Canciones para llorar y rock bailable: la banda canadiense cerró la primera fecha del festival con una teatralidad épica
Con el frente del main stage atrincherado con cuerdas de ring y una voz en off anunciando el comienzo de una pelea por el cinturón de pesos pesados, Arcade Fire usó su show en el BUE para desplegar toda su teatralidad y así combatir al público argentino con un arsenal de hits sin respiro.
La simbología pugilística resonó en el caluroso ambiente de Tecnópolis por el sencillo hecho de que a partir de Reflektor (2013) y Everything Now (2017), los canadienses han incorporado un elemento bailable a su ya establecida fórmula de épicas de estadio. Win Butler, lo sabe y decide aprovechar la situación para noquear de entrada con un doble punch. Para el tema que da título a su último disco y “Rebelion (Lies)”, Butler dibuja una línea adusta de bajo, mientras su mujer Régine Chassagne se cuelga momentáneamente de un keytar y su hermano Will aporrea endemoniado un tom entre medio de la gente.
Al igual que en aquella primera visita de 2014, ninguna canción conserva su forma original. La rotación continua de instrumentos no solo sirvió para demostrar las capacidades técnicas sino para dar nuevos contextos. Es ese también otro de los recursos naturales que transforman un show de AF en un circo itinerante organizado por una de las bandas de rock más grandes de la actualidad. Desde la reimaginación hiper agresiva de “No Cars Go” y “Neighbourhood #3 (Power Out)” al lamento materialista del reciente “Put Your Money on Me”, el folk –con miles de celulares prendidos– de “Neon Bible” y el emocional “Afterlife”, el grupo trabaja incansablemente al servicio de la canción.
Quizás en un proceso como ese existe el peligro de perder inocencia. Pero esas dudas se despejan al llegar a “Sprawl II (Mountains Beyond Mountains)”. Chassagne se acomoda sobre el filo del tablado y se adueña del lúgubre retrato de alguien que no encuentra razón para su existencia. “Me escucharon cantar y dijeron que me detenga”, dice con una convicción que la lleva a cubrirse el rostro al borde de las lágrimas para las últimas notas de la canción.
Es difícil recuperarse de algo así, pero Arcade Fire sabe lo que hace y enciende la bola de espejos para una rabiosa versión de “Reflektor”, en el que todavía se respira el aura magnético de Bowie. Butler necesita seguir controlando a quienes lo miran, y por eso se mete con la audiencia a cantar “We Don’t Deserve Love”, como entregándole al público el control remoto de la situación. Pero antes de irse, con el eco de los tambores y los coros de la banda ya debajo del escenario, les dice con “Wake Up” que no todo está perdido. La vida es esa montaña rusa, vertiginosa, triste y hermosa que propusieron durante casi dos horas.
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