Fue finalista de Gran Hermano, pero huyó de la fama y descubrió su verdadera pasión: “Nunca me sentí parte del medio”
Gisele ‘Chizo’ Marchi fue parte de la casa en 2011 y, al salir, escapó de la fama y emprendió un viaje de mochilera; ahora es artista nómade junto a su pareja
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Más de diez años atrás, Gisele Marchi pasó de ser una simple veinteañera a convertirse en una de las personas más conocidas de la Argentina. Apodada como “Chizo”, se hizo un lugar dentro de la farándula nacional luego de ingresar a Gran Hermano (Telefe) y permanecer dentro de la casa hasta la tan ansiada final, esa que podría haberle asegurado un premio compuesto por un viaje a Barbados, una moto y un cheque de $382.857.
Aunque no pensó demasiado en la fama al momento de anotarse en el reality, su mirada tampoco estaba puesta en el abultado pozo. En realidad, su objetivo era más simple. Deseosa de conseguir ese contacto que la impulsara a llevar su carrera de actuación a un nivel profesional, vio la competencia como una gran oportunidad.
Alerta spoiler: no consiguió lo que buscaba. Al salir de la casa se encontró con una realidad que no estaba ni cerca a lo que ella imaginaba. En diálogo con LA NACION, describió al ambiente televisivo -ese al que tantas ganas tenía de permanecer- como frívolo, sexista y extremadamente violento hacia las mujeres. Además, habló de su nueva vida y su pasión por la música.
Tras un año envuelta en la farándula y harta de los titulares que solo se enfocaban en su cuerpo, los infames casting sábana y el sentirse demasiado joven como para meterse de lleno en ese tipo de vida, tomó una decisión tan drástica como necesaria: armó las valijas, agarró sus ahorros y se fue a recorrer el continente como mochilera.
Sus viajes le enseñaron más cosas de las que pudo imaginar. Logró reconectarse con su feminidad, alejada de la cosificación tan propia de la fama, aprendió el valor del trueque, conoció el amor y reconstruyó su vida como artista nómade. Instalada en Suiza por un par de meses mientras da sus shows musicales con Dúo Artemisa -banda que creó junto a su pareja, Lucas Marqués-, mira al pasado y rememora algunos de los momentos claves que tanto la alejaron de sus orígenes.
El paso por Gran Hermano y una puerta que se abrió pero que es mejor cerrar
Gisele tenía 22 años cuando, impulsada por sus deseos de ser actriz, se animó a anotarse en uno de los realitys más populares y, no solo entró, sino que se ubicó entre las preferidas de la audiencia.
“Dentro de la casa yo lo recuerdo como un viaje de egresados largo. Estuvo buenísimo. Tenía esa edad casi adolescente y la mentalidad de mucho juego, muy poca conciencia sobre las cámaras o del qué dirán”, recordó en diálogo con LA NACION, mientras el Internet luchaba por mantener la llamada entre Suiza y Buenos Aires.
De acuerdo a su propia experiencia, el problema nunca estuvo en el interior del programa, sino que el clavario comenzó después. Al salir de la casa, se chocó de frente con una industria que, aunque resplandecía frente a las cámaras, cuando estas se apagaban no dudaba en mostrar los afilados dientes.
“Uno de los lados negativos fue darme cuenta que el medio puede ser muy frívolo y que hay mucha competencia dentro del medio televisivo. Eso fue e algo que no me gustó y un ambiente donde no me sentí parte”, detalló. Y agregó: “Lo más intenso para mi fue la vulnerabilidad tan grande que vive la mujer dentro del medio. Y ni hablar la poca sororidad que se vive, la competencia indiscriminada entre mujeres”.
Mirado bajo el lente de la audiencia actual, gran parte del contenido que se transmitía en la primera década del 2000 es completamente inadmisible. Y Gran Hermano tiene muchas características que hoy se ganarían el título de programa “cancelable”. La cosificación e hiper sexualización de las participantes son, quizás, las que encabeza la lista.
Impulsados por el morbo de una audiencia acostumbrada a ver mujeres retratadas como simples objetos de deseo, los medios estaban llenos de titulares enfocados en los cuerpos de las celebridades y en sus vidas íntimas. Los temas de interés eran si se habían aumentado el busto, si habían sido vistas en situaciones íntimas o si habían posado desnudas para tal o cual revista.
Y eso era solo la punta del iceberg. En el detrás de escena, la presión impuesta por realizar favores sexuales o participar de los famosos “casting sábana” estaban a la orden del día. Desgraciadamente, Marchi no quedó excluida de esta tendencia nefasta.
“Nosotras fuimos súper cosificadas, no teníamos trabajo si no accedíamos a laburos sexuales con productores. No hace falta dar nombres, ni me acuerdo cómo se llaman esas personas. No sé ni qué cargo ocuparán hoy en ninguno de los medios ni me interesa, pero si es real que sucedía y que te quedabas afuera de un laburo de panelista, de una nota y eso es muy triste”, relató.
La peor parte era, tal vez, sentir que no tenían ningún respaldo, que así funcionaban las cosas y que, si no le gustaban, se tenía que ir. La impotencia y la bronca de no poder responder para defenderse también eran (o son) un aspecto inherente de ser mujer y estar en la farándula. Sin embargo, los tiempos cambian. Lento, pero cambian. Y finalmente se dio el contexto para que tanto ella como muchas otras pudieran hablar de todo lo que vivieron y que, en su momento, no tuvieron más opción que guardarse para sí mismas.
“Para nosotras (ella y otras participantes de Gran Hermano) no sé cuántos años pasaron hasta ‘Ni una menos’ o hasta el ‘Mira cómo nos ponemos’, hasta que nos sentimos con el contexto adecuado para poder hablar y también pudiéramos entender que era el momento para expresar lo que vivimos. Evidentemente no solo yo sentía que estaba mal, sino que hoy la sociedad me da la mano para darme cuenta de que esto no tiene que pasar nunca más, que nadie tiene que perder una oportunidad por no acceder a un circuito machista y perverso”, recalcó a este medio, con el enojo ya menos fuerte pero siempre presente.
El final de una etapa y el inicio de la vida nómade
La incomodidad que le generó el ambiente del entretenimiento mezclada con las crisis existenciales propias de los veinte años, la llevaron a tomar la decisión de emprender un viaje como mochilera sin rumbo definido.
Con los ojos brillantes que reflejan el recuerdo del inicio de su travesía, relató: “Dentro mío sentía que había algo que no estaba terminando de resolver. Entonces ahí me fui a hacer un viaje de dos años sola por el continente y encontré el sentido de qué era lo que tenía ganas de brindar al mundo. Y era el arte”.
La vida de mochilera le abrió los ojos a una nueva realidad y nunca sintió el deseo de mirar hacia atrás para lamentar lo que quedaba en el pasado. Le tomó el gusto a la libertad e, incluso, admitió que la verdadera liberación llegó cuando durante su paso por Perú le robaron todo el dinero que llevaba para el viaje.
Con la pérdida de esa red de contención se vio obligada a salir de su zona de confort y revalorizó no solo el dinero sino los lazos comunitarios y el apoyo de aquellos que conoció en el camino. “De turista vas con plata y mirás todo como si estuvieras en un safari. Pero, cuando bajás a la misma realidad social, la que están viviendo los demás y trabajás con ellos, te movés en sus horarios y ambientes laborales, vivís la cultura de otra manera”, reflexionó.
Perú -especialmente los pueblos originarios- le dejaron otra enseñanza que, tras sus experiencias en la Argentina, la marcaron profundamente. Introducida a celebraciones y rituales ancestrales, abrió los ojos ante un nuevo entendimiento de qué es ser mujer y pudo poner en palabras temas que, hace nueve años, no eran abiertamente debatidos como hoy en día.
“Pude encontrarme con mujeres que quizás no se depilaban, con todos cuerpos diferentes y vernos preciosas. Darme cuenta de cuál es la verdadera esencia de la mujer y qué es lo que la sociedad pide que nosotras seamos. Fue un viaje muy significativo con las comunidades indígenas para reconectar con quien soy, desde la simplicidad, desde que no tengo que hacer nada para el afuera y reencontrarme con mi feminidad desde un lugar muy sagrado. Respetar mi cuerpo como un templo en todos sus aspectos”, manifestó, a modo de resumen.
La música fue una gran forma de procesar todo lo vivido y, esta experiencia en particular, la relató en su tema “La danza alunada” en donde con un ritmo de reggae fusión puso en palabras todo lo aprendido.
El amor y el nacimiento de Dúo Artemisa
Convertida en una persona totalmente distinta a la que abandonó Buenos Aires y huía de las garras voraces de los medios, Gisele conoció a Lucas, otra persona que se había entregado a la vida del viajero. Entre ellos no solo nació el amor, sino un proyecto hermoso que creció de a poquito, sin hacer mucho ruido, hasta convertirse en el gigante que es en la actualidad.
Dúo Artemisa es muchas cosas e intentar definirlo es limitarlo. Es Gisele y Lucas, pero también es un show de clowns -Zamba y Caramba- que viaja por el mundo para llevarle alegría a niños sin importar las barreras que impone el idioma. También es música que refleja todo lo aprendido en sus viajes y es terapia alternativa. Es espiritualidad y es ayuda comunitaria, cursos para personas con bajos recursos y hasta clases dentro de cárceles para “los olvidados”.
“En Latinoamérica no había mucho dinero para pagar entonces la mayoría de las cosas las hacíamos gratis. El dinero que hacíamos trabajando con la música lo invertíamos en dar talleres solidarios, en meternos más adentro en las comunidades para brindar actividades gratuitas. A veces había escuelas sin profesores y nos poníamos a enseñar a leer y a escribir. También pasábamos tiempo con los chicos, porque a veces los niños ni siquiera tienen quien esté con ellos porque los padres están trabajando en el campo”, relató Gisele.
Durante ocho años, hicieron un trabajo casi de hormiga, de ese que no sale en ningún medio ni en ninguna historia de Instagram. Ahora miran con mucho orgullo los frutos del mismo. Dúo Artemisa tiene varias canciones publicadas, tours por el mundo, una serie de shows que los traerá de regreso a la Argentina a fin del 2022 y hasta estrenarán su primer álbum para chicos llamado El show de Zamba y Caramba -inspirado en sus alter egos payasos- que contará con canciones en español y en francés.
El recorrido de Gisele Marchi fue como una montaña rusa y seguramente mantenga la misma dinámica a futuro, ya que en su forma de hablar la única certeza es que no hay ninguna. Adentro de su historia hay muchas experiencias que, aunque parezca increíble, son parte de la misma persona. No hay moralejas ni conclusiones, solo la sensación de que quizás no hay que aceptar las cosas como son sino correrse de ese lugar, armar las valijas e irse, cuestionarlas o, simplemente, animarse a algo distinto.
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