Graciela Dufau acaba de terminar la primera temporada de Ver y no ver, la obra de Brian Friel en el que interpreta a Any Sweeny, una mujer no vidente que transita sus días con la sabiduría de una libertad adquirida y el hallazgo de un universo propio construido no en base a la limitación, sino a sus potencialidades. Hay mucho de esa filosofía en la actriz. Acaso porque, desde aquella infancia en Avellaneda con carencias y dolores profundos hasta hoy, tuvo que atravesar intensas situaciones adversas. Esas que marcan para siempre. Que pueden edificar o deconstruir, según como uno se plante ante el reto. El éxito, su éxito, se conoce, pero detrás de eso, esta mujer, de exquisitas elecciones artísticas, dio pelea, y aún la da, con esas dificultades que se convierten en motor de la resiliencia.
La actriz recibe a LA NACION en el cómodo living de su casa que mira hacia el monumental edificio de la Biblioteca Nacional y hacia el Instituto Nacional Juan Domingo Perón, allí mismo donde se erigía la residencia presidencial hasta 1955. "Ahora está cerrado. Yo iba mucho a un barcito que había allí. Y hasta ensayé obras en su auditorio", se lamenta, quien se encuentra preparando algunos textos de autores como Gabriel García Márquez, que le escribió especialmente Diatriba de amor contra un hombres sentado, y poemas de Alfonsina Storni, entre otros. Relatos que dirá junto al notable pianista Miguel Ángel Estrella en un espectáculo compartido, Brindis, en el Centro Cultural Torquato Tasso el próximo 27 de diciembre. Luego de esa función especial, en marzo regresará al Teatro La Comedia para realizar la segunda temporada de Ver y no ver, junto a los actores Arturo Bonín y Nelson Rueda, quienes le dan vida -con conmovedora precisión- a los dos hombres que atravesaron la vida de esa mujer que fue libre, pero que también se convirtió en el vehículo de canalización del deseo de su marido y de su médico, quienes una vez cumplido el cometido de devolverle algo de visión, la abandonan.
-En la obra Ver y no ver se habla de que mirar no siempre es comprender. ¿Cómo se comprende al mundo de hoy?
-Hay irritabilidad, falta de comprensión, agresividad. Es difícil comprender a un mundo que es efímero, que habla de community manager, de redes. ¿Qué es un influencer?
-¿Tenés respuesta?
-Me explicaban que una persona se saca una foto con una cartera, las sube a las redes y otro dice que le gusta y al influencer le pagan por eso. ¡Qué laburo! Tenés que estar seis, siete horas haciendo eso... Y me dijeron que hacen espectáculos.
-¡Y les va bien con el bordereaux!
-Y pensar que uno estudió. Cuando gané el Premio María Guerrero, que recibió Hugo (Urquijo, su marido), agradecí a mis maestros Agustín Alezzo, Carlos Gandolfo, Augusto Fernández, Alejandra Boero e Inda Lesema. Sin dudas, es un mundo diferente el de hoy.
-Quizás con una evaporación más rápida, todo transcurre vertiginosamente.
-Sí, pero el influencer tiene tres millones de seguidores.
-¿Utilizás las redes sociales?
-Mi nieta me abrió un Instagram y tengo dos seguidores: ella y su madre. Son hábitos generacionales, ya tengo 76 años.
Ser o no ser
-Any, tu personaje, se esfuerza por satisfacer el deseo de su marido y el de su médico. En tu vida personal, ¿accionaste guiada por tus aspiraciones o cumpliendo mandatos ajenos?
-Primero cumplí el deseo de mis padres. Mi padre, que era periodista de Avellaneda, murió cuando yo tenía 16 años. Teníamos muy poco dinero, pero él se apasionaba con su biblioteca. Una vez, cuando me encontró leyendo a Corin Tellado, me dijo: "¿Vos querés leer novelas de amor?" y me dio Madame Bovary. Cuando comencé a leerla me dije: "¡Qué es ésto!". También fui al conservatorio de música y, de chica, asistía al Teatro Colón, al gallinero, pero iba. Eso me nutrió.
Ese era el universo de esta mujer criada cerca del Riachuelo, en un conurbano de carencias, pero menos violento y empobrecido que el actual. Una mujer que compartía charlas con su prima Adelaida Mangani, directora del Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín, y que husmeaba en esa biblioteca paterna en busca de tesoros. Esas joyas que le fueron expandiendo la mirada. "Me resisto a esa sociedad desechable, como al amor líquido", dice en referencia al concepto desarrollado por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman. "Hay un arte que uno quiere conservar, así sea una canción de Sandro".
-¿Qué conservás de aquella niña de Avellaneda?
-El leer, el amor por la música, eso queda. A pesar que no pude terminar el secundario porque, cuando falleció mi padre, tuve que trabajar. En primer año, mi calificación era de 9.33. Mis hijos y mi marido se burlan porque sigo quejándome de esa frustración. Fue algo que no pude tener.
-Dejar el colegio, trabajar y desplazar las vivencias adolescentes por las obligaciones. Demasiado para tus 16 años.
-Además tuve que sostener a mi madre que tenía problemas psiquiátricos. Eso me acerca mucho a mi personaje de Ver y no ver. Por eso, me tengo que cuidar en la obra.
No pude terminar el secundario porque cuando falleció mi padre tuve que trabajar
-Que el texto no te encuentre vulnerable...
-Sobre el final digo algunas cosas que sé muy bien cómo son. Sé lo que es un padre que tiene a la mujer internada en un psiquiátrico, con una hija chica.
Esas vueltas evolutivas que da la vida hicieron que Dufau encontrase en el psicoanalista y director teatral Hugo Urquijo, al gran amor con el que comparte la vida desde hace 36 años. Juntos se sostienen.
-Tu padre fallece cuando eras una adolescente y siendo tan chica, ¿cómo le hacías frente esa vida afectada por problemas económicos y con una madre con problemas psiquiátricos?
-Mis tíos me ayudaban mucho, pero yo llevaba a mamá, una o dos veces por semana, a la clínica del doctor Cabral y ahí le hacían electroshock. Esperaba sentadita en una silla y luego volvíamos a Avellaneda. Cuando le preparaba la comida, como ella tenía miedo que la quisiese envenenar, primero la probaba yo. Con los años se repuso y empezó a trabajar.
-Imagino que las marcas de esos momentos tan duros quizás se pueden visualizar aún hoy.
-En algo que me marcó mucho es en que no sé celebrar. La gente gana un premio y organiza ir a comer con los compañeros, eso a mí no se me ocurre. Cuando era chica tampoco había mucha posibilidad económica para celebrar. Me acuerdo que, durante algunos años, en casa se cenaba café con leche con pan y manteca. Yo pensaba que todos cenaban eso. Pero, una vez me invitaron a la casa de una prima y cenamos comida, ahí me di cuenta que había gente que cenaba. Eso me marcó. De hecho, mis hijos me dicen que tengo que trabajar menos y disfrutar más, pero yo disfruto trabajando. Viajar me gusta, pero tiene que estar vinculado con la cultura. A Hugo le mostrás una foto y ya arma la valija, así sea ir a Lomas de Zamora. Yo no soy de salir tanto. Por ejemplo, nuestro viaje a Berlín lo programamos porque me interesó la vida cultural y por la posibilidad de ir a escuchar conciertos. Después viene todo lo demás, la ciudad y sus paisajes.
-La vida da revancha, dicen. Hace cuatro décadas uniste tu camino al de Hugo Urquijo. ¿Qué es el amor?
-Es un ejercicio de generosidad y de mucha paciencia. Es como el éxito y el fracaso, hay que trabajar y elaborar tanto una cosa como la otra.
-Tu marido te dirigió en Ver y no ver, pero no fue la primera vez que compartieron una experiencia laboral. Doble desafío sostener la pareja con el desgaste adicional de trabajar juntos.
-El trabajo nos une, pero no se termina nunca. Estamos acostados y, a la una de la mañana, él sugiere algo de la obra que se le ocurrió en ese momento. De repente, nos vemos en camisón y pijama ensayando una escena. Peter Brook no trabajaba con actores que no estuviesen dispuestos a los cambios hasta último momento, y así somos nosotros. El domingo a la madrugada me sugirió un cambio y a la noche despedíamos esta temporada.
-El teatro es como la vida, un ensayo que jamás está terminado...
-Y yo me digo: ¡Cómo no me di cuenta de ese cambio hace siete meses cuando estrenamos!
-Además de proponerte ensayar en camisón a la madrugada, ¿qué más te dio Hugo?
-Me impulsa a celebrar, eso que yo tenía, tengo, tan ausente. Hugo es muy sociable, así que lo acompaño. Yo soy muy distinta, hago una nota y luego estoy tres días muda.
-Tus personajes lo dicen por vos.
-Que hablen ellos, para eso soy actriz.
-¿Han tenido momentos de distanciamiento?
-Jamás y discutimos muy poco.
-Hace un momento confesaste tu edad. A los 76, ¿cómo elaborás el paso del tiempo?
-Me preocupa que no tengo buena salud. Hace 40 años que padezco la enfermedad de Crohn, que afecta lo intestinal. Me tengo que cuidar mucho en las comidas, hacer una dieta muy específica. Eso también coarta lo social. Ir a comer afuera no es un plan para mí. No puedo tomar alcohol, ni comer salsas, por ejemplo. Además, este año tuve mucha mala suerte, me agarré neumonía dos veces, tuve ceguera fugaz en un ojo, y me caí en el teatro. Fueron varias internaciones, de pocas horas, pero hubo que atravesarlas. Fue un año arduo.
Aquelarre
El universo femenino siempre fue tema de interés para esta mujer de impactantes ojos y voz honda inconfundible. Brujas, aquel suceso teatral de los ´90, producido por Carlos Rottemberg y Guillermo Bredeston, la contó entre su elenco de mixtura atractiva. Junto a Nora Cárpena, Susana Campos, Moria Casán y Thelma Biral, la Dufau transitó una década los escenarios del porteño Teatro Ateneo y el Atlas marplatense. "Dicen que es bravo trabajar entre mujeres y, sin embargo, nosotras pudimos".
-Sostener eso es una actitud machista.
-Absolutamente. Nosotras salíamos a escena con la camiseta puesta, pero fue un desgaste importante.
En pocas semanas, la comedia dramática de Santiago Moncada, regresará al escenario cordobés del Teatro Candilejas con un elenco renovado."María Soccas, que es una de mis grandes amigas, hará mi papel". Junto a Soccas estarán Romina Richi, Inés Estévez, Andrea Bonelli, y Viviana Saccone.
-¿A qué atribuís aquél suceso?
-Una vez, Moria me dijo que los domingos, después de la función, había gente que se quedaba a dormir para sacar primeros las entradas, el lunes por la mañana, porque la cola era de una cuadra. Una noche, luego de cenar, pasé con el auto y lo comprobé. ¡Era cierto! Se trataba de jubilados que hacían changas sacando entradas para agencias, compraban 30 o 40. Hasta que Carlos Rottemberg estipula que el tope sería de diez entradas por persona porque sino había público que había hecho una cola de horas y no conseguía entradas. Los jubilados dormían con frazaditas esperando la apertura de la boletería. Una vez, vi un aviso que decía: "Maya Plisétskaya y Brujas". Vendían entradas para ambas propuestas, todo era igual. Luego de tres años, invitaba a amigos y les consultaba si me tenía que bajar.
-¿Por qué querías bajarte?
-Era muy abrumador. A la salida te esperaban 150 personas para sacarse fotos. Fue incomprensible lo que sucedió. Como texto, no era una gran obra. De hecho en España y México no tuvo este éxito. Y tenía una escenografía convencional.
-El éxito eran ustedes.
-Además, hace 27 años, abordaba temas y situaciones provocadoras.
-Los personajes de Susana Campos y Thelma Biral se besaban en escena, algo poco usual, no solo en un escenario, sino en espacios públicos.
-Hubo espectadoras que gritaban: "Asquerosas, la vida no es así", y se levantaban y se iban. Por supuesto, Moria retrucaba: "Callate y andate". Y seguíamos la obra como si nada.
-¿De quién eras más amiga?
-Fui muy amiga de Susana Campos y de Moria. De Moria me atrajo su manera de ser desde el primer ensayo. Le dije al director, Luis Agustoni: "A mí poneme cerca de Moria porque ella es como un sol y la gente siempre la va a mirar, entonces como yo estoy al lado, siempre me van a ver".
-¿Cómo limaban asperezas?
-Si había un problema entre dos, las otras tres trataban de mediar, pero nunca fueron cosas muy graves. Y los hombres no bajaban a camarines jamás. Ni los productores ni el director intervenían si había una discusión. "Que se regulen solas", decían. Pero era difícil para nosotras, además era un gran esfuerzo físico: hacíamos televisión al mismo tiempo. En ese momento, yo trabajaba con Alejandro Doria. Moria era la que más notas hacía y se lo agradecía mucho. Ella lo hacía con facilidad. Para mí era tremendo: cambiarse, maquillarse, peinarse. También nos divertíamos mucho.
Universo femenino
Brujas fue una propuesta que se arriesgó con algunos temas desde una sabia elección de elenco que resultó accesible para un público masivo. Significó un eslabón más para esta mujer preocupada y ocupada, desde siempre, por las cuestiones que atañen a su género. Las postergaciones, injusticias y falta de equidad que, aún hoy, son tema de debate. Aún resuena aquella tapa de la revista Tres Puntos en la que Dufau, junto a otras intelectuales como Beatriz Sarlo, Lía Jelín, María Moreno e Inda Ledesma, se plantaron bajo el título: "Yo aborté". "En Francia habían sido cien personalidades, acá fuimos muchas menos y, como no existían las redes, la repercusión quedó acotada a los lectores de la revista". La actriz confesó públicamente sus dolorosas experiencias con respecto al tema: "Estamos muy atrasados. Pensemos en Uruguay, España, Francia. Desgraciadamente, aún no pudimos con la aprobación de la ley de interrupción voluntaria del embarazo".
-No fueron pocas tus manifestaciones y luchas por temas que reivindican derechos.
-Me siento muy orgullosa de haber participado, junto con Marta Bianchi, Canela y Moira Soto, para lograr la patria potestad compartida. O de trabajar en la Ley de Cupo. Nunca lo pudimos lograr, pero en un lugar donde hay sesenta mujeres tiene que haber una guardería. Tampoco se cumple la Ley de la Silla, que exige que haya una silla para que los empleados, que realizan trabajos de pie, descansen cada determinados minutos. En muchos temas, estamos atrasados.
-De todos modos, hay un cambio de paradigma con respecto al rol y equidad de la mujer.
-Es conmovedor ver a la gente jovencita interesada en estos temas, pero hay que hablar más, contar más. En el norte del país hay un alto porcentaje de supuestos suicidios de mujeres con armas de fuego, pero está comprobado que la mujer elige otra vía para el suicidio, como el consumo de pastillas. El arma es un mecanismo del varón. Esos cuerpos son cremados. ¿Suicidio o femicidios?
-Con una de tus parejas, has padecido la violencia de género. ¿Se puede salir? ¿Qué le dirías a una mujer que transita por esta situación?
-Mi experiencia fue hace 49 años. La persona que denuncié estuvo detenida dos días y un año después se suicidó. Siempre pensé que esa podría haber sido mi muerte y ahí aparece en muchos la pregunta: "¿Vos que le hiciste?", que es la pregunta que hace Mirtha Legrand. Mi madre me lo ha preguntado.
En aquellos tiempos, la actriz ya era madre de Dolores, que es productora de cine y publicidad. Tiempo después, llegó Federico, hoy de 47 años, que es cirujano. Milagros y Victoria, sus nietos, completan el cuadro familiar. Junto a Hugo Urquijo conforman una familia ensamblada y unida. Muy diferente a la estampa de aquella infancia de carencias y padecimientos. Y muy distante de la vida patológica con parejas que no eran las más convenientes. Resiliencia pura para esta actriz que, este año, se vio reconocida con los premios ACE y María Guerrero. Resistencia pura para una mujer que elige la verdad, como búsqueda insoslayable, como en La mujer justa, pieza de Sándor Márai que le tocó protagonizar hace algunas temporadas. "Hoy no se sabe qué es acoso, abuso o violación. Es decir, hoy un chico le toca el hombro a la mujer y se habla de acoso. Pero es lógico, fueron muchos años de una mujer silenciada".
Sin indiferencia
"Hay muchos actores que trabajan por amor al arte y algunos empresarios pierden dinero. Los teatros bajaron el 54% del público. ¿Cómo hace un empresario para pagar la luz?", reflexiona.
-A partir de ésto, ¿qué evaluación hacés de la situación social y económica del país?
-Creo que, también, me enfermé por eso. Mucha gente se enferma por lo que está pasando. Me da mucha tristeza lo que sucede. Es angustiante ver a la gente que está viviendo en la calle, además de los que conozco que están sin trabajo. Ni hablar de los que duermen adentro de los bancos y no te piden nada. No es que no pasó nunca en la Argentina, pero ahora es muy triste.
-El 27 de octubre de 2019 se realizarán las elecciones presidenciales, ¿ves alguna esperanza allí?
-Me acuerdo de Milagro en Milán. Espero un milagro.
-No sé si lo afirmo o te lo pregunto: hay que creer en los milagros.
-Espero que la gente recapacite. El mundo también está así, no sucede solo acá. Si una persona puede comprar un arma, entrar a una sinagoga y matar, ¿qué se puede esperar? En los Estados Unidos es legal comprar un arma y que te la manden por correo a tu casa. ¡Cómo no van a pasar las cosas que pasan?
Me da mucha tristeza lo que sucede. Es angustiante ver a la gente viviendo en la calle
-En algún momento de la charla mencionaste a Mirtha Legrand.
-Hace como veinte años que no me invita... por suerte.
-A propósito, ¿te sentís cómoda en la televisión actual? ¿Te convocan para trabajar o para entrevistarte?
-Siento que a algunos programas no me invitan por vieja. No es común que le den espacio a una señora de 76 años. Si sos seria, no hacés el numerito que te piden y si sos grande, qué vas a contar.
-En un punto es más saludable no participar en ese esquema.
-Sí, pero cuando necesitás promocionar una temporada de teatro es importante que te convoquen para hablar. A mí no me hicieron ninguna nota en televisión, este año, cuando gané el María Guerrero y el ACE. Nadie me llamó, pero está la vocación que es lo más importante.
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