Fabián Vena: la locura de los años 90, la familia ensamblada y por qué lo acusaron de “traidor”
El actor, que vivió el frenesí y la fama en televisión con tiras como La banda del Golden Rocket y Verdad consecuencia, se cobija ahora en su primer amor, el teatro, con tres obras en simultáneo
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“Sin aditivos”, dice Fabián Vena que es el tabaco que utiliza para armar sus cigarritos mientras habla al aire libre. El mozo le alcanza un cenicero, un gesto trivial del pasado que, reaparecido, aviva su persistencia. El actor de la Generación X, el que imprimió memoria desde Socorro, quinto año (1990), La banda del Golden Rocket (1991-1993) y Verdad consecuencia (1996-1998) hasta Resistiré (2003) está enfocado hace tiempo en el teatro, la docencia, la dirección. Según cuenta apasionado, “el teatro siempre estuvo” y el auténtico interregno fue la televisión, una etapa que atravesó nuestras vidas para disolverse poco a poco en un guiso de infinitas pantallas.
“Soy muy privilegiado, desde muy joven. La banda del Golden Rocket fueron tres años de locura. Vivíamos como los Beatles. Y si alguien iba al teatro a verme por esa popularidad, cómo voy a renegar de eso. Y soy muy privilegiado además porque hoy, que la televisión ya no existe, pude ser parte de programas icónicos y muy generacionales. Todavía se me acerca mucha gente para decirme algo sobre aquellos programas”, cuenta.
-¿Cómo definirías esta etapa?
-Estamos viviendo una transición tecnológica terrible. En los últimos dos años he hecho cinco series, una más linda que la otra. ¿Dónde están? No sabemos. Algún día se verán. Ya no depende de estar todos los días yendo a un canal, sino crear personajes para diferentes series, diferentes formatos pero ya no tenés control, no sabés dónde está el aire.
-¿Extrañás aquello o te adaptaste al cambio?
-Primero, no queda otra, no podés ir en contra de lo que sucede. En 50 años vivimos el paradigma, el surgimiento absoluto y la decadencia total, la desaparición. Desde el cine a la televisión. Ahora bien, yo soy un hombre de teatro. Y el teatro jamás se va a morir porque es lo que más antiguo que tenemos.
A lo mejor por algo del physique du role, la delgadez, la cara curtida; tal vez por un tío taxista que el día del atentado, 25 de septiembre de 1973, andaba cerca y lo convirtió en anécdota familiar; o, seguramente, por la firme propuesta del director y autor Manuel González Gil: por todo eso es que Fabián Vena sube al escenario de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) -en el auditorio de Caballito, los fines de semana hasta, por ahora, fin de noviembre- para interpretar al entonces secretario de la CGT, el peronista José Ignacio Rucci. Enfrentado a él, otro actor, Gabriel Rovito, en el papel de Agustín Tosco, el sindicalista de Luz y Fuerza de Córdoba, marxista y opuesto a la burocracia sindical. El debate es el nombre de la obra que recrea el programa de televisión Las dos campanas, por el viejo canal Once, en el que ambos se sentaron a discutir la noche del 13 de febrero de 1973.
“Hacía tiempo que Manuel (González Gil) quería llevar al teatro este debate. Y surge desde la UOM la posibilidad de hacer un homenaje a Rucci. Buscaban un panegírico pero se encontraron con las leyes teatrales que son inclaudicables, tiene que haber un equilibrio muy claro de fuerzas, a tal punto que aparece Tosco con la misma potencia que aparece Rucci. Y es muy interesante lo que sucede, incluso dentro de los fanáticos de Rucci, que terminan conociéndolo a Tosco y aplauden cuando interviene”, cuenta el actor que tuvo, en el estreno, a toda la familia Rucci, incluida Claudia (ex actriz, política y actual funcionaria), en la primera fila:
“Dos minutos antes de estrenar, me dicen que en la primera fila estaba la viuda de Rucci, los hijos y los nietos. Sabía que podían venir, yo no había tenido ningún contacto con ellos durante el proceso. Entonces, pedí cierta asistencia. Miré al cielo y le dije: ‘Jefe, baje, porque acá está su familia’. Hubo algo de eso, de tener esa responsabilidad, ese honor de poder hacer a esta persona que hasta este momento nunca había sido representado”.
-¿Qué dijeron?
-Recibí comentarios fabulosos, me conecté con Claudia, le agradecí haber venido y me dijo algo que me emociona mucho: “Lo vi a mi viejo”. El teatro genera eso, una verdad que es ley. A mí no me gustan las biopics, en general, y nada cuando se trata de gente que aún está viva. Con el parecido no es suficiente. Como soy un puro stanislavskiano y doy clases hace diez años, no podía ir en contra de mis propios conceptos aprendidos y enseñados. Tengo que buscar la propia verdad, meterme en el material y construirlo desde mí. Hecho esto, recién ahí empecé a verlo en videos y me sorprendí: un tipo del interior de Santa Fe, que se comía las eses, no tenía un recorrido intelectual ni académico pero utilizaba palabras, construcciones, frases de literato. Después charlé con (Antonio) Caló (ex secretario general de la UOM), y otra gente, escuché su voz, cómo hablaba. A partir de ahí tuve un tiempo suficiente como para meterme en la forma pero el contenido ya estaba, la verdad ya estaba.
-¿Vos estás más del lado Rucci o Tosco de la vida?
-En ninguno de los dos lados, o en los dos, porque los tipos estaban mucho más cerca de lo que todos creían. Creo que hay una mirada complementaria y, si bien había dos maneras muy distintas de organizar el movimiento obrero, no dejan de ser complementarias.
La otra obra de teatro que presenta es ¿Quién soy yo?, de Daniel Cúparo y Carlos La Casa, un unipersonal que estrenó el año pasado y con el que proyecta seguir no sólo en Avenida Corrientes sino salir de gira. Igual que con Conferencia bajo la lluvia, de Juan Villoro, su anterior unipersonal (ganador del ACE 2018 y del Estrella de Mar 2019), además de actuar, dirige. Esta vez interpreta a un filósofo en la clandestinidad, dedicado a dar clases en lugares secretos.
-¿Podés actuar y dirigirte a la vez?
-Es muy difícil actuar y dirigir cuando estás con colegas y compañeros, cuando formás parte de un elenco. Para el unipersonal es distinto. Trabajo con un equipo fenomenal, que me es muy fiel: Carlos Demartino, que me conoce desde los 17 años, profesor de técnica vocal, y José Luis Arias, que nos criamos juntos en el teatro. O sea, son gente a quien no podés mentirles.
-Y unipersonal es sencillo para las giras.
-Claro, mi material entra en dos maletas. Me gusta porque tiene una estructura independiente y flexible que me permite estar en una sala grande o en una muy chica. Los unipersonales son espectáculos delicados, no queremos desgastarlo, tirarlo a la máquina de chorizos. De por sí cargan su complejidad, la gente ya sabe que va a ver una sola persona. Ni hablar de lo que implica estar adentro y generar durante una hora la atención. Sabía que hablar de filosofía no podía ser sentado en un banco. No es una charla, es un espectáculo teatral. Por eso lo armé en bloques, como bolillas universitarias, y con mucha música.
Autodidacta
Muy buen estudiante, nunca se llevó materias; autodidacta en la literatura y la música pero “muy formado en la actuación” -aunque lamenta no haber terminado la carrera de Artes en la Facultad de Filosofía y Letras-. Eligió estudiar en el Espacio IFT por cuestiones del destino (“el 104 era lo único que me dejaba de Mataderos a Once”) y continuó con Augusto Fernándes: enseñanzas que hoy aplica como docente en la sala Muy (Humahuaca 4310). Al poco tiempo, empezó a trabajar frente al público, antes de aparecer en tevé, en paralelo a sus estudios. Fue dirigido por Robert Sturúa (La resistible ascensión de Arturo Ui), Carlos Rivas (Love, love, love), José María Muscari (Casa Valentina), Roberto Villanueva (Las variaciones Goldberg), Mariano Dossena (Sacco y Vanzetti), Rubén Szuchmacher (Calígula), entre otros. Con el georgiano Sturúa tiene un recuerdo especial: “Me dio todas las referencias de lo que yo siempre sentí de la actuación. Un tipo extraordinario, en un elenco de 40 personas tenía el mismo tratamiento y el mismo tiempo con todos. Te daba referencias de todo tipo, sociológicas, antropológicas, filosóficas, políticas, pictóricas, técnicas, imágenes. Terminaba siempre diciendo: ‘Y si nada de esto les sale, al menos conmuevan’”.
-¿La pasaste mal alguna vez con directores?
-He tenido mucha suerte. No me ha pasado nunca, pero porque creo que estoy bien educado. Me han formado muy bien. Tal vez porque no competí con nadie más que conmigo. Siempre me entregué mucho al director, porque es la mirada, me gusta jugar ese juego, soy muy selectivo de los materiales que elijo pero cuando los agarro me entrego por completo. No puedo concebir este oficio si no con una entrega absoluta. Hoy que yo soy director, también disfruto de que me dirijan. No dejo de ser director de mí mismo, pero porque nunca dejé de serlo.
-¿Qué balance hacés con todo ese poder de autocrítica?
-Todas esas hermosas obras de las que me siento súper orgulloso se las debo a los horrores que hice antes. Entonces, si no hubiese hecho un Romeo y Julieta, un clásico que hicimos con la (Emilia) Mazer, que dirigió ella en La Plaza hace décadas (1995), yo no habría podido hacer Edipo rey (2017) como hice, con Jorge Vitti. Hay materiales que tenés que transitar sí o sí, para equivocarte y que salga.
-¿Alguna vez en el mundo del teatro, fuiste el chico de la tele?
-Sí, al principio, claro que sí. Soy un producto del teatro independiente y la televisión llega a mí cuando ya tenía formación teatral. Pero quedo en el casting de Socorro, quinto año. Y fui acusado como el traidor que se fue a la televisión. Y lo entiendo porque también formaba parte de ese prejuicio. Hasta que me di cuenta de que yo también soy un producto de la televisión, no por hacerla, sino por haberme criado con la televisión. Combato el prejuicio porque la televisión me enseñó muchas cosas, Jamás la pensé como un lugar al que sacarle plata o fama. Porque para mí esto no es un negocio. Vivo de esto hace 40 años.
-Pasado el furor de la popularidad, ¿tomaste distancia de las producciones comerciales y las fórmulas supuestamente efectivas?
-Acepto propuestas en la medida en que me interesen. No reniego absolutamente de nada, el teatro comercial es extraordinario y tiene sus propias leyes. Incluso las leyes del teatro comercial a veces no son respetadas, ¿no? El teatro comercial es precioso. Hay que hacerlo bien, nada más. Pero no siento ninguna carencia o quiero alcanzar algo. Mi continuidad siempre ha sido teatral. Y ahí no me falta nada, siempre el proceso es largo, es continuo y mucho más dando clase, que me permite retroalimentarme.
-Entre tantas actividades, hacés una voz en off en la obra Alma Mahler, de Víctor Hugo Morales, que además es tu suegro (padre de su mujer, la actriz Paula Morales) y el abuelo de tu hijo Valentino.
-Sí, y me encanta. Yo lo pincho para que siga escribiendo, porque escribe como los dioses. Creo que es el espectador de teatro más extraordinario que existe, porque no para de ver teatro. Un tipo con ideales, que se la juega siempre. En lo familiar, disfruta mucho de sus nietos, Benicio (18 años, hijo de Paula y Martín Lembo) y Valentino (9). Tiene una relación con mi hijito, que es fenomenal. Son del mismo signo, capricornianos. Se matan jugando al truco, jugando a las cartas, se divierten, van al teatro.
-¿Cómo se integran a la familia Vida y Cielo, tus hijas con Inés Estévez?
-Somos una familia ensamblada, tenemos tenencia compartida con Inés, 15 días con cada uno. Con Inés estamos siempre en un diálogo prácticamente cotidiano. Las dos nenas necesitan, obviamente, de atención. Vida tiene 15 y Cielo, 14. Tienen un retraso madurativo, que en Vida es más leve. Las dos han hecho un trabajo extraordinario con terapias y gente que las acompañan amorosamente en los colegios donde van. Vida habla hasta por los codos, construye frases fenomenales. Son dos grandes ejemplos de evolución, porque con sus tremendas limitaciones han podido sortear y evolucionar fuertemente. Es un ejemplo porque a veces uno, que aparentemente tiene todas las condiciones, termina siendo siempre limitado en algunas cosas y nunca termina de superarlas.
Para agendar
-¿Quién soy yo? , de Daniel Cúparo y Carlos La Casa, dirección y actuación de Fabián Vena. Viernes de noviembre, a las 21, y sábado 7 de diciembre, a las 19.30 y 23. En el Teatro Picadilly (Corrientes 1524).
-Rucci y Tosco. El debate, texto y dirección de Manuel González Gil. Sábado 23 y domingo 24, a las 20, en el auditorio de la UOM (Hipólito Yrigoyen 4265).
-Ansias de fe, de Claudio Ferrari y dirección de Fabián Vena. Sábados, a las 21.30. La Gloria (Yatay 890).
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