Fisk, una abogada entre ingenua y estrafalaria con la que brilla la australiana Kitty Flanagan
La serie le debe casi todo a su notable protagonista, también creadora de la ficción ambientada en un incompetente estudio jurídico, que logra escapar de los clichés
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Fisk (Australia/2021). Creadores: Kitty Flanagan, Vincent Sheehan. Elenco: Kitty Flanagan, Julia Zemiro, Marty Sheargold, Aaron Chen, John Gaden. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
Las cosas no parecen haber salido demasiado bien para Helen Tudor-Fisk (Kitty Flanagan). Su salida de una importante firma de abogados en Sidney se vio precedida por la infidelidad de su marido con una clienta y el consiguiente arranque de furia que concluyó en su despido. Por ello el regreso a Melbourne, su ciudad natal, está teñido de cierta desorientación, de cierta urgencia por empezar de nuevo en “casa”.
La primera vez que vemos a Helen en Fisk viste un enorme traje marrón que es objeto de la suspicacia de la empleada de la consultora en la que busca un nuevo empleo. “Tengo tres trajes iguales, así no tengo que pensar qué ponerme cada mañana”. Ese estado es el que define a Helen: la conmoción por su separación y mudanza combinada con las dificultades para lidiar con la gente en una ciudad que fue su hogar y hoy le resulta extraña. Además, Helen habita temporalmente en un Airbnb cuya dueña se entromete en sus asuntos -le saca a ventilar los zapatos, le alimenta el perro-, no tiene referencias para una nueva oportunidad laboral, y la ciudad parece recibirla con esa sutil hostilidad que se conserva para los exiliados. La vida de Helen no parece demasiado prometedora.
Fisk es una comedia australiana con todas las letras. Su humor, sus locaciones, ese aire que respiran los personajes recoge un estilo de ficción insular que ha definido a aquella joven producción audiovisual. Si bien el marco es el mundo laboral en un estudio de abogados y el humor circula alrededor de los clisés de la profesión, la comedia escrita -en colaboración con su hermana Penny- y protagonizada por Kitty Flanagan -quien además ha dirigido gran parte de los episodios de sus dos temporadas disponibles- evita la sobreescritura de la sitcom, elude la estructura del gag físico, y desliza la situaciones divertidas en el universo propio de sus personajes, cuya disfunción en ese intento de subirse nuevamente al tren de la vida resulta el alimento perfecto del absurdo. Fisk no escapa a ciertas convenciones de este tipo de comedias, estilo The Office o Parks and Recreation, pero asume el tilde australiano en ese tono ingenuo y algo estrafalario que asomaba en series como Sisters o en la genial Please Like Me, logrando una identidad singular que le debe mucho a la presencia delante y detrás de cámara de Flanagan.
La breve escena en la consultoría, que concluye con la burla al “festival de marrón” del vestuario de Helen y su integración al mobiliario ocre de la oficina -a tal punto que un empleado se le sienta encima-, da paso a LA oportunidad laboral: encargada de testamentos y sucesiones en la pequeña firma Gruber & Gruber liderada por dos hermanos enemistados. Ray Gruber (Marty Sheargold) es quien la contrata pese a no tener referencias debido a que el padre de Fisk es un exintegrante de la Corte Suprema. Y su hermana Roz Gruber (Julia Zemiro), suspendida de la atención legal y dedicada a la administración del estudio, será quien entrene a Helen en sus tareas con una actitud poco amigable. Hete aquí una clave de la dinámica de la serie: la interacción entre ambas es lo que mejor funciona en esa lógica laboral en la que Helen intenta mejorar sus interacciones sociales y Roz recuperar su posición de poder. A ello se suman las ridículas ambiciones de liderazgo de Ray, más preocupado por las horas de descanso que las de trabajo, y la presencia del joven George (Aaron Chen), mandadero con ambiciones de “webmaster” que dan pie a varios momentos divertidos.
Una vez que Helen se instala en su nuevo trabajo, se pelea a muerte con el dueño del café de abajo -lo que la obliga a comprar un café horrible en un supermercado alejado- y se le asigna una oficina algo precaria, la lógica del relato se afirma en ese micromundo laboral, en el que Helen intentará integrarse, superar sus duelos del pasado, y volver a funcionar en su profesión. La gracia nunca está en gags concebidos como insertos en esa rutina, sino como emergentes del funcionamiento de los personajes en el día a día. Cada episodio presenta un nuevo caso legal y todos ellos combinan ciertos toques extravagantes (el primero incluye una vasectomía como exigencia para una herencia y un hombre que pinta con el pene) con el genuino intento de explorar los meandros de la profesión para acercarse a los problemas de los clientes y, quizás, resolverlos.
La serie le debe casi todo a su notable protagonista, ya que Kitty Flanagan consigue una actuación funcional al relato sin ningún histrionismo. Es su expresión perpleja, las logradas modulaciones de su voz en cada interacción con los otros, y la inteligente gestación de su humanidad lo que define el espíritu de una serie que podría haberse reducido a la repetición de una fórmula ya conocida. Aún con el marco de la comedia de situación, Fisk despliega un humor a contrapelo de toda corrección, sensible y cáustico, capaz de observar la vida contemporánea con divertida desilusión.
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