Falleció Richard Harris
En sus personajes mezclaba reciedumbre y humanidad
LONDRES (EFE).– El veterano actor irlandés Richard Harris falleció en esta capital a los 72 años. Un vocero de la familia dijo que Harris, que padecía la enfermedad de Hodgkin, murió “plácidamente” en el University College Hospital.
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Richard Harris se despidió del cine en gran forma, con un papel que ganó consideración en todo el mundo: el de Albus Dumbledore, el sabio, noble y paternal director de la escuela de magia al que acudían Harry Potter y sus amigos en el primer film inspirado en la exitosa serie literaria.
Pero ni siquiera con este papel de rasgos venerables, en el que detrás de las arrugas y el visible deterioro físico apenas asomaba un rostro familiar, Harris traicionó su naturaleza de hombre recio, aguerrido y de pocas pulgas que le sirvió para componer sus mejores personajes y también para ganarse fama de hombre de modales escasamente elegantes fuera de los escenarios.
Profesional al fin, el actor nacido en Irlanda sacó todas las fuerzas imaginables desde la enfermedad que fue mellando sus fuerzas en los últimos años y logró concluir su participación en la segunda película de la serie de Harry Potter.
Cuando se estrene “The Chamber of Secrets” en la Argentina, a fines del mes próximo, podremos apreciar el trabajo póstumo para el cine de una figura que dejó al descubierto, a partir de su memorable trabajo en “El llanto del ídolo” (1963), los más visibles rasgos de la personalidad que luego desarrolló en su extensa carrera.
“Harris proyecta la imagen del hombre vigoroso y del rebelde no convencional, con apetitos casi primitivos”, se dijo una vez de él. El actor corroboró largamente este retrato con su personificación, en el film mencionado, de un sufrido minero que se convierte en jugador profesional de rugby, donde aplicó la destreza para ese deporte aprendida en su pueblo natal. Ese papel le valió una nominación al Oscar y la consideración internacional, pero mucho más consiguió, siete años después, con “Un hombre llamado caballo”.
En este western de notable repercusión en su momento, Harris encarnó a un aristócrata inglés capturado y sometido a torturas y flagelos por los indios sioux, con imágenes desacostumbradamente descarnadas para la época.
En ese film, que tuvo dos secuelas, Harris llevó al límite su figura de fuerte presencia física a pesar de su delgadez, capaz de resistir cualquier amenaza, y dueña, además, de una mirada honda y tierna en sus clarísimos ojos.
Por entonces, el noveno hijo de un granjero de Limerick, Irlanda, ya contaba con sólidos antecedentes artísticos: formado en la Academia de Música y Artes Dramáticas de Londres, entró al cine en 1958 y se convirtió pronto en una figura requerida por grandes directores. Trabajó junto a Lewis Milestone (“Motín a bordo”), Anthony Mann (“Los héroes de Telemark”), Joshua Logan (“Camelot”), Richard Lester (“Robin y Marian”, “Juggernaut”), y su presencia era familiar en films de acción (que en una carrera tan prolífica alternaba obras valiosas con otras descartables) que requerían personajes de carácter fuerte. Aunque también brilló en papeles más intimistas, como el que tuvo en “El desierto rojo”, de Michelangelo Antonioni.
Así forjó su carrera a lo largo del tiempo, sobre todo en la década del 70. “Orca”, “Los gansos salvajes”, “Pánico en el puente” o “Cita de oro” son ejemplos del cine al que era convocado, y entre película y película disfrutaba de buena parte de su tiempo libre con charlas bien regadas con bebidas alcohólicas junto a Richard Burton y Peter O’Toole.
Harris siempre fue un hombre despreocupado por su imagen y no se interesó demasiado por cuidar algunas de las cuestiones que requiere el cine de mayor presupuesto de sus figuras protagónicas. Durante buena parte de los años 80 dejó de hablarse de él, aunque aparecía esporádicamente en la pantalla, cada vez más desaliñado y sin atender mucho los rasgos de declinación física, que cada vez eran más visibles. Esta sensación de ocaso fue patente en aquella curiosa versión de “Tarzán” protagonizada por Bo Derek.
Pero, lejos de rendirse, Harris decidió ser consecuente y volvió –en todo sentido– a sus orígenes, encarnando en forma notable a un campesino irlandés de aire patriarcal en “Esta tierra es mía”, de Jim Sheridan, papel con el que nuevamente fue candidato a un Oscar.
Harris lució desde allí cada vez más flaco y más viejo, pero parecía divertirse en cada una de sus últimas apariciones. Fue Bob el Inglés en “Los imperdonables”, emperador romano en “Gladiador” y mentor del último conde de Montecristo en la más reciente versión fílmica de la novela de Dumas. Hasta que llegó una despedida junto a Harry Potter, apreciada por chicos y grandes. “Nunca me interesaron cosas como la reputación, el prestigio o la inmortalidad. Realmente no me interesa pasar a la historia o ser recordado por algo”, dijo una vez este hombre salvaje en los sets y fuera de ellos. Su brillante carrera dice todo lo contrario.
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