Fue preceptor, sus padres no querían que actuara y un detalle hizo que lo eligieran para El Marginal: Jorge Lorenzo, la cara de “Capece”
Su sueño siempre fue subirse a un escenario pero tuvo que ocuparse de la salud de sus papás; a los 30 años empezó a golpear puertas pero “ser pelado” le jugaba en contra; en diálogo con LA NACION, el “terror del pabellón” cuenta su vida
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“Voy por la calle y me gritan: ‘Capece’. No lo puedo creer”, bromea Jorge Lorenzo acerca del personaje que con ese apellido interpretó durante cinco temporadas en la serie El Marginal, un execrable y perverso capanga guardiacárcel que disfrutaba cuando veía a los presos sufrir. “Con los años me fui dando cuenta de que hacer de malo garpa, y además me divierte”, sube la apuesta mientras se prepara para contar su dura y nutrida historia de vida.
“En mi casa estaba recontra mal visto que estudiara teatro, por eso María, mi vieja, no me habló durante más de un año. Después me la compré cuando me vio laburar de esto, pero al principio no lo aceptaba, no lo podía admitir. Cuando empecé a trabajar en El Diluvio que viene me vino a ver. Yo iba a la Escuela de Arte Dramático y me preguntaba si tenía que estudiar mucho para eso, jajaja. Sabía que querer ser actor iba a caer como un bombazo en la familia, jajaja, pero le di para adelante”, relata Jorge, que hacía malabares para continuar con su vida familiar y poder estudiar actuación.
Según describe Jorge, la clave que resultó disparador en su carrera se produjo en su infancia: “Yo insisto con que me descubrió de alguna manera mi maestra Rosa Trípodi, de primer grado, porque le gustaba cómo escribía, cómo recordaba las poesías por más que fueran extensas. No puedo olvidarme que me decía: ‘Vos vas a hacer algo relacionado con el arte’. Pasó el tiempo, dejé de verla, pero en el secundario me reencontré cuando reemplazó a una profesora de Literatura. Estaba en un colegio industrial y me reconoció cuando entró al aula. Ahí estaba, mi maestra amada. ‘Vos vas a ser actor, ¿qué hacés acá?’, fue lo primero que le salió apenas me vio”.
Por esas cosas increíbles que a menudo tiene el destino diez años más tarde volvió a verla. “Estaba haciendo El diluvio… Fue a ver la obra pero sin saber que yo era parte del elenco. Me reconoció, me esperó a la salida y me dijo: ‘Viste que te dije que ibas a llegar’. Fue una emoción tremenda”, rememoró ahora, en diálogo con LA NACIÓN.
Jorge explica que hacía equilibrio como podía para poder seguir desarrollando su pasión artística: “Para darle el gusto a mi vieja empecé a estudiar Ingeniería Aeronáutica, pero al año dejé. Me decían que tenía buena voz, entonces como en el ISER además de locución daban teatro pensé en hacer las dos carreras. Pero me equivoqué al bajarme del colectivo, lo hice frente a la Escuela de Arte Dramático, me impactó la casona sobre la calle Aráoz, fui a averiguar, y como saqué muy buena calificación pude elegir el turno noche para poder laburar durante el día”.
Pero no le fue tan fácil, la situación se complicó con la enfermedad de sus padres: “Mi madre tuvo varios intentos de suicidio y yo estaba a cargo porque mis hermanos se habían ido. Tuve que postergar un poco la carrera. En un momento tenía a los dos internados al mismo tiempo. A mi viejo, Jesús, por problemas de circulación tuvieron que amputarle una pierna. Todo al mismo tiempo. Al final en terapia descubrí que el teatro me salvó la vida porque cuando lo hacía, podía salir de esa realidad que me abrumaba y refugiarme en otra persona. Hacía teatro a la noche, estudiaba a la tarde y a la mañana era preceptor en un colegio.
-Ya ejercía la autoridad como celador en la escuela como en El Marginal…
-Tal cual, jajaja, siempre trataba de tener trabajos tipo vendedor o lo que fuera para no estar tan sujeto a horarios porque debía ir a asistir a mis padres, me tapaban las deudas, tuve que postergar después de que había arrancado bien. Y a los treinta y pico cuando retomé me empezó a costar por el tema de la pelada. A los 24 ya me habían rechazado en una gran producción de Romeo y Julieta que se iba a hacer en el Teatro Ópera. Me eligieron, pero surgió una discusión entre la directora y el productor cuando ensayábamos. Él decía que se me veía la calvicie incipiente y ella le contestaba que yo hacía muy bien el papel, que cualquier cosa me ponían un aplique. ¡No lo podía creer! Me sentí rechazado. Igual hacía buenos laburos en Doña Flor y sus dos maridos, La lección de Anatomía. Y seguí, hace 20 años que me afeito la cabeza y pasé a ser moderno, jajaja. Ahora ni me imagino cómo sería con pelo.
-Descubrí que trabajó en Casi Ángeles…
-Sííí, fue donde más estuve, como catorce capítulos; Cris Morena me llamaba mucho. También participé en Chiquititas, Alma Pirata, Rincón de Luz, Amor Mío, donde hice un capítulo para acá y otro para México. Por eso tomé un pequeño curso de castellano neutro. Soy gitano, Son amores... pero El Marginal fue la gran oportunidad.
-¿Cómo se abrió esa puerta?
-Hice el casting como cualquier hijo de vecino. Fue muy especial porque me tocó con otro actor que no había ni mirado la letra. No la ensayamos ni una vez. Para mí fue un casting pésimo. Recuerdo que estaba haciendo Cámara Lenta de Tato Pavlovsky en teatro y les dejé un folleto de la obra. Creo que por eso me llamaron, ya que en el afiche tenía cara de loco malo. Nunca pensé que iba a ser un éxito semejante. La gente nos sigue viendo todo el tiempo en las distintas plataformas. Yo creía que en El Marginal no iba a dar para el personaje. La descripción en el libro era de un tipo re grandote, entonces empecé a ir al gimnasio. Y Luis Ortega me dijo: ‘Jorge no te hagas el bocho, nosotros te elegimos por tu cara, por la mirada fuerte, vos imponés respeto desde otro lado. No hace falta que tengas el lomazo, si das más grandote, mejor, pero no es esencial’. Entonces como ya no tenía tiempo de mejorar en lo físico, empecé a engordar para verme más corpulento. En la primera temporada, cuando me peleo con (Juan) Minujín tengo una gran zapán. Disfruté de muy buenos compañeros, Gerardo Romano, Juan Minujín, Roly Serrano con quien hace poco hicimos un piloto para una miniserie, Claudio Rissi, Nicolás Furtado…
-Igual usted se define como un bicho de teatro…
-Sí, totalmente, no lo abandoné nunca. Buscar laburo en televisión si no tenés un representante es muy difícil, lleva muchas horas y cuando empecé no las tenía. Teatro comercial también cuesta, por eso al principio me metí en grupos de teatro independiente y me resultó. Encontré un director genial que es Christian Forteza con el que hice tres obras de Eduardo Pavlovsky. Ahora estamos con Potestad, los sábados a las 21 h. en el Centro Cultural de la Cooperación, que en una primera parte muestra la amorosidad de un hombre por su familia y la hija que se había apropiado y se la terminaron sacando. Pero por sobre todas las cosas trata del silencio cómplice durante la dictadura. Hice también con él Rojos globos rojos y Cámara lenta. Mi carrera explotó diez años atrás cuando hice Potestad en 2013. Y yo digo que estalló con El Marginal, fue increíble, jajaja. También estoy haciendo Del barrio La Mondiola, obra que escribí yo, me encanta el sainete. Estamos todos los sábados a las 17 horas en San Telmo en el Teatro Caras y Caretas. La gente se va re feliz, damos un lindo mensaje de luchar por los sueños.
-Trabaja mucho, ¿le queda tiempo libre?
-No me casé, no tengo hijos, soy muy amiguero, tengo una hermana en Mar del Plata con sobrinos a los que adoro y un hermano en Buenos Aires que es artista plástico y tampoco formó familia, así que somos dos solterones. Y muchos amigos y amigas que son mi familia, como Elena Avena, mi hermana de la vida y productora ejecutiva de Potestad junto con Becky Garello, Silvia Geijo, otra excelente actriz.
-Se le viene la nueva temporada de ATAV (Argentina tierra de amor y venganza). No me diga que también hace de malo…
-Jajaja. Un gran elenco donde pegué muy buena onda con Federico D’Elía, un tipo encantador y compañerazo. Casi todas mis escenas fueron con él, algunas con Gloria Carrá y Virgina Lago. Mi esposa en esta ficción es una actriz exquisita, Valeria Lois. Vuelve la Democracia, yo tengo una hija apropiada que me la da Federico, médico para quien hago trabajos sucios. Sigo con los personajes bien oscuros. Con tal de laburar siempre digo presente, ya sin pelo, obvio.
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