Guillermo Saccomanno: "Cuando uno ve el océano, retoma su estatura"
"Mi padre era sastre, pero de noche estudiaba periodismo. Tenía una biblioteca donde uno podía encontrar clásicos de Shakespeare, trágicos griegos, El capital, según la versión de Juan B. Justo, obras de Bakunin o Kropotkin, pero también Salgari y Melville. Mi padre era socialista y mi madre, sin ser peronista, una admiradora de Eva Perón, a la que, decía, todas las mujeres argentinas le debían algo. Esto hacía que en mi casa se viviera cierta tensión política, que no pasaba a mayores, pero allí estaba", recuerda el escritor Guillermo Saccomanno, que acaba de presentar la novela El amor argentino, en la que retoma el tema de la violencia como representación de lo nacional.
Saccomanno vive desde hace casi una década en Villa Gesell, pero cada diez días viaja a Buenos Aires, donde dirige un taller literario. Es colaborador de Página/12 y en 2001 obtuvo el Premio Nacional de Novela con El buen dolor.
"Siempre fui un lector indiscriminado. Leía todo lo que caía en mis manos, aunque no lo entendiera muy bien. Un día, en el fondo de mi casa, encontré un libro que no estaba con todos los demás en la biblioteca de mi padre. Era El juguete rabioso, de Roberto Arlt. Tenía 12 años y no pude parar de leerlo hasta que lo terminé. A partir de ese momento fui Erdosain, el protagonista. Yo era Erdosain caminando por la calle Chile, o escondido en un portal para que no me empapara la lluvia. Una fantasía de chico muy importante, porque fue entonces cuando decidí que algún día sería escritor. Pero en mi formación intervinieron otros elementos."
–¿Cuáles?
–La publicidad, el periodismo y la historieta. Trabajé en publicidad durante muchos años, comencé de cadete. Hasta que un día pensé que estaba para otra cosa, renuncié y me dediqué a escribir. Por otra parte, hice muchos guiones para cómics con dibujantes famosos. Tuve un gran maestro, Héctor Germán Oesterheld, que veía en la historieta una manera de hablarle a la gente que no conocía otra literatura, por eso había que ser muy respetuoso. Siempre fueron consideradas artes menores, pero las tres tienen una urgencia importante: la necesidad de respetar una fecha de entrega. Porque si el autor del guión no entrega el texto, el dibujante no puede dibujar y no come.
–¿Por qué se fue a vivir a Gesell?
–Hay gente que cree que Gesell es como Pinamar o Cariló, y no es así, se parece más bien a una mezcla de pueblo del Medio Oeste norteamericano y San Justo. Todas las catástrofes que sufrió el país en los últimos años dejaron su huella y en invierno no hay nadie en las calles, salvo bandas de perros que ladran y ladran, y remises que van de un lado a otro.
–¿Cuál es la ventaja?
–Es una sociedad hecha a escala humana, donde todo está próximo. Además está el mar, y cuando uno ve la majestuosidad del océano, retoma su estatura, porque uno es pequeño frente a la belleza y la fuerza del mar. En cambio, en Buenos Aires vivo en un noveno piso, siento que tengo el cielo cerca y entonces, me creo que soy Dios y no es así. El mar tiene un humor impredecible y en los últimos tiempos destruyó parte de los balnearios.
–¿Cómo reparte su tiempo?
–A cierta edad, un escritor deja de pensar en la noche como el tiempo ideal para la inspiración. Me levanto muy temprano, a las 6, y escribo hasta las 11. A esa hora voy a dar una vuelta por la playa y luego almuerzo con el gaucho Paz y su señora, los encargados del edificio, que son mi familia adoptiva. A la tarde vuelvo a escribir. Así, cuando viajo a Buenos Aires tengo una buena cantidad de páginas escritas. Cosa que no podría hacer en la ciudad, porque uno vive tironeado por compromisos y tentaciones de todo tipo. Tengo un lindo grupo de amigos, entre ellos el escritor Juan Forn. Hay una librería, Alfonsina, que uso de biblioteca y que suelo visitar todas las tardes. En Buenos Aires necesitaba pastillas para dormir.
–¿Y en Gesell?
–Tengo un remedio infalible para la depresión, el insomnio o la melancolía: una hora de marcha por la orilla del mar con viento en contra. El esfuerzo despierta un saludable cansancio que vence cualquier contratiempo. Pero además creo que en literatura menos es más, y un escritor debe desarrollar una austeridad, una poética de la restricción. En Buenos Aires hay miles de conferencias por día, espectáculos de todo tipo, libros inaccesibles. Nos encontramos ante una oferta desmesurada que no podemos abarcar, vivimos tensos, indecisos, sufriendo por todo lo que no podemos hacer, tener. En cambio, en Gesell, cuando nos encontramos con Juan Forn podemos terminar discutiendo cosas impensables como una carta de Thomas Mann o un fragmento de los diarios de Franz Kafka.
–¿Una lectura indispensable?
–A los alumnos que llegan a mi taller suelo comentarles, a manera de bienvenida, que para mí a quien no ha leído La guerra y la paz, de León Tolstoi, o el Moby Dick, de Herman Melville, le falta algo.
Prestigio
Vivíamos en un barrio entre Floresta y Mataderos cuyo prestigio social estaba condicionado por la dirección del viento. Cuando soplaba del Centro, con olores agradables, éramos Floresta. Pero cuando soplaba del Oeste, donde estaban las curtiembres, éramos Mataderos.
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