Hay discos que no veía la hora de terminarlos, para no sufrir más. Por ejemplo, Signos, un disco tan importante para Soda, fue un álbum muy sufrido por cuestiones externas e internas, desde drogas hasta problemas técnicos. Grabar un disco puede convertirse en algo peligroso."
–¿Alguna vez temiste por tu vida?
–Bueno, durante Signos estábamos muy nerviosos por lo que pasaba alrededor nuestro. Era ese momento del auge de la cocaína en los 80 y recuerdo que un día me levanté muy angustiado y me fui derecho a un hospital pensando que me moría. Le dejé como 100 mangos al taxista; no me importaba nada. Bajé, me metí en la guardia, patée a un epiléptico –un pobre pibe que estaba antes que yo– y le dije al doctor: "Por favor, atendéme", en un estado de deformidad drogada, pero al mismo tiempo con una angustia de vida que hasta entonces no había sentido nunca. Me acuerdo que después terminé en los brazos de mi madre, en la bañera de su casa, tratando de calmarme. Entonces me quedó muy grabado el peligro de lanzarse tanto, porque no era solamente la situación de la droga, la sensación de que el corazón se te salía, sino además la terrible presión de hacer ese disco, de pensar que eso era terriblemente importante, cuando no tenía por qué ser así.
"La otra vez fue en Mar del Plata, cuando un tipo al que yo no conocía, ni había visto nunca antes, trató de matarme con su auto a la salida de una discoteca. Alguien me gritó "¡Cuidado!" justo a tiempo, y por suerte había barro: el coche empezó a patinar y me pude apartar; si no, me llevaba puesto. Eran dos. Yo le vi la cara al que manejaba; era la cara de un asesino, iba a matarme. Entonces también noté lo fuerte que puede significar tu imagen para otras personas, el famoso peligro de la fama, de ser conocido y de provocar sensaciones en la gente. Los que estamos en esto siempre atraemos locos. Yo he tenido una loca que me tiró abajo la puerta de mi casa. Hubo una época en que parecía que salían a la luz todos los psicópatas. Incluso estuve en una relación de pareja psicópata. Uno permitía que eso ocurriera, algo tendría... que sé yo. Pero en la vida he encontrado momentos en los que parecen existir fuerzas que intervienen y afectan a las cosas, un cierto efecto destino.
–¿Cómo viviste la polémica Soda versus Redondos que siempre aparecía en los cantos de los fans de ambos grupos?
–En cierto momento, Soda Stereo llegó a capitalizar el espectro del pop rock. Eramos el grupo argentino más exitoso, llenábamos los estadios, ganábamos las encuestas, qué sé yo. Pero también eso te hace ser parte de un sistema y, como tal, necesariamente tiene que nacer un contrasistema. Si nosotros éramos la parte más concheta o burguesa, bien entre comillas, tenía que darse algún tipo de oposición. Sin que se produzcan esas pelotudeces tan argentinas, también en lugares como Londres pasan cosas como que la cantante de Elastica ha tenido que mentir sobre su origen –viene de la alta sociedad– porque si no hubiera sonado menos creíble en un momento en que los Oasis reivindicaban su origen proletario.
"Si bien Soda Stereo tenía una estética que te hacía pertenecer (y pertenecer tiene sus privilegios, ¿no?), y si bien estábamos aparentemente más cerca de la riqueza, la verdad es que Soda era tremendamente popular en lugares donde la gente tenía que juntar las monedas para poder entrar en los conciertos. Soda Stereo no era un grupo de la zona Norte. Tocábamos en todos lados. En Ezpeleta, o en Catamarca. Creo que la cuestión [Soda versus Redondos] es una pulsión que tiene el argentino, una pulsión muy relacionada con el fútbol. Cuando uno ve esa polarización, siente que la cosa va para atrás. La música no es eso; nunca lo fue, ni siquiera con los Beatles y los Rolling Stones. Eso fue un juego. Pero acá gritaban: "Que se muera Cerati". Al principio yo me asusté y pensé: "¿Por qué? ¿Porque se murió Luca? ¿Y si Federico [Moura] no se hubiese muerto, también se lo gritarían a él?". Al principio me lo tomaba en serio. Incluso llegué a creer que la cosa había salido de ellos [de los Redondos], que había surgido de algunas declaraciones o de un tema como "Vamos las bandas" que habla de cierto Parnaso rockero. La verdad es que nunca sentí que estaba tocando el cielo con las manos. Hubo joda, sí; íbamos a Chile o a América latina y éramos los Beatles. Y está bien, nos divertíamos, pero teníamos siempre la conciencia de que la miseria estaba ahí nomás.
"Musicalmente pienso que Soda y Redondos son dos cosas muy diferentes, pero también creo que es posible congeniar con ambas. No hay ningún tipo de animosidad entre nosotros. Y sé que el Indio piensa lo mismo.
–En la misma época en que componías temas como "Nada personal" y "Sobredosis de tv", un analista de la comunicación, Neil Postman, escribió "Divirtiéndonos hasta morir", donde afirma que se está cumpliendo la profecía de Aldous Huxley en "Un mundo feliz": un poder que nos sojuzga mediante la diversión. Los noticieros de tevé convertidos en entretenimiento.
–Así es. Asistimos a un reality show, una irrealidad real. Tenés acceso inmediato a la información, pero al mismo tiempo, como decía en "Nada personal", te sentís lejos, es difícil involucrarte. Es muy perverso, porque en el fondo se esconden las mismas motivaciones de siempre: ¡vendamos más armas!, mientras vos mirás la guerra por tevé.
–Llama la atención, además, que hace treinta años, músicos tan diferentes como los de Black Sabbath o John Lennon o Joan Baez hablaban en contra de la Guerra de Vietnam. Hoy pasó lo de Yugoslavia y la cultura rock ni se dio por enterada. ¿El rock de los 90 sólo sabe celebrarse a sí mismo?
–El rock, hoy, es un sistema de reclutamiento y reciclamiento. La industria le captura los métodos de expresión, mientras los artistas buscan otros métodos. El rock está absorbido casi en su totalidad por los medios. Lo más apabullante es que el volumen de todas las cosas aumenta. Esta es mi sensación apocalíptica sobre la Tierra: ¿cómo va a hacer la naturaleza para deshacerse de este parásito? La cantidad de gente aumenta, la cantidad de grupos de rock aumenta, la cantidad de medios aumenta. Llega un punto en que la segmentación es tremenda.
"Por un lado, es agradable saber que el acceso cada vez es más fácil: podés grabarte tu propio cd, podrás tener tu propio público, incluso gente que te escuche vía Internet. Pero esa información –de la cual desconfiamos, porque no sabemos hasta qué punto es real– tiene además una gran frialdad. La cosa ya parece un videogame.
"Ante la Guerra de Kosovo, uno no puede abstraerse del miedo, de pensar: "¿Será así el futuro?". El problema ya no es sólo Medio Oriente...
–¿Será esto lo que nos espera si tenemos un problema? ¿Que venga el policía a del mundo a imponer su orden?
–Y... Pero también veo que hay reacciones populares en la Argentina. La gente está saltando, por lo menos ante cosas que le tocan más de cerca, como el recorte en la educación y la cuestión de los apagones de luz. Al mismo tiempo, el consumo nunca estuvo tan exacerbado como ahora. Entonces todo se mezcla. Cuando nos juntemos, ¿cuál es la necesidad por la que vamos a luchar? Me parece bien que en mi barrio convoquen a unirnos para que no pasen los aviones por arriba de nuestras casas, pero pienso que hay cosas más importantes.
–¿Cómo vivís el paso del tiempo en relación con tu música? Se dice que el rock siempre ha padecido una especie de "síndrome de Peter Pan", la sensación de vivir una eterna adolescencia.
–Joe Cocker declaró –coincido ciento por ciento– que le parecía tremendo que no sólo el rock, sino toda la sociedad, nos confabulásemos para prolongar nuestra adolescencia y llegar directamente a la vejez final sin pasar por la adultez. Yo siento que utilizo la música para unirme a ese propósito; es atroz, pero es así.
–¿Es necesariamente atroz?
–No sé, tal vez sí. Tal vez no enfrentes otras situaciones por estar encadenado a una etapa previa de tu vida. La actitud de la música en general, y la mía en particular, es tratar de capturar ese momento de adolescencia que debe haber ocurrido entre los 13 y los 15 años; ese proceso de confusión y de absorción, que es tremendamente creativo. Sigo utilizando un montón de melodías de aquellos años. Mi verdadero banco de inspiración no está aquí en el estudio, sino en esa época. Y estoy estirándolo todo lo que puedo.
"A pesar de toda la tecnología, Bocanada es un disco básicamente romántico. En algún punto es poético hasta la exageración. Pero es mi decisión: yo quise que ése fuera su perfil. Es un álbum en el que la melancolía juega un papel muy importante, pero intento que nos lleve hacia una situación eufórica a través de la música. Que vos percibas la melancolía de las melodías, de los arreglos y de las letras, pero que el todo tienda hacia la felicidad, de todas maneras. Eso es lo que intento conseguir con mi música.