Gran Turismo: villanos al volante, carreras emocionantes, agregados románticos y, por supuesto, un aprendiz en busca de un maestro
Inspirado por el exitoso videojuego de los años 90, el film se luce en la mirada sobre un torneo de élite como el GT o la Fórmula 1 desde la experiencia del outsider
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Gran Turismo: De jugador a corredor (Gran Turismo, Estados Unidos-Japón/2023). Dirección: Neil Blomkamp. Guion: Jason Hall, Alex Tse, Zach Baylin. Fotografía: Jacques Jouffret. Edición: Austyn Daines, Eric Freidenberg, Colby Parker Jr. Elenco: Archie Madekwe, David Harbour, Orlando Bloom, Djimon Hounsou, Geri Halliwell Horner, Takehiro Hira. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: UIP-Sony. Duración: 134 minutos. Nuestra opinión: buena.
“No es un videojuego sino un simulador de carreras”. Esa es la declaración insistente de Jann Mardenborough (Archie Madekwe), un adolescente galés que abandonó sus estudios universitarios y divide su tiempo entre el trabajo en una tienda de ropa y las horas de juego frente a la consola, ganando carreras de autos virtuales con una destreza asombrosa. El simulador de carreras es “Gran Turismo”, creado por el japonés Kazunori Yamauchi en los 90, celebrado por su precisa y detallista evocación de las grandes carrocerías y pistas del mundo. Y lo que en casa de Jann es motivo de reproches paternos por no disfrutar del sol y el fútbol, por no aspirar a un sueño “real”, en el corazón de la industria automotriz resulta ser una ventaja inmejorable.
Gran Turismo: De jugador a corredor es concebida bajo los mandatos de la biopic pero en esencia es comparable con cualquier película deportiva que esquiva la popularidad de su protagonista en virtud de su inesperado arribo a la grandeza. Eso sí, coproducida por PlayStation, auspiciada por Nissan, asumida sin tapujos su celebración de las marcas (algo que también puede verse en la reciente Air de Ben Affleck, aunque con mucho mejores resultados).
El inicio de la historia es un concurso organizado por la automotriz japonesa Nissan para encontrar un nuevo corredor que vista de prestigio a la firma. El gerente de marketing de la filial de Reino Unido (un histriónico Orlando Bloom) comienza su oratoria ante la junta de accionistas en Tokio declarando que ya nadie quiere manejar autos sino volver tranquilo a casa en Uber. Los únicos que manejan son los gamers; hay que llevarlos de la pantalla a la pista de carrera.
El encuentro prometedor entre el marketing de Nissan y los sueños de Jann tiene como imprescindible eslabón al ex piloto Jack Salter (David Harbour, haciendo gala de su oficio), malhumorado y reticente, equilibrio entre la ambición de la marca y la inexperiencia de Jann. Lo que sigue es un recorrido espejo de películas como Karate Kid o Rocky: entrenamiento, triunfos y caídas, camino a la gloria. En el recorrido hay villanos al volante, carreras emocionantes, agregados románticos y, por supuesto, la ajustada dinámica entre el maestro y el aprendiz. Lo que resulta evidente es que la puesta en escena no escapa a los mandatos didácticos del videojuego: centralidad del movimiento, tomas aéreas de vértigo y seguimiento, carteles digitales, sonido a todo volumen. El chiste de Kenny G resulta el mejor atisbo de humor.
Lo que más enriquece a la película, concebida bajo el mantra de “basado en una historia real” para hacernos creer lo imposible, es la mirada sobre un torneo de élite como el GT o la Fórmula 1 desde la experiencia del outsider. La obsesión de Jann es la del fan antes que la del profesional, y es su acceso a través del juego el que lo introduce en un deporte a menudo monopolizado por un círculo de elegidos. No en vano el villano resulta un millonario arrogante cuyos méritos vienen dados por herencia. Jann consagra ese vaticinio -no siempre cumplido- de que un gran talento nace en cualquier parte.
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