
Graciela Galán, contra la pared
En "Las paredes", la escenógrafa vuelve a trabajar junto a Griselda Gambaro
Profesionalmente es un derroche de creatividad; de eso dan testimonio los premios que ha ganado por su labor en escenografía. Aunque a veces su trabajo, por audaz e innovador, es rechazado o no reconocido o temido.
Pero Graciela Galán sigue su camino, y ahora con dos proyectos de Griselda Gambaro. El primero de ellos, "Las paredes", se estrenará a fines de este mes en el Teatro Cervantes, con dirección de David Amitín. "Después de "La malasangre", creo que hice todas las escenografías de Griselda", dice la realizadora.
Esta nueva conjunción de Galán y Gambaro ("Antígona furiosa", "Penas sin importancia", "Es necesario entender un poco", por mencionar algunas) invita a que la escenógrafa hable con La Nación sobre esta obra, a partir del trabajo que tiene que realizar en el escenario.
"Releyendo "Las paredes" me di cuenta de que me pasa una cosa con Griselda: en general, no me gusta leer la descripción que los autores hacen del lugar; directamente voy a la primera frase de personaje y dejo que el diálogo me lleve al lugar de la acción; no quiero estar predispuesta. En la obra de Griselda Gambaro hay un mundo común, una sensación de encierro, de donde no se puede salir. El personaje está siempre en el mismo lugar. El peso del mundo exterior es tan grande que muchas veces termina venciendo al individuo. En la ficción, estamos acostumbrados a que todo termine bien. En el cine de los últimos años, no hay muchachitos que salven la situación. Ahora podemos ver que el ladrón se mudó a México y vive feliz."
La escenógrafa reconoce que se dispersa, pero el análisis de la obra la lleva irremediablemente a buscar referentes en la realidad.
"Pero volviendo a la obra, al personaje del joven: es un ser común, cotidiano. Supongo que trabaja, que tiene aspiraciones, que piensa casarse, pero la realidad que lo rodea es muy fuerte, es como la que reflejan los diarios en estos días, y no logra darse cuenta de lo que está sucediendo; está dormido. Ese universo de Gambaro, a pesar de ser tan pequeño, es inmenso, al menos para ese personaje, y logra ponerle paredes. Pero sabemos que detrás de ellas existe otro universo más grande, hostil y violento, incomprensible para cualquiera."
Busca ejemplos, no le alcanzan las palabras, hasta que logra rescatar una anécdota que la expone en comparación: "Vengo de un viaje por la India y uno ve a madres que deforman a sus hijos para pedir limosna. Es una realidad cotidiana, pero para mí es incompresible. También lo es ver a un señor que tortura a un ser humano y luego se va a su casa a cenar con su mujer y sus hijos. No se puede comprender. Gambaro logra encerrar a alguien, pero esas paredes que pone tienen transparencia y se ven otros universos que nos cuesta creer que existan. Además, como contrapartida, presenta al ser humano con una estructura que encierra normalidad, pero adentro hay una mina que puede estallar.
-¿Cómo se maneja escenográficamente ese encierro que tienen las obras de Gambaro?
-Cuando la leí, lo que más me impactó fue la fecha en que fue escrita: 1973. Y está ubicada en 1850. Griselda tiene esa cosa brechtiana de distanciar la acción. Pero la podés trasladar a este tiempo y descubrís que puede estar pasando ahora. Nunca vi nada más contemporáneo que "La paredes". Tenía ganas de sobredimensionar todo; por suerte dispongo de un teatro (el Cervantes) que me lo permite, porque yo tengo el límite de las paredes del teatro. Dentro de ese límite, quiero crear un mundo que permita al personaje estar en un lugar inmenso. El se queda encerrado en sí mismo, no puede salir. Como si estuviera encerrado en un huevo. Esa sensación es la que quiero dar. Pero no lo quiero encerrado en un cuarto chiquito. La sensación que hay que transmitir al espectador es que, dentro de la inmensidad, él está en un lugar chico.
-El las últimas puestas ha llamado la atención el uso de materiales nuevos, como el plástico o el acrílico.
-Me encanta experimentar con los materiales. Me gustaría que el lugar parezca sólido, sobredimensionado, donde el personaje se vea pequeño. Estoy trabajando un plástico que pueda demostrar, en algún momento, que esta solidez es mentira.
-Si el color también define una puesta, ¿cuál es el que empleará en la escenografía y el vestuario?
-Es un mundo muy gris. Cotidiano, pero sin atisbo de salvación para nada. Son personajes cotidianos, pero indefensos. Tal como cualquiera que camina por la calle y lo asaltan: no tiene defensa. Hay una violencia implícita, donde el violento tiene cara de bueno. Toda la obra es una bomba, donde las paredes son la carcaza y el personaje es una mecha. Es un joven que ha perdido la capacidad de reacción, está tan bombardeado que no sabe cómo defenderse.
-Generalmente, el escenógrafo trabaja con los directores. ¿Qué pasa con los autores?
-No puedo hablar mucho. Con Griselda me entiendo muy bien. Es una autora que jamás me pregunta nada. En todo caso, no es necesario emplear las palabras para entendernos.
-Es habitual que trabaje en las puestas de Laura Yusem, como un dúo inseparable.
-No hay paredes entre Laura y yo. Nos entendemos con pocas palabras. Podría decir que hay una facilidad estética, porque nos conocemos. Nos exigimos siempre, pero me siento cómoda. Uno tiene tendencia a burocratizarse. La experiencia que hicimos con Kartun ("Rápido nocturno, aire de foxtrot") fue maravillosa también. Reproducir el ambiente ferroviario me atrajo porque me gusta romper las paredes y mostrar todo su mundo. Esta va a ser mi primera experiencia con David Amitín. Con Laura tenemos una capacidad de comprensión que da tiempo para inventar cosas. Con Robert Sturúa ("Las visiones de Simone Machard") me llevé muy bien, aunque tenemos dos formas distintas de crear. Creo que ambos trabajamos con mucho miedo. Los directores suelen trabajar con los mismos escenógrafos, hasta que se separan.
-En general, y en materia escenográfica, ¿qué opinión predomina en un conflicto entre ambas partes?
-Es muy difícil saberlo. Es muy fluctuante. Las ideas pasan de uno a otro y viceversa.
-Me parece que no sucedió lo mismo con la ópera "Don Pasquale", con régie de Filippo Crivelli.
-Me valió que no me llamaran a trabajar durante mucho tiempo en la ópera. Me miraban con terror. Al principio yo tenía mucho miedo. Creo que la gente está temerosa de arriesgar para no perder el trabajo. Hasta la misma gente que trabaja en el Colón tenía miedo. Creían que estaba loca; cuando el público me aplaudió, ahí empezó el respeto.
-Su actividad la lleva también a trabajar en el exterior, pero en los últimos tiempos parece más atada a Buenos Aires.
-Es cierto, pero por otras razones. Mi marido es correntino y quiero crear una reserva de animales autóctonos en los esteros del Iberá. También estoy metida en eso. Fluctúo entre el arte y la naturaleza. Y me gusta.