La actriz es una de las protagonistas del film Bardo, postulado por México para competir por el Oscar; en diálogo con LA NACION, explicó el particular método de trabajo de una película nada convencional
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Bardo tiene que ver con México. Es un regreso al origen para Alejandro González Iñárritu, el oscarizado director de El renacido, quien no filmaba en su país natal desde Amores perros, aquella ópera prima que lo lanzó a la fama. Pero Bardo también tiene que ver con la infancia, con los miedos del artista, con las pérdidas y los duelos, con las fronteras de este mundo globalizado. Presentada en el Festival de Venecia de este año, a horas de su estreno en cines en varios países (entre ellos, la Argentina, a cuyas salas llegará este jueves 3) y en la antesala de su desembarco en Netflix (el 16 de diciembre), Bardo asoma como una de las obras más personales del controvertido director mexicano, una exégesis de sus propios fantasmas, una rendición de sus cuentas personales. Y en esa ambición que impulsó al proyecto desde sus inicios, Griselda Siciliani fue una pieza clave, una actriz elegida por el cineasta gracias a su trayectoria, a la variedad y versatilidad de su trabajo previo en el cine y en la televisión, al abanico de sus emociones que esta vez debían estar en carne viva. Como el corazón de ese México que Iñárritu expone a las miradas más despiadadas.
“Tenía muchas expectativas con el proyecto”, cuenta Siciliani en una entrevista con LA NACION a propósito del estreno de la película en nuestro país. “Y se fueron agrandando a medida que avanzaban las etapas del casting: al principio no sabía quién era el director, luego me revelaron que era González Iñárritu, después lo conocí personalmente y finalmente fue él quien me dijo cara a cara que me daba el personaje. También me contó la importancia que tenía mi personaje, Lucía, en la película, qué significaba para él. Cuando leí el guion completo comprendí la relevancia de mi personaje en la historia de Bardo”.
Bardo comienza en el aire, con el viaje corporal del periodista y documentalista Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho) sobre el desierto de México, un viaje de sombras y memoria sobre un territorio de sueños y contradicciones. La siguiente parada en su recorrido es la sala de partos de un hospital. Su esposa Lucía (Siciliani) puja entre lágrimas y gemidos a la espera de un nacimiento; un largo camino de regresos, literales y poéticos, al seno de ese alumbramiento, a la tierra del origen y la redención.
“La escena del inicio de la película, en la que transcurre un parto que concluye con cierta extravagancia y peculiaridad, fue todo un desafío. Es una escena que establece el lenguaje de la película para el espectador. Y a mí me permitió meterme de lleno en el clima de la historia, no solo apropiarme del personaje, descubrir cómo reacciona, qué humor tiene, sino también cuál es el tono del relato y el lenguaje actoral para encarnarlo. Además me sentí como pez en el agua con el hecho de poner el cuerpo, de estar expuesta en mis emociones. Todo se vuelve bastante íntimo, en un espacio algo teatral que la cámara recorre en largas escenas, con una espacialidad concreta y dolorosa”, detalla la actriz, que hace poco filmó en España con el director catalán Cesc Gay en otro proyecto internacional como Sentimental (2021), junto a Javier Cámara y Belén Cuesta.
Ambiciosa y monumental, Bardo congrega la épica y la fantasía, émulo de las conspicuas autobiografías que todos los directores célebres filmaron en la cima de su éxito. Desde Ocho y medio de Federico Fellini a Recuerdos de Woody Allen, aquellas travesías suponían la amalgama de la figura pública del creador y el universo privado, su obra artística y su vida personal. Iñárritu explora las formas de la fábula, el límite difuso entre el sueño y la realidad sin olvidar la carnadura de sus criaturas, su impronta real más allá de su condición de álter egos. “En Iñárritu se da una combinación perfecta para el trabajo con los actores que es su respeto por el oficio, su conocimiento de los detalles de ese trabajo y el buen gusto para la actuación. Hay directores que respetan mucho el trabajo del actor, pero no lo conocen tanto, no saben cómo abordarlo, o no tienen el tipo de lenguaje para establecer la conexión. En el caso de Alejandro, vos sentís que estás hablando con alguien que pone el trabajo del actor por encima de cualquier otra cosa, con lo difícil que es en una película que tiene tanta complejidad técnica como Bardo. Entiende al actor como un factor creativo dentro del proceso del cine, nunca como un accesorio”.
En el film, Silverio regresa a México luego de vivir varios años en los Estados Unidos. Es un periodista respetado y también un cineasta comprometido. Pero a su regreso lo inundan las culpas de su partida, los reproches de los que se quedaron, las cuentas pendientes con su pasado. En ese viaje interior de magia y ensueño, Lucía es un cable a tierra, el contrapunto a la tentación de la vanidad y la autoindulgencia. Silverio se mira una y otra vez en sus ojos, busca las respuestas que no encuentra, se anima a los caminos que parecían imposibles.
El trabajo conjunto de Daniel Giménez Cacho (aquí conocido por su rol protagónico en Zama, de Lucrecia Martel) y de Siciliani materializa una búsqueda que tiene una dimensión esquiva, inasible. La aspiración de Iñárritu a combinar la épica y el realismo mágico, la denuncia social y la crónica familiar, los mundos reales y los imaginados, requiere de sus personajes para darles verdadera expresión a esos híbridos. “Hubo algo que Alejandro nos planteó desde el inicio para el trabajo conjunto con Daniel [Giménez Cacho]: las escenas deben seguir la lógica de los sueños, en la que las cosas pasan así porque sí, y nuestro tratamiento actoral debe jugarlas como reales, como verdaderas, pese al ambiente onírico circundante”, explica Siciliani sobre el registro interpretativo que propone la película. “En algunas escenas teníamos que recorrer sucesivos cambios de tono, lo cual era muy exigente, como aquella que ocurre en la habitación matrimonial y comienza como un juego, luego se vuelve erótica, después se vuelve surrealista, por último, dramática y dolorosa. Todo en pocos minutos. Escenas como esas son maravillosas por la cantidad de cosas que expresan, las capas que pueden descubrirse”.
Uno de los desafíos de Griselda Siciliani consistía en integrarse a esa cosmovisión mexicana. Definida por la pertenencia del director a ese país, por la nacionalidad de todos los actores, pero sobre todo por la dimensión política que la película persigue. Una reflexión sobre esa frontera que separa a México de Estados Unidos, las tensiones que siempre definieron las corrientes migratorias entre un país y otro, las sombras del pasado colonial y del presente de la guerra contra el narcotráfico, muertes y desapariciones, secretos y mentiras. Silverio intenta ser la voz de esa denuncia en su cine documental, y en su regreso se confunden las acusaciones de oportunismo y el genuino deseo de discutir esa pertenencia. Lucía y sus hijos forman parte de su vida, el arraigo a México era una necesidad.
“Las primeras etapas del casting fueron planteadas con acento argentino”, recuerda la actriz. “Cuando conversé con Alejandro sobre Lucía y la forma de interpretarla, él me transmitió que lo que le interesa de la actuación no es ni la mímesis de un acento, ni el color de pelo de un personaje, ni la forma de un cuerpo. Lo que siempre busca es algo profundo y esencial del personaje. Así que una vez que ya me había elegido y estábamos ensayando, recién ahí me preguntó si me animaba a modelar el acento mexicano. Me dijo: ‘Te dejaría con tu acento pero la película habla de México, habla de una familia mexicana que se fue a vivir a Estados Unidos y lo que eso significa para su identidad. Entonces es mejor que no seas argentina, aunque tampoco es necesario que parezcas mexicana, pero sí encontrar en la manera en que habla Lucía su integración al país adoptivo. El híbrido de su acento implica la asimilación con su familia mexicana, más allá de su origen real. Fue un trabajo muy minucioso y a mí me sirvió como recorrido actoral para integrarme a una cultura que no conocía tanto”.
La crisis que atraviesa Silverio lo conduce a una especie de espiral en el que las ansiedades de un adulto se entremezclan con los terrores nocturnos de un niño. Su proceso es gradual y la película de desliza progresivamente en ese juego de formas entre el testimonio y la fabulación. Al mismo tiempo, Iñárritu conjuga la sátira con una permanente exposición de las emociones de los personajes que exige siempre un desmedido tour de force para sus actores. A la hora de trabajar los detalles de su actuación, el rodaje de la historia de manera cronológica le facilitó a Siciliani la entrada gradual en el estado de ánimo de Lucía, en los contornos de su experiencia y en el impacto que la crisis de Silverio tenía en ella y en su familia.
“Un rodaje cronológico beneficia mucho al actor, aunque a veces no es lo que se privilegia en el cine por cuestiones de calendario o locaciones”, destaca la actriz. “Es mejor para nuestro trabajo porque vas en sintonía con la evolución del personaje. De hecho, hacia el final de la película, en una escena muy emotiva que transcurre en una playa, ya no sabía dónde terminaba Lucía y comenzaba Griselda: las dos formábamos parte de la misma persona. Es cierto que estaba el contexto de la pandemia, la lejanía de mi hija, el hecho de estar sola y en otro país. Pero todo ello conspiraba a favor de mi personaje. Esa sensibilidad que la distancia de mis afectos me generaba inspiraba a Lucía, propiciaba una entrega que resultaba más profunda, más sentida”.
El camino de Bardo comenzó en septiembre pasado con la presentación de la película en Venecia. Fueron las primeras experiencias colectivas, junto a otros espectadores, para todo aquellos que habían formado parte de su gestación. “Fue toda una experiencia compartirla con otros espectadores”, evoca la actriz. “Todavía me siento muy adentro de la película y cada vez que hay una función me quedo para verla de nuevo, para ver las reacciones de los demás, para descubrir aquellas cosas que no había visto antes, para sorprenderme una vez más. La experiencia de lo colectivo es muy importante, y sobre todo en una película como Bardo que interpela al público desde muchas aristas, políticas, históricas, culturales. Siento que los latinoamericanos tenemos una historia compartida que nos permite conectar con ese universo. La película es muy latinoamericana, hay cuestiones sociales que son muy nuestras y que son conmovedoras de la forma en la que están mostradas. Pero también nos pasó viendo la película en Europa, en los Estados Unidos, donde esos mismos temas que nos interpelan de una manera a los latinoamericanos, interpelan a otros de otra manera. No los dejan afuera. Tiene algo tan universal que siempre te alcanza, porque habla de las raíces, de los duelos, de las pérdidas, de la familia, del amor. Y sobre todo porque el personaje no es un héroe, sino que está todo el tiempo exponiendo sus heridas, sus contradicciones”.
Bardo también significa un salto importante en la carrera de Griselda Siciliani. Además de sus últimos trabajos en televisión en la popular Educando a Nina (2016) para Pol-ka y la transgresora Morir de amor (2018), dirigida por Anahí Berneri para Telefe, Siciliani brilló en el cine en su primera aparición protagónica con El último Elvis (allá por 2012) de Armando Bo y reapareció en el panorama internacional primero en España con Sentimental y ahora en México con Bardo. “Desde hace algunos años me están surgiendo posibilidades de trabajar en otros países, en España, México, y ahora Bardo aumenta esas posibilidades por la proyección que supone un director como Alejandro González Iñárritu. Pero también me gusta mucho trabajar en la Argentina, tengo muchas ganas e ilusiones de trabajar en mi país, de encarar proyectos con actores o directores que admiro. Me parece que hay mucho talento en la Argentina y yo disfruto mucho el trabajo con mis colegas. Así que cuando me surgen estas posibilidades pienso que en el mundo de hoy se puede ir y volver, no se necesita irse de casa e instalarse en otro lugar para filmar una película. Yo no me imagino instalada en otro país, soy muy apegada con mi lugar de origen, con mi familia, con mi hija. Lo mejor es ir y siempre volver”.
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