
Fiesta de música y humor nostálgico
Muy buena. "Recuerdos son recuerdos", espectáculo cómico-musical.
Con Rita Cortese, Soledad Villamil (ambas en canto), Alejandro Urdapilleta (monólogos), Brian Chambouleyron (canto, guitarra y dirección musical), Silvio Cattáneo (guitarra) y Carlos Viggiano (bandoneón). Asesoramiento de vestuario y escenografía: Oria Puppo. Diseño de iluminación: Gabriel Caputo. Diseño de sonido: Daniel Hernández. Hay intervalo. En las mesas se sirven bebidas. La Trastienda, Balcarce 460.
Si "Recuerdos son recuerdos" ya era, en su género, un buen espectáculo cuando se estrenó, en el verano, ahora la inclusión de Alejandro Urdapilleta redondea aún más el clima de fiesta sobriamente nostálgica de este delicioso divertimento cómico-musical. El planteo es sencillísimo: dos actrices que se largan a cantar muy sueltas de voz, un monologuista que por momentos se dispara al surrealismo y tres músicos que son un show extra.
Todo podría haber ocurrido en un club de barrio de los de antes, o de mucho antes de que allí también instalaran aparatos de TV (¿queda algún espacio público a salvo de ellos?). O en un baile de carnaval de un pueblo perdido en el mapa. O hasta en un remoto casamiento de familias de inmigrantes.
Y ocurre así: salen a escena las chicas (Rita Cortese y Soledad Villamil) con una actitud de timidez deliberadamente impostada y cantan rancheritas y valses. La inmensidad pampeana como fondo, y melodramas en forma de canción, sobre corazones femeninos desgarrados. Y también hacen tangos reos en los que la cachada bajita da lugar a las carcajadas, sobre todo en "Gorda" (una verdadera creación de Cortese) y en "Volvé" (con Villamil, que, insinuante, desliza los placeres ocultos del sadomasoquismo).
Y sigue así: se planta el dúo de guitarristas (Silvio Cattáneo y Brian Chambouleyron, también notable al cantar "Viejo smoking", "Enfundá la mandolina" y "La mariposa"). Los mozos, peinados a la cachetada, tienen una parada cancherísima, de compadritos siempre a un paso del ridículo, tanto como los alardes histriónicos típicos de los bandoneonistas, tal el juego de Carlos Viggiano.
Y abrocha así: el magnético Alejandro Urdapilleta mastica _con furia o con extrañeza_ cada uno de los anacronismos que pronuncia en "Recuerdos", un texto que habla de cosas irremediablemente perdidas, mientras que en "Bebeto" se corre más para acá en el tiempo y se florea parodiando idiotismos setentistas tan porteños como hacerse adicto a tomar banana split. Es un monologuista ideal para las dos señoritas cancionistas, que así se decía antes. Las chicas, el cómico y los músicos ocupan sucesiva o simultáneamente el escenario. Lo llenan en todos los casos, con una puesta muy despojada y con un sonido excelente. Si "Arráncame la vida" fue capaz de abrir a nuevos públicos toda la riqueza desaforada del bolero, "Recuerdos son recuerdos" tiene todo como para lograr lo mismo con el tango y ritmos aledaños. Un lujo, además, que la compañía tenga como asesora de repertorio a una erudita como Irene Amuchástegui.