Gonzalo Costa: “No tengo ningún resentimiento por haber vivido en la calle”
Comenzó en el under y saltó al maintream gracias a Flavio Mendoza que la vio conduciendo un show de strippers en un boliche gay y pensó en ella como bastonera del espectáculo Stravaganza Tango en la avenida Corrientes. Pero el espaldarazo se lo dio Santiago Del Moro cuando la invitó a sumarse al staff de su programa de radio El club del Moro (FM 100) y, desde entonces, Gonzalo Costa es mucho más que la figura trans de moda. A los 38 años y con una dura historia de vida detrás, es disputada por los programas de TV, que ven aumentar sus niveles de audiencia cuando, por ejemplo, revela que es “prima” de Ricardo Darín .
Lejos de la obesidad mórbida que pudo haberla llevado a la muerte y de los prejuicios que desde la niñez la condenaban, La Gonzalo (como prefiere que la llamen) recuenta su historia todos los fines de semana sobre el escenario del Maipo Kabaret, en un unipersonal titulado Yo no hablo así, que invariablemente termina en ovación.
Bajo el escenario no duda en recordar los tiempos de discriminación en su Córdoba natal, sus primeros trabajos como cajera y de vendedora ambulante, las noches transcurridas en un vagón de Retiro y sus inicios en el show business. Habla de todas sus vivencias con grandes cuotas de humor y de ternura. Es, sin dudas, una artista trans única, que además no teme opinar (y muy bien) sobre sus antecesoras Flor de la V y Lizy Tagliani.
–En principio, ¿cómo debo llamarte? ¿En femenino o en masculino? Te lo pregunto porque tu nombre sigue siendo Gonzalo...
–Siempre en femenino, porque mi universo es así desde que yo me acuerdo. Para mí el tema del nombre es en verdad secundario. Entiendo que muchos chicos o chicas trans necesiten cambiarse el nombre, pero yo no. Primero porque cuando yo era muy obesa nadie me llamaba Gonzalo, sino La Gorda y luego, cuando dejé el under y el mundo de los boliches y empecé a trabajar en la radio con Santiago del Moro, él me dijo: "Gonzalo no te voy a decir porque para mí vos sos "la hija de Isabel Pantoja", prefiero nombrarte por tu apellido, Costa, que es más fuerte". Pero cuando la gente empezó a llamar a la radio no decía Costa, decía "Costita" y por ese rapto de ternura que tuvieron conmigo yo dejé de ser cuerpo para ser alma, palabra y voz.
–¿Tenés un modelo de figura trans en el medio? ¿Preferís a Flor de la V o a Lizy Tagliani?
–Con Lizy me emparenta la hermandad, es mi amiga de la vida. Me alentó a construir mi personalidad trans, que ya la venía armando, pero yo era más un ser más de la noche que del día. Lizy visibiliza a una chica trans que se levanta a las 5 de la mañana para laburar y que de la radio se va a la peluquería y de ahí a la televisión y de ahí al teatro y a la vez hace notas y ayuda a la gente y cuida a los perros y tiene una vida sumamente honesta y floreciente. En el caso de Florencia, su forma de ser no es mi construcción, porque no es mi anhelo formar una familia, casarme y tener hijos. Es un universo más alejado del mío, pero es súper respetable lo que ella hizo porque su construcción es popular desde hace veinte años ¡Entonces había que pararse en un escenario y encabezar un teatro de revistas siendo una persona trans!
–¿Qué pensás del tratamiento de personajes trans en 100 días para enamorarse?
–Maravilloso. Así como en 2004 Florencia en Los Roldán visibilizó una historia de amor –desde el humor, pero de amor al fin– en la que un hombre dejaba a su esposa para quedarse con La Gata, esto de ahora, en 100 días para enamorarse, es maravilloso. Además visibiliza una cosa mucho más atroz para buena parte de la sociedad: la nena que decide ser nene. Esto es muy fuerte y conmocionante. ¿Si no está muy idealizado todo? Sí, y me parece bien. Está muy bien que los autores no plantearan la temática desde el rechazo. El tema está planteado desde el amor. Una vez, cuando era chica, me preguntaron cuál iba a ser mi destino, ¿acaso el de trabajar parada en una esquina? Hoy pienso que si mi testimonio sirve para que algún padre sienta dolor de pensar que su hija trans va a terminar en la prostitución, vale la pena seguir contando mi historia. Porque, ojo, los chicos trans no terminan en la prostitución, pero las chicas trans, en su mayoría, sí. Por eso está bueno desde los medios ofrecer otros modelos de vida, otras opciones, porque hay otras manera de vivir la vida, como la que vivo yo desde que me fui de mi casa a los 17 años.
–¿Cómo fue tu infancia?
–Dura, solitaria e intensa. Imaginate que yo siempre recibía los regalos que no deseaba. Eran todos regalos para nenes y eso me causaba mucho dolor. Encima, pensaba que mis padres me lo hacían a propósito y, obviamente, no era así. Mis padres no tenían por qué entender hace treinta y pico de años atrás y, en Córdoba, lo que a mí me pasaba. Desde entonces me cuesta recibir regalos. De todos modos, luego comprendí que a todo el mundo le pasan cosas y que, como decía Tita Merello, "La vida le da pelea a los fuertes porque a los débiles ya se la ganó de mano". Así que no vale victimizarse. Al fin y al cabo, a la vida le he dado mucha pelea y acá estoy: la esperanza de vida de una trans en Argentina es de 36 años y yo ya casi tengo 38, así que estoy "como peludo de regalo".
–¿Tus padres te aceptaban o te rechazaban?
–Y mirá... yo me quedaba jugando con los tacos altos de mi mamá y a nadie le causaba espanto. No es que me decían "No, con eso no", pero al momento de hacerme un regalo, como te adelanté, papá me daba un auto o una pelota de fútbol. En ese sentido, mi primer dolor fue la carta a los Reyes Magos: yo pedí una muñeca articulada Yoly y me dejaron el puño atómico de Mazinger Z. Ellos hicieron siempre lo que pudieron o lo que pensaban que era mejor... pero nunca sufrí un desprecio de parte de ellos, nunca. No tengo un solo recuerdo de ese tipo, sí del dolor que sintieron cuando me empecé a pintar a los 13 años. Sin dudas, fue algo traumático para ellos. Para ese entonces no me vestía de mujer, me vestía de rara y como yo ya padecía una acentuada obesidad me ponía lo que había, lo que conseguía. Eso, para salir los fines de semana; al colegio, diariamente, iba de camisa, corbata y toda pintada. Los preceptores me decían: "Costa, ¡usted no puede venir al colegio maquillado, no puede!"
Mis padres hicieron siempre lo que pudieron o lo que pensaban que era mejor para mí... pero nunca sufrí un desprecio de parte de ellos, nunca
–¿Y cómo lograste que no te echaran del colegio?
–Porque yo era la más inteligente, tenía promedio 9,50. Era abanderada e iba a las olimpíadas de ajedrez y matemáticas. Yo era lo mejor que tenía el colegio para presentar. Era un colegio sumamente adelantado, de hecho lo cerraron... Era muy open mind, a tal punto que hasta nos dejaban fumar en los recreos. A mí no me echaban porque tenía respaldo intelectual, por eso siempre digo que a mí las palabras me salvaron. Siempre me refugié en la literatura y en el saber, un poco por placer y otro poco para poder defenderme. Yo siempre quise ser la mejor alumna para compensar y emparejar un poco, ya que en ese momento sentía que había fallado en cuanto a lo que la sociedad esperaba de mí. Además, a mis compañeros que me rechazaban, no les quedaba más remedio que recurrir a mí a la hora de las pruebas y si no me querían, al menos me necesitaban. Así me sentía útil y poderosa.
–¿Por qué te viniste a la Capital a los 17 años?
–Yo me fui de mi casa a los 17 porque quise, porque quería vivir mi vida, no porque mis padres me hubiesen echado. Me vine a vivir a Buenos Aires a la casa de mi hermano, que tiene 18 años más que yo. Él fue muy generoso conmigo, pero yo quería rock and roll... así que antes de llegar al año de convivencia decidí irme con la música a otra parte. Yo entonces trabajaba como vendedor ambulante y estudiaba para contador en la UBA, pero me gustaba ir a bailar y no estar pendiente de los horarios y vivir en la casa de mi hermano significaba cumplir con horarios. Un día, estando en un boliche, se me hizo tarde y sin dudarlo me dije: "No vuelvo más a su casa". De ahí me fui a una pensión y viví allí un tiempito hasta que no tuve más guita para pagarla y entonces me tuve que ir a vivir a la calle.
–¿Viviste literalmente en la calle?
–Sí. ¿Y a dónde me fui? A Retiro, bien de provinciana. ¡Nunca se me ocurrió que me podía ir a Villa del Parque! Yo tenía sólo 30 pesos en el bolsillo, a la casa de mi hermano no quería volver y a Córdoba, menos. ¿Qué iba a hacer? Entonces yo estaba en la estación y lloraba y lloraba, porque para llorar soy muy lorqueana, ¿eh? De repente se me acercó una señora y me preguntó por qué lloraba, le dije que no tenía casa y me contestó: "No te preocupes, venite conmigo". ¿Y a dónde nos fuimos? A un vagón de tren. De día vivía en la calle y de noche en el vagón. Ahí comprendí por qué la gente en situación de calle busca latas de pintura y las enciende por dentro: porque el fuego calienta la chapa y eso le da calor al ambiente. También entendí que mucha gente que vive en la calle no es porque no tiene otra opción, sino porque decidió patear el tablero. No tengo ningún mal recuerdo ni resentimiento de aquella etapa.
–¿Desde cuándo quisiste ser artista?
–Desde que yo recuerdo. Ya a los 6 años, cuando vinimos a Buenos Aires de vacaciones, y conocí el corso de Avenida de Mayo, pensé: "acá quiero estar, acá quiero vivir, esto es lo que quiero hacer". Por otro lado, tuve una abuela que hubiese querido ser actriz, cantante y cabaretera, todo junto. Supongo que todos esos deseos me los transfirió a mí y ahora los estoy cumpliendo. A los 13 empecé a estudiar teatro, pero fui muy combatida porque pensaban que así me iba a hacer más gay... De todos modos, el día que llegó el estreno de una obra, papá vino con una filmadora y registró todo. De grande me di cuenta que ésa era la manera que él tenía de expresarme su afecto. Después cuando ya en la Capital trabajaba de cajera en un McDonald's, descubrí que a media cuadra había un boliche gay, un día entré y vi que sobre un escenario había un transformista: ¡Un hombre que se vestía de mujer, era feliz, le pagaban y lo aplaudían! Eso me dio vuelta la cabeza y me cambió la vida. ¿Qué iba a ser de mi vida sino era eso? Así fue "el origen del monstruo".
–¿Recordás tu debut como transformista?
–¡Cómo no! ¡Fue desopilante! Debuté el 30 de junio de 2001 en Scream, un pub que quedaba en Cerrito y Sarmiento, y tuve que hacer de Graciela Alfano. Era la época en que Graciela hacía una propaganda muy famosa, en la que decía: "Yo, yogurt". En el sketch que habíamos armado, primero salía una transformista escuálida que decía exactamente lo mismo que el anuncio. Luego aparecía yo y soltaba: "¿Yo? Fideos con pesto". Era otro mundo, otro humor, sólo una picardía. Todo eso duraba treinta segundos, pero para mí en ese entonces era la vida entera. Eso fue lo primero que hice sobre un escenario vestida de mujer y a partir de ahí mi historia profesional es más conocida.
–¿Por qué decidiste someterte a un bypass gástrico?
–Ya había ganado confianza en mí misma y no necesitaba seguir trabajando de gorda. Por otro lado, los médicos me insistían en que me operase. Yo engordé cuando tenía 5 años y en mi familia todos eran gordos. Esa abuela que me quiso tanto y que no me llamaba por mi nombre sino que me decía "Tesorito" –de ahí que lo que más deseo en la vida es ser otra vez el tesoro de alguien– sufrió por su gordura hasta el final y cuando falleció era tan gorda, pero tan gorda que no había cajón para enterrarla. Eso fue cuando yo tenía 15 años. A mis 24, cuando mi papá se enfermó y hubo que internarlo, no entraba en ninguna camilla. Como verás, la obesidad siempre fue un drama familiar. De todos modos, durante muchos años la obesidad me sirvió para protegerme, distanciar a la gente y hasta para denigrarme. También no lo voy a negar, para ganarme el afecto y la aceptación del público porque como dice Mimí Pons, "El aplauso es el mejor amante, te mantiene y te hace feliz un rato, pero también es peligroso". Al poco tiempo de empezar en la radio, me di cuenta que ya no necesitaba de mi cuerpo voluminoso y entonces me habilité y me parí. Hay un tango ("Alma de bandoneón") que dice: "Sos una oruga que quiso ser mariposa antes de morir"; bueno, yo no quería seguir siendo oruga, quería ser mariposa y eso es lo que logré. Me alejé del sollozo y la nostalgia y dije "basta", no quiero más morirme todos los días, no quiero más que me duela todo, no quiero más no poder respirar, quiero vivir bien. Pensá que llegué a pesar 192 kilos. Subía de a treinta kilos como si nada. Desde que me operé, hace 8 meses, bajé 90 kilos. Ya soy otra.
–Hace poco dijiste que eras la prima de Ricardo Darín, ¿cómo llegaste a esa conclusión?
–Mi tío Marcelo, que en realidad no es mi tío de sangre sino el mejor amigo de mi padre (al que mi padre eligió como su hermano porque era hijo único) era mi “papá bueno”, el que siempre supo lo que yo sentía y quería para mi vida; y que en la adolescencia me dijo “Vos tenés que ser feliz, estudiar teatro y hacer la tuya” y le hizo entender a mi padre que yo no era un delincuente y que podía tener una vida linda. Por eso, Marcelo es fundamental en mi vida. Bueno, este tío Marcelo estaba casado con una señora, Cristina, que tiene una hija de un anterior matrimonio que es Daniela, y Daniela es hermana de Ricardo y Alejandra Darín. Porque Cristina estuvo casada en primeras nupcias con el papá de Ricardo Darín (tras la separación de éste de la mamá de Ricardo, la actriz Renée Roxana). ¿Se entiende? ¡Es como una telenovela! Hoy Daniela es psicoanalista y vive en Madrid y si yo no hubiese abierto la boca recientemente nadie se hubiera enterado de que Ricardo tenía otra hermana. Y mucho menos de nuestro “parentesco”. Por suerte él se lo tomó a bien y con ese humor que lo caracteriza ahora le dice a todo el mundo que él y yo “somos primas”.
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