Fito Páez y Juana Molina, los cincuentones piolas del festival
La actuación de Juana Molina en el escenario Alternative de la jornada del sábado de Lollapalooza fue, de algún modo, la bisagra que abrió el espectro de público. Mientras que durante las primeras horas el público era mayoritariamente adolescente, Juana aglutinó a los mayorcitos, esos que luego se quedaron para ver a bandas como Arctic Monkeys y solistas como St Vincent. Si el imán para los más chicos tuvo su mayor foco de potencia con el veinteañero Troye Sivan, a partir de las 17 la fauna lollapaloocera amplió sus edades y pelajes.
Había gente con canas, había padres con hijos, y por más aniñada y procesada que sonara la voz de Juana, el lenguaje era otro, y el público también.
Usina sonora
La cualidad de Juana es que logra un manejo de la sonoridad que alcanza a sintetizar por capas, estéticas y épocas: post rock en la subyacencia, indie, tendencias actuales y un electro rock/pop que es buen impulsor de su show, para que todo aquel público que viene de otros escenario se arrime. "Gracias por elegirnos", dice, entre tanta oferta que hay a esa hora, y luego de un tema que la puso a rockear.
Prácticamente no tiene desarrollo armónico, es pura sonoridad, en capas de loop. Va a lo deep, vuelve a rockear, amaga con una eletrovidala imperfecta, frena. Sonríe como lo hacía ese gran cantor que fue su padre y vuelve a comenzar. A estas alturas ya no es la Juana aniñada y un tanto desangelada de su comienzo sino otra que se redescubre en su voz con mucha energía.
Fito Páez
En el escenario de al lado, el Main 2, Fito Páez dice lo mismo que Juana ("Gracias por elegirnos") pero elige otras palabras: "Cuanta gente, che". Y es realmente muchísima la gente que se acercó a verlo.
Fito abre su juego con pelota dominada y muy de local. Trae canciones de amor, las universales ("El amor después del amor"), las personales (la de su último amor) y aquella tan singular que retrató en "11 y 6".
Puede gustar más o menos su música (a todos los que están frente a "su" escenario les gusta), lo que nadie podrá negar es su calidad para dar buenos conciertos. "Sí alguna vez me preguntan quién soy, respondo con esta canción", dice y larga "Al costado del camino". Luego enciende las luces de su "Circo Beat".
Pide celulares encendidos para iluminar "Brillante sobre el mic" y después vomita su "Ciudad de pobres corazones", canción que estrenó hace 22 años y todavía mantiene su vitalidad en una realidad (o en parte de ella) que nunca cambia.
Después, "A rodar mi vida", "Mariposa technicolor" y "Dale alegría a mi corazón" como parte de una catarata de hits. En la era del trap, que el público se quede coreando "Y dale alegría alegría a mi corazón... ", parece un anacronismo. Pero es un falso anacronismo. Eso es muestra de perdurabilidad.
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