Sin salir de casa, Dave Grohl y sus amigos visitan a las leyendas del rock de Estados Unidos
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Pasaron 20 años desde que Dave Grohl entró en un estudio de Seattle y grabó algunas canciones que había compuesto en la época en la que estaba detrás del kit de batería de Nirvana. En ese momento, los Foo Fighters eran menos una banda que un proyecto solista informal. Pero con los años, las guitarras crecieron, los estribillos alcanzaron estatus de estadios y el grupo, que podría haber sido otra excepción a lo Izzy Stradlin and the Ju Ju Hounds, se convirtió, tal vez, en la banda de rock más vital y más viva del presente.
Disco tras disco, Grohl ha encontrado la manera de ir para adelante, ya sea cuando editó In Your Honor, el álbum doble electro-acústico de 2005, después de One by One, el disco revelación de rock de estadios, o cuando volvió a lo analógico para un poco de la desprolijidad en vivo de Wasting Light, de 2011. Esta vez, transformó el concepto de Sound City, su documental de 2013 –en el que trabajó con héroes como Stevie Nicks y Tom Petty, a quienes llevó de vuelta al estudio de Los Angeles donde grabaron la mayoría de sus LPs clásicos–, en un disco que es un road-trip a lo largo y lo ancho de Estados Unidos. El año pasado, Grohl viajó a ocho grandes ciudades estadounidenses con un equipo de HBO y entrevistó a figuras clave, desde Ian MacKaye, el ícono punk, en Washington D.C., hasta Willie Nelson en Austin, y buscó inspiración para Sonic Highways. Estas son canciones sobre sangre, sudor y evolución: el rock veloz de "The Feast and the Famine" hace referencia a las revueltas en Washington que tuvieron lugar luego del asesinato de Martin Luther King Jr., y el tema del comienzo, el calmo "Something from Nothing", se basa en la historia de Buddy Guy, el gran blusero de Chicago, y su primer y modesto instrumento: "Un botón sobre una cuerda/ Y escuché todo".
A pesar del concepto elaborado, éste no es un gran viraje para los Foo: las ocho canciones en Sonic Highways tienen el mismo gruñido monstruoso de guitarra, los mismos crescendos aplastantes y los mismos puentes suplicantes que se encuentran en todos los discos que han editado este milenio. Los invitados locales como Zac Brown (Nashville) y la Preservation Hall Jazz Band (Nueva Orleans) casi siempre se acomodan al sonido bien establecido de los Foo. En "What Did I Do?/God as My Witness", un himno grandilocuente que evoca a Queen y a los Beatles tempranos, el tono turbulento de Gary Clark Jr., el mago de la guitarra de Austin, no deja demasiada marca. Pero Joe Walsh eleva "Outside", un diario íntimo sobre estar atrapado en el dolor y la oscuridad, con un solo alocado que termina haciendo erupción en un apocalipsis tormentoso.
Estas canciones representan algunos de los momentos más ambiciosos de la banda hasta la fecha. "I Am a River", la más íntima, se transforma de desgarbada en algo poderoso durante sus siete minutos, con un Grohl que se pone emotivo por encima de la orquesta. Del otro lado del espectro está la más relajada "Subterranean", una balada abstracta a lo Pink Floyd sobre volver a empezar después del final de una relación que te define. Un tema que Grohl conoce bastante bien.
Pero en este disco no hay demasiado de aquella incomodidad adorable de los primeros discos de los Foo, ni nada tan oscuro y emocionante como las canciones de Wasting Light. Grohl dijo que en un principio pensó en hacer un disco más experimental pero después descartó la idea. Es difícil no lamentar que no haya elegido un camino un poco más aventurero.
Por Patrick Doyle