Gérard Depardieu, “el ogro” de amores intensos y una madurez violenta
Enfant terrible. Gérard Depardieu ha hecho honor a su fama de revoltoso, rebelde y poco afecto a conducirse por los caminos de la urbanidad. El actor francés, nacido en Chateauroux, en el Centro-Valle de Loira, jamás se preocupó por aparentar lo que no es. Al contrario, hasta se regodeó en esa personalidad díscola, mal llevada. En el amor, la cosa no podía ser diferente. Gérard tuvo apasionadas parejas, oficiales y de las otras, y una vida sexual que no siempre tuvo ribetes amorosos.
A los 72 años, el actor, que hiciera una de las mejores interpretaciones de Cyrano de Bergerac, vive su vida con díscola plenitud, peleando con los gobiernos de turno de su país y amparado por su ciudadanía rusa que lo alejó de la paga del impuesto a la riqueza establecido por el entonces presidente François Hollande en Francia. Aquel tributo, que él consideraba injusto y excesivo, lo llevó a alejarse de su tierra, una suerte de exilio fiscal. Aunque fue distinguido como Caballero de la Legión de Honor, uno de los títulos más importantes de su país natal, actualmente tiene la ciudanía rusa y es un confeso admirador de Vladimir Putin.
Con igual inconformismo transitó el amor, aunque, y a pesar de su personalidad, tuvo parejas duraderas que supieron contener al hombre que fue diagnosticado con “hiperemotividad patológica” en su primera juventud, razón por la cual no realizó el servicio militar. El “Ogro”, como muchos lo apodan, se salió con la suya y evitó servir a su patria. Como al amor.
Cuando publicó Ça s’est fait comme ça, su libro autobiográfico, no se privó de dar detalles de su vida entre las sábanas, incluso se dio el lujo de despejar dudas y desenmascarar datos de los más escabrosos. Si de literatura se trata, Depardieu podría ser un personaje perfecto para una novela de Michel Houellebecq, otro indomable de la cultura gala. Claro que en su capítulo final, un escándalo en torno a una denuncia de abuso lo tiene como protagonista. Depardieu es una estrella controvertida que genera fanáticos y detractores en todo el mundo.
El debut del díscolo
Siempre fue un amante de las mujeres, pero, sobre todo, del sexo, una de sus tantas debilidades. De adolescente, soñaba con esas sensuales intérpretes que veía en el cine y no se privaba de hacerse el novio de sus vecinas. A pesar de su porte, no era todo lo exitoso que buscaba ser.
Gérard nació en el seno de una familia extremadamente pobre. Su padre, instructor de remo, era analfabeto y su madre, ama de casa. Algunos biógrafos expertos en el gossip deschavaron que la violencia doméstica atravesaba el clima hogareño. En ese contexto, el actor hizo de todo para ayudar a los suyos. Se dijo que vendió tabaco, alcohol y drogas, y que fue guardaespaldas de prostitutas, pero el dato que más sorprende es que habría ejercido la prostitución y que sus clientes eran adinerados señores en busca de placer. ¿Profanó tumbas para ganar dinero? El mito envuelve su particular historia y él se encarga, con inteligencia, de sembrar datos para llamar la atención.
En 1970, a sus 23, el rumbo de su vida pareció encausarse. Como muchas veces sucede, el amor encarrila y acomoda. No siempre, claro. Gérard Xavier Marcel Depardieu había caído rendido ante la seducción de la bellísima actriz Élisabeth Guignot, con quien transitó un breve noviazgo. El 19 de febrero de 1971, la pareja se casó con las ilusiones puestas en formar una familia, aunque Gérard compartía ese deseo con su ansia de crecer en el mundo del entretenimiento. Ya había sido probado por la excelsa Agnés Varda y, aunque tenía en su haber poco camino transitado en los sets, había trabajado en una versión de Tartufo de Moliere. Todavía le faltaba una década para ganar el César por su labor en Le Dernier Métro de François Truffaut, junto a Catherine Deneuve, coronación que llegó luego de varias nominacione
s fallidas.
Depardieu y Guignot tuvieron dos hijos: Guillaume y Julie. La pareja disfrutaba de la crianza de los niños, se podría decir que era felices. Y aunque Gérard seguía siendo el hombre díscolo de siempre, lo cierto es que los menesteres domésticos lo habían apaciguado un poco. De todos modos, el matrimonio con Élisabeth Guignot se fue corrompiendo día a día, a medida que transcurrían los años. Él no aceptaba la rutina que su mujer le pedía, ni estaba de acuerdo en llevar adelante una vida monacal.
Así las cosas, el corpulento Gérard comenzó una vida desprolija en la que las infidelidades también fueron minando la paz conyugal. En 1992, y durante todo un año, su corazón estuvo pendiente de la bella actriz Karine Sylla. A pesar de lo fugaz del vínculo, la pareja tuvo descendencia: ese año nació Roxanne. Con todo, el nacimiento de la criatura no generó una unión entre sus padres. Hoy, Roxanne, corpulenta como Gérard, se dedica al box.
En 1996, después de 25 años de matrimonio, finalmente Guignot y Depardieu rompieron formalmente el vínculo. Este fue el único compromiso legal que mantuvo el actor con una mujer.
Nueva oportunidad
Carole Bouquet, aquella actriz que se consagrara con Ese oscuro objeto del deseo, de la mano de Luis Buñuel, fue el tercer gran amor conocido del actor. La pareja vivió con intensidad, pero él hacía naufragar la paz una y otra vez con sus caprichos, deslices y debilidades. A pesar de la confrontación permanente, el vínculo se sostuvo desde 1997 hasta 2005, demasiado para los agoreros que no daban crédito a la relación.
En estos tiempos, Gérard estaba demasiado abocado a su carrera, era el mejor pago de la industria y películas como Astérix y Obélix contra César rompían la taquilla. En 1997, en el Festival de Venecia le entregaron el León de Oro por su inmensa trayectoria. Ese era su rango. Sin dudas, pasaba su mejor momento laboral, pero también fueron tiempos donde se acrecentó su rebeldía contra el sistema. Contradictorio, formaba parte de un mainstream del que renegaba. El astro había atravesado su vida por un dogma que él definió como “violencia del exceso”. Todo dicho. Carole estaba cansada de las idas y vueltas de su hombre y, en más de una ocasión, dio por finalizado el vínculo. Gérard se había vuelto un hombre iracundo e inmanejable, que no dominaba su ira ni cuidaba su salud. En 2005, la actriz se marchó para no volver, poniendo fin a la pareja.
¿El amor definitivo?
Clémentine Igou es la última pareja formal de Depardieu, vínculo que se extiende hasta la actualidad. Se conocieron en 2005 y, más rápido que la velocidad de la luz, se unieron sentimentalmente, aunque luchaban con todos los vientos en contra. Nadie confiaba en el actor que, a los 56, se había permitido la relación con una estudiante de Letras mucho más joven que él. Un año después, y contradiciendo a los agoreros, nació Jean, último descendiente que lleva la sangre del actor.
La felicidad de aquel nacimiento, rápidamente se desplomó cuando aconteció el dolor más grande que Depardieu haya conocido: la muerte de su hijo Guillaume, quien había seguido los pasos de sus padres en la actuación. Tenía un gran parecido con Gérard, aunque un físico menos robusto. En 2008, una neumonía furibunda diezmó la salud del joven, quien no pudo resistir los embates de la enfermedad y murió el 13 de octubre, con una agonía muy breve. “Cuando murió sufrí como un perro, pero ahora siento que está vivo como François Truffaut, como Marguerite Duras, como mi madre, como mi padre”, declaró en una entrevista, con el dolor algo apaciguado y resignado.
“Monstruo sagrado” o “Gigante” son algunos de los apodos con los que se define a Depardieu. Epítetos algo más cordiales que el “Ogro”, como más de uno lo llama aún hoy. Sin embargo, este antipático mote cobró más fuerza cuando una joven de 22 años lo denunció por abuso en 2018. No fue la única persona que dio testimonio sobre situaciones desmedidas. A Depardieu parece no importarle que se hablen pestes de él ni teme ser encarcelado. Vive ensimismado en los laureles de su trayectoria, en el recuerdo de películas como Novecento, donde cosechó inmensas críticas gracias a su gran rol bajo las órdenes de Bernardo Bertolucci.
Depardieu es un hombre de amores turbulentos. Su vida afectiva está marcada por su carácter intempestivo, furibundo. Acaso ese modo de ser fue el que atentó contra su salud cardíaca y lo condujo a la obesidad. Ese carácter que minó sus amores formales y de los otros. La virulencia que, aún con grandes éxitos, fue disruptiva con su carrera. Es que Depardieu ha sido siempre su mejor enemigo. Así en el set como en vida y en el amor.
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