Fue modelo, arrasó como bailarina y pocos saben que es la madre de una famosa actriz: el imparable recorrido de Mónica Crámer
Compartió escenario con Hugo del Carril, Tita Merello y Aníbal Troilo; hizo giras por Sudamérica y llegó hasta Asia; hoy, a los 78 años, no descansa y, en diálogo con LA NACIÓN, Mónica Crámer Ayos, cuenta en qué anda
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“Arranqué siendo modelo con Jean Cartier, quería ser médica o científica y terminé bailando el tango por el mundo”, explica, a LA NACIÓN, Mónica Crámer Ayos, actriz y excelsa bailarina del ritmo del dos por cuatro desde que se enamoró de Víctor Ayos -coreógrafo y bailarín de excepción-, ambos padres de Mónica Ayos, la artista argentina con gran presente en México, donde vive junto al actor Diego Olivera y sus hijos, Federico y Victoria.
“Los extraño tanto, pero a mis 78 años no puedo irme a vivir allá porque tengo Epoc (Enfermedad pulmonar obstructiva crónica)”, detalla acerca de su presente y de inmediato recorre sus comienzos con más que alegría: “Nunca se me había ocurrido estar arriba de un escenario. Una amiga tomaba los cursos con Cartier y la acompañé. Estaba en el secundario, siempre quise ser cirujana, investigadora, medica forense. Hoy sigo leyendo por Internet, hasta hice cursos de RCP, sé dar inyecciones, me encanta todo eso”.
Pero el mundo del espectáculo tenía una página preparada para ella: “Desfilábamos con Jean Cartier en la avenida Santa Fe, acompañábamos las carrozas el Día de la primavera allá por 1962. Después trabajé mucho como modelo, hasta que me puse de novia a los 18. Él estudiaba abogacía, era poco sociable, lo opuesto a mí. Yo tocaba la guitarra y cantaba. Aprendí a tocar mirando la tele. Cantaba con voz grave, potente y buena dicción. Mi mamá me enseñaba movimientos y gestos, había hecho teatro vocacional, era italiana, se llamaba Giovana, pero aquí, para todos, era Juanita. Yo me consideraba hippie, exótica. Y mi novio era conservador, hasta que lo pesqué con otra y lo dejé. Después empecé a salir a bolichear porque él me tenía atada, no conocía nada. Mi amiga me llevaba a las discos y yo leía a Kafka si me aburría, siempre con anteojos, por eso me pusieron de apodo Anteojito”.
No tenía ni veinte años cuando conoció a Juanito Belmonte, que resultó vital para el primer paso de una carrera que asomaba, aunque todavía ella no lo percibía, solo se divertía: “Lo conocí en el ambiente de la noche; él quería que entrara al teatro de revistas. Yo me llamo Susana Mónica Cabezón Granata, ese es mi verdadero nombre y Juanito me lo cambió por Mónica Crámer, porque me llamó para hacer un personaje en una fotonovela. Por ese entonces éramos amigas de los jugadores de San Lorenzo y Racing, no se decía ‘botineras’. Parábamos en el bowling Rex, donde está hoy el Gran Rex. Los muchachos se escapaban de las concentraciones. También hice amistad con Cacho Castaña cuando no era famoso y con grandes vedettes como Pochi Grey y Susana Rubio”.
De Spinetta y Roque Narvaja a filmar con Lito Nebbia, Sandro y Palito
Mónica ríe y cuenta detalles de aquellas noches de Buenos Aires de los 60 y 70. “Yo bailaba bien, marcaba tendencia, donde iba se juntaba la gente. Me iba a Mar del Plata en diciembre y tenía una amiga, Patricia de la Vega, también modelo, con quien nos reuníamos en los barcitos de la Bristol donde paraba todo el ambiente artístico. Me llamaban para hacer desfiles, bailaba en La Cueva; conocí a las grandes figuras del rock como Luis Alberto Spinetta cuando empezó a escribir Muchacha ojos de papel. Nos juntábamos todos en la casa de Amadeo Álvarez, gran músico, con Roque Narvaja, que arrancaba con su grupo La joven guardia y El extraño del pelo largo. También estaba Lito Nebbia, con quien me adjudicaron un romance porque hicimos la película de El extraño... Me acuerdo que hicieron una nota en TV Guía o Antena con el título Un gato atrapado, por su banda Los Gatos. Hizo bastante ruido, sirvió para promocionar la peli que hoy es de culto: Lito y Liliana Caldini eran los protagonistas”.
Claro que esa no resultó la única experiencia en el cine de Mónica: “También hice cameos en Muchacho que vas cantando, con Palito Ortega; trabajé con Sandro en Gitano; participé como en catorce películas haciendo pequeños papeles. El verano del 71 fue muy bueno: estaba haciendo desfiles para Jean Cartier en el Hermitage y compitiendo para Miss 7 días. Creo que esa vez ganó Teté Coustarot”.
De boliche en boliche a la llegada del amor
Para esa época, Mónica pasaba todos los veranos en Mar del Plata porque sus abuelos y tíos tenían hotel en la ciudad: “Arrancábamos la noche en Constitución y la costa y hacíamos la recorrida de todos los boliches porque no se pagaba entrada. A Víctor lo conocí porque me encontré con Julio, un amigo, que me propuso salir con otra pareja; me lo presentó y le sugirió que me probara para bailar tango. Hacía siete meses que estaba divorciado y le faltaba una bailarina. Ahí empezó todo: mi carrera con el tango y el amor entre nosotros. Me dijo: ‘Venga mañana a las tres de la tarde a verme, vamos a hacer una prueba’. Porque me hablaba de usted. Yo tenía 24 años y él 32″.
A partir de ahí se dio el amor. ¿Cómo? Ni ella lo sabe. “No sé cómo me enganché, porque cuando ensayábamos me trataba mal, era muy exigente en lo profesional, me puso 18 horas de ensayo. Debuté y Víctor ya era muy reconocido por entonces. Había ganado el Martín Fierro, varios premios, viajado por el mundo con el tango, vivido en los Estados Unidos, recorrido América. No me olvido de que llevé mi barra de amigos para que me aplaudieran. Una semana después empezamos a salir. Me decía que yo parecía un albañil llevando una bolsa de cemento, que me tenía que soltar en el baile, justo a mí que me creía una estrellita. Pero cuando dejaba lo profesional me llamaba cariñosamente Pitito y me decía: ‘Descansá un ratito, querés tomar algo, agüita, gaseosa’. Yo era muy Barrio Norte y entré en el ambiente del tango, más atorrante. Mi vieja se enojó porque él era casado, me peleé y me fui a vivir a su casa. Me armaron una camita en el comedor porque él vivía con los padres. Nos casamos en México en el 71″, cuenta sobre ese derrotero en el que conoció el amor.
Con la Merello, el Polaco y Troilo
Víctor Ayos era, desde 1957, nada menos que el coreógrafo de los espectáculos de Mariano Mores y hacía que Mónica se relacionara cada día más con el ambiente tanguero: “Traté a Hugo del Carril; a Tita Merello, que me quería mucho y me regaló cinco vestidos. A Aníbal Troilo lo conocí en la radio, íbamos siempre a tomar algo con él y Víctor. Con el Polaco Goyeneche compartí escenario en Mar del Plata. Una vez pidió una 7Up y me dijo: ‘Esto es para que te acuerdes para siempre de mí’. Él que era pura barra y estaño se sentó en una mesa conmigo a tomar una gaseosa, algo impensado en el ambiente del tango donde se bebía alcohol”.
Y suma nombres de personas que la trataron. “Mucha gente querida: Floreal Ruiz, Enrique Dumas, Colomba, Jorge Sobral. Fuimos bailarines de la orquesta de Mores, después nos llamó Osvaldo Pugliese y estuvimos en Uruguay. Con Víctor recorrimos por completo América, Europa, parte de Asia, Egipto, Japón, siempre trabajando, con Virginia Luque, Daniel Cortés, excelentes profesionales. Fui muy amiga de Beba Bidart, Juan Carlos Copes, de los bailarines de Tango Argentino, que salieron del ballet de Víctor”, subraya.
Fruto del amor con Víctor Ayos, llegó su amada Mónica, única hija para ella: “La quiero tanto a ella, a mis dos hermosos nietos, y a Diego, su marido, son dos artistas muy talentosos que hacen grandes trabajos en México. Víctor tiene dos hijos más, el mayor, Víctor Fabián murió, era ahijado de Néstor Fabián, otro querido amigo junto a Violeta Rivas, su mujer. Y Juan Manuel es el hermano de Mónica”.
En el único momento de la charla que la invade la tristeza es cuando rememora el triste final de su compañero de escenario y de vida: “Víctor se enfermó de golpe; estábamos haciendo Copetín de Tango en Mar del Plata en 2005 y a los 40 días se murió. En diciembre habíamos armado La fiesta del tango en Plaza Huincul, en Neuquén, y estaba bien. Armó un ballet con muy buenos bailarines marplatenses, se encontraba feliz. Pero empezó los primeros días de febrero con dolores en varias partes del cuerpo: los aductores, el omoplato, le costaba levantar las piernas. En el 91 cuando veníamos de Japón había tenido un pico de presión que no llegó a ser un ACV, fue un episodio isquémico, y a las 48 horas siguió bailando igual, lo disimuló y lo superó. Pensé que podía haber sido algo de eso, pero no. La resonancia magnética dio fractura cervical, que luego derivó en que se trataba de una metástasis ósea terminal. Era 4 de marzo, a los dos días lo bautizaban a mi nieto Federico. Lo festejamos igual, pero no pudo levantarse de la cama para ir. Murió el 22 de abril. La noche previa a morir, Mónica lo vino a ver como siempre y le pidió recitar La cumparsita de la mano de Fede, su nieto. Fue la despedida”.
La sonrisa vuelve a aparecer en su rostro cuando recuerda con humor, fiel a su costumbre: “Yo le cedí el apellido artístico a mi hija, le correspondía. Cuando nació le quise poner Victoria, pero Víctor me dijo: ‘Ya somos muchos, ponele el tuyo’”. Con el tiempo pasé a ser Crámer Ayos y listo. La gente nos confundía en los espectáculos: ‘¿Quién es Mónica Ayos?’, dudaban”.
-¿Hoy sigue vinculada al tango, Mónica?
-Me gusta conducir shows, me venía dedicando a eso hasta que llegó la pandemia y estuve dos años encerrada y en peligro. Después fui volviendo de a poco a la conducción de eventos, con bastante pánico. Te confieso que todavía lo sufro. Pero sigo adelante, siempre la luché y lo voy a seguir haciendo.
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