La actriz y cantante, una de las principales voces del musical, es una de las protagonistas de Madres, en Mar del Plata; con Germán Tripel forma una de las parejas más enamoradas y sólidas del medio y critica a viva voz los criterios de los productores y la discriminación en la tevé
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Nina, el personaje, es separada, a cargo de los hijos, angustiada por el mal arreglo con su ex, muy triste porque la realidad no se acercó a sus sueños. La actriz que la interpreta está casada y enamorada, una de las más talentosas figuras del musical en la Argentina y la imagen de la plenitud en este mundo. Sólo tienen en común dos cosas: ambas son madres y el nombre Nina.
“Mi personaje está desestabilizado emocionalmente y a los fines de la comedia tiene matices tragicómicos. Como la obra está adaptada a nuestra idiosincrasia, elegimos otros nombres y al mío lo bautizamos Nina, como mi hija”, dice Florencia Otero sobre su nena de 6 años, la que tuvo con el actor y cantante Germán Tripel, su pareja desde 2008 cuando se conocieron en el musical Rent. Toda la temporada veraniega la familia disfrutará de Mar del Plata porque Florencia tiene trabajo en el teatro Provincial, en cuya sala se presenta Madres, el musical del off Broadway que se estrenó en agosto pasado en el Picadero, con producción de Carlos Mentasti y Valentina Berger y dirección de Josefina Pieres. Además de Otero, actúan Sabrina Garciarena, Viviana Puerta y Luly Drozdek en el papel que antes hizo Paula Kohan: las cuatro interpretan a un grupo de amigas, todas mamás, que se reúnen para festejar el primer embarazo de una de ellas, cada una con una mirada diferente sobre la maternidad, con mucho humor y divertidas canciones. Las cuatro tienen una cover de lujo: Gabriela Bevacqua.
–¿De cual te sentís más cerca?
–Tengo un poco de todas. Hay formas de maternar como mujeres en el mundo, estas madres tienen estas características, no quiere decir que todas las madres separadas sean así o las que tienen cinco hijos estén colapsadas. Es difícil definirse como mamá, creo que soy una mujer que materna como puede, que eligió ser madre, con muchísimo amor y la mejor intención en cada paso, fallido o no. Mi hija dirá después qué tipo de madre fui.
–¿Metiste algún guiño tuyo o de tu mamá?
–Todas metimos algo propio o de nuestras madres como el famoso “yo te lo dije”. Yo puse un “¿por qué me hiciste eso a mí que soy tan joven para ser abuela?”. Porque mi mamá para mi cumpleaños de quince se hizo una cirugía y me dijo: “mirá, esto lo hice para vos”. El público no lo sabe pero entre nosotras es un juego, nos divierte como actrices evocar un poco la vida. E igual que el personaje de Sabrina, cuando estuve embarazada leía todo sobre el embarazo... qué hacían los toltecas, me pegué un viaje hermoso. Por suerte, tenía a mis hermanas mayores, ya madres, que me daban el baño de realidad. Cuando llegó el parto, me había preparado mucho pero Nina estaba sentada y tuvo que ser cesárea.
–Además del elenco, todo el equipo artístico es femenino. ¿Cambia la experiencia laboral?
–Fue una búsqueda consciente y casi todas las integrantes del equipo también son mamás. Y pasa algo distinto. Cuando tenés un hijo, en un equipo mixto, te volvés un grano para el laburo. Sos la que puede faltar si está enferma, problemas con el colegio... traés dificultades. Entre nosotras, en cambio, no había que explicarlo. Íbamos con nuestros hijos a los ensayos, si había que parar para dar la teta, nadie ponía mala cara. Se hacía mientras las otras repasábamos la letra. Es una gran diferencia. Tampoco pasó ese otro fantasma de que si son todas mujeres se van a pelear y competir, al contrario, se armó una tribu.
Es la novena y última de una familia numerosa que creció en Isidro Casanova, partido de La Matanza, en una casa donde todavía vive su mamá, viuda desde que Flor tenía 10 años. Todos los hermanos Otero Ramos son músicos o tienen alguna relación con lo artístico. Y al menos, por ahora, son tres los profesionales más conocidos: además de la más chica, Marisol (La Bella y la Bestia, Mamma mía, El violinista en el tejado) y Santiago (El hombre que perdió su sombra, Asesinato para dos).
–¿Padres artistas, alguna influencia reconocible?
–No. A mi mamá siempre le gustó, es su sueño frustrado. Pero mi papá era muy religioso y estructurado, pensaba que ser artista era algo muy negativo. “Si querés ser cantante, cantá en el coro de la iglesia”, si no, eras prostituta, más o menos. La que rompió esa barrera fue Marisol, que empezó a estudiar en secreto porque mi mamá la ayudaba. Hasta que la vio en una muestra y ahí aflojó. Entonces, al abrirse esa puerta seguimos todos: a los 18, a Santiago le regalaron el piano; Micaela en lugar de fiesta de quince, pidió un saxo; Nicolás, la guitarra y así... Después de años de terapia entendés que en medio de tanta estructura, queríamos ser libres y qué mejor que hacerlo a través del arte.
–En tu caso, Marisol te abrió ese camino...
–Sí, ella fue mi primera maestra de canto, después me presentó a su profesora –Mirta Arrúa Lichi– y me llevó a mi primera audición, a los once años, la de Los Miserables. Y quedé yo (para el papel de la pequeña Cosette) y ella no. Fue una sensación confusa porque estaba feliz por mí pero no por mi hermana que había audicionado para los papeles adultos. También influyó Santiago. Cuando lo veía cantar "Balada para un loco", en el Coro Don Bosco, se caía el teatro de los aplausos pero no por su calidad técnica sino por cómo lo interpretaba, sentí que era eso, no sólo cantar sino contar una historia.
Tener tantos hermanos le enseñó a no ser el centro del mundo. Hay que funcionar en equipo, como cantar entre todos. Por eso descubre con facilidad al que siempre fue solista: “Se re-nota porque le cuesta ensamblar con el coro”. Las hermanas trabajaron juntas en pocas oportunidades. Cuando estaban embarazadas, ambas al mismo tiempo, armaron Otero’s en cinta (2015). Y Santiago es parte de la banda Flower trip, el cable a tierra de Florencia y Germán, donde cantan lo que quieren y cuando hay ganas.
–Tenés muy bajo perfil en un medio competitivo y donde parece que siempre hay que mostrarse.
–No se elige ser introspectiva, retraída, correcta. De hecho, lucho contra eso porque me cuesta un montón levantar la mano y decir “no estoy de acuerdo”. Saltar y decir algo es difícil porque quedás muy expuesta, me pasó y es muy frustrante si nadie te banca alrededor. En ese aspecto, me complemento bien con Germán que es más patotero, más revolucionario, y lo mío es más revolución interna. Al empezar desde muy chica en el medio, fue importante tener a mi familia conmigo. Veía a nenas empujadas por sus mamás para saludar al productor, para ir adelante y dar un empujón, una competencia espantosa. Después lo ves de grande, porque el monstruito crece. Hay productores que alimentan mucho a esas estrellitas monstruitos en lugar de bajarles el copete. Yo conviví con eso.
–Pero a la hora de salir a la cancha, lo que importa es el talento y saber hacer. ¿O no?
–Depende para quién. Mi objetivo, el camino que me interesa, es estudiar, formarme, mejorar cada vez, buscarle la vuelta. Pero para el afuera, no. Importa cuántos seguidores tienen. Al productor no le importa si vos podés rendir toda las funciones cantando y el otro no, le da igual, pone playback; es muy triste, no a todos les importa el hecho artístico. Me pasó un montón de veces y cada vez más porque se centra en la venta de un producto y no lo artístico. Y se equivocan porque los seguidores no compran entradas. Poner un “me gusta” es gratis. Creo que Nico Vázquez es el único que logró llevar a los seguidores al teatro.
–¿Soñás con Broadway?
–No sería buena en Broadway, creo. Sueño con ir allá y a Londres a ver las obras que amo. Son los que inventaron el género, pero es más frío, no creo que sea para mí. En España, en México, Chile, Paraguay, sí.
–¿Cómo te llevás con el teatro de texto?
–Me encanta. Pero como canto bien, me llaman para musicales aunque me preparé para eso. Voy a un montón de audiciones y me dicen “pero este personaje no canta”. ¿Y qué? Cocino también y el personaje no cocina. Tuve pocas oportunidades. Amo el teatro musical pero me suele pasar que no encuentro el contenido que quiero contar. El musical necesita un laburo minucioso, la música y las canciones aparecen cuando no quedan más palabras y lo que vemos, muchas veces, es que se dice algo y después se repite pero cantado. Si no tiene un anclaje genuino, no es creíble y aleja a mucha gente, pero cuando se hace bien es majestuoso. Y esos son los que me dan ganas de hacer.
–¿Cuáles son los musicales que te transformaron y cuáles te gustaría hacer?
–Mi top son Rent, Despertar de primavera y Casi normales, todos implicaron transformaciones, crecimiento, desafío. No hay uno que pueda decirte que “no quiero morirme sin hacerlo” pero, sin duda, audicionaría con muchas ganas si vienen Mary Poppins, Matilda o Anastasia. Me sigo preparando. Muero por hacer obras de (Antón) Chéjov que es uno de mis autores favoritos, trabajar en el San Martín con artistas que una admira y estar al nivel de eso. Por el lado autogestivo, estamos escribiendo una obra de texto con un compañero, Juan Ignacio Bruzzo, una historia que quería abordar hacía rato, la de Juana la loca. Fuimos al origen de lo que queríamos contar que es amar hasta la locura, hay personas que amamos locamente.
–Y si hablamos de amor, tu pareja con Germán parece la unión perfecta.
–Hay una construcción desde afuera, y nos hacemos cargo de la parte que nos toca, pero hay algo de proyección de los otros. No somos los Ingalls ni tampoco decimos serlo. También hay mucho hater que se burla de eso. Pero más allá del afuera, que no tengo idea, lo que puedo decir es que es preciosa la vida con él, no elegiría otra forma de vida. Cuando encontrás un lugar tan sano donde podés ser libremente y el otro no sólo acepta sino que construye sobre eso, te enaltece y vos podés hacer lo mismo, no necesitás más o yo no necesito más. No es que sea perfecto, no estamos adentro de una burbuja, hay días que discutimos y no nos soportamos, trabajamos juntos y estamos de mal humor pero a veces nos reconciliamos con una canción, ya sé que es muy “goma” lo que digo, pero sucede. Es hermoso y Nina es el reflejo de eso, de esta locura, somos re-ciclotímicos, nuestra vida es así, sin rutinas, trabajos que duran meses y después nada, éxitos y fracasos. Trabajar juntos nos potencia aunque reconozco que es mejor si otra cabeza lidera y decide que si lo hacemos nosotros.
–En la televisión, tuviste varias participaciones. ¿Cómo te ha tratado el culto a la imagen perfecta?
–Mal porque en muchas oportunidades me lo hicieron notar. Cuando más me golpeó fue de muy chica, al enterarte de que no quedé “porque era gordita”. A esa edad no lo entendés: ¿no habrá ropa? ¿me tiene que levantar alguien muy flaquito? No entendés que para ellos “gordita” es fea, no vendible. Después, a los 14, tenía un protagónico en tele y era una gran exigencia. Traían el catering con facturas pero te decían “vos no lo comas” o en las pruebas de ropa, al lado tuyo decían: “para ella hay que traer un tallecito más”. Tuve muchos problemas alimenticios, no era algo que podía hablar, no hacía terapia, si hablabas con una amiga le pasaba lo mismo. Salí sola de todo eso y me enorgullece pero por otro lado, me da tristeza no haber tenido contención, que alguien pida disculpas porque no estuvo bien. Y no se terminó, eso continúa hasta hoy pero ya no me afecta. Un asesor de imagen para una nota en una revista me dijo: “si fueras anoréxica serías exitosísima”. No lo podía creer pero una parte imbécil que tengo, me hizo dudar: ¿si fuera más flaca tal vez me llamarían para proyectos que deseo? ¿eso es lo que me falta? ¿adelgazar? En redes también, le hacen un círculo a mi panza y preguntan: “¿qué hay acá?”. “Birra’, contesto. Las personas no tienen filtro.
PARA AGENDAR
Madres, de Sue Fabisch y dirigida por Josefina Pieres. Viernes a domingos, a las 21.30. En el Teatro Provincial (Av. Patricio Peralta Ramos 2544, Mar del Plata). Desde $ 1680.
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