Final de fiesta anticipado: la lluvia apagó la música en el último día del Lolla
Los shows de Pearl Jam, David Byrne y The National fueron cancelados por la fuerte tormenta del sábado a la madrugada; en 48 horas se informará sobre el reembolso de las entradas
Parecía que el clima iba a ser el protagonista de la segunda jornada del Lollapalooza 2018, pero no. Los organizadores decidieron temprano alterar el cronograma original adelantando horarios de algunos shows y directamente suspendiendo otros. Finalmente, los pronósticos fallaron, la tormenta no llegó y los conciertos principales del sábado se hicieron con absoluta normalidad. Pero el agua, con fuertes vientos, apareció durante la noche y la madrugada del domingo y obligó a los organizadores del festival creado por Perry Farrel a cancelar definitivamente el tercer día, que tenía como atractivos muy fuertes a David Byrne, The National, LCD Soundsystem y Pearl Jam.
"Debido a las severas condiciones climáticas, con fuertes tormentas, relámpagos y ráfagas de viento que se espera que continúen durante todo el día, se ha resuelto, en cumplimiento de instrucciones de autoridades gubernamentales, cancelar la tercera fecha del festival. Quienes hayan adquirido entradas en el sitio oficial pueden visitar el mismo, la aplicación de Lollapalooza Argentina y sus redes sociales para obtener información sobre el reembolso correspondiente a la tercera fecha", señaló el comunicado oficial de DF Entertainment, la empresa promotora del Lollapalooza Argentina. La tercera jornada quedó entonces definitivamente cancelada, sin chance de reprogramación por los compromisos de muchos de los artistas involucrados.
El sábado, entonces, terminó transformándose en el cierre involuntario del megafestival. Apenas pasadas las cuatro de la tarde, Mac DeMarco volvió a demostrar que es local en Buenos Aires. Menos disperso y entregado al stand up que en su última visita (en el Music Wins de 2016), el canadiense ofreció un concierto muy celebrado por la multitud que lo acompañó, sólido y sostenido por la convicción y el coraje: en lugar de apoyarse exclusivamente en su faceta new wave, más adecuada para un entorno como el de un gran festival, eligió sumar al repertorio unos cuantos mid tempo, en sintonía con el temperamento relajado de This Old Dog (2017), su disco más introspectivo hasta la fecha. Naturalmente, el rendimiento en vivo de canciones tan chispeantes como "Freaking Out The Neighborhood" (de 2, gran álbum de 2012) es óptimo, pero el sonido cada vez más pariente del soft rock de Fleetwood Mac de su actual banda es muy funcional para sus nuevas canciones. Para muestra basta un botón: el tema elegido para la apertura, "On The Level", que flotó liviano en un ambiente muy californiano generado con un sintetizador parpadeante y una base rítmica propia del soul. DeMarco es, además, un cantante versátil que sabe acomodar su voz en cada circunstancia, lo que le permite trabajar cómodo en un abanico amplio de climas sonoros. Y si de voces se trata, hubo una inconfundible en la noche del sábado en el Hipódromo de San Isidro, la de Liam Gallagher, que recuperó el punch que no había tenido en el side show llevado a cabo el miércoles último en el DirecTV Arena, aseguró que el público argentino es el mejor del universo y apostó a lo seguro: un alto porcentaje de temas inoxidables de Oasis -ocho de los catorce de un concierto nostálgico y efectivo, entre ellos superclásicos como Some Might Say, Supersonic, Wonderawall y Live Forever- que sirvieron para recordar una vez más que una parte fundamental del poderío y el encanto de esa banda clave de la historia del rock británico descansó siempre en su singularidad como cantante. Esa elección no es para nada casual. Más bien está relacionada con la convicción de que el regreso a las fuentes fue uno de los aciertos de As You Were, el celebrado disco del año pasado que rescató a Liam de la medianía en la que se había sumergido con Beady Eye. En el plan de armar un Oasis sin Noel es muy importante el aporte de Jay Mehler (distorsión cruda + sutilezas acústicas), exviolero de Kasabian que volvió a la guitarra luego de sumarse transitoriamente como bajista a Beady Eye y parece conocer todos los secretos de esta nueva estrategia de Liam, que en términos futboleros podría definirse como patear el penal fuerte y al medio. Hubo, además, una novedad: Liam tocó el micrófono, algo para nada habitual, y terminó tirándolo al público como original ofrenda.
La personalidad dispersa de Lana del Rey ha colaborado para que mucha gente no la tome del todo en serio, pero lo cierto es que su presentación en el Lollapalooza fue de lo mejor de la jornada que le tocó en suerte. Con una puesta en escena inspirada ligeramente en el paisaje de la costa oeste norteamericana y su pose eternamente atribulada, Lana consiguió algo dificilísimo en un escenario de la magnitud del Lollapalooza: crear un ambiente íntimo y sugestivo que capturó por completo al público (mayoría de chicas que la vivaron repetidamente) y la mostró en completo dominio de la situación. Lana cantó impecablemente, apoyada por pistas pregrabadas (las coristas que la acompañaron, de hecho, más de una vez descansaron en el playback para dedicarse más de lleno a las coreografías).
El terreno en el que se mueve la neoyorquina es conocido: la evocación indeclinable del glamour del Hollywood clásico (esta vez lució como un update narcótico de la Rita Hayworth de La dama de Shanghai) y la exaltación de su figura de víctima constante de los desengaños amorosos. Pero, lejos de portarse como una estrella neurótica, Lana se tomó el trabajo de bajar del escenario para sacarse selfies con sus fans en pleno concierto y agradeció más de una vez el cariño de la gente. Para dejar claro a qué linaje pertenece, rescató el famoso "Happy Birthday, Mr. President" que Marlyn Monroe hizo famoso en los 60. Y no dejó fuera del menú ninguno de sus platos fuertes: de "Born To Die", "Blue Jeans" y "Video Games", tres bombazos de sus inicios, a la bellísima "High by the Beach", con su magnético estribillo sincopado. El cierre de su noche brillante fue "Off The Races", uno de sus acercamientos más decididos al hip hop, una veta que la crítica casi siempre ha despreciado injustamente. No son tantos los artistas contemporáneos que tienen la personalidad de Lana del Rey. Los prejuicios, su carácter díscolo y algunas licencias que se ha tomado en la ardua tarea de sostener una carrera "prolija" han sido siempre sus peores enemigos. Pero son innegables su charm y el talento con el que viene escribiendo desde hace casi diez años su propia novela musical.
De inmediato, sin que mediara ningún intervalo para cargar las pilas y predisponerse para entrar en un planeta radicalmente diferente, The Killers montó un espectáculo pirotécnico y efectista que escondió debajo de todo ese ampuloso andamiaje su fatal ausencia de buenas ideas. Al ritmo del hiperkinético Brandon Flowers (probablemente el mormón más inquieto y exaltado de la historia) y con un recargado dispositivo lumínico, la banda de Las Vegas desplegó su arsenal de hits hipercalculados ("Somebody Told Me", "Mr. Brightside", "All These Things That I've Done", "The Man", una cita nada velada a los Bee Gees más disco) y descaradamente insustanciales. Su estilo parece ser el resultado más acabado de un experimento de marketing destinado a la creación de un grupo ideal para el show de estadio que se inclina insistentemente por la arenga. The Killers luce como un grupo hablado por su público más que impulsado por las convicciones o la necesidad de desarrollar su propia personalidad. Suena tanto a fórmula artificial destinada a cazar "clientes" que agota muy pronto. Su caso empieza a delinearse como una fotocopia borroneada del U2 tardío: un elefante que transforma en bazar derrumbado todo terreno que pisa.
En forma paralela, Wiz Khalifa hacía su set marcado por su afición a la marihuana y una alegoría obvia, aunque musicalmente Wiz y la banda hicieron un show hiperprofesional.
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