Fue amigo de Alfredo Alcón, acompañó a Javier Portales en su hora más difícil y a los 81 años se luce en teatro como el primer día
Roberto Mosca nació en Italia, de niño acarreaba baldes con agua para las fieras en los circos y soñaba con ser payaso, de muy chico llegó a la Argentina y cumplió su sueño de ser actor
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“Un día enfrente de mi casa en Taranto, Italia, donde nací, se instaló un circo. Curioso, me asomé corriendo la lona y veo que un señor se colocaba la nariz colorada, se pintaba de payaso... Pensé: ‘Yo quiero ser eso’. Tenía seis años”, rememora con emoción Roberto Mosca, café de por medio ante LA NACIÓN.
Hoy a sus 81 se ganó hace rato el mote de “El señor actor del Teatro San Martín”. Y sonríe orgulloso por la calificación, pero con extrema modestia. Aunque sigue dictando cátedra sobre el escenario. En este caso del Área 623 con Réquiem, los lunes a las 20 horas, obra que representa el pasaje de la vida hacia la muerte. “Mi personaje se arrepiente de no haber tratado bien a su mujer, pero ya es tarde. El elenco es una maravilla, incluye tres titiriteras espectaculares”, describe. Y además acaba de reestrenar otra, El Diccionario, en El Tinglado, los domingos a las 19.30. “Me gusta mucho trabajar, eso es todo”, explica previo a que se suba el telón, dando saltitos y repitiendo con humor: “Mosquita se va volando porque comienza la función”.
Antes habló de su vasta y rica trayectoria: “Estudié teatro a los 17 en la Alianza Francesa. Después aprendí en la calle, en la vida, con los grandes que trabajé. Formé parte durante muchísimos años del elenco estable del San Martín, tengo un sello acá en la frente. Esta profesión es así cuando la abrazás, no la soltás más. ¿Sabés? Te voy a confesar que no sabía que iba a ser mi profesión. Llegué a los ocho años a la Argentina desde Italia. Nací en Taranto, en el sur del mapa: está entre la suela y el taco. Mi madre tenía todos sus tíos en la Argentina, estaba terminando la guerra y le decían ‘Teresa, venite para acá que allá no va a haber trabajo’. Mi hermano mayor que ahora tiene 90, era un adolescente de 17. Y el que le sigue había cumplido los 13. A mi viejita, aventurera como yo, le gustaba viajar y se vino con todo. Papá había llegado un año antes. Era especialista en motores diesel. A los tres días de estar en la Argentina tenía dos laburos. ¡Qué tiempos aquellos!”.
Había una vez, un circo...
Destaca que su infancia resultó clave en su formación para convertirse en actor: “Me río por lo que te conté del circo allá lejos en Taranto. ¿Sabés lo que hacía para que me dejaran entrar gratis a ver las funciones? Acarreaba baldes con aguas para las fieras así podía ir cuando quería. Cuando llegamos acá, me escapaba de noche de casa para irme al club Pinocho a hacer teatro. Tenía 12 años. La obra era para niños se llamaba ‘Juguemos a la guerra’, un contrasentido. El primer trabajo profesional que hice fue en el Festival Infantil de teatro para chicos en Necochea. Interpretaba a un payaso, así que sueño cumplido. Me enamoré de esta profesión viendo un payaso y la historia continuó. Después a los 17 entré en la Escuela de Teatro de la Alianza Francesa. Y aquí estoy a los 81. Haciendo estas obras, muy bien de salud, el único remedio que tomo es Pantoprazol a la mañana, antes de desayunar para los reflujos. Soy muy metódico y me hago todos los controles médicos, no tengo enfermedades”, se describe a sí mismo y vuelve a dar saltitos como prueba de su muy buen estado físico.
Deja más que claro que el humor lo caracteriza, y aunque su derrotero comenzó allá por 1964 en el Teatro San Martín como actor dramático, también supo hacer reír, y mucho, aunque desafortunadamente vivió un cortocircuito con otro grande como Carlitos Balá, y así lo relata: “Hice Balabasadas en Canal 13 y lo dejé porque me enojé con él. Estábamos filmando de noche, la película The Players versus Ángeles Caídos, que todavía se ve y cobro por ‘Actores’ algunos centavitos. Yo siempre hacía otros trabajos para sobrevivir, igual que ahora. En Balabasadas estábamos citados para las 9 de la mañana. Venía en el colectivo, vi que no me daban los tiempos y en Cabildo y Congreso, me bajé y empecé a correr. Llegué 9 y 10. Golpeo, abre la puerta Balá y me dice ‘buenas noches’. Ensayé, grabé ese programa, me fui y no volví más. No me gustó su actitud y nunca más quise laburar con él. Pero me encantaba el humor. Estuve en Telecómicos con Juan Carlos Calabró haciendo un italiano que a la hora de la comida llegaba a pedir azúcar. Luego en Canal 9 en La Cosquilla, La Revista Dislocada, La Tuerca, con Santiago Bal, cine con los queridos uruguayos en La noche del hurto. Otro lindo trabajo que hice más acá fue en Poliladron durante cuatro años”.
Quedan los artistas
Mosca habla de otro referente en su vida, Armando Discépolo, de quien supo hacerse amigo y lo dirigió en Canal 7 cuando interpretaba a Narigueta en Mateo, una de las tantas obras en las que participó del autor como ‘Stéfano’, ‘Mustafá’, ‘Babilonia’, ‘Cremona’... “Tengo el mejor de los recuerdos, como persona y profesional un lujo. Me adoptó siendo italiano porque él también venía de una familia tana”, detalla. Y continúa mencionando colegas por los que siente un especial afecto porque le brindaron su amistad: “A Roberto Carnaghi también lo llevé al San Martín para rescatarlo de Balá, jajaja. Y no me puedo olvidar del queridísimo Ernesto Bianco cuando hacíamos Cyrano de Bergerac. Fui a la casa cuando falleció porque la esposa me llamó. Ella nos contó que lo fue a despertar para que tomara un té y lo encontró muerto. Nunca dejaba de trabajar aunque se sintiera mal. Hicimos la última obra un sábado, él me abría los ojos para que yo siguiera adelante como pudiera demostrándome que se sentía muy mal. Después supe que se había infartado y el domingo murió”.
Hace una pausa para responder a un asistente que le indica que en media hora “dan sala” para Réquiem, y sigue: “Alfredo Alcón fue otro íntimo y querido amigo, somos los dos del 3 de marzo, con él hice Hamlet en Canal 11. Y te sigo nombrando, Aldo Barbero, Miguel Ligero, Tincho Zabala, Elena Tasisto, Alicia Berdaxágar, todos los que conformábamos el elenco estable del San Martín, Raúl Lavié, Luis Brandoni, Horacio Guarany, enormes compañeros. Ni que hablar de Sergio Renán en las grandes novelas, lástima que no pude hacer Drácula porque tenía otros compromisos. Con Javier Portales también trabajé mucho y nos hicimos grandes amigos, jugamos durante muchos años al tenis en River. Los recuerdo a todos con cariño, muchos ya no están, o mejor dicho, yo digo que están en Las Bahamas”.
“Cuando se enfermó Javier Portales lo ayudé mucho”
Cuando le mencionamos que Javier Ángel, hijo de Portales, puso en duda tal amistad y lo cuestionó, Roberto se pone serio y aclara con respeto sin querer entrar en polémica: “La verdad es que yo era muy amigo de Javier. Trabajé dirigido por él en Todos eran mis hijos, ¡Jettatore!. Cuando volví de España él ya estaba con Marina Gacitúa, su nueva pareja. Nunca me metí en la historia de ellos. Me llamó para hacer el italiano en Así es la vida. Después volví a trabajar con él cuando muere Alfonso De Grazia. Con Marina lo íbamos a buscar para llevarlo a los hospitales en silla de ruedas. Yo le insistía que fuera a Cuba a curarse por su problema en la columna. Me contestaba que no, ‘acá me van a hacer una operación’, insistía. El tema es que le sacaron 14 mil dólares y no lo curaron. Después fue a Cuba pero no le pudieron hacer nada porque dijeron ‘esto está muy avanzado, tendría que haber venido antes’. Yo iba a la casa con Marina a darlo vuelta en la cama, a ayudarlo mucho, jamás a otra cosa. Después ella se casó con otro señor con él que tuvo una hija, creo que el hijo se confunde, pero no deseo entrar en polémica por respeto a su papá, un gran, gran amigo”.
—Se refirió a su paso por España, ¿cómo fue que llegó a trabajar allá?
—Hermosa época donde iba y volvía de España con Chicho Ibáñez Serrador en la televisión española. Eran programas de entretenimientos, de preguntas y respuestas. Se dio cuando yo estaba haciendo Cremona de Discépolo en el 71, el gran maestro que como te conté me dirigió en Mateo. Un día Lagomarsino, escenógrafo de la obra, me dice ‘Mosquita, hay unos actores en el teatro Avenida que se van para España y escuché que te quieren llevar’. Los que se iban eran Juan Diego y Emilio Gutiérrez Caba. Me vieron y me dijeron ‘te tienes que venir con nosotros a España’. Justo a mí que tengo la maleta fácil y siempre preparada. Estaba haciendo Yvonne, princesa de Borgoña y doblando la película La gran ruta. Esperé terminar todo y fui. Cuando llegué no encontré a ninguno de los dos en Madrid. Alicia, mi mujer estaba embarazada de mi primer hijo y me acompañó. Pensé que me había equivocado al hacer semejante viaje para nada, pero sucedió algo inesperado...
—Cuénteme...
—Estábamos en casa de unas amigas en Madrid y llamó Geno Díaz. Me iba a volver y me armó una cita en la casa de Chicho Ibáñez Serrador. Nunca me voy a olvidar la dirección: Jericó 11. Le pedí que me probara. Mientras hablábamos suena el timbre, eran Gasalla y Perciavalle, increíble. Iban a hacer una comedia musical, empecé a ensayar con ellos, pero Chicho se tiró atrás y no se hizo. Más allá de eso me organizó una cita en la televisión española con Juan Manuel Globo Fontanals, con quien trabajé en Canal 7, y Oscar Vanegas, a quien le había llevado una carta de su hija Cristina. Así empecé a trabajar en un programa para chicos llamado Chiripitiflautico. Y también con Chicho hice el Un, dos, tres, de preguntas y respuestas. A los 18 días nació mi primer hijo, Fabricio Matías, que ahora vive en Costa Rica con mis otros dos hijos, Roberto, que me hizo abuelo de Natasha Naomi, mi hermosa nieta de 14 años, y Luis Alejandro.
El último llamado a escena requiere su presencia inmediata, entonces Roberto Mosca, obrero del teatro, saluda cordial y se despide con una frase: “En la obra El Diccionario digo: ‘Solo los dotados de la voluntad persisten en el camino elegido’. Hay mucho de eso en mí”.
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