Guillermo Bredeston, el hombre que conocía todos los secretos del teatro
Guillermo Bredeston , uno de los más destacados autores, productores y empresarios teatrales de la Argentina a lo largo de las últimas décadas, falleció a los 84 años. Permanecía desde hace varios años alejado de toda actividad pública a raíz de su delicado estado de salud, con cinco accidentes cerebro vasculares sufridos a lo largo de los últimos ocho años.
La noticia fue confirmada por su entrañable amigo Carlos Rottemberg, con quien llevó adelante innumerables proyectos teatrales. "Guillermo ha sido un enorme profesional. De su hombría de bien podemos dar fe quienes lo conocimos, tratamos y queremos", señaló Rottemberg desde su cuenta de Twitter. Bredeston estuvo casado durante 53 años con la actriz Nora Cárpena y con ella tuvo dos hijas.
Bredeston recorrió casi todas las facetas del mundo del espectáculo tocado por la fortuna. Dotado de una capacidad innata para percibir el gusto del público, triunfó sucesivamente como actor, autor, realizador, productor y empresario. Pero le escapaba a cualquiera de estas identificaciones. Se definía en cambio como "un obrero del espectáculo que a través de muchos años de trabajo llegó a aprender todos los secretos del oficio teatral".
Alto, espigado, poseedor de una elegancia natural que sabía manejar en los escenarios con simpática desenvoltura y un leve gesto pícaro que jamás se convertía en zafado, Bredeston se convirtió en una de las figuras masculinas más populares de nuestra TV entre mediados de la década de 1960 y fines de la de 1980, primero como galán y más tarde como protagonista de comedias brillantes y pasatistas.
Con el tiempo y el visible desgaste de una fórmula probada infinidad de veces llegó a sentirse "un poco de vuelta" de lo que significaba su imagen en la pantalla chica. En ese momento decidió volcarse a la producción y a la actividad empresarial, ahora lejos de la exposición mediática previa pero con el mismo éxito. Llegó a manejar una compañía teatral entera con 13 actrices, 16 actores, seis autores, seis directores, dos salas en Mar del Plata, una en Buenos Aires y otra en Villa Carlos Paz. En ese lugar privilegiado era el dueño de la última palabra cuando había que decidir qué pieza se estrenaba, cuándo y con qué elenco.
Alcanzó esa cumbre después de recorrer laboriosa y pacientemente un largo camino iniciado a principios de la década de 1950, cuando arribó a la Capital desde Concepción del Uruguay (donde había nacido el 24 de agosto de 1933 como Guillermo Juan Bredeston) como un "provincianito tímido" con el propósito de estudiar teatro. A fin de contrarrestar –según propia confesión– la inseguridad que entraña la carrera de todo actor, ingresó al mismo tiempo en la Facultad de Derecho. Más tarde trabajó como corredor, vendió insecticidas y artículos de cerámica y llegó a ocupar un puesto de maquillador en el viejo Canal 7.
Durante sus estudios en el Seminario de Arte Dramático del Cervantes, creció su vocación por el teatro más serio. Debutó en Buenos Aires con El abanico, de Goldoni, en la actual sala del Regina.
"Me vine solo a Buenos Aires. Aprendí muy temprano que había que pelear y peleé quizás antes de que me golpearan. La lucha fue grande, pero no hice concesiones humanas. Sí artísticas, pero eso lo hicimos todos", confesó años después, cuando ya era palpable en su carrera escénica un notorio cambio de estilo que jamás abandonaría.
Después de haber pasado por el elenco de Las dos carátulas, de cumplir papeles destacados en obras comprometidas y en ciclos de jerarquía teatral en TV (llegó a ser uno de los protagonistas del histórico Hamlet que David Stivel dirigió en 1964 para Canal 13) y de imponerse como galán televisivo, decidió volcarse allí definitivamente a la comedia, género en el que siempre se sintió a sus anchas.
"Se puede ser galán sin ser actor. Pero ante todo soy un comediante, no me siento actor dramático. Las expresiones dramáticas que asumí no me dejaron nada conforme", dijo una vez a propósito de su notable cambio de estilo, decisión que muchos le adjudican a los cuestionamientos que recibió en una temprana y fallida puesta de Ejercicio para cinco dedos, de Peter Shaffer.
No fue la única vez que Bredeston tuvo que lidiar con la crítica especializada, que lo cuestionaba por repetir una y otra vez el mismo y eficaz modelo de comedia pasatista con el que daba batalla semana a semana en la TV y cada verano en Mar del Plata. Al actor parecía importarle por encima de todo el primer veredicto del público.
"Lo que hago en Mar del Plata no se lo puede juzgar con la misma vara del teatro serio. Lo mío es un show especial que consiste en juntar varias figuras de repercusión popular en un entretenimiento enmarcado por una buena escenografía y un vestuario adecuado", retrucaba. Para defenderse, Bredeston hablaba sucesivamente como actor, productor y empresario, roles que en su caso terminaron por no diferenciarse.
Reconocido como uno de los creadores del modelo teatral del verano ("Soy un pionero de Mar del Plata desde los tiempos en que allí había sólo una sala, el Auditorium", dijo en 1981), Bredeston encabezó por largas temporadas estivales la compañía que ocupaba el Hermitage (cuya sala, de hecho, inauguró) junto a elencos cuyos nombres eran elegidos por él a partir de los éxitos televisivos de los meses previos.
Un año podía presentarse junto a Ricardo Darín y Susana Giménez y el siguiente junto a Andrea del Boca y Silvestre o Emilio Disi yDorys Del Valle, más el permanente aporte de Juan Carlos Calabró y la presencia de Mario Sapag en el apogeo de sus imitaciones.
En aquéllos veranos exitosos, al frente de títulos como La noche de los sinvergüenzas, Se vende desocupada o Ensalada de tomate y ternura, Bredeston experimentó la transición desde el lugar del comediante que lideraba el rating cada semana en Canal 9 hacia el del ocupadísimo empresario que manejaba salas como el Hermitage y el Lido, de Mar del Plata, y el Tabaris, de Buenos Aires, en este último caso asociado con el no menos exitoso Carlos Rottemberg.
A lo largo de ese recorrido también comenzó a reconocerse el lugar que Bredeston ocupaba como autor de cada uno de los éxitos del verano teatral marplatense, siempre bajo el seudónimo de Adalberto Rey, aunque debido a aquélla inseguridad que mantuvo desde sus tiempos de estudiante de teatro jamás quiso que el público se enterara de que autor y actor eran la misma persona.
Con el tiempo se animó a reconocer que desde muy joven escribía ensayos, cuentos y poemas "no para publicar sino por una necesidad interior", pero más tarde se decidió a hacerlo profesionalmente "para cubrir un vacío ante la carencia de comediógrafos y de gente que haga comedias sencillas y divertidas".
Así, de a poco, fue dejando la TV para concentrarse en su nueva tarea de productor y empresario, lugar en el que admitió haber ganado mucho dinero. "Pero si sumo todos los negocios, con lo que entra y lo que sale de cada uno, la mayoría de las veces salgo empatado", corregía. En donde sí parecía imbatible era en los campeonatos de truco que le servían para alejarse del estrés laboral.
Lejos había quedado aquél debut marplatense de 1957, junto a Luisa Vehil en Electra, de Jean Anouilh, y la consagración escénica en una recordada versión de La dama boba, junto a Beatriz Bonnet y la dirección de Margarita Xirgu, en 1962.
Con los años, Bredeston se afirmó como el eterno galán de las comedias televisivas semanales (desde La comedia del martes, por el 13, hasta las exitosísimas Noches de comedia del 9), del teatro de verano en la costa y algunas contadas apariciones cinematográficas, entre las cuales Quinto año nacional y Quiero besarlo, señor fueron las más recordadas. En la memoria del televidente argentino de hoy aparece siempre un título televisivo asociado al inmediato recuerdo de Bredeston: Su comedia favorita. No debería llamar la atención: fue el ciclo de éxito más prolongado de todos los que protagonizó en la pantalla chica. A su lado, acompañándolo en la mayoría de sus proyectos, siempre estuvo su esposa, la actriz Nora Cárpena. Se conocieron en 1964 mientras trabajaban en la telenovela Mi triste mentira de amor y tuvieron dos hijas, Lorena y Nazarena.
Bredeston, muy a su pesar, también apareció dos veces en las crónicas policiales. En marzo de 2000 fue atacado en Mar del Plata por alguien que presuntamente quiso asaltarlo cuando regresaba del casino en un taxi. Tres tiros estallaron en la luneta trasera del vehículo y pudo escapar por milagro. En septiembre de 2001 denunció que había sufrido el robo de 180.000 dólares de una caja de seguridad que tenía en una sucursal del Lloyds Bank.
Ya por entonces espaciaba sus apariciones escénicas luego de vivir su último gran triunfo como actor en el verano de 2000 con Los galanes peinan canas, junto a Claudio García Satur y Rodolfo Bebán. Luego se consagró a su trabajo de productor hasta que los problemas de salud que empezaron a aquejarlo y con el tiempo se hicieron irreversibles lo forzaron a dejar su lugar en el mundo, la vida teatral. Pasó sus últimos años cuidado primorosamente por su esposa y su familia con una admirable discreción.
Cabaret Bijou, en el verano de 2004 y siempre en Mar del Plata, fue el último trabajo como productor de un protagonista incansable del mundo del espectáculo, que se enorgullecía de la responsabilidad con la que encaraba su trabajo y jamás disimuló su molestia frente a quienes lo juzgaban, según creía, con excesivo rigor.
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