Finestkind, una historia en la que se cruzan el conflicto familiar y el policial más áspero
Se estrenó en streaming a través de Paramount+, es un relato ambientado en un pueblo de pescadores de Nueva Inglaterra en el que se luce una vez más el actor y la protagonista de Merlina
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Finestkind (Estados Unidos/2023). Dirección y guion: Brian Helgeland. Fotografía: Crille Forsberg. Música: Carter Burwell. Edición: Stuart Levy. Elenco: Ben Foster, Toby Wallace, Tommy Lee Jones, Jenna Ortega, Lolita Davidovich, Tim Daly. Duración: 126 minutos. Disponible en Paramount+. Nuestra opinión: muy buena.
En alguna otra década de las recientes, antes de que los algoritmos condicionaran de la peor manera el contacto directo entre el cine y su público, una película como Finestkind (clásica en su concepción y rigurosa en su evolución dramática) hubiese llegado naturalmente a la pantalla grande en vez de pasar inadvertida en el catálogo de novedades de las plataformas de streaming.
Finestkind, expresión imposible de traducir literalmente, pero que puede entenderse en nuestro idioma como “lo mejor de lo mejor”, trae de regreso después de varios años de silencio a Brian Helgeland, el talentoso autor de Los Angeles al desnudo, Hombre en llamas, Revancha, El cartero y Río místico, cuya irregular carrera como director nunca pudo quedar a la altura de sus guiones. Desde 2015, cuando escribió y dirigió Leyenda: la profesión de la violencia, no teníamos noticias de él en proyectos de alto perfil como los que pusieron en marcha su carrera.
Helgeland recupera aquí el aliento de sus mejores trabajos en el espacio en el que se siente más cómodo. Historias que tienen presencias masculinas fuertes y casi excluyentes, con protagonistas que viven todo el tiempo en tensión, condicionados por vínculos muy estrechos (de sangre o de amistad) y códigos de honor. Esta nobleza, muchas veces oculta, es el atributo que en algún momento los rescatará cada vez que tropiezan o caen en tentaciones peligrosas.
La acción transcurre en un pueblo de pescadores de Nueva Inglaterra, muy parecido al que Wolfgang Petersen eligió para narrar La tormenta perfecta. Un fenómeno climático bastante parecido es el que se cierne sobre los hermanos Tom (el gran Ben Foster) y Charlie (Toby Wallace). Nacieron de la misma madre (Lolita Davidovich), con padres diferentes, pero el lazo fraternal profundo entre ambos reaparece cuando Charlie regresa al terruño natal después de graduarse en la universidad, decidido a unirse a su hermano en la dura tarea de salir todos los días a mar abierto.
Después de un choque con su despótico contratista que lo deja desempleado, Tom termina reencontrándose con Ray, su padre, interpretado por Tommy Lee Jones con esa virtuosa y única capacidad para mezclar aspereza exterior, intuición y melancólica dulzura en un mismo personaje que tan bien lo identifica. No hay nadie más en el cine estadounidense capaz de representar a esa clase de personaje, lo que a esta altura de su carrera convierte a Jones en una figura de ribetes únicos. También por su aspecto físico y el modo orgulloso en que luce sus arrugas.
La tentación de querer ir más allá de lo aconsejable y la creencia de que pueden llegar más lejos de lo que les corresponde sin pagar el precio de semejante arrogancia, como les ocurría desde otra perspectiva a los personajes centrales de La tormenta perfecta, precipita el viraje que lleva a Finestkind del drama psicológico al áspero terreno del thriller. A esta búsqueda se suma Taylor Sheridan, otro heredero de la mejor estirpe del cine clásico. La presencia del creador de Yellowstone, aquí dedicado en exclusividad a la producción, se percibe sobre todo en la sólida línea que conecta a este relato con una de sus mejores películas, Sin nada que perder (Hell or High Water, 2016), en donde un personaje interpretado por Ben Foster también debe, como en Finestkind, tomar en un determinado momento decisiones cruciales que involucran a un hermano suyo.
Antes de que se produzca ese volantazo que nos lleva derecho al policial, la fina capacidad de observación de Helgeland dejó expuestos de la mejor manera los avatares de cada uno de los personajes de esta suerte de familia ampliada. Aquellos unidos por vínculos de sangre, sobre todo, empezaron de a poco a quedar expuestos a un destino difícil de evitar y duro de asumir. A su lado, como pueden, se fueron incorporando figuras del entorno, claves al mismo tiempo en los giros que irá experimentando el relato. Allí está la combativa y decidida Mabel (una magnífica Jenna Ortega) y algunos de los colegas de Tom, cuyas vidas están condicionadas a ciertas industrias del vicio que aparecen cuando el trabajo escasea.
El último tramo del film, ligado directamente al policial más violento, puede resultar a primera vista algo extemporáneo. Pero bien visto funciona como catalizador del inexorable destino al que se enfrentan los protagonistas.
En un momento cada uno de ellos sabe muy bien lo que debe hacer. Y ese desenlace trae de regreso a Helgeland al lugar desde el cual se reveló hace algo menos de tres décadas como un autor respetuoso del clasicismo narrativo de Hollywood y de los personajes que poblaban las películas de ese tiempo: enteros, dignos, íntegros, valientes, siempre dispuestos a levantarse y a enmendar sus errores. La espléndida escena final, casi sin palabras y narrada desde un montaje ejemplar, nos devuelve a ese mundo tan disfrutable.
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