"Gracias al karate conquisté la paz interior"
A comienzos del siglo XVII, la isla de Okinawa, entonces el pequeño reino de Ryukyu, fue invadida y conquistada por el reino de Shimazu, o Shogunato de Eco, en lo que actualmente se denomina Honshu, la isla más grande de Japón. Los vencedores, además de confiscar todas las armas de los nativos, prohibieron su tenencia bajo pena de muerte. Sin embargo, la medida tuvo un efecto contraproducente, porque los pobladores, indefensos, comenzaron a desarrollar técnicas de defensa y ataque sin el empleo de armas. Cuenta la leyenda que maestros llegados de China, conocedores de un arte denominado kenpo , o método del puño, propusieron a los habitantes hacer que cada brazo se transformara en una lanza y cada mano, en un hacha o puñal. Y así nació el karate do, o arte de la mano vacía. "Pronto comprendieron que una de las barreras más difíciles de vencer con las manos era quebrar las armaduras que usaban los soldados invasores. Entonces se creó la técnica de la rotura , que consistía en entrenar la mano para romper tablas de madera, cemento o materiales mucho más duros que el puño humano", explica el sensei (maestro) Néstor Varzé, 7º dan de karate, sentado frente al lago del Jardín Japonés, en Palermo, donde todos los domingos hace demostraciones.
Varzé es poseedor de un récord mundial de rotura por haber quebrado 10 barras de hielo de un solo golpe, hace una década. Hazaña que, para celebrar sus 50 años, piensa superar rompiendo 50 barras de hielo, como culminación del show de artes marciales que el viernes 21 se realizará en el Luna Park. El espectáculo se llamará El golpe del dragón , y en él participarán maestros de artes marciales llegados de todo el mundo. Incluso habrá un combate entre samuráis con armaduras de 700 años.
Varzé comenzó a practicar karate a los 10, cuando era un chico nervioso, hiperactivo y, al mismo tiempo, tímido y retraído. "Un tío que practicaba lucha grecorromana le aconsejó a mi padre que me enviara a hacer yudo. Pero no me entusiasmó cuando asistí a la primera clase. Entonces, sentimos unos gritos y mi tío nos informó que se trataba de una clase de karate que se realizaba en otro piso. Subimos y así comenzó todo, fue un gran amor a primera vista que ya tiene 40 años. Mientras, perdí mi timidez y pude hablar ante un estadio con 5000 personas. Pero lo más importante es que gracias al karate conquisté la paz interior."
-¿Qué es lo primero que aprende un alumno de karate?
-Por lo general, los aspirantes llegan con una gran desorientación. Quieren aprender a luchar, a derrotar a un enemigo, ser invencibles. Hay dos culpables: cierto cine y cierta televisión, que exaltan únicamente los aspectos agresivos y sangrientos del arte, y muestran un mundo violento e inquietante, donde todos tienen miedo. En ese contexto, el karate aparece como una salida. El primer paso del sensei , a manera de bienvenida, es hacerle comprender al recién llegado que el karate es un arte complejo y que más que a vencer a un enemigo, le enseñará a vencerse a sí mismo. Esa es la meta, algunos la comprenden y se quedan, y otros se van. Pero es fundamental no mentir, no crear falsas expectativas. Yo lo entendí enseguida y comprendí que ése era mi camino. La formación de un karateca incluye no sólo la habilidad para aprovechar manos, codos y pies, sino también la manera de saludar cuando se entra en el dojo , el espacio donde se practica la técnica, la alimentación, etcétera. Un desarrollo para integrar mente y cuerpo.
-¿Cómo se logra quebrar 50 barras de hielo?
-Precisamente, entrenando la mente y el cuerpo. De Antonio, mi padre, que era chapista, heredé huesos y manos muy fuertes. Tengo que reconocer que no es una experiencia fácil, mi récord de 10 barras de hielo no fue batido en una década. Pero creo que todos nacemos con talentos para determinadas cosas. Yo tengo talento para la práctica de rotura, pero hay maestros que saltan tres metros, algo para mí impensado, pero así son las cosas.
-¿Cómo se prepara mentalmente?
-Hay una teoría que sostiene que nuestro inconsciente no distingue entre realidad y fantasía; cree todo lo que le decimos, sea verdad o mentira. Lo acepta y lo registra. Vivimos las cosas según lo que pensamos de ellas, aunque sea absurdo. En esto se basa la visualización que se emplea, incluso, para curar enfermedades. Ahora, imagínese un escenario donde están dispuestas las 50 barras de hielo. El público que está en la platea ve las barras intactas, apiladas a la manera de una barrera. Pero mi visión es completamente diferente: yo veo las barras ya quebradas. Entonces, todo lo que tengo que hacer para batir mi propio récord es deslizar mi mano por el hueco que queda entre los restos helados. ¿Se da cuenta? Ese es el secreto. Por supuesto no es sencillo, mi visualización debe ser muy clara y convincente para creérmela yo mismo. Si digo que no puedo, o que no voy a poder, lo mío es como una muerte anunciada. En última instancia soy yo el que decide.