Tenía 26 años, estaba en lo mejor de su carrera y el país lo amaba, pero una tragedia le arrebató todo: Héctor Anglada, el busca de la vida
Siempre había soñado con ser actor y el destino lo hizo llegar; recibió el Cóndor de Plata por su rol en “Pizza, birra, faso” pero jamás perdió la esencia de la sencillez
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Era tan perfil bajo que, en un festival de cine de Mar del Plata, Jacqueline Bisset se acercó a saludarlo y él creyó que era una turista que le había pedido esa mañana un autógrafo en el desayunador del hotel donde se alojaba. Héctor Anglada siempre contaba esta anécdota, no para hacerse el simpático superado, sino porque sintió una mezcla de culpa y vergüenza inocente cuando le dijeron quién era la persona que le tendió la mano y le dio un cariñoso beso. “No lo podía creer, qué papelón me mandé”, aclaraba con humildad y remarcaba que siempre prefería pasar desapercibido.
Era feliz en “Popularísima”, bailanta del Once en la que se imponía el clásico cuarteto cordobés con sus característicos ecos de acordes de piano, acordeón, contrabajo y violín que disfrutaba como nadie. Le escapaba a las fiestas del ambiente artístico sencillamente porque no se sentía cómodo. Lo apodaban simplemente “El Córdoba” en su vida sencilla en Villa Carlos Paz, siempre acompañado y cuidado por su amada “nonna”, con quien se crió junto a tres hermanos en un hogar sencillo, donde todos hacían el mayor esfuerzo posible para evitar necesidades, aunque muchas veces las enfrentaban como podían.
Trabajó de todo y lo comentaba con orgullo cuando finalmente pudo triunfar. Claro que antes pasó por varios oficios con el simple objetivo de sobrevivir: canillita, heladero, bombero voluntario, lavacopas, cafetero, “pateando la calle”, como él lo definía, porque le encantaba el contacto con la gente y no estar encerrado entre cuatro paredes.
Hasta boxeó entrenado por Santos “Falucho” Laciar, cordobés como él. Así, recorriendo los barrios aprendió albañilería, algo que resultó determinante en su vida porque llegó a convertirse en una especie de “arregla tutti” en un hotel de su querida Carlos Paz, y gracias a eso conoció a alguien que fue clave en su futura e inesperada carrera.
Un verano de principios de los 90, mientras compraba fiambre, pan y una gaseosa para el almuerzo, se encontró nada menos que con el director, guionista y productor de cine Israel Adrián Caetano, a quien conocía de mezclarse en la canchita cercana al hotel, pero desconocía a qué se dedicaba.
Caetano lo vio desinhibido, espontáneo, dotado de la repentización característica de los cordobeses y le propuso grabar un corto publicitario que tenía en desarrollo y entonces fue parte de “Visite Carlos Paz”, para publicitar la villa. Así el albañil le daba paso al actor.
Luego le llegó la siguiente oportunidad también fruto de la casualidad. Para otro film promocional al creador le faltaba un actor y volvió a convocar a Anglada, quien salvó la urgencia. Ya en Buenos Aires, Caetano siguió con sus producciones y cuando hizo Cuesta Abajo logró que Héctor viniera a Buenos Aires para otro papel. Muy pronto escribió y rodó, junto a Bruno Stagnaro, Pizza, birra, faso. Anglada fue pieza fundamental de esa emblemática película estrenada en 1998 que marcó una nueva época del cine argentino.
En la historia, un grupo de jóvenes se dedicaban a asaltos menores: desde birlarle la recaudación a un artista callejero, hasta robar pasajeros de taxis en complicidad con el chofer. Luego “la banda” se reunía en las cercanías del Obelisco a comer pizza, tomar birra y fumar marihuana, dando origen al título, en el que Héctor interpreta a “El Cordobés”, actuación que le valió ser reconocido y premiado en 1999 con el Cóndor de Plata como “revelación masculina” por su muy reconocido rol en el filme.
Por esos tiempos vivía en un hogar sencillo en el Bajo Flores e iba en bicicleta a grabar. Cuando le empezó a ir mejor, se trajo de Córdoba a su abuela para tenerla cerca y devolverle parte de lo que ella le brindó de niño. En paralelo con el cine le salían trabajos en TV, donde debutó de la mano de Carlín Calvo haciendo el papel de un barra brava de Excursionistas, club del que luego se hizo hincha.
Enseguida se sumó a más éxitos como Gasoleros junto a Juan Leyrado, Silvia Montanari, Nico Cabré, Dady Breva, Malena Solda... Y llegaría su rol destacado como “Capilla” (porque el personaje era oriundo de Capilla del Monte), amigo fiel de Valentín, el personaje de Mariano Martínez, ambos recolectores de residuos en Campeones de la vida. Irónicamente, o no tanto, el destino hizo que fuera boxeador en la ficción como supo ser en la vida real. Golpe a golpe...
Había estudiado con Norman Briski, aunque no tanto porque las ocupaciones a veces no se lo permitían, y mencionaba que tanto transitar la calle le había enseñado mucho de lo que luego aplicó a su labor como artista. Pero también para sus interpretaciones se inspiraba alquilando películas de Al Pacino, Antonio Banderas, Robert De Niro, y para lograr su personaje en La expresión del deseo vio cuatro veces Scarface.
Otra anécdota que siempre contaba era la relacionada con lo que había sufrido y llorado su abuela viendo Pizza, birra, faso, porque él terminaba muerto perseguido por la policía. Era de los pocos que reconocía haber realizado papeles que no le gustaron nada, como en La Furia en un rol de guardia cárcel porque le hacía recordar a amigos que tenía tras las rejas y sufría con eso.
Otros títulos de los que fue parte importante fueron: Los hermanos Ramundo deben morir, Herencia, El camino, Mala época, Bolivia, Historias breves, Calafate, 22, el loco... Su último trabajo en televisión fue con Emanuel Ortega y Celeste Cid en la novela EnAmorArte, casualmente haciendo de “Rubén”, un albañil, aquel oficio que desempeñaba cuando tuvo la primera chance como actor.
Su trágico final
Lo esperaban nuevos desafíos protagónicos en el cine. Pero en la mañana del sábado 2 de marzo de 2002 en la intersección de Monteverde e Hipólito Yrigoyen, en Burzaco, cuando se trasladaba en su moto Honda acompañado de su colega Juan Mendive, fue atropellado por un colectivo de la línea 318 que conducía Ramón Salazar.
Ambos jóvenes murieron, el chofer se dio a la fuga sin prestar auxilio, estuvo prófugo, terminó siendo hallado por la policía y luego sentenciado a tres años de prisión en suspenso por doble homicidio culposo. Pero se fue en libertad porque la pena resultó excarcelable y ni siquiera cumplió con los trabajos comunitarios que le fueron impuestos.
Héctor Anglada tenía apenas 26 años e infinidad de sueños, entre ellos ser director de cine, porque admiraba a Israel Adrián Caetano, el hombre que lo descubrió y le abrió un camino de oportunidades.
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