Felicitas o las niñas mudas: historia de una de las primeras víctimas de femicidio
Libro: Adriana Tursi / Intérprete: Silvina Muzzanti / Música: Sergio Vainikoff / Luces y espacio escénico: Giorgio Zamboni / Vestuario: Paula Molina / Dirección: Laura D'Anna / Sala: Pan y Arte, Boedo 876 / Funciones: sábados, a las 22.30 / Duración: 50 minutos / Nuestra opinión: buena
Históricamente, un crimen pasional hacía referencia, en el habla popular, a un delito en el que el perpetrador cometía un ataque o asesinato contra la mujer, a causa de una repentina alteración de la conciencia, causada por sentimientos como los celos, la ira o el desengaño, y no era, por lo tanto, un crimen premeditado. No obstante, era una idea que fue rebatida en razón de que el concepto intentaba morigerar la pena e, incluso, responsabilizar a la víctima en casos de violencia de género.
Buscar en la historia argentina a estas víctimas sería una tarea interminable y no registrada en los fueros judiciales. Sí se puede rescatar la figura de Felicitas Guerrero de Álzaga (1846-1872), considerada oficialmente una de las primeras víctimas de femicidio. La joven Felicitas, de 17 años, en 1862, fue obligada por sus padres a contraer un matrimonio por conveniencia con Martín Gregorio de Álzaga, un acaudalado hombre de la alta sociedad que contaba entonces con 50 años de edad. Dicen que ella se resistió a la imposición familiar, pero su voz no fue escuchada por las obligaciones sociales de la época. Tuvieron dos hijos: uno murió a los seis años, durante la epidemia de fiebre amarilla, y el otro nació sin vida.
A los 26 años quedó viuda y acaudalada. Los pretendientes la asediaban por su belleza y fortuna, pero ella se enamoró de Samuel Pedro Sáenz Valiente, descendiente de familia patricia. Otro de sus enamorados, Martín Ocampo, no soportó ser relegado. Se presentó en la casa de la joven y, después de una fuerte discusión, le disparó un tiro. El asesino se suicidó, o le dispararon en ese momento y murió. Ella falleció pocos días después, el 30 de enero de 1872. Esta es la historia que rescata Adriana Tursi para llevar a escena, y lo hace bajo la dirección de Laura D’Anna, que apunta con mano segura a revelar este drama con el único protagonismo de Silvina Muzzanti, potente, convincente y emotiva, apuntando al valor de la palabra para recrear la historia, cuidando los tiempos y el espacio.
La puesta, con pocos elementos en escena, apenas varios metros de tul que, dispersos en el espacio bien diseñado, se transforman inteligentemente en objetos imaginarios que sirven para ilustrar la escena. La música es otro componente de gran valía por los valores dramáticos que subrayan las acciones.
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