Gerardo Romano: "Soy un ateo deseante, busco al Dios que hay en mí"
El actor y abogado vuelve a presentar Un judío común y corriente, su exitoso unipersonal, y vuelve a El marginal, en TV
Son las siete de la tarde, Gerardo Romano -actor y abogado- espera a LA NACION en un pequeño bar de Palermo cercano a su casa. Está relajado en una mesa contra la ventana por la que se filtra una luz todavía limpia. Lleva una remera blanca, un libro con marcadores adentro, una carpeta con papeles y destila un estado físico admirable para su edad. Ahora se alista para volver al escenario después de un tiempo de vacaciones en Uruguay. Este año participará en la segunda temporada de El marginal, y a partir del 20 de enero estará todos los sábados con Un judío común y corriente, el unipersonal escrito por Charles Lewinsky, que realiza por cuarto año consecutivo.
-¿Te costó construir este personaje que te demanda estar continuamente en escena durante 80 minutos?
-Es la formación de toda una vida. Se tienen que conjugar dos condiciones: salud psíquica y física. Por un lado necesito la energía suficiente para estar parado una hora y media. Y, por el otro, es fundamental la memoria para expresar ese texto con la fluidez necesaria. Después, todas las experiencias que me dieron el aplomo empírico que me permite no morirme de miedo en el momento de salir al escenario y pensar: "Me queda una hora y media solo, todas las miradas de los espectadores convergen sobre mi plexo, ¿qué pasa si me olvido la letra? Y lo terrible no es no acordarse, sino no saber en qué parte de la obra estás".
-¿Qué significa para vos esta pieza sobre la que volvés una y otra vez?
-Es sanadora y catártica. Todas las noches hago un ritual antes de empezar. Cuando estoy preparado en la oscuridad antes de salir al escenario y escucho el murmullo del público hablo con las personas que amo. Los nombro y les cuento que siento una felicidad plena por el ritual que voy a realizar y se lo dedico. Y esto no me pasó nunca, surgió en esta obra desde el primer día.
-¿Cómo fue tu relación con la política, el derecho y el teatro en la juventud?
-Yo era rugbier y militaba en la Juventud Peronista. Después me recibí de abogado y a los 28 o 29 años me puse a estudiar teatro. Mientras tanto, era jefe de la división sumario del Ministerio de Justicia de la Nación. Me nombró Perón en 1974, nunca hablé con él pero lo conocí. Juan Domingo Perón era como una gran estrella de rock. Y en el Ministerio laburé entre 1974 y 1985.
-¿Practicás alguna religión monoteísta?
-No. Yo soy un ateo deseante. Creo, quiero y deseo a Dios. Me hago preguntas y no tengo la más mínima respuesta. Yo busco al Dios que hay en mí, que no conozco, pero estoy en permanente estado de búsqueda. No entiendo la concepción del dios que todo lo puede y que haya permitido Hiroshima, Nagasaki y Auschwitz.
-¿Cómo ves el rumbo del país?
-Veo políticas profundamente neoliberales. Los números de la macroeconomía no son los esperados. Más allá de los desaciertos de la política, observo que hace unos meses, el 22 de octubre, el pueblo volvió a decir que sí a este gobierno y esta vez no mintió. Porque en las elecciones presidenciales mintió. Porque dijo que no iba a sacar el Fútbol para Todos, dijo que no iba a recortar a los jubilados y los recortó. Hizo gran parte de cosas que no dijo que iba a hacer. Mintió. Pero esta vez ya en ejercicio de sus políticas. Dijo: "Voy a ajustar" y lo votaron, ganó y lo está haciendo. Entonces quiero respetar esa voluntad soberana y democrática del pueblo.
-¿Qué te interesa de tu personaje en El Marginal? (Antín es el director de la cárcel de San Onofre)
-Es interesante hacer a este Antín sin ambages, sin vergüenzas, hacerlo tan querible y tan despreciable, que al espectador se le cuele afectivamente sin que lo perciba. Antín es como un tío encantador, un amigo, un tipo simpático que sabe vivir la vida y disfrutar. Es un gran hedonista que no se hace planteos éticos. Es profundamente maquiavélico. Para él, el fin justifica los medios.
-¿Qué pensás del arte en relación con la realidad social?
-El verdadero artista es el que tiene una manera de ver el mundo, un deseo de que el mundo sea de una forma. Y con el arte contribuye con un grano de arena para cambiar eso. Yo nunca hubiera dejado la militancia política y la abogacía solo para subirme a un escenario para ganar plata o para tener la simpatía de las chicas. Por ejemplo en Un judío común y corriente, la obra se refiere al Holocausto y eso adquiere relevancia en la Argentina con el advenimiento de la democracia. Porque lo convierte en un modelo de identificación de nuestra propia historia trágica, que fue el terrorismo de Estado.
-¿Quién te gustaría ser un rato?
-Me gustaría ser un judío común y corriente. El personaje se define así. No quiere demostrar que es un gran tipo. Tampoco que lo persigan, maltraten y estigmaticen. Ya hice a Juan Domingo Perón en un ciclo que se llamó Historias clínicas. También estuve el día que Perón nos echó de la plaza, nos dijo imberbes y estúpidos. Yo estuve puteándolo mientras hablaba y le cantábamos: "No queremos carnaval, asamblea popular". No lo dejábamos hablar y se calentó. Yo pensaba: "Nosotros, los jóvenes, dimos la vida por vos, y ahora te vas con la derecha sindical". Y ahora que como actor me puse a hacer a ese Perón viejo, miro todo desde su perspectiva y pienso que estaba viejo, sin dientes, herbívoro, sin hijos, próximo a la muerte. Eso me enriqueció y pude entender algunas cosas. Ponerte de verdad en el lugar del otro, defender su postura. Eso me hizo reconciliar con ese Perón y después con Alfonsín y me sirvió para la vida.
Un judío común y corriente
Dirigida por Manuel González Gil
Sábados, a las 20.30.
Chacarerean Teatre, Nicaragua 5565 (4775-9010).
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